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domingo, julio 23, 2006

EL DILEMA DEL PRISIONERO

Una queja recurrente en el mundo forense es la de que, con frecuencia, jueces y fiscales carecen de la preparación técnica necesaria para moverse con soltura por los intrincados vericuetos de la delincuencia económica. Y no cabe duda de que, a veces, hacen falta conocimientos y auxilio profesional muy capaz para desentrañar las madejas de las complicadas transacciones que dan apariencia de legalidad a los comportamientos delictivos.

Ahora bien, eso no es aplicable al mayor cáncer de corrupción de nuestra democracia, del que la trama marbellí es el ejemplo más señero. Mucha complejidad, en sí, no tiene lo de cambiar licencias urbanísticas por bolsas de basura reventando de billetes de quinientos euros. Y mucho me temo que esto viene a ser así. Nada de manejos a lo Enron o paraísos fiscales en las Bermudas. Esto, amén de delictivo, es grosero, ordinario, chusco. Más que de “ecos” de la corrupción, estamos hablando de sus regüeldos.

Es posible que haya quien, para sacar dinero en operaciones al límite de la ley, monte tramas verdaderamente complicadas y gaste un pico en gente con conocimientos. Pero a la vista está que no es necesario. En España, el delito es más cosa de estómago que de cerebro, las cosas como son.

Además, ¿para qué molestarse en ocultar lo que es público y notorio? Porque si algo parece evidente es que, en Marbella, esto lo intuía todo el mundo, cuando no lo sabía a ciencia cierta. En Marbella como en otros cientos, si no miles, de municipios españoles. Tengo para mí que lo que ha desmontado el tinglado no ha sido sino la ambición desmedida de alguno, o sus ganas de figurar, su no conformarse con lo que le tocaba en el reparto, vamos. Si todo el mundo se hubiese atenido a lo que le tocaba, sin tentaciones de vedettismo, esto podría haber seguido ad calendas graecas o hasta la ruina total del erario marbellí. Por supuesto, entre los conocedores-consentidores han estado siempre los partidos políticos locales y la Junta de Andalucía.

Ya digo, el caso marbellí conoce paralelismos –con otra dimensión, ciertamente, en función de la solvencia de los empadronados- por toda la geografía española. Pero nadie quiere hablar de ello. Nadie quiere, por supuesto, decir de una vez que estamos ante uno de los efectos más previsibles y más evidentes del intervencionismo. El suelo –materia prima esencial para la construcción, hasta que alguno invente otra cosa y empiece a emitir licencias en ausencia de solares- está racionado a través de unos mecanismos opacos que son esenciales para la financiación de los municipios y de todos los que viven alrededor de ellos. Cuando el mercado sale, cuando el mecanismo de los precios es sustituido por el racionamiento, la corrupción entra.

Pero el asunto tiene otra dimensión, sin duda, que es la moral. Una sociedad tiene siempre los políticos que se merece, de esto no hay duda. El político suele ser reflejo de la sociedad en la que anida. Téngase presente que no estamos hablando de comportamientos excepcionales, sino de lo que parece la regla. No son garbanzos negros, sino un auténtico cocido.

Cuando la maravillosa juventud española toma las calles para reclamar una vivienda digna, obsérvese que pide eso, la vivienda. No el derecho a procurársela por sus medios, sino las cuatro paredes, a poder ser ya pintadas y con dos baños. No piden que acabe este despropósito que es, en buena medida, causa del astronómico precio de las casas en nuestro país. En el extremo, si los ayuntamientos regalaran los pisos, a nadie le importaría, seguramente, que más de uno se los estuviera llevando crudo. Ni siquiera a esa proporción que, a través de los mecanismos redistributivos –ya saben esos por los que la clase media alta compra pisos a la clase media baja, sin ayuda de los ricos, mientras los pobres siguen sin tener techo-, terminaría sufragando el regalo vía impuestos.

Los corruptos de Marbella sacaron mayoría tras mayoría, con los votos del mismo pueblo que hoy les acusa de ladrones. Ese pueblo que, como otros muchos de España, hace cola en los sorteos de pisos baratos, en muchas ocasiones con el propósito nada disimulado de revenderlos a su precio real. Por llamativo que resulte, sin embargo, la indignación con el corrupto es sincera.

Y es que, en estos casos, se pone de manifiesto uno de los rasgos más evidentes del carácter español: la falta de espíritu cívico y la insolidaridad. Porque el español que clama al cielo cuando la policía detiene –ya digo, por el chivatazo de un socio decepcionado- al corrupto, es el mismo que, entre tapa y tapa, se ufana de no haber pagado impuestos ese año, de que le ha tocado un piso de protección oficial (igual el segundo, gracias a que su mujer no tiene nómina) que piensa vender con el beneficio “normal”, que remueve Roma con Santiago para que su hijo acceda a una beca que puede no merecer...

Atrapados en una especie de dilema del prisionero, no parecemos darnos cuenta de que el edil tipo marbellí es un parásito propio del clima moral en el que, por lo visto, nos gusta vivir.

sábado, julio 22, 2006

HACIA EL POPULISMO, POR LA SIMPLIFICACIÓN

La penúltima metedura de pata del Presidente del Gobierno, que ha puesto en apuros incluso a quien, como su ministro de Exteriores, no tiene fama de ser un campeón de la moderación y el buen sentido, ha merecido todo tipo de calificativos y comentarios. Los más ajustados, a mi juicio, son los de aquellos que ven en esto un signo de mentalidad propia de un adolescente.

Y es que así es. José Luis Rodríguez Zapatero parece tener una forma de ver la vida y de afrontar la política propia de un estudiante de bachillerato –de bachillerato Logse, con pocas luces y menos lecturas-. Todo su imaginario parece hecho a base de clichés, soflamas, frases hechas, lecturas maniqueas y ausencia de matices. Sin duda, se lleva la palma en todo esto su visión de la historia contemporánea de España, y cómo despacha, con recurso a los tópicos más sectarios y sobados, cosas tan complejas como el devenir de la Segunda República, el Franquismo o la Transición.

Diríase que, bajo la égida del leonés, el socialismo español está en un proceso de desaprendizaje intensivo. En una especie de carrera hacia el olvido consciente del poso de realismo y de buen sentido que fue adquiriendo, si no por reflexión, sí por la práctica de gobierno. Al igual que sucede con los hijos que no abandonan el hogar paterno, la distancia del poder tiende a hacer de las formaciones políticas perpetuas adolescentes. Al convertir al socialismo español en un partido hegemónico, Felipe González lo llevó también a una cierta madurez. Cuando menos, a la aceptación de la complejidad de la realidad.

En España habíamos llegado a cotas razonablemente altas de habilidad para la convivencia con lo complejo. Gracias a los esfuerzos de unos y otros, habíamos conseguido un cierto estar en paz con nuestro pasado, por ejemplo. En el terreno exterior, se habían obrado pequeños milagros tal como el de seguir manteniendo unas más que aceptables relaciones con el mundo árabe en general mientras se desarrollaban unos crecientes intercambios con Israel –que para nosotros, conviene recordarlo, sólo existe oficialmente hace veinte años-. El mayor éxito que atesora nuestra diplomacia, conviene no olvidarlo, es la Conferencia de Paz de Madrid, de 1991. La prueba de que España, ese país mediano del Occidente Europeo, era aceptable para todas las partes, con el consiguiente potencial mediador y de contribución.

Esa misma complejidad de la realidad es la que nos ha hecho sufrir mucho a todos en temas como el del terrorismo vasco. Ya sabíamos todos que hubiera bastado ceder para que todo esto parara. Es, precisamente, el gran número de cuestiones en juego la que hace de este asunto algo endemoniado. No sólo es la “pa”. Están también la libertad, por supuesto, y la justicia, y el derecho.

Zapatero representa, ya digo, el triunfo de las soluciones simples. De los planteamientos sencillos. Yo soy bueno, tú eres malo. Yo quiero la “pa”, tú no la quieres. La izquierda es buena, y lo ha sido siempre, la derecha es mala, y lo ha sido siempre también. Y así todo.

¿Estamos, de verdad, en manos de un adolescente? Sin duda, estamos en manos de un tipo poco cultivado y muy dado a las explicaciones simplonas. Pero no creo que todo sea tan fácil. No, nada es tan simple como que los socialistas, un buen día, decidieron olvidar veinte años de hacer política de una determinada manera y arrojarse en brazos de quien parece, más bien, el secretario general de un sindicato de estudiantes de secundaria.

Mi personal teoría es que lo que hay detrás de esto es, lisa y llanamente, una estrategia de mantenimiento del poder. Como ya he expuesto en otras ocasiones, sostengo que el cambio en el socialismo español –y el pase a la ofensiva de los nacionalismos- obedece a que el punto de maduración de nuestra democracia ponía en claro riesgo su hegemonía. A que la superlegitimidad heredada de la transición se iba agotando.

Dicho en términos de marketing, la estrategia de la radicalización es una estrategia de la diferenciación. Una estrategia de protección de la marca. Zapatero simplifica los mensajes porque quiere una democracia de trazo grueso, sencillamente porque, en los matices, se van perdiendo diferencias. Si entramos en los matices, todos los gobiernos resultan ser de centro, como todas las políticas exteriores resultan tibias y vienen expresadas en ambiguo lenguaje diplomático.

El PSOE quiere devolver a España a esa adolescencia en la que emergió como la única alternativa posible. En la que todo lo demás era feo, gris y caduco. Quiere volver a empezar, porque quiere romper el equilibrio al que le abocaba el sistema. González tenía un movimiento y quiso construir un partido de gobierno. Zapatero tenía un partido de gobierno y quiere construir un régimen.

Un régimen populista, demagogo y de mensajes simplones. Un régimen en el que hasta Moratinos se puede quedar fuera.

jueves, julio 20, 2006

(OTRA VEZ) FUERA DE JUEGO

El espectáculo que se está desarrollando en el Líbano y en el norte de Israel merece el calificativo de espeluznante. Al impacto que provocan las imágenes de sufrimiento y destrucción se suma el pesimismo que provocan, por la evidencia de ese ritornello perpetuo a la violencia que parece aquejar al Oriente Próximo, donde los períodos de guerra fría –no puede, en rigor, hablarse de paz, ni siquiera en sentido zapateril- son anecdóticos por comparación con aquellos en los que las hostilidades están totalmente abiertas.

Israel está cometiendo, además, errores y abusos. Errores tanto en el terreno militar como en el diplomático y de la imagen. El país está malgastando los de por sí magros créditos que le había proporcionado la retirada de Gaza, por supuesto nunca reconocida y agradecida suficientemente, pero que sí había contribuido a aplacar algo el antisemitismo de algunos gobiernos de la Europa Occidental, siempre tan prestos a loar cualquier concesión de la alegre muchachada terrorista, pero muy reacios a valorar y elogiar las contribuciones israelíes –por lo común, las únicas tangibles-.

No es excusa, por otra parte, la brutalidad y el salvajismo de la otra parte, porque no son comparables. Hay lujos que Israel no se puede permitir. Israel es una democracia y, por eso mismo, está constreñido por restricciones morales que no afectan, claro, a las repugnantes dictaduras que lo rodean. La diferencia implica sus costes, y la superioridad en el plano de los valores hay que demostrarla.

Dicho todo lo anterior, el derecho a la defensa asiste a Israel. Primero, porque se lo otorga el derecho internacional –que sólo parece válido cuando se reclama su cumplimiento del estado hebreo, por lo visto- y segundo porque, hasta el momento, es la única parte que da visos reales de estar comprometida con una solución, que necesariamente habrá de ser parcial e imperfecta, al conflicto. Nada de lo que ocurre estaría sucediendo si Siria e Irán se condujesen como estados respetuosos, de entrada con la soberanía del Líbano –convertido en una cómoda plataforma de lanzamiento de misiles y en un verdadero escudo protector para los auténticos responsables-, probablemente, tampoco si Irán, en particular, no estuviese metido en una crisis provocada por ellos mismos y por el iluminado que les acaudilla, a cuenta de las pruebas nucleares, con evidentes necesidades de distraer la atención.

De todo ello son conscientes las cancillerías de las democracias occidentales. Dado que los Estados Unidos resultarán siempre sospechosos de connivencia con Israel, ahí está la mesura de los estados europeos, alguno de los cuales está ofreciendo sus buenos oficios como intermediario. Tampoco la propia Unión se atreve a dar pasos de los que podría arrepentirse. Todos saben que lo que se predica de Israel por parte de los antisemitas –que los créditos del sufrimiento son agotables (véase la despreciable viñeta de Romeu, hoy, en El País)- es perfectamente aplicable a quienes, una y otra vez, rechazan cualquier oportunidad de mejorar la situación de sus pueblos. Parece que se empieza a admitir que la razón pueda estar, como mínimo, repartida.

La excepción es, cómo no, el pilar europeo del eje Caracas-La Habana. En otro acto estupidez infinita, Rodríguez Zapatero se colocaba al cuello ayer mismo un pañuelo palestino, rompiendo cualquier asomo de neutralidad y haciéndose acreedor a los parabienes ¡de Hezbolah! Moratinos debería dimitir, porque semejante jefe hace del todo imposible la de por sí complicada tarea de un ministro de exteriores.

En este asunto, como en tantos otros, Rodríguez se revela absolutamente incapaz de pensar a más de unos meses vista. Naturalmente, a él, el destino del pueblo palestino le inquieta, más o menos, lo mismo que el del saharahui. Solo que en este caso no tiene ningún motivo particular para desconectarse de la corriente de simpatía que, en España, disfruta ese pueblo. Populista como es, se anuda el pañuelo al cuello en otro de sus infinitos guiños, de sus gestos de cara a la galería. El presidente de la “pa” y el buen rollo.

Paz y buen rollo. A eso se reduce la estrategia diplomática del gobierno socialista. Poco importa que España sea, cada día más, un verdadero outsider. Y lo grave es que a ello contribuyen los voceros de la causa. Ayer mismo, Cuatro abría su telediario propalando la imbecilidad presidencial de ligar este conflicto con la guerra de Irak. ¿Es que la miopía anti-PP puede llegar a extremos tales de poner en riesgo los negocios futuros del patrón? Porque hora es ya de que algunos asuman que, cuando España se quema, algo suyo se quema... señor Polanco.

Algunos deberían ser conscientes de que el del pañuelo es un tipo peligroso. Suficientemente malo y listo como para reventar el presente, pero demasiado tonto como para preocuparse por el futuro.

domingo, julio 16, 2006

HACIA UNA CRISIS

¿Qué de bueno puede surgir de una ración doble de mentira, resentimiento, malicia, frivolidad, ignorancia, torpeza, mal gusto y falta de respeto por los más elementales equilibrios de un estado de derecho? La respuesta parece evidente. Nada. Pues bien, habida cuenta de la exhibición de todo eso y más que viene siendo el zapaterismo, hace falta ser muy iluso para pensar que esta época en la historia de nuestro país puede acabar bien.

No sé cuánto tardará, que puede que sea tiempo, y tampoco sé siquiera si la figura del propio Rodríguez estará ahí cuando se produzca, pero sí sé que algo fundado sobre bases tan pútridas está abocado, necesariamente, al más estrepitoso de los fracasos.

Hoy mismo, Pepiño Blanco hacía una exhibición de miseria moral de las de antología, echándole por anticipado al PP la culpa del eventual fracaso de las conversaciones con ETA. Conociendo a la parroquia, ya sabíamos todos que eso iba –que eso va- a ser así, pero, hasta ahora, los dirigentes socialistas seguían mirándose al espejo todos los días, lo que les obligaba a dar unos mínimos. A no poner ciertas cosas negro sobre blanco. Se conoce que Blanco se afeita de espaldas.

La perla de Blanco se suma a la estelar intervención del jefe de la banda, a propósito del conflicto del Oriente Medio. También podíamos todos suponer, a la vista de las palabras y obras del sujeto, que Rodríguez es antisemita y antiisraelí (porque rara vez el que acrisola las virtudes de José Luis deja de lucirlas todas juntas). Pero ahora, a la certeza de lo anterior se une la evidencia de que es un pésimo analista político y, por supuesto, de que es un torpe Primer Ministro.

Muchos son los gobiernos europeos que no comulgan al cien por cien con la política del único estado democrático del Oriente Próximo, pero son pocos los que, por cautela diplomática, suelen despacharse con ataques sañudos. Tras la invitación a la deserción, en Túnez, y excepción hecha de la política latinoamericana en general –desastrosa de cabo a rabo-, esta es la más sonada contribución que se recuerda de ZP al anhelado aislamiento de España.

Ni una palabra, por supuesto, para las víctimas israelíes y ni un reproche, claro, para las facciones terroristas a sueldo de Irán y Siria –dos acrisolados estados de derecho, ya se sabe-.

El gobierno socialista de España está logrando agotar los calificativos. Y agranda cada día más la sima que le separa de la mitad del país que no le vota, pero a la que gobierna. Ciertamente, el desprecio es mutuo, porque no se sabe quién desprecia ya más a quien, si algunos españoles a su gobierno o su gobierno a esos españoles. Me temo que el gobierno lleva ventaja.

El número de esos españoles descontentos va creciendo. Porque primero fueron los españoles de derecha, los conservadores, y los votantes del Partido Popular. Pero la nómina se va ampliando con los españoles que creen en el estado de derecho y con los que quieren que su país sea una democracia occidental corriente, homologable a las demás, y no una Venezuela enclavada, por azares de la geografía, en Europa Suroccidental.

Porque eso es la España zapaterista. Una república bananera incómoda en su cuerpo de estado de derecho vulgar. Las ansias bolivarianas del presidente se compadecen muy mal con el insulso gris de esta Europa tibia.

El efecto anestésico de una prosperidad económica asentada sobre pilares endebles –uno de ellos un crecimiento imparable de las personas ocupadas, a base de miles y miles de ilegales- puede impedir que se vea, a las claras, el increíble desaguisado que se está perpetrando. Una crisis económica cíclica que en sí nada debería tener de especial –un transitorio apretarse el cinturón- puede ser el detonante, en nuestro país, de una crisis política y social de considerables proporciones.

Una crisis moral que el tiempo, y los acontecimientos, van a convertir no sólo en inevitable, sino también en necesaria. Después de González, hubo que recobrar la fe en las Instituciones. Después de Rodríguez, va a haber que refundar el estado y la democracia. Al tiempo.

sábado, julio 15, 2006

EDUCACIÓN: EMPIEZA LA SEGUNDA FASE

Y mientras nos entretenemos con zarandajas como las negociaciones con terroristas o la estructura territorial del estado, el verdadero drama, la auténtica catástrofe, prosigue. En estos días se vive un capítulo más de la hecatombe educativa. Me refiero a la “educación para la ciudadanía”, la penúltima perla de la factoría ZP.

Parece que la fase deconstructivista se da ya por concluida. Y es correcto, claro. Ante la pasividad de la derecha cagapoquito –más preocupada por las cuitas de la Iglesia que por la demolición de la escuela en sí misma (tontos, pero buenos cristianos, parece ser el lema de alguno)- el ejército de pseudopedagogos y demás genocidas culturales ha llevado a sus últimas consecuencias el ansia destructora. Hoy ya no queda nada que destruir, puesto que la escuela española ni educa, ni socializa. Misión cumplida, pues. El riesgo de tímida marcha atrás en el gran salto delante de nuestra pedagogía ha sido, loados sean los vigías custodios, oportunamente conjurado.

Hecha, pues, tabla rasa de la vieja educación y devueltos los educandos al estado primigenio de la ignorancia más supina sin posible remedio, es ahora el momento apropiado para acometer la segunda fase, ésta ya constructiva y positiva.

Ahora, toca formar buenos ciudadanos, según el único patrón posible: el progre. Como las legiones de obreros alienados que poblaban las entrañas de la Metrópolis de Fritz Lang, así las nuevas generaciones de españolitos saldrán de los colegios repitiendo como mantras las imbecilidades del nuevo catón.

No sé a ustedes, pero a mí me tiemblan las carnes sólo de pensar que tendré que compartir el futuro con decenas de miles de zapateritos, con un pensamiento hecho de frases prefabricadas, moralmente relativistas y con Suso de Toro como autor de cabecera. Me imagino un país cuyas librerías sólo vendan libros de autoayuda. Da terror.

Dirán que, como siempre, ya estamos exagerando. Al fin y al cabo, sólo se trata de educar a los niños en los valores que inspiran nuestro ordenamiento jurídico y nuestra Constitución. ¿Acaso no es eso lo que reclamábamos algunos?

Pues no sólo no es eso sino que, además, si de algo está viciado este invento es, precisamente, de inconstitucionalidad. Y de inconstitucionalidad profunda, además, de la buena, de la relacionada con los derechos fundamentales. Intentaré explicarme.

Que nuestra Constitución (y permítaseme que hable de nuestra Constitución como si aún estuviera plena y absolutamente vigente, cosa que es legítimo dudar) tiene un contenido axiológico es incuestionable. La Ley Fundamental incorpora, sin ningún género de dudas, un esquema de valores que inspiran el texto y, como consecuencia, todo el ordenamiento jurídico derivado.

Al ser esta, y no otra, la matriz de valores de nuestro ordenamiento, y por la propia definición de derecho –el derecho se impone coactivamente- todo el mundo viene obligado a acatar, siquiera de manera mediata, esos valores (en la medida que se acata la ley, se acatan los valores que la inspiran).

Sin embargo, acatar no es compartir, y así como el acatamiento es plenamente exigible, la aceptación no sólo no es exigible sino que, por el contrario, el mero intento de imponerla supone una violación del marco normativo, que consagra la libertad de conciencia.

Muchos autores han defendido –en línea que yo, modestamente, comparto- que el Estado es incapaz de enseñar religión, por ejemplo. Quiero decir que no puede indoctrinar en una religión (lo que es, evidentemente, distinto de enseñar la doctrina sin ánimo de que sea creída –describirla- o de tratar el hecho religioso en su vertiente filosófica, histórica, enseñar a distinguir un rosario de un collar de perlas, vamos). No puede hacerlo, porque ello implica entrar en un terreno que está constitucionalmente reservado al individuo.

Lo que vale para cualquier religión vale también para cualquier moral particular, que es en lo que se transforma la ética pública cuando se la contempla desde la dimensión individual. Cualquier intento de “formar buenos ciudadanos” que pase por reclamar la adhesión a ciertos valores viola, de raíz, la libertad de conciencia (art. 16 de nuestra Constitución).

Pero, ¿acaso no habíamos dicho que, precisamente, una de las funciones de la escuela era la de formar ciudadanos? Sí. Parece una contradicción, pero no lo es. La escuela forma ciudadanos en tanto que pone al educando en relación con otros mediante los mecanismos habituales de la relación social en democracia. La ciudadanía tiene que ver con el comportamiento en el seno de la comunidad, no con las creencias de cada cual, ni con su grado de adhesión íntima al esquema de valores.

Yo mismo, o cualquiera de los que me leen, en general, seremos buenos ciudadanos, en tanto que respetamos el orden jurídico, social y político y nos comportamos de manera acorde. ¿Significa eso que todos asumamos el contenido axiológico de la Constitución? Me temo que en absoluto. Allá cada cual con su conciencia.

Pero me temo que, una vez más, no habrá ninguna reflexión a fondo sobre este asunto. Sólo escándalo porque enseñan a los niños que otros niños pueden tener “dos papás”. U el caso es que es difícil imaginar, realmente, una situación más peligrosa para las libertades que una “educación para la ciudadanía” bajo la égida de un ZP. Para echarse a temblar.

jueves, julio 13, 2006

SIEMPRE PIDIENDO MÁS Y MÁS LEYES

El penúltimo numerito liado por los pilotos de Iberia acaba como de costumbre: con llamadas a la introducción de una regulación del derecho de huelga. No digo que no pueda ser conveniente que ese derecho fundamental –que no ha sido, hasta la fecha, objeto de un desarrollo legislativo similar al de otros derechos de igual rango- sea tratado por el legislador, pese a que también es un lugar común eso de que la mejor ley de huelga es la que no existe. Lo que sí digo es que me resulta enormemente llamativa la recurrente solicitud de más regulación... cuando está más que comprobado que no suele aplicarse la existente. Parece que la única regulación aceptable es la regulación prolija.

De entrada, un buen sistema es dejar que las cosas funcionen como deben funcionar. Me explico. La dialéctica entre trabajadores y empleador en una situación de conflicto está siempre modulada por el interés común, que no es otro, en última instancia, que la pervivencia de la empresa. Por eso, en general, las huelgas más devastadoras son las de los empleados de servicios públicos y, en particular, las de funcionarios. Se trata de paros de empleados cuyo empleador no puede quebrar y, por consiguiente, es imposible que el trabajador, llevando al límite sus reivindicaciones, termine por provocar la desaparición de su puesto de trabajo.

Especialmente grave, en este sentido, es el caso de las compañías con “apoyo implícito”, es decir, compañías respecto a las cuales, sin ser públicas, existe una razonable certeza de que los poderes públicos no permitirían su caída. Si un buen día los pilotos de Iberia, o las azafatas, o la incompetencia de sus gestores, llevara a Iberia a la bancarrota, es harto probable que surgiera otra aerolínea que, con diferente logotipo pero con los mismos aviones y los mismos empleados siguiera haciendo la vida imposible a los españoles. En esto, como en tantas otras cosas, nos encontramos con una liberalización que ha dado lugar a un operador dominante, con los efectos consiguientes, entre ellos, el estímulo al abestiamiento de los huelguistas.

En otro orden de cosas, conviene recordar que nuestros legisladores decimonónicos ya dejaron escrito –recogiendo la tradición romana- que nuestras leyes no amparan el abuso de ningún derecho y, sobre todo, que quien causa un daño a otro, que este otro no esté en la obligación de soportar, debe pechar con la oportuna indemnización. En ningún sitio está escrito que el derecho de huelga esté libre de esta constricción, por más que sea difícil hallar los precisos límites en los que ésta ha de situarse.

Si un colectivo determinado va a la huelga con unas reivindicaciones juiciosas, aunque sean muy ambiciosas, y abre un conflicto con su empleador para lograrlas, podrá hacer uso de todas las herramientas que el ordenamiento pone a su disposición. Es probable que ello cause perjuicio a otros, y esto es inevitable, pero nada más ha de suceder si se está obrando con rectitud.

Por el contrario, si las reivindicaciones son demenciales (por ejemplo, si un determinado grupo de trabajadores bien pagados –con músculo financiero para suspender su contrato de trabajo por muchos días- decide pedir la luna y dejar de trabajar hasta que se la bajen), se piden imposibles o cosas claramente irrazonables, las reglas deben aplicarse, y deberán hacerse responsables de los efectos de sus actos. Ciertamente, entraña graves dificultades el determinar qué ha de entenderse por “juicioso” o por “razonable”, pero estas complicaciones no son mayores en este caso que en otros muchos de los que entienden habitualmente, con más o menos fortuna, jueces y tribunales.

Ya digo, resulta muy común que muchas cosas, y muchos comportamientos antisociales se acepten como si fueran desdichas inevitables, en espera de la venturosa ley que, por acierto del legislador inspirado, tipifique precisamente esta o aquella conducta odiosa. Esto no es más que otro de los efectos indeseables de la mentalidad asociada a un estado que por ser hiperreglamentista, es cada vez menos eficaz. Son necesarios años de esfuerzos para que el regulador de turno se digne a atacar un problema que un jurisconsulto romano hubiera resuelto sin pestañear con recurso a una simple regla vigente en todo tiempo y en todo lugar: neminem laedere. No dañar. No molestar a los demás con nuestra conducta o, si lo hacemos, atenernos a las consecuencias.

No sé bien hasta cuándo se seguirá aguantando esta paradoja de que la sensación de impunidad absoluta frente a un huelguista salido de madre, un niño que quema contenedores, un conductor que se comporta como un asesino coexista con unos volúmenes de legislación inabarcables.

Nadie es capaz de conocer, hoy, todo el derecho vigente. Nadie es capaz de saber, a ciencia cierta, cuántas leyes y reglamentos gobiernan nuestra existencia. Pero no es menos cierto que, de todas esas leyes, unas cuantas están avaladas por el sentido común y el buen juicio, y además están más que vigentes. Aplíquense. Y sólo si faltan habrá que hacer leyes nuevas.

domingo, julio 09, 2006

NO VALE ESCONDERSE

El gobierno socialista, en materia diplomática, empieza a parecerse a Arafat. No pierde una oportunidad de perder una oportunidad. Tienen la manía, además, de escoger para subrayar su insignificancia, su inanidad, el contraste con los más poderosos, con los más fuertes. Habrá mucho cretino que quiera ver en desplantes absurdos e infantiles como el de hoy –o el rojo chillón de la vicetodo allí donde sólo visten de rojo los cardenales (insisto, y esta es discreta, Leire Pajín se hubiera presentado con minifalda, seguramente)- actos de “firmeza”, de “convicciones” (al estilo del concejal pamplonés del otro día). Es, en realidad, hacer el ridículo más espantoso. Nada mejor que emplear como altavoz la visita del líder espiritual más importante del mundo –y, claro está, el representante de la organización más antigua de todas las que existen sobre la Tierra y, aunque solo sea por eso, persona muy eminente en el mundo diplomático- para subrayar ante millones de personas que se es un ignorante, un cretino, un descortés, un ser nulo y sobrepasado completamente por los acontecimientos.

Es probable, es seguro, que la diplomacia vaticana, no por caridad cristiana, sino por experiencia en lances entre Estados, ya sepa de sobra que no se halla frente a nada importante. Son sólo unos pobres diablos a los que la historia regaló una ocasión que no se esperaban de jugar a progres. De hacer el tonto, en suma.

¿Merece la pena cansarse en recordar que una misa oficiada por el Papa es algo más que un acto religioso y que no es preciso tener ningún tipo de convicción en particular para participar de él? No. No merece la pena porque, probablemente, ya lo sepan y, sobre todo, porque no habrían dudado ni cinco minutos en ir, dándose patadas en el culo, a una misa ortodoxa oficiada por el Patriarca de Constantinopla, a un oficio hebreo dirigido por el Gran Rabino de Jerusalén, o a una ceremonia islámica a cargo de un alto representante de la clerecía musulmana, ¡y no digamos ya cuántos se perderían una “oración por la paz” en presencia del Dalai Lama! No es un problema de convicciones o de no convicciones. Es otro estúpido acto de “fuerza” frente a quien, por razones obvias, no va a responder, o no va a responder de manera evidente.

Una muestra de “fuerza” es, por ejemplo, visitar el Sahara, o intentar parar los pies a los dictadores y tiranuelos con los que estamos a partir un piñón. Tipos que, por cierto, sí suelen tener capacidad de hacernos daño, sea porque compartimos frontera, sea porque tenemos intereses en los países que castigan con su presencia. Pero no, ahí no.

Estamos, de nuevo, ante uno de los múltiples gestos destinados a alimentar la dichosa “imagen” que es el pilar sobre el que se asienta el zapaterismo. En esta ocasión, el bien sacrificado es la imagen exterior de España. Pero eso no importa, también como de costumbre. Dentro de poco dará igual, porque no va a quedar mucha imagen que dilapidar.

Mucha gente –yo mismo, algunas líneas más arriba- se desahoga diciendo que, en realidad, es que José Luis y su banda no son dignos de la magistratura que ostentan. Que son una mera casualidad, hijos de una coyuntura histórica desdichada. Que, en suma, lo que ve el Papa no es un gobierno de España representativo.

Pero no es cierto, mal que nos pese. En primer lugar, el gobierno de España es plena, absoluta y legítimamente representativo. Y, sí, sus actos son imputables a la Nación, al menos hasta que su mandato sea revocado. Lo siento, pero sí, somos el país cuya vicepresidenta se presenta en el Vaticano vestida de rojo chillón de pies a cabeza. No vale esconderse.

Y es que me temo que José Luis y sus muchachos, además de ser representativos en sentido jurídico-político (y ahí están las elecciones para demostrarlo) son muy representativos en sentido sociológico. Son un gobierno inane, superficial y dado a los golpes de efecto para un país inane, superficial y dado a los golpes de efecto.

Este es el país de los concejales a los que sus convicciones les impiden gritar “viva San Fermín”, pero que quieren seguir ejerciendo su derecho a lanzar el chupinazo. Pues eso. Que esta es España, y este es su Gobierno.

sábado, julio 08, 2006

EUROPA: CULTURA E IDENTIDAD

Creo recordar haber leído en prensa esta semana que la Comisión Europea estaría pensando en publicar algunos de sus boletines en latín. Se trataría, obviamente, de una cuestión simbólica que, no obstante, debería ser muy bienvenida. Al fin y al cabo, hablamos de un auténtico patrimonio común de todos los países europeos, sin excepción. Hasta la llegada de la pedagogía de la ignorancia absoluta –triunfante en casi todo el Continente, y excelsamente representada en países como España- el latín era asignatura obligatoria para todos los bachilleres de Europa, incluidos, por supuesto, los de aquellos países cuya propia lengua no es un romance (es más, en esos países, y sobre todo en Alemania, el cultivo de la lengua de Roma ha tenido siempre una tradición que hace enrojecer de envidia y vergüenza a quienes, supuestamente, la tenemos como lengua protomaterna).

Hace muy bien la Comisión en orientarse por esos fueros. Precisamente ahora, que todo el europeísmo está en pleno debate y que el proyecto europeo pasa por una de sus peores crisis, ahora que Europa es un personaje en busca de autor, es buen momento para buscar dónde puede residir el cimiento de nuestra unidad. Y ese cimiento está en la cultura superior, en ningún otro sitio.

Europa no es una nación, eso parece claro. No es una nación en sentido étnico, porque no existe entre los europeos un común sentimiento de pertenencia, ni compartimos una cantidad suficiente de los elementos que, por tradición, se dice que sustentan a la nación: lengua, costumbres, razas... Tampoco es, exactamente, una nación cívica, porque no se ha alcanzado entre los europeos un pacto constituyente, no se ha verificado ese “plebiscito cotidiano” del que hablaba Renan, esa voluntad de vivir y construir algo juntos. No, al menos, de una manera inequívoca. Todavía, la relación de los europeos con Europa se halla claramente mediatizada por los aparatos estatales y las naciones a las que estos sirven de vehículo. Y tampoco tiene por qué haber prisa en que deje de ser así. Es más, puede decirse que la prisa, en esta materia, es mala consejera. Lo mucho o poco que se ha avanzado hasta ahora –algunos creen que es poco y por eso no paran mientes en ponerlo en riesgo, otros creemos que es mucho y que un elemental sentido práctico (y un europeísmo verdadero, por qué no decirlo) aconsejan ponerlo a resguardo- ha sido tras un camino tortuoso, pero que, precisamente por la prudencia y el “perfil bajo” ha venido consolidando hitos.

Los Giscard de turno son la mejor receta para el desastre, sin duda.

¿No existe, pues, una identidad europea? ¿No existen, entonces, los europeos, más allá del predicado inseparable –por razones geográficas- de su condición de ciudadanos de los diferentes países de Europa? Yo no diría tanto. Creo que sí existe una identidad europea, un alma europea. Pero –y esto es, si bien se mira, lo más estimulante de todo- esa identidad nada tiene que ver con la “identidad nacional” tan al uso.

La “búsqueda de la identidad” tal como suelen proponerla los nacionalistas, es un viaje hacia la irracionalidad. Un bucear en lo inconsciente, en los sentimientos. Un ir hacia atrás en la historia. Es algo profundamente anacrónico y que, en última instancia, nos aísla de nuestros semejantes.

Si existe una identidad europea hay que buscarla en sentido exactamente contrario. Por elevación, dirigiendo la mirada hacia las más altas creaciones del alma humana. Esa identidad, si está en algún sitio, es en la gran cultura europea, el precipitado de todas las cosas que han ocurrido en este continente durante dos mil años.

No compartimos lengua, ni folclore ni recetas culinarias –lo que, para algunos, es la “verdadera identidad”: un pueblo, una lengua, una raza, una forma de asar salmonetes-, nos diferenciamos vivamente en “lo cercano”. Sin embargo, los europeos se van haciendo más semejantes a medida que ascendemos por la escala. Al igual que las lenguas muestran su semejanza en su forma más culta –será difícil que un español hablando en la jerga de los barrios de Sevilla y un francés en el semidialecto de las banlieue parisinas lleguen a entenderse; pero un español y un francés educados y con conocimiento de las normas cultas de sus respectivas lenguas pueden adentrarse con cierta soltura en los periódicos del día del otro país-, las tradiciones culturales se tornan, en su forma más elevada, una única.

La europeidad permanece oculta durante las fiestas patronales y no aparece al pie del campanario, pero brilla en las universidades, en los museos y en las bibliotecas. Velázquez pudo pintar como pintó porque estuvo en Italia, y a su vez Manet pintó como lo hizo porque visitó el Prado. Newton y Leibniz pudieron disputarse la paternidad del cálculo porque uno y otro conocían sus respectivos trabajos. El barón de Montesquieu vive en las constituciones no ya de Francia, sino de todo el Continente. La música culta presenta, a lo largo de la historia, movimientos de carácter pancontinental. Y así un largo etcétera.

La Comisión Europea tiene en la cultura la gran veta para explotar. Pero obviamente, tendrá que ser la Cultura con mayúsculas, no la cultura de los culturetas, la cultura capitidisminuida de los progres y las sanguijuelas de presupuesto. Los programas culturales de la Unión deben enfocarse hacia el patrimonio verdaderamente compartido, no hacia los endemismos regionales y a los fenómenos locales. El folclore está muy bien, y alguien deberá cuidarse de él pero, ¿debe interesar a las instancias promotoras del europeísmo?

Soy consciente de que mi propuesta va claramente en contra de las de los abogados de la “protección de la diversidad”, para los que la cultura europea no es más que la suma de las culturas singulares, no ya nacionales, sino locales, que forman, sí, un caleidoscopio de riqueza. Según ellos, si las Autoridades europeas potencian el tronco común, esa diversidad podría perderse. Me malicio, además, que quienes así piensan no tienen ninguna gana de que se subraye aquello que, además de unirnos, nos asemeja a la “Europa transterrada”, que está en América. Desde la potenciación del patrimonio compartido, es mucho más difícil sostener esa idea de la “Europa alternativa”.

Tengo contra estas opiniones dos objeciones fundamentales.

La primera es que, no teniendo nada contra la diversidad, no entiendo por qué su protección debe ser la misión de quienes representan la unidad y tienen como mandato promoverla. Es más, si algo vivimos hoy en día es una verdadera inflación de diversidad, en detrimento de los aspectos unitarios. La pregunta no es quién se ocupa de la diversidad sino, más bien, quién se cuida de la unidad.

Por otra parte, ambas cosas pueden coexistir porque, de hecho, han coexistido siempre. La gran cultura europea ha existido, a lo largo y ancho del continente, superpuesta y en convivencia con las culturas nacionales y locales. Y jamás ha representado ninguna amenaza para ellas.

En problema, y problema profundo, además, es que los diversos socialistas de todos los partidos que pueblan las instancias nacionales y comunitarias no quieren “descubrir” la identidad europea, sino “construirla”. Y entonces, sí, es cierto que cuando los socialistas de todos los partidos se ponen a “hacer país” y a “construir” cosas, otras cosas que no tendrían por qué desaparecer empiezan a peligrar.

jueves, julio 06, 2006

CONCEJALES Y TRADICIONES

Dice la prensa que el concejal encargado del chupinazo de este año ha cambiado el tradicional “viva San Fermín” por ser agnóstico. Yo creo que es más bien por ser idiota. Me perdonarán ustedes el exabrupto, pero no se me ocurre otro calificativo más ajustado.

Al parecer, al andoba no le parece mal gritar “vivan las fiestas de San Fermín” o cosa por el estilo. Esto es, como es agnóstico, lo que le fastidia es -parece- el motivo por el que se festeja, no el que se festeje en sí. De verdad, tanta profundidad filosófica es que abruma. O sea, que gritando “viva la virgen de los Remedios” se plantea un auténtico conflicto de convicciones, pero se soluciona diciendo algo así como “viva la procesión de la virgen de los Remedios” (entonces, el oyente comprende que nuestro entusiasmo se refiere a la procesión en tanto que evento sociocultural). Ya digo, qué precisión. Recuerdo haber leído a Heidegger que, en rigor, es inexacto decir que un círculo es redondo, un círculo es –según el maestro- la redondez simpliciter, la redondez a se. Bueno, pues al lado del concejal pamplonés, Heidegger era un piernas, se lo digo yo.

Si esto no es ser imbécil, que venga Dios y lo vea (y, por cierto, esto no pasa de ser una frase hecha, un giro acuñado, quiero decir que no estoy, en sentido estricto, invocando al Altísimo para que baje y mida las entendederas del edil de marras).

Hay días que uno, que creía estar curado de espantos, aún se lleva las manos a la cabeza. ¿Cómo es posible no ya que pulule por el mundo tanto capullo, sino que, encima, ocupen puestos de responsabilidad, como el de concejal de una capital importante?

Con todo, esto no es lo más sorprendente. Bobos ha habido toda la vida. Lo que es muy sorprendente es el nivel de tolerancia que se ha desarrollado, al menos en este país, para con la bobería. Me imagino que todo arranca de esa confusión que lleva a decir que todas las ideas son respetables. Pues no, en absoluto, lo que son respetables son las personas y, eso sí, lo que debe respetarse siempre es su derecho a decir lo que les apetezca.

Tenemos, pues, derecho a decir paridas, pero no a que todo el mundo nos tome en serio. Ni siquiera a que disimulen. Si yo propongo, en el salón de Plenos de mi ciudad, gritar que “viva la Constitución”, desde el balcón, el día que se festeja al santo patrón –y por eso es fiesta, más que nada-, me hago acreedor a que el alcalde me eche con cajas destempladas por tonto del culo. Al menos, hasta el día en que se celebre la Constitución, que será cuando proceda mi propuesta. Pero, no, me dejarían dar mi pregón agnóstico, y alguien –probablemente, el propio alcalde, como hoy la alcaldesa de Pamplona- intentaría estar al quite, para remediar mis carencias como pregonero.

Que la tontería es consustancial al género humano, no lo discute nadie. Otra cosa es que tenga patente de corso.

Curiosamente, en otro ejemplo muy habitual, el concejal de Aralar ha reclamado su derecho –creo que le tocaba por turno- a estar en el balcón, pese a avisar que, por su carácter de agnóstico, no aceptaría la fórmula tradicional. Otro concejal dijo que él lo haría muy gustoso, porque no tenía escrúpulo alguno en dar vivas a San Fermín –cuestión de principios donde las haya-, pero el agraciado de este año se negó.

Es decir, como es habitual en la progresía y adláteres, no es que nuestro concejal esté en contra de la tradición, cosa muy lícita, sino que reclama su derecho a modificarla como le plazca.

Lo malo que tienen las tradiciones es que, por ser producto del tiempo y del acuerdo tácito, no pertenecen a nadie individualmente. Por eso no se pueden cambiar y conservar su esencia al tiempo. Sólo cabe rechazarlas o aceptarlas como son. Una tradición, cuando se innova, deja de ser tradición ipso facto. Se convierte en otra cosa, que puede estar muy bien, pero ya no es tradición. Y, ya digo, lo malo es que nadie es dueño, a título personal, de los usos y los hábitos, que son sociales, colectivos, y sólo pueden cambiarse colectivamente.

Afortunadamente, ya no se obliga a nadie a participar de ningún acto que violente su conciencia. Al que no le gusten los santos, pues que se quede en casa cuando se les vitoree, o que se incorpore a la fiesta un poco más tarde. Justo después de misa... como se ha hecho toda la vida.

miércoles, julio 05, 2006

EL VERDADERO SENTIDO DE LA DECLARACIÓN

La mayor parte de los ciudadanos europeos piensan que el Parlamento Europeo carece por completo de competencia alguna. Por eso lo dejan huérfano de legitimidad, con unas cifras pavorosas de abstención cada vez que son llamados a formarlo. Si bien es verdad que el PE no es, ni mucho menos, como un parlamento nacional y que nació como un órgano consultivo llamado a remediar el “déficit democrático” de las Comunidades Europeas (por lo visto el Consejo es un órgano carente de legitimidad e integrado por autócratas que no responden ante nadie) la impresión es incorrecta. Muchas materias trascendentales son hoy objeto de lo que se denomina “codecisión”, es decir, el concurso del PE es imprescindible para promulgar muchos actos de derecho comunitario. El PE tiene, además, importantes competencias financieras, y tiene capacidad para censurar a la Comisión. En suma que, si quisieran, tendrían trabajo.

Seguro que los ciudadanos europeos pensarían de otro modo si, además de no ser usado el PE como cementerio de elefantes, refugio de fracasados, purgados y exiliados, cuando, por esas casualidades de la vida, sale el salón de plenos en la tele, vieran alguien dentro. No lo ven porque no van. Porque, además de tener un quórum impresentablemente bajo para una institución numerosa –cuyos miembros, todos, perciben generosos emolumentos- el PE padece una tasa de absentismo que sería intolerable en cualquier institución nacional.

Así pues, el PE es una institución que, pese a ser importante, parece no importarle a nadie, ni a los electores ni a los elegidos. No parece, pues, el sitio más adecuado para hacer una declaración de alcance.

Por otra parte, los socialistas españoles, con Borrell a la cabeza conocen perfectamente la historia de España. Así pues, ya saben lo del 34 (al fin y al cabo, militan en el Partido que lo perpetró), y saben de sobra que la República no fue, de ninguna manera, un modelo de democracia –ni siquiera una democracia a secas-, y saben todas esas cosas que, saltando como resortes, algunos se empeñan en recordarles. Saben, también, porque son personas cultas, que las potencias europeas tuvieron muchas razones, algunas más legítimas que otras, para no derrocar al general Franco, y para no hostigarle desde fuera durante todos los años en los que nadie lo hacía desde dentro. Saben, por supuesto, que las responsabilidades no se heredan y, por tanto, nadie tiene que pedir perdón a nadie por lo que sucedió hace setenta años. Saben también, por descontado, que la complejidad real de la historia no es aprehensible en el conjunto de eslóganes y frases hechas de que se compone la dichosa “memoria histórica”. Y, en fin, a Borrell y a los demás socialistas les importan una mierda Franco, las víctimas de Franco, la República, las víctimas de la República (estas sobre todo) y la perfidia de los europeos que no acudieron a rescatarnos, desembarcando en Laredo ya que iban a Normandía.

La pregunta es, pues, obvia: ¿por qué unos señores que saben todas esas cosas y que no tienen ningún interés real fuerzan a otros señores cuyo desconocimiento de la cuestión que se trata es absoluto, en una institución comunitaria que destaca por silente, a hacer una declaración que, en el mejor de los casos, sólo será escuchada en España?

La respuesta aparece, cómo no, en el diario El País de hoy. En la portada. No interesa, en absoluto, que el PE condene el franquismo, sino que Mayor Oreja (se personaliza en Mayor, pero se quiere aludir al PP en su conjunto) no lo condena. Sobran los matices y sobran las reflexiones. Se trata, pura y simplemente, de que el lector retenga la dupla: “PP-Franco”. Ése, y no otro, es el verdadero sentido de esta pantomima.

Además de servir como ejemplo de la miseria moral que caracteriza a cierta gente, el suceso viene al pelo para ilustrar la famosa cuestión de la “moderación” o, si se prefiere, el tipo de dilemas-trampa que, con mucha habilidad –al césar lo que es del césar- se le vienen planteando a la derecha.

Varias personas me han comentado ya que un signo de “moderación” sería, precisamente, que el PP se aviniera a participar de las múltiples condenas, declaraciones, etc. que se le proponen. A buen seguro, hay mucha gente que, en la propia derecha, se plantea que, en efecto, “no costaría nada” echar una firmita al pie del manifiesto de turno y romper, de una vez, ese nexo nefando entre la derecha democrática y el franquismo. Si eres sospechoso de nada, ¿por qué te niegas?

Vaya por delante que el argumento es falaz, sencillamente porque, si el PP estuviera en disposición de sumarse a las propuestas estas, bien no se producirían, bien se redactarían de nuevo asegurándose de que le resulten del todo inasumibles. La gracia es que el PP se quede fuera de la foto, no que salga dentro. En todo caso, siempre sería descalificable con el fácil recurso de decir que lo hace “por conveniencia” o “con hipocresía”.

El asunto que tratamos no pasa de anécdota, pero podríamos, fácilmente, elevarlo a categoría sin más que plantear un ejemplo análogo: “Aunque crees que la reforma del estatuto X es inconveniente y probablemente ilegal, ¿qué te cuesta participar de la discusión?” (¿les suena?).

El planteamiento, además de humillante, es francamente retorcido. Se pretende de la derecha democrática, ni más ni menos, que pruebe lo que no es. Tiene que demostrar que no es extremista, tiene que probar que no es antidemocrática. Y para ello se le exige que abdique de su dignidad o, simplemente, de la defensa de posiciones que son perfectamente razonables. Se le exige que asuma, si no el discurso del adversario, sí sus claves fundamentales. Así de claro. Y hay quien todavía, en efecto, dice que, total, no costaría nada.

martes, julio 04, 2006

BUENAS NOTICIAS DESDE MÉXICO

Aún no es seguro, pero todo apunta a que Felipe Calderón, del PAN, será el presidente de México para el próximo sexenio. De verificarse los datos que circulan por la Red, le habría sacado al izquierdista Andrés Manuel López Obrador cerca de un punto porcentual. Lo que se dice una ventaja estrecha. Es evidente que entre que gane un candidato o gane otro, media un abismo, y el futuro de México –y, por extensión, de América- puede variar sustancialmente.

Con todo, para el observador externo, la noticia no es esa. La noticia es que el PRI, el todopoderoso PRI, y su candidato ni siquiera han tenido opciones de disputar la magistratura que, hasta hace sólo seis años, parecía pertenecerles por derecho divino. Tras dos elecciones, quizá vaya siendo hora de afirmar que la “dictadura perfecta” ha muerto.

Durante 70 años, el PRI gobernó México, en todas sus instancias –de la más humilde alcaldía a la presidencia de la República, pasando por las gobernadurías estatales y, por supuesto las Cámaras Legislativas- mimetizándose con el propio estado. El partido instituyó un régimen que devino un caso de estudio para todos los estudiosos de la política. La apropiación del pasado, el monopolio de la revolución mexicana, el usufructo de toda legitimidad y, en suma un diseño constitucional tan a la medida del partido único que casi resulta de funcionamiento imposible sin él.

Y, sin embargo, acabó. Es difícil concebir un escenario más complejo para el cambio. Un país desestructurado, sin tradición democrática, con elevada corrupción... Nada ayudaba, la verdad, al cambio. Y, ya digo, ha ocurrido. A Vicente Fox no va a sustituirle un presidente priísta. A México le queda mucho, muchísimo camino por recorrer, y no es cosa de hacer pasar a ese país por una democracia modelo, pero lo que ha sucedido es muy, muy importante.

Por increíble que parezca, hasta las burocracias más corruptas son capaces de albergar, de cuando en cuando, tipos decentes. Uno de ellos fue el último inquilino de los Pinos elegido por el PRI: Ernesto Zedillo. A buen seguro, el haber sido el último, por el momento –es posible que, en el futuro, haya presidentes del PRI, pero serán, simplemente, los candidatos de un partido más- de los presidentes del partido único tuvo algo que ver con su propia gestión.

A menudo, como imagen gráfica y aun siendo conscientes de que se trata de un exceso retórico, algunos decimos que el socialismo español siempre ha aspirado a priizarse. A convertirse en el partido único de una democracia imperfecta, en la que es virtualmente imposible que se produzca una alternancia, o esta será anecdótica. Se dice que Cataluña representa el “nuevo modelo” de los socialistas. Tengo para mí que el modelo no es otro que el de siempre: la Andalucía chavista, donde las oscilaciones son de la mayoría simple a la mayoría absoluta.

Llevado de un entendimiento algo particular de lo que es la democracia, el socialismo siempre aspiró a ocupar la sociedad en su conjunto, paso indispensable para perpetuarse en el poder. El socialismo, o el socialprogresismo, es una hidra de muchas cabezas y múltiples terminales, con aspiraciones de régimen. Hasta ahora, el único sector en el que no ha conseguido implantarse férreamente es el poder judicial, donde también tiene sus tentáculos. Un agregado suficientemente complejo de instancias sometidas a unidad de decisión (dónde esté el decisor es otra cosa) y un presupuesto generoso son los mimbres necesarios para hacer el cesto: instituir un régimen particular en el seno de una democracia formal. En el colmo, llega a institucionalizarse a la oposición en su papel de tal. Ese es el papel que desempeña el PP en Andalucía y, por lo visto, el que algunos no tendrían inconveniente en desempeñar a escala nacional (oposición, sí, pero feliz).

Afortunadamente, aquí las cosas –salvo regiones- jamás alcanzaron el grado de sofisticación mexicano. El régimen ha albergado siempre un nivel de disidencia mucho mayor del que exigiría su subsistencia con plena comodidad. Si nunca llegamos tan lejos como los mexicanos, tampoco tenemos que andar un camino tan largo como el suyo. ¡Ánimo, cuates!

lunes, julio 03, 2006

ADIÓS, VIEJO ABC, ADIÓS...

La Tercera de ayer de Zarzalejos en el ABC fue como para enmarcar. Una explicación de por qué la histórica cabecera madrileña va a hundirse, a cuatro columnas. De entrada, el diagnóstico, en la primera media docena de líneas: ETA no va a hacer ninguna barrabasada de aquí a las elecciones, probablemente anticipadas al 2007, y Zapatero podrá ganarlas con comodidad. Hasta aquí, de acuerdo. Hoy por hoy, es lo probable, sí.

Después, vino la crítica. Una auténtica exhibición de “derecha moderada”, dando cuenta de cómo Rajoy perderá por la incontinencia verbal de algunos, por mirar demasiado al pasado y por haber caído en la trampa de la “doctrina Barroso”, es decir, por haberse mostrado como un partido de derecha radical, alejado del centro. Naturalmente, Zarzalejos insiste en autoproclamarse representante de la “derecha liberal”. Y ya va estando uno hasta las narices de tanto meapilas al que le encanta lo de “liberal-conservador” (inciso: casi me da un jamacuco cuando, la semana pasada le leí que los diques que contendrían la disgregación de España serían, amén del Poder Judicial, ¡la Iglesia y la Corona!).

Es probable, sí, que Rajoy pierda las elecciones, pero puede elegir entre hacerlo dignamente o por goleada, con tantos votos menos como lectores ha perdido el ABC este fin de semana. A un servidor, la Tercera de ayer, domingo, le ha resultado la gota que colma el vaso. Con dolor de mi corazón, ahí te quedas, entrañable diario.

Porque ahora estoy convencido de que jamás se realizará en esa Casa algo parecido al periodismo de investigación. Lo impedirá siempre el “sentido del estado”. Si por el ABC hubiese sido, Felipe González seguiría en la Moncloa, probablemente. Y no es por falta de medios, sino por falta de ganas. Por falta de interés.

Porque ayer me di cuenta de que no puedo reconocerme, de ninguna manera, en la línea editorial de ese periódico. Me da verdadero asco esta “derecha moderada”, esta recua de fachas carentes por completo de principios democráticos que son la verdadera caverna, y por eso disimulan.

Entérese, señor Zarzalejos, entérense todos los asesores áulicos. No vale cualquier victoria. No se trata de ganar las elecciones a cualquier precio. Para “lo que sea” ya tenemos a ZP, que es mucho más divertido y tiene menos cara de funeral. Se trata, de una vez por todas, de que haya en España un gobierno con la legitimidad suficiente como para acometer las reformas que este país necesita, y que van desde la limpieza, de una vez por todas, del ministerio del Interior, al cierre del modelo territorial –en el sentido que sea, tras un debate abierto, con luz y taquígrafos-, pasando por la consolidación de un auténtico modelo de separación de todos los poderes (legislativo, ejecutivo, judicial, mediático, económico...)

Y eso sólo puede hacerse mediante una apuesta valiente, un mensaje nítido al electorado que bien puede rechazarlo, y allá él, si lo hace. La derecha cavernícola comparte muchas cosas con los socialistas –al fin y al cabo, son los socialistas de todos los partidos-. ¿Qué tienen en común un socialcristiano acomplejado y un aparatchik de la socialdemocracia? Pues una profunda falta de respeto por la gente. Un creer que saben mejor que los propios ciudadanos lo que a los ciudadanos conviene. Y, por eso, por su bien, no les cuentan nunca la verdad. Prefieren ser moderados, ¿no es cierto? Se va a las elecciones con una reforma tributaria, como mucho, y después nos metemos en una reforma constitucional. Bien, es una forma de pensar. Pero no autoriza a autodenominarse “derecha liberal”, señores míos.

¿Cómo lo diría en términos técnicos?... Pues casi todo lo que al señor Zarzalejos le importa, es decir, la Monarquía, la unidad de España y la moral católica, a mí y a otros como yo nos la suda. Sí, señor, nos la trae floja si mañana se proclama la Tercera República, si el país salta en mil pedazos o si nos despeñamos hacia la sima de la inmoralidad, chingando todos con todos en una especie de Sodoma rediviva. Nada de eso importa en sí. Lo único que verdaderamente importa es la libertad y la democracia. Lo único que verdaderamente importa es el estado de derecho. Lo demás es, simplemente, instrumental.

Si el estado de derecho ha de sufrir, si el Ministerio del Interior va a seguir podrido de bultos sospechosos, si la “razón de estado” va a seguir amparando todos los desmanes. En suma, si vamos a seguir con una democracia “moderada”, a mí me da exactamente igual que gobierne Mariano o José Luis. Como si lo quieren hacer al alimón, señores míos.

domingo, julio 02, 2006

¿Y AÚN SE ATREVEN A PEDIR CONFIANZA?

El diario El Mundo afirma hoy que ETA recibió, allá por febrero de 2004, una oferta del entorno del Partido Socialista con vistas al inicio de conversaciones, más o menos en los términos de lo que ha sucedido después. El hallazgo –al parecer procedente de la documentación de la propia banda terrorista- casa muy bien, por lo demás, con la información, no negada por nadie, que habla de contactos PSE-Batasuna durante todo el período en el que la rama política del terrorismo vasco ha sido ilegal.

Como era de esperar, algunos medios han querido encontrar en la noticia la clave de bóveda del 11M, o la piedra Roseta que permite descodificar el jeroglífico de esta desgraciada legislatura. Ojalá fuese todo tan simple, pero me temo que no. Sobre ese aspecto, seguimos sin saber nada, más allá de que la versión oficial tiene más agujeros que un queso de Gruyère (lo cual no autoriza, claro, a rellenarlos con lo primero que tenga uno a mano).

Pero esta escandalosa revelación –y perdóneseme que emplee un término tan ursulino como “escándalo” a estas alturas y en este país- sí permite obtener otras conclusiones, nada agradables, por cierto, para el Gobierno.

Porque, de ser cierto lo que El Mundo publica, sería más que evidente la traición al Pacto por las Libertades perpetrada por el socialismo español y, por consiguiente, la absoluta falta de autoridad moral con la que algunos pretenden exigir, una vez más, la confianza de quienes, hartos de mentiras, no se fían ya ni de su sombra. Es evidente que los medios afines seguirán hozando en la inmoralidad y poniendo verde a Rajoy y compañía por su negativa a tener fe ciega en el Presidente del Gobierno en este trance. Sin embargo, otros pensamos que Rajoy hará más que bien en curarse en salud y abstenerse de dar su apoyo a semejante sujeto. Es posible, claro, que esta vez sí diga la verdad pero, ¿quién se lo cree?

Miren ustedes por donde, iluso que es uno, yo creí que el Partido Socialista, pese a su acrisolada tradición de no respetar jamás un pacto con nadie, había hecho una excepción con el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Aquejado de la misma imbecilidad que nubla la mente de los asesores de Rajoy, llegué a pensar que ese pacto, el más importante de todos, era la excepción que confirmaría la regla. Quizá el embuste tuvo su solidez por dos razones: porque el PSOE tiene una impresionante nómina de víctimas a las que rendir honor y porque es verdad que fueron ellos los proponentes del pacto. A la vista está que la propuesta no tenía otro fin que el de no ver el previsible fin de ETA desde la barrera, que la de ser partícipe, siquiera como espectador, en el probable acto final de la banda.

Pero, bueno, el pasado es pasado y las ingenuidades de juventud son, eso, ingenuidades de juventud. Ha quedado sobradamente demostrado que no es que el socialismo español mienta, sino que es estructuralmente una mentira. No hay nada cierto en ese mundo. Si lo había, el huracán del Zapaterismo terminó de borrarlo.

Ahora estoy, más que nunca, plenamente seguro de que todo es posible cuando hablamos del PSOE y su mundo. No existen “líneas rojas” ni puntos fijos. No existe ninguna barrera que se pueda confiar en que no cruzarán nunca. Existen, quizá, escenarios más o menos probables, pero no escenarios imposibles a priori. Puesto que no han sido capaces de mantener un pilar recto en su actuar, no tienen el menor derecho a criticar a quienes extienden sus sospechas a casi todo.

Porque, por delirante que sea un determinado escenario, siempre será posible. Bastará que se den las circunstancias oportunas. Esta es la clave de la “nueva política”. Una política que no consiste en aplicar, mal que bien, unos principios a la realidad –esto es, el proyecto político es un objetivo, aplicado sobre una realidad que se desea cambiar, para lo que se necesita, como instrumento, el poder- sino que consiste en mantener el poder a toda costa, cualquiera que sea la realidad sobre la que se opera –es decir, el poder es el objetivo, y la realidad dictará, entonces, cuál es el proyecto político en cada caso.

Confieso que no arrendaría la ganancia a los Sopena, Iglesias, a los editorialistas de El País y demás voceros de la causa. Su papel de cobistas y engañabobos es difícil, porque el objeto de tus loas te puede dejar con el culo al aire en cualquier momento. Lo que hoy elogias como suma de todas las virtudes, mañana puede ser un lastre indeseable. En estas condiciones, sólo puede haber, cierto, una cosa a la que agarrarse con cierta seguridad –es decir, sin riesgo de que te echen la hemeroteca encima-: la “flexibilidad”.

Bien mirado, si la “flexibilidad” y la “cintura” son virtudes cardinales, nadie descolló más en ellas que todos los traidores que en el mundo han sido. Por desgracia, Bruto, Don Julián, Vellido Dolfos y demás ralea tuvieron la mala suerte de nacer en época sin diarios independientes de la mañana. Pero seguro que pronto les llegará su rehabilitación. Como ejemplos señeros de flexibilidad que fueron.

sábado, julio 01, 2006

EL LIBERALISMO ES COMO UN VIRUS

En respuesta a mi post de ayer, me deja un comentarista el siguiente párrafo:

Bla bla bla. España ha muerto, ¿por qué coño no os queréis enterar? Parecéis judíos en 1938... Salid por piernas en cuanto podáis. España es un cadáver cuya corrupción os va a salpicar a todos. ETA gobierna el país y lo que va a venir en estos años no está ni en vuestras peores pesadillas. ¿De verdad no os dais cuenta, liberales?

Y, qué quieren que les diga, me llegó al alma. Me coge en horas bajas, supongo. No tanto por lo que se dice, claro, como por el trasfondo. El comentarista exagera, pero, no sé si conscientemente, toca una fibra sensible: la de recordarnos, por si hiciera falta, a los liberales, nuestra inutilidad, nuestra prescindibilidad. Que no tenemos sitio en este país que algunos dan ya por muerto.

Ya digo, me coge en horas bajas. Muy bajas. Reconozco que el referéndum catalán fue para mí un auténtico mazazo. No porque perdiera la tesis que yo, modestamente, promovía, sino porque he visto a las claras cómo algo más de la mitad de los catalanes –que no tengo ninguna duda de que, en esto, son más que representativos de sus conciudadanos españoles, en general- es indiferente a cuál sea la matriz ética de la sociedad en la que viven. Se quedaron en casa, o en la playa, mientras se dirimía cuál habría de ser su norma fundamental para los próximos años. Por si esto fuera poco, el presidente del Gobierno me amarga el fin de semana con una declaración consternante. Un auténtico cúmulo de despropósitos que evidencia hasta qué punto ha llegado el deterioro moral de esta democracia. Y lo hace, me temo, en medio de la indiferencia de los más.

Confieso que, estos días, me he planteado cerrar este blog. Por falta de objeto, más que nada. Me he planteado, sí, qué sentido tiene la política democrática en España. Me he preguntado, me he vuelto a preguntar, si es posible realmente que exista la política, en su sentido más noble, en un país como el nuestro. El espectáculo de mierda que ofrecen, día a día, nuestros partidos, es el mejor reflejo de una sociedad adocenada. ZP es el presidente que los españoles se merecen, sí. Y merecen, también, que su país se vaya a tomar por saco, y que sus hijos vivan peor que ellos, siendo menos libres. ¿Acaso no se quedan en su casa cuando se les hacen preguntas trascendentes, cuando se les da la oportunidad de decir algo? Pues que se jodan y pechen con el resultado. Que vivan con ZP, si es lo que desean. O con Gallardón, que eso va en gustos.

Confieso también que, en medio del delirio, he llegado a flaquear y a pensar que sí, que sería mejor echar el cierre –a poder ser de una manera civilizada- e intentar salvar los muebles. Que catalanes, vascos y quien coño quiera acompañarles se vaya a hacer puñetas y se encierre entre sus cuatro paredes con sus nacionalistas, a ver si, en lo que quede, se llame como se llame, podemos edificar algo decente. Pero enseguida me contesto que no. Tanto el resto de España como, por supuesto, los nuevos estaditos estarán infectados por el virus que anida por igual en todos ellos. Porque España es el conjunto de los españoles, y allí donde se juntan cuatro, se acumulan las carencias de una falta atroz de espíritu cívico. La España que quede será igual de España que la España actual, y sus estados separados lo serán incluso más. Apuesto a que ni disolviendo el país conseguiríamos disolver el PSOE, por ejemplo (de hecho, lo más probable es que resultara hegemónico en todos los estados resultantes).

Y es que, en el fondo, ¿a mí qué me importa que esto se disuelva en una confederación o que mañana declaren que el idioma oficial será el sueco? ¿no será mejor que me ocupe de mi propia salud mental y, sencillamente, ponga tierra de por medio el día en que esto se me haga del todo insoportable?

Pero, no, al final, no. Mucho me temo que ya no puedo dejar de engrosar nómina de gilipollas que conforman el liberalismo español. Porque, curiosamente, el liberalismo en España es también como un virus y, como el virus mayoritario, agarra con fuerza. Hemos sido siempre muy pocos y muy ilusos, pero muy, muy persistentes. Nacimos del lado equivocado del Canal de la Mancha, y eso nos subleva, supongo.Repasen, repasen la historia contemporánea de España y verán como los liberales han estado aquí siempre. Y siempre hablando de lo mismo, con la melodía que, en cada momento, tocara. Libertad y razón. No a la esclavitud, no a la ignorancia, no al hecho consumado, no al trágala... Y siempre sin que nadie les hiciera ni puto caso.

No se puede reprochar a nadie que piense que somos patéticos. Pero... España y yo somos así, señores.