FERBLOG

miércoles, junio 29, 2005

FERBLOG REBASA LAS 10.000 VISITAS

Ha sucedido hoy. Ya son más de 10.000 las personas que han visitado alguna vez esta bitácora. Supongo que a muchos de mis lectores habituales, bloggers extraordinarios y muy populares, esto les parecerá una nimiedad, pero yo no puedo dejar de reconocer mi sorpresa y, por supuesto, mi gran satisfacción.

Muchas gracias a todos, en especial a tres destinatarios: a mis queridos opositores ideológicos -a algunos los conozco, a otros no- que animan el cotarro con sus comentarios, a los amigos de Red Liberal, que han acogido este blog con cariño y lo han incorporado a la blogcosa liberal... y a Sal de Traglia, amigo, apolítico total y fantástico escritor, que me sugirió la posibilidad de abrir una bitácora (como podréis deducir del rudimentario aspecto de esta, uno no es muy ducho en cuestiones informáticas, y confieso que hace ocho meses no tenía ni la más remota idea de qué era esto de los blogs).
Creo que, tras algo más de seis meses, el estilo de Ferblog se va haciendo particular. Mis lectores juzgarán, pero creo que esta bitácora proporciona puntos de vista diferentes sobre cuestiones muy diversas. La blogosfera liberal tiene de todo: auténticos generadores continuos de noticias, enlaces y temas nuevos, articulistas polémicos, reseñas de libros, actualidad... pero creo que, en medio de todo eso, Ferblog también tiene su sitio. O eso parecéis pensar algunos de vosotros.
Basta de autobombo. Gracias, de nuevo, a todos. Tenéis mi compromiso de seguir acudiendo a nuestra cita casi diaria hasta que el cuerpo aguante.
¡Ah, se me olvidaba! y gracias a ese retablo de las maravillas que es nuestro social-nacionalismo patrio, ¡dónde encontraríamos inspiración, si no, muchas mañanas!

A PROPÓSITO DE HOPPE

Hace unos días tuve ocasión de leer un extracto de una interesante entrevista de la que se hacía eco nuestro amigo Luis I. Gómez en su blog “Desde el Exilio”. El entrevistado era Hans-Hermann Hoppe, alguien desconocido por mí pero, al parecer y de acuerdo con lo que manifiesta Luis, popular entre los liberales alemanes. Al hilo de la entrevista se suscitaba una serie de comentarios asimismo de mucho interés. Recomiendo vivamente la lectura.

En todo caso, traigo el tema a colación porque creo que puede servir de base para algunas reflexiones generales. Las controvertidas opiniones del sujeto entrevistado tienen como característica sobresaliente su radicalidad, y creo que ahí reside, en parte, su atractivo. Es evidente que la noción de “radicalidad” evoca tanto las ideas de “extremosidad” como las de “elementalidad” o “carácter fundamental”. Me interesa el concepto, sobre todo, en esta segunda acepción. Y me interesa, en particular, el pensamiento radical –no los comportamientos radicales o la imbecilidad radical, que también puede serlo y se manifiesta a diario-.

El pensamiento radical contiene algunos peligros evidentes. El primero es, sin duda, que pensar las cosas en términos elementales (afirmar, por ejemplo, siquiera como recurso retórico para fundamentar un discurso que la democracia “es” inútil) puede, fácilmente, conducir a conclusiones demagógicas o irrealistas, cuando no a riesgos de manipulación. El segundo es que, en ocasiones, un presunto “pensamiento radical” encubre, más bien, carencias de todo tipo, renuncias a enfrentar la complejidad de la realidad sociopolítica tal como es o, simplemente, una búsqueda de recursos efectistas.

Ahora bien, no es menos verdad que un cierto grado de radicalismo es una herramienta metodológica altamente útil para enfrentarse al pensamiento único. El pensamiento único –la corrección política y los convencionalismos de los socialistas de todos los partidos- se caracterizan por: una proscripción de los conceptos claros, un relativismo a ultranza –protector y justificador, claro, de cualesquiera conductas lesivas de la libertad individual- y, sobre todo, por un fuerte grado de dogmatismo.

Es característico del pensamiento único contemporáneo dictar de qué se puede hablar y de qué no y, en su caso, en qué términos. El pensamiento único y el totalitarismo progre son los mayores acuñadores de tabúes, zonas vedadas, apriorismos y palabras-comodín desde la época de los fascismos. En algunos aspectos, sólo las Iglesias han podido alcanzar un grado de celo semejante en el control de los comportamientos. Sólo las iglesias han conseguido, mediante el temor al anatema y a la autoexclusión, igual grado de sometimiento. ¿Acaso hay algo más dócil que la patulea habitual de correctos?

Pues bien, frente a esta dictadura ideológica es, muchas veces, liberador el atreverse a pensar, el atreverse a decir, el poner en solfa todos los conceptos acuñados y consolidados, sin dejar uno solo. Sí, puede tener sentido cuestionarse, por ejemplo, la legitimidad y la conveniencia de la democracia –hacerse preguntas de las que uno conoce la respuesta- aunque solo sea por hacer caer los velos que, a menudo, impiden llegar más lejos. No aceptar apriorismo alguno, porque ya son demasiados.

No se trata, insisto, de apuntarse a ningún deconstructivismo facilón. Se trata de recuperar un pensamiento audaz y, por tanto, útil. Europa está completamente falta de planteamientos radicales –aunque solo sea porque los que tiene lo son en el peor sentido de la palabra-. Diríase que una cobardía intelectual nos atenaza, como si tuviéramos miedo de nuestras propias conclusiones. Miedo de que un contraste en términos crudos vaya a revelar que estábamos equivocados.

¿Cuál es la acusación más común que suele hacerse al pensamiento neocon americano (por quien se digne a hacer una crítica y no una mera descalificación gratuita, claro)? Su simplicidad, su radicalidad. Su falta de retórica alambicada, su falta de envaramiento y, por tanto... su utilidad. El abstruso modo europeo de razonar sólo conduce al inmovilismo más absoluto. Si, de entrada, se reduce el ámbito de lo criticable, e incluso el ámbito de lo pensable –si estamos todos bajo la mirada atenta del Zerolo inquisidor de turno- no se puede llegar muy lejos. Es más, a mi entender es una forma de pensar trufada de un insoportable cinismo. Pluralismo, sí... a condición de que se respete exactamente lo que hay. ¿Reformas?, sí... pero siempre que respeten nuestro “modelo social”.

“Democracia”, “diálogo”, “paz”, “cooperación”, “social”... tómese esta serie de términos (por ejemplo, a partir del tomo 1 del diccionario ZP-Español, Español-ZP) y combínense a voluntad de quien los emplee. Se obtendrá un discurso perfectamente vacío y perfectamente válido en cualquier punto del globo que caiga entre el Vístula y las Azores. Porque son todos términos marcados, inatacables, no repensables.

Lo dicho, el tal Hoppe quizá sea un charlatán. No le conozco como para juzgar. Lo que sí sé es que necesitamos perder el miedo. Ya somos mayores, creo. Podemos hasta leer a Nietzsche, aunque sepamos que es peligroso.

martes, junio 28, 2005

PAZ POR TERRITORIOS

Los últimos acontecimientos en Euskadi –sé que me he tomado un tiempo antes de retomar el tema pero, qué quieren que les diga, uno no puede evitar cierta sensación de hartazgo (sé que esto es injusto y peligroso, porque una de las claves de la estrategia nacionalista es el aburrimiento, el hastío de las posiciones contrarias, y hay un miedo muy fundado entre quienes aún defienden, cada vez más solos, vidas, libertades y haciendas, de que les abandonemos)- prueban, a mi juicio, dos cosas: la primera es que el Esdrújulo miente, y miente de forma descarada, y la segunda es que puede haberse disparado un tiro en el pie, dejándonos, de paso, a todos cojos.

Digo que miente porque creo que cualquier observador puede ya apreciar, a las claras, la absoluta falacia de que “la paz” no va a tener precio político. De hecho, a estas alturas, lo de la paz no es seguro, pero lo del precio político sí. Dije tras las elecciones de abril que nada había cambiado en Euskadi. He de desdecirme, siquiera parcialmente, aunque luego vuelva sobre el tema. Algo ha cambiado, y mucho, y es el partido socialista. Por si los hechos no bastaran, ahí tenemos a Patxi, subido en la tribuna de oradores, ofreciendo dos mesas “paralelas”, una de “paz” y otra de “autogobierno”. La fórmula es clara: paz por territorios.

O bien el señor presidente se nos va a poner geómetra y a decirnos que las rectas paralelas no se cruzan y, por tanto, no hay nexo entre ambas mesas, o bien nos toma por imbéciles. Ambas posibilidades no son excluyentes, porque el hecho de que las explicaciones de ZP y su cuadrilla ofendan a la inteligencia no significa que algunos de ellos no se las crean.

ETA tiene múltiples motivos para estar feliz. Ha conseguido un montón de cosas ya sin dar todavía ningún paso de los que tan efusivamente se le reclamaban. Es más: ni siquiera ha dejado de poner bombas, que vienen a complementar la macabrada del último comunicado, ese del “indulto parcial”.

La verdad es que ya podíamos habérnoslo planteado antes. Al fin y al cabo, ETA no mataba (no mata, ojo) por deporte, sino por destruir el marco jurídico-político español. Si estábamos dispuestos a transitar por ese camino, podíamos habernos ahorrado muchos sufrimientos. En este país a menudo incalificable, además, no digo yo que no hubiera tenido cierto eco una propuesta de pura y simple rendición –no de ETA, sino del Estado-. No hacía falta mentir, quiero decir. Al fin y al cabo, elementos dispuestos a vestir de gran triunfo la deserción los hay. Sólo había que requerir sus servicios.

Pero, amigo, no se puede hacer una tortilla, a veces, sin romper los huevos. Que estamos todos en la idea de cargarnos lo que hay, eso no lo duda nadie. Pero pretender que el mundo nacionalista le ceda las mieles de la victoria a un tipo de León es ser un poco iluso o no conocer el percal. ZP abrió las puertas del parlamento de Vitoria a las Nekanes con el indisimulado objetivo de que le pusieran la mayoría absoluta complicada al cicloturista de Llodio. Dicho y hecho. Las Nekanes, autoproclamadas testaferros de quien todos sabemos –todos, menos el Fiscal General del Estado, que sigue considerando que la demanda sería “temeraria”- hicieron lo que de ellas se esperaba, es decir concitar en torno a su novel formación política casi todo el voto de Batasuna (he ahí otra prueba evidente de lo que puede llegar a ser la espontaneidad, oye, no se cuántos mil descerebrados se ponen de acuerdo para votar todos a unas tipas que, hasta anteayer, no conocían de nada).

Pero las Nekanes, al final, como las cabras, tiran al monte. Y entre uno que se llama López y Juanjo, se quedan con Juanjo, claro. Entre otras cosas porque sólo Juanjo garantiza que subsista el entramado de intereses en el que se ha convertido la Euskadi nacionalista, que de los López nunca te puedes fiar.

Así pues, es posible que nuestro Esdrújulo consiga el primero de sus objetivos, que es cargarse el entramado constitucional y dar al País Vasco (y de paso a España) un nuevo marco jurídico-político tutelado por los de siempre. Pero el segundo, que es ser el padre de la nueva patria, me temo que no. A los de siempre de verdad –no estos advenedizos de ETA, sino los auténticos “de siempre”- no les importa tanto qué sea Euskadi (una región, un estado, una mancomunidad de municipios, una federación de batozkis...) como que esté gobernada por ellos. Y no creo que estén dispuestos a que nadie les marque la agenda. Cualquier colaboración es bienvenida, sí, pero dejando claro que, el que ayuda, ha de hacerlo desinteresadamente.

En fin, me reafirmo en lo que dije aquel día, hechos los oportunos matices. Nada nuevo bajo el sol: en Vitoria un gobierno fuera de Occidente y en Madrid uno de chicha y nabo. Esta combinación puede ser explosiva, pero en modo alguno es original, amigos.

lunes, junio 27, 2005

"LEY POLANCO": SIN NOVEDAD

Lo más triste respecto a la ya famosa "ley Polanco" es la sensación que se transmite de que todo sigue exactamente igual que siempre. Es decir, que este país sigue siendo el de los listos y los "enteraos", donde nada es lo que parece y todo el mundo se ríe de ti si pretendes que las cosas son, simplemente, lo que dice el BOE. Y esto no parece tener ningún viso de cambiar, gobierne quien gobierne.

A la enfermedad europea normal -es decir, la enfermedad de "lo social" o la querencia incorregible al estatismo y la desconfianza de la libertad- España añade tres dolencias endémicas, en buena medida herencia del pasado autoritario, mucho más cercano ya, por desgracia, en muchas mentalidades que en el tiempo. Esas tres dolencias son la superlegitimidad de la izquierda y el nacionalismo, la imposibilidad de llegar a una relación normal con la Nación y los símbolos nacionales -de construir un patriotismo sensato, no agresivo y positivo, por tanto- y la permanencia de los viejos usos, de la relación íntima entre poder político y sociedad civil -tanto que cabe dudar, legítimamente, si dicha sociedad civil existe.

En este país, los empresarios, los pocos que hay, están acostumbrados a buscarle a todo segundas lecturas y son conscientes de que, tras cada esquina, se esconde la competencia desleal, la amparada por el político de turno. En este país, nadie se plantea, seriamente, opositar a cátedra, por ejemplo, simplemente echando la instancia. En este país todos sabemos que sólo la insignificancia más absoluta nos puede, realmente, hacer aspirar a la simple aplicación de la legislación vigente. La lista de ejemplos podría alargarse, pero ahí está don Jesús para, como ejemplo viviente, ahorrárnoslos todos.

Hay cínicos que se atreven a describir estos comportamientos como un "modelo", como una especie de tipo sui géneris de capitalismo español. Tal cosa resulta increíblemente ofensiva, porque equivale a decir, sin tapujos, que nunca llegaremos a dar ese salto que nos separa, en todos los órdenes de la vida, de los países más avanzados. Que siempre seremos segunda división, en suma. Yo, al menos, me niego a aceptarlo. Me niego a aceptar que el país en el que vivo tenga una ética aparte, poco menos que incompatible con la transparencia y con la sociedad abierta.

Algunos dirán que es paradójico que estos comportamientos, que no desaparecen, ni mucho menos, cuando gobierna la derecha, lleguen a su máxima expresión cuando lo hace la izquierda. No, no tiene nada de extraño que sea la izquierda la que haga bandera del "no sabe usted con quién está hablando" (ojalá fuese cierto aquello del chiste en el que el guardia civil contestaba: "pues no, no lo sé, y por eso le pido la documentación"). Todo el mundo sabe que cuando llegan al poder los adalides de la igualdad, la primera víctima es la igualdad real de oportunidades. Porque, no nos cansaremos de decirlo, cada nueva intervención sobre el cuerpo social, cada nueva creación artificial de condiciones, es una nueva oportunidad para los arbitrajistas y los corruptos. Así ha sido siempre. Hay malas prácticas en las subastas porque hay subastas, porque hay racionamientos. Porque no hay transparencia ni normal funcionamiento del mecanismo de los precios, en el sentido más amplio.

Así pues, la "ley Polanco" no es más que un nuevo capítulo de una historia ya larga. Una historia que parece no tener fin y cuyo peor efecto es que terminemos por acostumbrarnos. Que terminemos por entender que el arribismo, la cara dura, la información privilegiada y el contacto permanente con el poder son las condiciones normales de funcionamiento de una economía y una sociedad modernas. Que es cierto, y natural, lo que nos dicen: que con el talento no basta, que es condición necesaria pero no suficiente y que siempre hay una "segunda lectura" no abierta a todos. La lectura accesible sólo a "los que saben", a los conseguidores, a los que van más allá...

Lo más ofensivo, insisto, es que se atrevan a decir que esto es mercado. Esto es la misma antítesis.

domingo, junio 26, 2005

AUTOVÍAS RADIALES: EL PRECIO DE LA DEMAGOGIA

Este fin de semana he tenido ocasión de viajar por las autovías radiales –las carreteras nacionales de Primo de Rivera desdobladas, para entendernos- como me veo condenado a hacer con frecuencia, por aquello de que vivo en Madrid (para los que no estén familiarizados con esta ciudad, diré que de ella salen seis carreteras principales, que la unen con todos los puntos cardinales). Y, asimismo como siempre, me asaltan las mismas reflexiones, sobre todo en verano, cuando estas autovías se atascan más y se vuelven más peligrosas.

Las autovías radiales son las carreteras principales de la red española, junto con la autopista del Mediterráneo y algún otro eje. Dado que por ellas se va o se viene a Madrid, soportan unos niveles de tráfico fácilmente descriptibles. Aquellos que no viven la capital las conocerán por sus famosos embotellamientos. Pues bien, estas autovías son, probablemente, las más viejas y peligrosas de toda la red. Las autovías posteriores –incluso los tramos nuevos de las mismas radiales (porque tardaron años y años en acabarse)- tienen trazados y calidades próximos a las autopistas. Las radiales siguen poco más o menos el curso de las viejas nacionales. No son, por tanto, “casi autopistas”, sino verdaderas ratoneras con firmes tercermundistas, curvas imposibles, pendientes increíbles y peraltes endemoniados. Con el agravante, quizá poco observado por algunos, de que, al sustituir a las viejas carreteras, añadiéndoles un carril, eliminaron la alternativa, por lo que se ven obligados a circular por ellas todos los vehículos pesados, incluidos tractores, cosechadoras y demás ingenios necesarios en las faenas agrícolas, que suelen coincidir, claro, con la temporada de más tráfico, que es el verano (inciso: como circular es un derecho, la construcción de autopistas de peaje obliga, siempre, a dejar una alternativa para los que no lo quieren pagar).

Lo que, quizá, tampoco recuerde mucha gente, es que padecemos esta calamidad por una decisión absolutamente demagógica, de la que, cómo no, nadie quiere acordarse. Nuestros primeros gobiernos socialistas –los de antes de que los socialistas empezaran a disfrutar de coches potentes y casas de veraneo y, por tanto, a “superar aspectos obsoletos de la ideología”- decidieron que nosotros, luz de occidente, íbamos a tener una red “social” de carreteras, negándonos a la solución más lógica, que eran y son las autopistas de peaje. Las autopistas eran para ricos. Por eso inventamos el concepto de “autovía” (si ZP hubiera sido ministro de obras públicas en aquellos gabinetes, se hubieran llamado “autopistas sociales” o así).

En lugar de tener una solución sensata, como la francesa o la italiana, es decir, una red decente de carreteras nacionales (por cierto, ahora sí la tenemos y, en general, son una aceptable alternativa) complementada con una red de autopistas de peaje, optamos por la vía demagógica. Optamos por la solución genuinamente socialista, que es la de la mediocridad.

Ya digo que pronto rectificaron, y las autovías empezaron a hacerse con nuevos trazados pero, como eso es insuficiente, ha habido que recurrir de nuevo a los peajes. El inclasificable Simancas criticaba que su hubiera aplicado esta solución en las nuevas carreteras de entrada y salida de Madrid; la criticaba, claro, hasta que el Ministerio de Fomento de su partido ha empezado a cobrar 1,50 euros por acceder al aeropuerto en la nueva M12, decisión plenamente sensata cuando la alternativa es no tener autopista o tenerla en un estado lamentable.

Lo malo es que ya no tiene remedio. Las principales carreteras de España son dignas del tercer mundo. No me cabe duda de que, más pronto o más tarde, habrá nuevas autopistas, esta vez de peaje, que las sustituirán. El problema es que, entre tanto, se habrá perdido una cantidad ingente de dinero –porque no por ser malas son más baratas de mantener, antes al contrario- y, sobre todo... vidas. Afirmo, sin ningún género de dudas, que una red de autopistas de peaje para ir y venir de Madrid, en estos años, hubiera salvado miles de vidas. Esto no lo reconocerá, jamás, ningún responsable de Tráfico ni ningún ministro que haga carreteras “sociales”. Es preferible, seguro, hacer campañas tremebundas de intimidación o estudiar otras alternativas asimismo “sociales” como, por ejemplo, prohibir circular, prohibir las cosechadoras –o prohibir cosechar- o, directamente, prohibir el verano y la semana santa.

Como de costumbre, se cumple el ciclo: la izquierda afronta un problema desde una perspectiva irracional y absurda, acomete una solución mediocre, espera a que se olvide y... empieza a echarle la culpa a todo bicho viviente.

Y así siempre.

viernes, junio 24, 2005

LECTURAS ORIGINALES DE LAS GALLEGAS

Casimiro García Abadillo hacía ayer, en El Mundo, una interesante lectura de la evolución del voto en las recientes elecciones gallegas. Interesante porque, más allá de la comparación normal y natural, esto es, comparación con la elección precedente del mismo tipo, que fue la elección autonómica de 2001, el periodista realiza un análisis tomando como referencia las generales de 2004 en las provincias respectivas.

Ciertamente, ello implica un riesgo de error, porque existen factores que llevan un comportamiento del elector que puede diferir según el tipo de comicios, y además está el juego distorsionador de partidos como el BNG, cuyo voto en las generales puede dispersarse o dirigirse a otros, por aquello del “voto útil”. Pero el caso es que el resultado de García Abadillo es muy concordante con lo que se conoce por otras fuentes, a saber: el PSOE no despega, y el PP, tampoco –no es esta, exactamente, la conclusión, ya que lo que en realidad se observa en Galicia es que el PSOE pierde más votos que el PP (es decir, que el PP, que ganó allí las generales, ha ganado las autonómicas con más holgura, incluso), pero no creo que esto se pueda extrapolar sin más. Toda vez que, además, los sondeos de los institutos de opinión están ofreciendo, últimamente, un sesgo notable a favor de los socialistas, quizá podamos estar hablando, a estas horas, de empate técnico entre ambos grandes partidos. Si estoy en lo cierto, caben algunas lecturas.

En cuanto al PSOE, desde mi personal punto de vista, entiendo que tienen razones para estar muy contentos, toda vez que su base electoral no se deteriora de modo significativo. Lo digo porque, sin afirmar, como se ha hecho, que tenemos el peor gobierno desde Calomarde, allá por 1830, sí creo que es, con mucho, el peor de toda la democracia incluidos, por supuesto, todos los ministerios de González, sin excepción. No lo digo solamente por el grado de indigencia intelectual y el aventurerismo, que no tienen precedentes –me parece, por ejemplo, absolutamente desleal que se compare a Moratinos con Morán, como se hace; no es lo mismo aportar poco que ser lisa y llanamente nocivo- sino porque, además, es un gobierno muy poco operativo, a juzgar por sus proyectos de ley: hace muy poco y donde hace es mediando polémica o, simplemente, en “clave de no” (plan hidrológico, educación, política antiterrorista... “no como el PP” es la idea-motriz). La izquierda sigue siendo, pues, infinitamente tolerante con sus chicos (bueno, chicos y chicas, o la chiquillería), como siempre.

Pero, claro, entiendo que los votantes y simpatizantes del PSOE no compartan mi punto de vista –aunque quizá fuese más ajustado decir que no “del todo”, porque conozco muchos que, simplemente, están alucinando, y solo aguantan, prietas las filas, por aquello de que su única salida posible es la apostasía, o sea votar a la derecha- y, en ese caso, pueda haber razones para la inquietud, por cuanto parece claro que este gobierno no ha logrado convencer absolutamente a nadie que no estuviera ya convencido. Así pues, la famosa crítica que se hace al PP de que está “abandonando el centro” muy bien podría hacerse al PSOE, que se niega a mirar al ala derecha de su propia parroquia, con que no digamos más allá. En estas condiciones, el plan normal de un gobierno falto de margen de maniobra se complica, porque dudo mucho que, disolviendo anticipadamente, los electores devolvieran una mayoría absoluta, ni tan siquiera un número de diputados mucho mayor que el que hoy disfruta el zapaterismo (inciso, ya he dicho, además, que el Esdrújulo no es un tipo normal, por lo que aquellos que piensan que hará lo previsible pueden equivocarse; es a todas luces evidente que nuestro presidente se siente “representante de una nueva centralidad”, que está a gusto donde está y que, por tanto, no tiene el “síndrome de la minoría” que aquejaría a cualquier gobernante sensato).

Pero vayamos al PP que, seguramente, tiene más interés. Obviamente, cabe aquí, también el análisis desde una doble perspectiva, reverso exacto de lo anterior. No caemos, ¡qué bien!, no subimos, ¡qué mal!

Lo que ocurre es que el espectro político está caracterizado por una fuerte asimetría, como ya hemos comentado en otras ocasiones. El mundo político español se divide en PP y no-PP, quizá con una tibia CiU en medio (aunque, la verdad, las derivas soberanistas hacen dudar con mucho fundamento que CiU pueda volver a desempeñar un papel positivo en la vida política nacional). En otras palabras, mientras que el PSOE, a unas malas, puede aspirar a prolongar esta existencia precaria –de la que, al fin y al cabo, somos víctimas solo los españoles que no podemos ser otra cosa- el PP no puede. Las tablas le condenan siempre a la oposición, y ese es su auténtico drama.

Los análisis nunca son definitivos, porque el tablero político es algo dinámico y cambiante pero, hoy por hoy, sólo una mayoría absoluta o, cuando menos, tan amplia como para depender de muy pocos votos, puede garantizar una alternancia. Los nacionalismos (que son “todo lo que hay” en el mapa) no pueden acercarse al PP por una cuestión de principios y porque ya no queda margen de maniobra –el debate territorial está muy polarizado como para buscar zonas templadas- y, además, el PSOE vende barato, tan barato que los demás no pueden competir sin arriesgar su ruina a corto plazo.

Algunos comentaristas como Jesús Cacho creen que, ante este panorama, Rajoy debe “centrarse”, abandonando las posiciones de derecha ultramontana para adoptar una imagen de “derecha moderna”. Algo de eso hay, sobre todo en lo de la modernidad, pero no creo que eso tenga mucho que ver con el tema que nos ocupa, que es bastante más complicado de lo que parece.

En la actual deriva del PSOE, es muy difícil plantear que pueda haber un trasvase de voto efectivo. Los de “la cola del Alphaville”, que decía Gistau (o sea, el progre madrileño de restaurante fashion y casa bien –y sus pares en otros lugares), que podrían ser un caladero natural de voto para la “derecha moderada” prefieren ver el país reventando antes que votar derecha. Y todo lo demás es más complicado. Alguien comentaba, no hace mucho, que lo del “abandono del centro” es problemático en la medida en que en el centro siga quedando alguien. Y no es el caso. El PSOE no está ya en lo que comúnmente entendemos por “el centro”, ni mucho menos. Así que, si queda algún votante huérfano por esos andurriales, tendrá que elegir entre lo que hay, porque lo cierto es que no existe nada intermedio.

Tampoco es verdad, por mucho que nos queramos empeñar, que los medios de comunicación apabullen a la derecha hasta niveles insoportables. Que hay un acoso al PP es cierto, que el PSOE hace de su neutralización un eje de su política y que, en ello está secundado por sus voceros (o mandado por sus patrones, nunca se sabe) también. Pero no es menos cierto que la derecha sociológica y mediática está más viva que nunca. Quizá Rajoy no llega a todo el mundo, pero no ha tenido nunca a la parroquia mejor predispuesta. Lo cual, dicho sea de paso, creo que está sorprendiendo, y mucho, al personal izquierdoso, muy, muy poco acostumbrado a que les contesten (y la fijación con la COPE es un ejemplo, se quiera o no – nunca hoy a tanto responsable político referirse a un medio de la derecha desde que Leguina la tomó con el ABC, porque el ABC la tomó con Leguina, claro).

Y es que no es verdad que el voto de derecha haya desertado por los desmanes de Aznar. Hubo caída, sí, pero la explicación viene por otras vías. Y creo que son problemas de muy difícil solución.

En primer lugar, el PP tiene un grave problema estructural, y es su marginalidad en Cataluña. Este factor se pondera poco en su justa medida. Es verdad que cada partido tiene sus graneros (Andalucía, Extremadura y Cataluña por un lado, Galicia y Castilla y León por otro), pero el aporte de unos y otros no son comparables. Aunque hay ciertos contrapesos a la carencia catalana, como la Comunidad Valenciana o la de Madrid, o el PP ataca esa falla o su vida puede seguir siendo muy complicada.

El segundo problema es su muy escaso tirón entre la gente más joven (menos de 30, por decir algo) que, a mi juicio, supuso una clave del 14M. Es verdad que este es un voto volátil, e incluso abstencionista, pero muy sensible a la política demagógica del zapaterismo y otros elementos.

Hay otras cuestiones que comentar, pero este artículo se alarga ya mucho. Digamos, para terminar, que seguro que mucha gente irá a ver a Mariano Rajoy con recetas mágicas. Él hará bien en desconfiar, sobre todo de los del “centro”.

jueves, junio 23, 2005

ACABEMOS CON LA GUERRA: NO HABLEMOS DE ELLA

Si por algo podrá ser recordada esta penosa legislatura que arrastramos, en el próximo futuro, es porque en ella la política española se alejó, quién sabe para cuánto tiempo, de la racionalidad, en buena medida merced a un discurso gubernamental que hace mucho que pasó la raya de lo impresentable. Fruslería, frivolidad, nadería y pura imbecilidad se mezclan en diversas proporciones para producir una catarata de estupideces que, más que estomagar, terminan ofendiendo.

El ministro de Defensa –antaño ministro de la guerra- dice que quiere modificar la Constitución para suprimir en ella la palabra “guerra”, precisamente. La guerra se menciona, por lo visto, tres veces a lo largo del texto constitucional. Al señor ministro no le agrada el léxico castrense, en general, ni tampoco la mención a los conflictos armados por el nombre que les ha caracterizado durante siglos: “guerra”. ¿Es posible que alguien pueda proferir semejante estupidez sin sonrojarse? Salvo soplapollas de toda índole, plumillas en busca de frases impactantes, nacionalistas vascos y cursis hasta la náusea, casi nadie pierde a sus hijos en un “conflicto armado”, sino en guerras. Y no mentarlas por su nombre no las hace menos horrorosas ni, desde luego, hace que dejen de existir. La extravagancia tiene gracia de vez en cuando, pero no como regla, como pauta de comportamiento. Valen los tintes demagógicos, que para algo en esta tierra somos dados a la exageración, pero no parece que la demagogia pura y dura pueda ser el único sostén del discurso de todo un ministro.

Peor es lo de su jefe de filas, que insiste con la dichosa cuestión de la palabra “nación”. Ya sabemos que él no considera que España sea una nación. Ya sabemos que a él España le importa una higa. Y de no ser porque él es el presidente de su Gobierno, diría que hasta es muy dueño. Ahora nos cita a la RAE y a Bobbio, por lo visto. Pues gracias por las citas eruditas. Si quiere, puede montar un seminario –con lista paritaria de ponentes- sobre la noción de nación y su evolución a la historia del pensamiento político. Pero es que él sabe que no hablamos de eso, sino del concepto de nación tal como se emplea en la Constitución española de 1978, que será el canon que tendrá que aplicarse para medir si la alusión que se haga al término en el estatuto de Cataluña, o en el de Villar del Arzobispo es o no válida. El insulto a la inteligencia, continuo, elevado a la categoría de principio programático.

Lo más grave de todo esto no es, sin embargo, que nuestro Gobierno sea un prodigio de estulticia y falta de higiene mental. Lo grave es que el personal confunda falta de claridad, o ausencia, de ideas con flexibilidad. Que aún haya quien encuentre que el muchacho este es simpático, precisamente, por no ser capaz de hacer, con rotundidad, ni siquiera las afirmaciones que van implícitas en su cargo. Si a mí me da todo igual no es, exactamente, que sea una persona tolerante, sino indolente, de la misma manera que no tener ni puñetera idea de lo que hablo me convierte en ignorante, y no en concienzudo seguidor del método cartesiano de la duda.

Es triste que, en un país como España, la octava potencia del mundo, un político pueda sobrevivir en la arena pública sin expresar jamás una sola idea, sin afirmar una sola convicción enraizada en un concepto coherente. Es triste, en definitiva, que los ciudadanos españoles reclamen, y obtengan, claro, tan poco respeto. A menudo, nos quejamos –bueno, nos quejamos algunos- de que nuestros políticos resultan patéticos en comparación con los de otras naciones. Pero es que eso es natural. No es ya que no se les exija un título de posgrado, que maldita la falta que hace, es que no se les exige, ni siquiera, que sean capaces de articular un discurso sensato.

Al final, grandezas o miserias de la democracia, según se mire, la culpa termina siendo nuestra. Rodríguez Zapatero es nuestra criatura. Es un reflejo de nuestra cultura política. Se dice, con frecuencia, que los políticos son mentirosos. No es verdad, o sólo lo es parcialmente. Es posible, o seguro, que mientan cuando hablan, sí, pero no es menos cierto que su desempeño, el conjunto de su actuación, el conjunto de su discurso, revela bastante bien qué son, cómo piensan y qué se puede esperar de ellos. No hubo engaño, pues.

El ministro de Defensa quiere suprimir la palabra “guerra” y el Presidente del Gobierno desconoce cuál es el valor jurídico-constitucional del término “nación”. El hecho de que ninguna de las dos cosas conduzcan a su descrédito dice tanto de ellos como del pueblo al que sirven, del que son prolongación. Es verdad que hay una ola de opinión en España que parece creer que las guerras se terminan no mentándolas o aludiendo a ellas a través de un eufemismo –cual si así no se despertara a Marte de su letargo, vaya usted a saber-, que cree que todos los conflictos concluyen con su simple negación o que la apelación continua al diálogo –entre civilizaciones o con bandas armadas- o, lisa y llanamente, al buen rollo, tiene poderes taumatúrgicos. Dios, qué panorama.

miércoles, junio 22, 2005

LA REFORMA ELECTORAL

Últimamente, al hilo de las elecciones gallegas, pero ya antes –probablemente en previsión de lo que pudiera suceder- he oído voces a favor de la reforma del sistema electoral, a las que aludí no hace mucho. Convengo en que sería muy conveniente proceder a una reforma, pero insisto en que no es posible sin saber antes qué tipo de España queremos. Espero que nadie me diga que eso es algo que está claro a estas alturas. Quienes crean que una abrumadora mayoría de los españoles tenemos más o menos claras unas cuantas ideas no deberían soslayar que cerca de la mitad de esos españoles votan a un partido cuya dirigencia no tiene una sola idea clara, en el mejor de los casos –probablemente no tenga una sola idea en sentido estricto- y, en el peor, si las tiene no van a ser coincidentes con la de las supuestas bases.

Pero mi intención no es tanto, con este artículo, valorar la conveniencia o inconveniencia de meterse en semejante berenjenal como plantear las dificultades técnicas de la reforma, que serían muchas, y no sé si conocidas por todos. No es que uno sea un experto en la materia pero, por afición, algo ha leído sobre el tema. Si alguien piensa que la cosa se ciñe a optar entre sistema mayoritario y proporcional, se confunde. Eso es sólo la punta del iceberg. Hay muchos aspectos que deben tenerse en cuenta, tanto más cuanto que están desperdigados legislativamente. El sistema electoral está prefigurado en el Título III de nuestra Constitución y completado en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG). Nótese, pues, que es materia bastante protegida, que requiere de amplio consenso. Repasemos las cosas que hay que considerar:

En primer lugar, claro, si el sistema será mayoritario o proporcional, en líneas generales. Ya se sabe que, en España, son proporcionales todos los escrutinios, salvo el del Senado (que es mayoritario “con representación de la primera minoría”, porque el elector vota menos senadores que escaños).

Es muy importante el tamaño de la cámara o ente que se elige. En los sistemas proporcionales, la proporcionalidad alcanzada es mayor cuanto mayor el número de escaños. El Congreso español es relativamente pequeño -350 asientos, frente a más de 600 de los Comunes, por ejemplo-, y las cámaras autonómicas varían significativamente. Una cámara pequeña corrige a la baja la posibilidad de que las fuerzas minoritarias obtengan representación.

Tan importante, o más, que los factores anteriores, es el tamaño y número de los distritos electorales, que en nuestro caso son, invariablemente, las provincias, salvo en las elecciones al Parlamento Europeo, que funcionan con distrito único. Todos los demás factores de configuración –número mínimo de escaños, límite mínimo de votos para entrar en el conteo- se superponen a este factor básico. En España se da la circunstancia de que: existe un número mínimo de escaños por provincia, con independencia de la población, que es muy dispar, y el límite del 3 % de los sufragios válidos para entrar en el reparto es también a nivel provincial. Todo ello implica fuertes distorsiones sobre la proporcionalidad y sobre la razón entre votos populares y escaños. Esta distorsión es máxima en casos como el vasco, en el que las tres provincias tienen idéntica representación en el Parlamento, y es la razón de que el Sr. Maragall haya perdido en dos ocasiones, incluida esta, las elecciones catalanas en escaños, pese a haberlas ganado en votos computados en el conjunto de Cataluña.

Queda, por supuesto, la cuestión de la fórmula de recuento, que en nuestro país es la afamada de D’Hondt, aunque esto es, a mi juicio, un tema menor (hay otras secuencias de divisores que se emplean en otros lugares del mundo).

Nuestro sistema desconoce por completo, por último, fórmulas como la doble vuelta, generalizada en Francia para todo tipo de comicios.

Todos esos aspectos serían susceptibles de modificación y, en función de la mezcla de criterios por la que se opte, se podrían alcanzar unos u otros resultados. Eso sin descartar, claro, que las modificaciones de la realidad social conduzcan a situaciones imprevistas –véase, si no, el propio sistema diseñado en la legislación actual, que da resultados no previstos al operar sobre una realidad asimismo no prevista-.

Ciertamente, la modificación del sistema electoral es una asignatura pendiente, pero tampoco es sensato fiarlo todo a las leyes. En España no tenemos, en esencia, un problema de leyes, sino de lealtades. La perfección técnica de un ordenamiento es siempre insuficiente cuando quienes están llamados a protegerlo no ven en él más que un instrumento. Löwenstein llamó “nominales” a las constituciones que, realmente, no rigen la vida de un país, sino que son algo desconectado de su realidad social. Pues bien, incluso una constitución plenamente normativa, como es la española, puede terminar por devenir nominal. Y eso no se arregla con más cambios de la propia constitución –que pueden ser necesarios y muy convenientes, por lo demás- sino con un verdadero compromiso para conservar su vigencia.

El debate sobre el sistema electoral, por su carácter de regla del juego fundamental, es un debate que sólo puede tenerse entre gente seria. Algo fuera de nuestro alcance, por tanto.

martes, junio 21, 2005

FRIEDMAN ATACA DE NUEVO

Me sorprendió encontrarme ayer un artículo de Friedman en Libertad Digital. Nada nuevo, desde luego, porque el viejo liberal insiste en una de sus propuestas más conocidas: el cheque escolar. Siempre es agradable saber que el combativo profesor sigue de actualidad (inciso: los liberales tenemos también nuestros iconos, como los intervencionistas los suyos; nosotros a Friedman, ellos a José Bové... todos contentos).

La idea del cheque escolar parte de considerar que el derecho a la educación comprende tres aspectos diferenciados, a saber, la regulación misma, la financiación y la realización práctica en forma de enseñanza. Friedman, como la mayor parte de los liberales –que, conviene recordarlo, entienden que la igualdad de oportunidades (que no de resultados) es presupuesto indispensable de otras muchas cosas- ve justificada la intervención estatal en las dos primeras cuestiones, es decir, es sensato que el Estado obligue a todo el mundo a educarse y garantice que todo el mundo pueda acceder a la educación, lo que conlleva que haya de ocuparse de la financiación. Lo que no se sigue, en absoluto, es que el Estado tenga que ejercer él mismo como empresario en el ramo educativo. Sí es posible, e incluso conveniente, sin embargo, que el Estado retenga para sí, la capacidad de emitir títulos válidos frente a todos, mediando el necesario examen nacional –es decir, el Estado puede y debe fijar cuáles han de ser los conocimientos mínimos necesarios para que el aprovechamiento se entienda bastante (nuevo inciso: la patulea que despotrica año tras año contra los exámenes de ingreso en la universidad debería ser consciente de que en esta capacidad estatal de evaluar –por tanto, en esta oportunidad de todos de demostrar la propia valía- reside la clave de una efectiva igualdad de oportunidades; pero a ver cómo les explicas esto a unos tíos cuya higiene mental les lleva a presentarse a sí mismos como un “sindicato” de estudiantes, por ejemplo).

El cheque escolar, que tiene en común muchas cosas con otras propuestas audaces de Friedman, permite disociar adecuadamente el tercer aspecto de los dos primeros. Al mismo tiempo, permite introducir en el mercado de los servicios educativos el elemento dinamizador por excelencia: la competencia. El cheque escolar pondría en manos de los padres los recursos financieros para que ellos los apliquen a la escuela que les parezca más oportuna. Evidentemente, la implantación práctica de la medida requeriría de muchos ajustes, matices y cautelas, pero esta es, en esencia, la cuestión.

Hay varias razones por las que los socialistas de todos los partidos dejarán caer a las generaciones venideras en el analfabetismo antes de implantar una medida así. De hecho, ya se ha intentado y siempre, invariablemente, ha sido frenada por entes anticompetitivos como sindicatos de profesores (estos sí, sindicatos en sentido estricto). Veamos.

La primera, no por ser rematadamente imbécil, es menos recurrente. Por alguna razón, hay quien siente instintivos escrúpulos ante la aplicación a la educación de “soluciones de mercado”. Mediante frases como “la educación no es una mercancía” se pretende exorcizar al demonio neoliberal: ¡quita tus sucias manos de nuestros niños! (y nuevo inciso: no me acuerdo cuándo, pero en un debate sobre empleo en el Congreso, el entonces jerifalte socialista, Borrell, le espetó a Aznar que el empleo “no era una mercancía, sino un derecho” – semejante tontería, claro es, ni crea un solo puesto de trabajo ni contribuye a entender los problemas del mercado laboral pero, ¿a que suena bien?). Recuerdo que, en su día, un profesor de la Facultad de Económicas, siendo yo estudiante –mi profesor era de izquierdas, como todos- me previno contra mis desviadas lecturas, porque yo llevaba un libro de Gary Becker bajo el brazo. Becker (premio Nobel en 1992) no sólo realiza, según es conocido, análisis económicos de la educación, sino también del matrimonio y otras cosas. Ha contribuido, como otros, a que la teoría económica extendiera su aparato conceptual y analítico a multitud de problemas. En la medida en que los científicos serios (sí, yo pienso que algunos economistas lo son) se ocupen de ella y la rescaten de la horda que la acosa, la educación mejorará, seguro.

La segunda razón por la que la solución de Friedman se desdeñará es, precisamente, por eso, porque es una solución. Y el socialismo no soluciona los problemas: los marea. Los marea porque está tan sumamente anclado en tabúes y preconcepciones que no es capaz de salir de su estrecho marco de referencia. Si uno parte de que, en todo caso, las escuelas públicas “tienen que existir”, necesariamente, y es incapaz de plantearse, ni siquiera como hipótesis, una situación alternativa, es difícil que llegue a nada.

La tercera razón es la que lógica aplicada por Friedman es completamente inasequible a muchos. Supongamos que el sistema educativo público funcionase de cine, ¿habría aún motivos para aplicar el cheque escolar? Pues sí, los habría. Y los habría porque siempre sería una solución más respetuosa con la libertad individual –en este caso, la libertad de los padres en tanto el niño no sea capaz de elegir por sí mismo-. La solución del cheque escolar parte de considerar, claro, que la intervención pública es necesaria (en las dos primeras fases: establecimiento del derecho-obligación y financiación), pero puede y debe acotarse al mínimo imprescindible, como renuncia que es a la libertad individual.

Por último claro, está la realidad observada en la práctica de la resistencia de las burocracias. Lo último que desean los centros escolares (que, ojo, a unas malas podrían seguir siendo de titularidad pública) es competir. Quieren, por todos los medios, que el sistema mantenga una tónica de mediocridad absoluta hasta desembocar en la apoteosis de dicha mediocridad, que es nuestro sistema universitario.

No harán caso nunca. Lo que no implica, desde luego, que haya que rendirse.

lunes, junio 20, 2005

PRIMERAS REFLEXIONES POST-19J

El recuento de votos de los gallegos de ayer por la noche ha sido insuficiente para dirimir la contienda en última instancia. Habrá que esperar, pues, al escrutinio de esa “quinta provincia” que forman aún todos esos gallegos de ultramar –tantos que, según es conocido, lo de “gallego” devino antonomasia y, allende el Atlántico, designa a cualquier oriundo de esta España de nuestros pecados-. Es técnicamente posible, desde luego, pero parece poco probable que el PP obtenga los votos necesarios para hacer bailar el último escaño, creo que por Pontevedra. Es verdad que el censo emigrante le ha sido tradicionalmente muy favorable a Fraga, pero no es menos cierto que, según dicen por ahí, la diferencia necesaria es también mucha.

Hay en las huestes peperas el natural disgusto viendo que el gran esfuerzo realizado –el milagro que se obra, una vez más, en nuestras comunidades autónomas elección tras elección, y que permite a líderes normalmente agotados repetir una y otra vez- les deja a las puertas de la mayoría absoluta y que no basta alcanzar un porcentaje muy alto de voto popular para gobernar. Hay, claro, quejas acerca del sistema. Qué le vamos a hacer, así son las cosas.

Que es oportuno replantearse el funcionamiento del sistema electoral español es algo que poca gente duda, al menos entre quienes apoyan a los partidos mayoritarios. Ahora bien, es verdad que esos partidos mayoritarios, ambos, han tenido sobrado tiempo y ocasiones para acometer una reforma. Si no lo han hecho, ha sido porque no han querido. No han querido, seguro, porque cuando han estado en condiciones de promover el cambio ha sido, vaya por Dios, porque la coyuntura les ha favorecido –mal momento- o porque disfrutaban de una mayoría holgada, que parece hacer disminuir de talla los problemas –al fin y al cabo, un sistema que da mayoría a mi partido, ha de ser intrínsecamente virtuoso, ¿o no?-. Pero tampoco han querido, seguramente, porque siguen vivos entre nosotros los ecos de la santa transición, que aconsejaba dar representación a todos los intereses. Cabría decir que a todos los intereses “relevantes” porque está claro que nuestro sistema dista mucho de la proporcionalidad perfecta y, por tanto, no es cierto que no se haya querido preterir a nadie; más bien se escogió con cuidado a quién no se quiso preterir y a quien sí. Así, el sistema que lleva a la Chunta Aragonesista –dicho sea con todo respeto- a las mieles del escaño, a condición de que no rebase los límites de su distrito, haría imposible, por ejemplo, el surgimiento de un partido liberal de ámbito nacional.

Vaya por delante que la reforma, en caso de que se desee, no es fácil, y requiere, es verdad, un nivel de reflexión y cautela inasequibles en estos momentos. Hemos de preguntarnos seriamente qué estamos eligiendo porque la respuesta ortodoxa, es decir que estamos eligiendo el Parlamento, no se compadece con la impresión del elector, que tiene la idea de estar eligiendo a quien desea que gobierne –porque, sí, nuestro sistema es parlamentario, pero no es menos cierto que la preeminencia del Ejecutivo es tan abrumadora que su proyección eclipsa a la de todos los demás órganos del Estado-. Y es no ya posible, sino muy probable que no baste con tocar algunos elementos de la ley electoral, habría que modificar ciertos preceptos constitucionalizados.

Hay que recordar, en fin, que el sistema electoral y la estructura del legislativo están unidos indisociablemente al resto del orden constitucional. No es una mera cuestión técnica, sino que pretende reflejar una visión sobre cómo deben ser las cosas. Esta sola reflexión sería bastante para sugerir que la cuestión se eluda hasta que dispongamos de un Presidente del Gobierno que sepa lo que es una nación o, al menos, lo que al respecto dice la Constitución Española.

En clave más coyuntural, sigo pensando que el Partido Socialista está inmerso en una dinámica perversa que, probablemente, le conduzca a una crisis interna. No, no voy a criticar que el PSOE busque alianzas con quien buenamente pueda para hacerse con gobiernos y alcaldías allí donde le sea posible –aunque es cierto que se esperaría de un partido con vocación de ser una de las dos patas que sujetan el edificio del Estado que escogiera un poquito sus parejas de baile-. Lo que critico es que, a mi entender, al obrar así la actual dirigencia no está haciendo de la necesidad virtud, sino que se encuentra muy cómoda.

Entiéndaseme bien, no critico al señor ZP por ser oportunista sino, precisamente, por no serlo. Creo, sinceramente, que el Presidente del Gobierno –y, me imagino, la mayoría de sus colaboradores aunque, esto es seguro, no todos- concibe la dichosa “mayoría social” como un todo homogéneo. Cree, pues, que el simple hecho de oponerse a la propuesta alternativa del Partido Popular es ya base suficiente para construir sobre ella una España “diferente”.

He dicho en otras ocasiones que el constitucionalismo, en España, ya no existe, porque el Partido Socialista ha dejado de ser un partido constitucional (“constitucionalismo” es sinónimo de PP, si se prefiere). Los acontecimientos van corroborando esa impresión. Si, finalmente, PSdeG y BNG obtienen mayoría en Galicia vamos a asistir a lo que la dirigencia socialista concibe no como una solución de compromiso, sino como algo natural y deseable. Un paso más en la construcción de la “España nueva” en la que cabe hasta Batasuna –mediando alto el fuego de su rama terrorista- pero no el PP.

Es muy triste, pero creo que cierto. El consenso del 78 ya no existe. Ha sido sustituido por un nuevo “consenso transversal” que no tiene nada de accidental. Por eso ZP no parece estar incómodo en una coyuntura que, en condiciones normales, debería serle poco agradable –al fin y al cabo, sólo tiene una mayoría minoritaria apoyada por el equivalente parlamentario de los gremlins-; es que no lo está. Está con quien quiere estar.

El talón de aquiles de ese nuevo consenso es que es un consenso hemipléjico, que condena al ostracismo a una parte muy significativa de la población cuando no, como puede suceder en Galicia, a la principal minoría, con mucha diferencia. Como recordaba ayer David Gistau, ZP cree que la clase media española es la gente que hace cola en el cine Alphaville. La “gente guapa” progre que ve películas en versión original. Esa es, sí, la clase media que a ZP le gusta y, por tanto, la única a la que atiende. Sin embargo, como recuerda Gistau, está también la otra mitad, la que él no ve ni quiere ver.

Digo todo esto porque es posible que haya quien se engañe. Habrá quien aún piense que el PSdeG va a gobernar con el BNG –salvo que el Buenos Aires querido de algunos lo sea más que nunca, querido, digo- “por necesidad”. No, solo por necesidad, no. Por necesidad, y por querencia.

jueves, junio 16, 2005

NUEVAS PROPUESTAS, VIEJOS DEBATES

La penúltima ocurrencia de la muchachada de izquierdas que apoya a nuestro Esdrújulo ha sido requerir de este que implante una “renta mínima de ciudadanía”. Al parecer, con menos alcance, ciertamente, el programa del Esdrújulo ya recogía alguna idea similar, la de una renta para que todo el mundo pueda llevar adelante su “proyecto vital” (inciso: he ahí un ejemplo del insoportable nivel de cursilería que es santo y seña del zapaterismo; desde que tenemos presidente con “talante” , “los españoles y españolas” –la ciudadanía- no vivimos, sino que tenemos “proyectos vitales” - y he aquí un sólido motivo por el que jamás, nadie debería votar a ZP: por cursi). En el proyecto de ERC e IU –atentos al pedigrí intelectual de la idea- cada españolito o españolita (la ciudadanía – empléese así, porque si se dice “los ciudadanos” tampoco vale), por el mero hecho de serlo, sin relación con ninguna necesidad particular, recibiría un dinerillo al mes.

Creo que la cifra propuesta ronda los 300 euros. No es mucho, es cierto, pero si se multiplica por el número de potenciales perceptores salen unas cifras de auténtico vértigo.

Los economistas serios han puesto el grito en el cielo, como era de esperar. Si los mecanismos del estado de bienestar son ya suficientemente desincentivadores del trabajo, ¿qué decir de una renta absolutamente desconectada de todo fundamento? Al parecer, el único sitio del mundo donde se aplica algo parecido es Alaska, pero creo que allí lo que hacen es, más bien, distribuir las regalías del petróleo, y es que hay sitios donde uno nace propietario de bienes de alto valor, proindiviso, pero no es el caso común.

Alguien ha comparado no hace mucho con el impuesto negativo de la renta de Friedman –posiblemente, el único mecanismo redistributivo no demasiado dañino de la libertad individual (sobre todo de la del perceptor) que, hasta la fecha, se ha inventado-. Poco tienen que ver una cosa con la otra. El impuesto negativo, evidentemente, no es independiente de la situación económica del potencial perceptor, y es sustitutivo de un buen montón de políticas “sociales” (porque entrega los recursos al tiempo que continúa manteniendo la capacidad de elección en quien los recibe). El tema que nos ocupa merece, a mi juicio, un lugar en el museo de las extravagancias, junto a la famosa “tasa Tobin” –dicho sea con todos los respetos- que, parece ser, pierde fuelle ahora que la tribu progre tiene otros gurús y otras genialidades que promover (y es que, en materia económica, son como la iglesia de la cienciología).

Téngase presente que el hecho de que la propuesta sea un disparate no la convierte en un problema menor. Más bien, todo lo contrario, casi seguro que a ZP le parece de lo más interesante –más que nada porque suena bien y parece fácil-, así que preparémonos.

Lo que sí tiene interés es que esta extravagancia reaviva un debate que estaba en suspenso pero, por lo que se ve, no resuelto. El debate sobre la naturaleza de la libertad. En efecto, esta idea trae de nuevo a la palestra la ya vieja noción de “libertad real”, ese leitmotiv de la izquierda que ha justificado no ya la hipertrofia del estado sino, directamente, los regímenes totalitarios –recordemos que ningún comunista de pro definiría el régimen comunista como una dictadura opresiva y criminal sino, al contrario, como el único medio social en el que se disfruta de libertad “real” de una manera igualitaria y justa, donde todo el mundo es igualmente “libre” (y, bien pensado, es verdad, en Corea del Norte son todos igual de libres)-.

Isaiah Berlin, entre otros, ya se ocupó de este viejo razonamiento falaz por la que la verdadera libertad era la “libertad positiva”, es decir, la “capacidad de hacer lo que me plazca”, aunque sea a costa de otro. Se justificaría, así, la violación sistemática del derecho de propiedad de la gente, a fin de conseguir que todo el mundo gozara de un grado suficiente de esa “libertad positiva”. Es evidente que ese concepto de la libertad termina por ser completamente liberticida y, si alguna vez tuvo alguna mínima apariencia de solidez, hora es ya de entenderlo superado.

La solidaridad con los semejantes es algo que puede justificarse racionalmente por múltiples razones, sin apelar, por supuesto, ni a sentimientos ni a creencias de tipo privado – que podrían, claro, justificarla también. Pero no hay manera de justificar una transferencia de recursos realizada, simplemente, porque sí. El mero hecho de existir no es título para que otros deban desprenderse de parte del producto de su trabajo para entregárnoslo (conviene recordar que cuando nuestros izquierdosos hablan de que “el Estado” pague una renta, quieren decir que la pague aquella capa de ciudadanos que paga impuestos, ojo).

La libertad no consiste en que todos los posibles cursos de acción nos sean dados –lo cual es, además, imposible, por cuanto nadie puede hacer en todo momento exactamente lo que le dé la gana, por muchos medios que tenga, aunque solo sea porque existen los demás- sino en que ninguno de los que tenemos abiertos nos sea vedado sin causa justa para ello.

Lo contrario produce monstruos.

miércoles, junio 15, 2005

COOPERACIONES REFORZADAS

Últimamente he oído a dos personalidades dispares traer a colación, de nuevo, la idea de la Europa de las dos velocidades. Uno es Giovanni Sartori, el otro es Alberto Recarte. Esta idea de las “dos velocidades” puede enunciarse de distintos modos, según se quiera o no presentar de forma positiva. Así, igualmente podríamos hablar de “áreas de cooperación reforzada” por ejemplo.

El pensamiento políticamente correcto ha convertido esta idea en un tabú. En virtud de no se sabe muy bien qué principio, toda Europa ha de marchar junta hacia el mismo objetivo. Más napoleónico, imposible. Bien, se constata, una vez más, que el pensamiento políticamente correcto, como todo pensamiento basado en la negación sistemática de la realidad, suele conducir a errores.

Como bien dice Sartori, no parece muy necesario teorizar sobre las dos velocidades, porque es algo que ya está ahí. La última ampliación ha abierto en el seno de la Unión una importantísima brecha. Siendo cierto que las ampliaciones hacia el Sur –a España, Portugal y Grecia- supusieron acoger en la entonces Comunidad a países notablemente más pobres que la media, estos países no se encontraban tan lejos como se encuentran los países recién salidos de las tiranías comunistas, no digamos ya naciones como Rumanía o Bulgaria, que esperan en la puerta.

No es de extrañar, pues, que esas naciones vean con recelo cualquier movimiento reformista. Bastante les va a costar ya asumir todo aquello a lo que se han comprometido como para que, encima, el objetivo se comporte como un “blanco móvil”. Los países occidentales muestran –mostramos- pues, en este aspecto, un grado de empatía francamente mejorable.

Pero es que, además, si lo enfocamos desde el ángulo positivo de las “cooperaciones reforzadas”, es obvio que estas ya existen -es decir, hay países en la Unión Europea que están más integrados entre sí de lo que lo están otros-. En el pasado, el Benelux fue un ejemplo de comunidad dentro de la comunidad. Los países nórdicos son también un área muy integrada. Pero, sobre todo, los ejemplos más destacados que parece soslayar todo el mundo son Schengen y el euro. Ni todos los países comunitarios son países Schengen ni, obviamente, son todos del euro. Algunos, como el Reino Unido, no son ni lo uno ni lo otro.

Se realista no suele ser malo como fórmula para avanzar. Los utopistas no suelen entender esto, y por eso sus utopías casi nunca llegan al estado de realidades. Es mucho más fácil construir un edificio por plantas. Es evidente que el ingreso de Turquía, por ejemplo, puede soliviantar enormemente los ánimos –el mismo Theo Waigel- se pronunciaba no hace mucho en términos muy tajantes al respecto, pero poca gente objetaría, creo, a que la UE formara una unión aduanera con este país (zona de libre cambio con aranceles comunes), que podría resultar beneficiosa para ambos y abriría el camino hacia Dios sabe donde.

Es difícil que gente tan horriblemente cursi como Borrell, por ejemplo, encuentre atractivo alguno en estos razonamientos. Siempre le parecerán mezquinos, de puro pedestres. El problema es que el método Borrell –por llamarlo de alguna manera- está más que ensayado y ya sabemos dónde nos conduce.

martes, junio 14, 2005

GALICIA: SUSTO O MUERTE

Hay que reconocer que el día 19 los gallegos no lo tienen fácil. Si es cierto, como algunas veces se ha dicho, que son el pueblo más inteligente de la península, no cabe duda de que son quienes mejor sabrán resolver el rompecabezas que se les propone. Pero tiene tela, la cosa.

De una parte, la muy poco deseable alternativa de don Manuel. No se trata, desde luego, de apoyar esta paidocracia estúpida que nos embarga por la cual una persona, llegados los sesenta años, se convierte en candidato necesario a la prejubilación y por la que cierta experiencia de vida y oficio parecen tiznar más que cualificar. Fraga no me parece mal candidato porque esté ya en plena senectud –aunque es cierto que caben más que serias dudas sobre su capacidad física para aguantar el baqueteo de otra legislatura-, sino porque lleva ya demasiados mandatos.

La experiencia ha demostrado que, cuanto más “cercana al ciudadano” está la administración de turno, menores niveles de alternancia se producen (he aquí otra clara prueba de lo falaz que puede llegar a ser lo del “mejor cuanto más autogobierno”). Salvo el caso del señor Cuevas al frente de la CEOE y de unas cuantas docenas de alcaldes, los decanos de los altos cargos en España son presidentes de comunidades autónomas. Muchas sólo han conocido uno o dos, todo lo más, descontando aquellos que estuvieron al frente de los órganos preautonómicos.

Es verdad que el proyecto político de un partido puede abarcar mucho más de veinte años y que ello podría llegar a justificar que, una y otra vez, ese partido se vea favorecido por las urnas. Pero, al menos, se debe exigir una mínima circulación de las elites.

El hecho de que Fraga vuelva a presentarse denota, ciertamente, tensiones en el PP gallego, en el que hablar de sucesión parece ser la señal para el sálvese quien pueda, y también falta de capacidad en la dirección nacional –la misma que parece atenazar a esta dirección a la hora de acometer con firmeza un proyecto de oposición ilusionante que aproveche la inepcia del peor gobierno de la democracia para proponer una alternativa- para imponer, si es necesario, ese cambio. Creo que en el entorno de Rajoy hay excelentes candidatos de la tierra, Ana Pastor, sin ir más lejos, a la que sólo habría que garantizarle, claro, que no iba a ser acuchillada tan pronto rebasara el puerto del Padornelo.

Pero, claro, la alternancia se facilita mucho cuando hay enfrente un destino posible. Y hoy por hoy no lo hay. Ciertamente, los gallegos decidirán, pero no parece en exceso atractiva la idea de convertirse en la tercera pata de esta especie de coalición de descerebrados en la que parece estar convirtiéndose el club de las comunidades históricas (excluyo a Andalucía, no por no histórica –Dios me libre-, sino porque no hay plena constancia de que hayan perdido la chaveta, todavía). Nuestra querida Cataluña, que ya ha hecho del esperpento su primera industria nacional tiene de ello suficiente para consumo interno y para exportar, por lo que no es necesario que ninguna otra comunidad se dedique a producirlo localmente.

A estas alturas, resulta obvio que el Partido Socialista da por hecho que “ganar”, que “el cambio”, es sinónimo de no perder por goleada y, por tanto, tener opción de desalojar al PP del poder, pactando con quien haga falta. Lo preocupante no es tanto que esto se produzca, lo que podría atribuirse a un estado de necesidad sino, más bien, que esto es el nuevo modelo teórico. Mientras que otros entornos del Partido Socialista entienden esto como una situación que debe superarse, para el zapaterismo es el estado natural. Así debe entenderse, por ejemplo, la “perspectiva de cambio” en la Comunidad de Madrid, si es que la hay.

En estas condiciones, en Galicia se reproduciría el curioso fenómeno que vivimos a nivel nacional por el que no es tan exacto que España sea un país gobernado por el PSOE como que es un país no gobernado por el PP. El espectro político se ordena, pues, en dos grandes áreas, que son el PP y el no PP (aplicación de aquel eslogan que ya he comentado alguna vez y que, en su día, me pareció profundamente imbécil “ser de izquierdas es no ser de derechas” – no caí yo en que la frasecita contenía toda una filosofía política).

La pregunta, pues, pasa a ser si el hastío del PP, o es hastío de Fraga, para ser más precisos, justifica cualquier clase de aventurerismo. Justifica una doble ración de esperpento.

Lo dicho. Difícil, muy difícil.

lunes, junio 13, 2005

UNA BUENA CAUSA

Abandono, por un día, la temática habitual de esta bitácora para hacerme eco de una entrevista publicada hoy en el diario ABC con el presidente de una fundación independiente, dedicada a un empeño que siempre me ha parecido de gran importancia: la normalización de los horarios españoles.

Mucha gente pensará que esto es una idiotez, y el propio entrevistado reconoce que, cuando empezó su tarea hace algún tiempo, el personal se reía de la quijotada – aunque ya no se ríen tanto, que conste. Es verdad, también, que siendo, como somos, animales de costumbres, pocas cosas hay más complicadas que intentar cambiar nuestros hábitos más arraigados. Pero no deja de ser curioso que estando, como estamos, siempre obsesionados por parecernos a los europeos tanto en cosas sensatas como en cosas insensatas, nos acantonemos al mismo tiempo en prácticas que nos convierten en una rara avis y que, además, no tienen justificación racional alguna.

Un servidor, como mucha otra gente, creía, contra toda evidencia, que nuestros extraños hábitos en materia de horarios de comidas y de sueño traían causa de nuestra herencia de dominación musulmana –la verdad, podía haber caído en la cuenta de que los portugueses, con parecido trasfondo, comen a la hora de la gente civilizada- u otra cosa por el estilo. Cuál no sería mi sorpresa cuando descubrí que estos hábitos no sólo eran extraños en el campo, sino que, en las ciudades, sólo datan de los años 30 del siglo XX. Desconozco el motivo que llevó a desplazar los horarios en ciudades como Madrid, muy homologables a los del resto de Europa hasta entonces (para hacernos una idea, almuerzo entre las 12 y la 1.30, aunque la cena fuera más flexible), pero imagino que algo tendrá que ver con la implantación de las “jornadas continuas”, de 8 a 3, características de nuestra administración pública y, de nuevo, rarísimas en el resto del mundo.

Así pues, estamos ante algo que cabe calificar de novedoso y, esperemos, tan mudable como lo fue en su día. No se justifica en la historia, ni en el clima ni en ninguna otra mandanga al uso.

No conviene minusvalorar la importancia del asunto –que, como todas las pequeñas cosas, tiene una influencia determinante en nuestras vidas-. Estos horarios, combinados con prácticas un tanto raras como la cultura de las horas extraordinarias (que encubre, me temo, una horrorosa carencia de productividad real) terminan transformándose en una falta de sueño –porque el día dura 24 horas en Madrid, Barcelona (afortunadamente, en España, la fijación de la hora oficial es competencia exclusiva del estado) o Estocolmo- que tiene efectos muy perniciosos sobre cosas tan relevantes como la seguridad del tráfico o, desde luego, el rendimiento laboral. El “Spanish way of life” es un mito para turistas. La vida española puede llegar a ser bastante más estresante que la de otros lugares.

Resulta bastante poco agradable que las revistas para ejecutivos sigan previniendo a sus lectores sobre la exoticidad de las costumbres españolas, como si ir a una reunión de negocios en Bilbao o Málaga fuese como ir a Nairobi –más aún, no creo que hagan falta especiales prevenciones para ir a Nairobi, como no son necesarias para ir a Berlín o a Oporto-. No es, desde luego, el calor o cosa por el estilo, porque calor también hace en Grecia, en Italia o en Portugal. El visitante de negocios deberá saber que los desayunos de trabajo son algo prácticamente desconocido –de hecho, tendrá que tener en cuenta que sus colegas españoles apenas desayunan, sino que se arrastran a lo largo de la mañana con medias comidas-. Sin embargo, es probable que, en torno a las dos y media o las tres, sus anfitriones pretendan llevarle a un restaurante, durante un par de horas, para una interminable comida. Naturalmente, será inútil que intente ponerse al habla con su interlocutor durante esas horas, desde su lugar de origen.

Paradójicamente, cuando el directivo inglés, alemán, sueco, etc, esté ocupado en las últimas transacciones del día, su colega español se estará sentando, de nuevo, en su oficina para estar hasta las ocho o las nueve... es decir, para completar el mismo número de horas (o algunas más). Ridículo.

Y, eso sí, la auténtica prueba de fuego puede venir si los anfitriones españoles pretenden invitar a su huésped a cenar. Será prueba de fuego, digo, porque querrán que el huésped ingiera una cena pantagruélica a horas a las que, normalmente, está en la cama. Mientras se cantan, eso sí, las excelencias de la vida española, lo divertido que es vivir aquí y la mierda de vida que llevan otros, con lluvia continuada, sin tortilla de patatas, sin paella, sin reírse... (conste que no tengo nada en contra de lo de reírse, y mucho menos de la tortilla y la paella; sólo me pregunto por qué no puede disfrutarse de las excelencias de nuestra tierra a horas normales, igual que tampoco sé por qué tenemos que seguir potenciando una fama que ya no nos cuadra, porque ni somos tan caóticos, ni tan impuntuales ni tan viva la virgen como, a veces, parecemos empeñarnos en querer hacer ver).

Hay quien dice que la incorporación de las mujeres al mundo laboral corregirá esta locura, por la necesidad de conciliar vida laboral y vida familiar. Ojalá sea cierto pero, más bien, la tendencia parece la contraria. Se pretende resolver el asunto por la vía del aparcamiento de niños.

Desde aquí, mi más firme apoyo a los quijotes –figura, esta sí, muy española y de la que un servidor se siente más que orgulloso- que han empezado su particular cruzada por la racionalidad. Ya se sabe que Jovellanos les mira con pena desde su retrato en el Prado. Y es que los españoles somos gente rara. Ignoramos nuestras virtudes, que son muchas, pero estamos dispuestos siempre a sostenella y no enmendalla cuando de nuestras excentricidades se trata.

jueves, junio 09, 2005

REACCIONES ANTE EL FIASCO

He insistido algunas veces en la idea orteguiana de que Gran Bretaña, que no es Europa en según que acepciones, está 25 años por delante de ella (en tiempos de Ortega, eran 50, esperemos que se haya reducido algo). Las diferentes reacciones ante el fiasco del tratado en unos y otros lares no ha podido ser más ilustrativa.

Gran Bretaña. Hay que parar esto. Por si no bastaran los noes de Holanda y Francia –que, en efecto, son sólo dos, pero con enorme peso cualitativo- hay motivos para pensar que el texto suscitaría el rechazo de los electores en la República Checa, en Dinamarca y en el propio Reino Unido. Ítem más, si la decisión alemana no hubiese estado residenciada exclusivamente en el Bundestag, otro tanto hubiera sucedido en aquel país.

En resumidas cuentas, poco importa que se cumplan o no las previsiones del propio tratado, que permiten su entrada en vigor hasta con cinco deserciones (sin duda, otra de estas cláusulas que Francia y Alemania tenían y tienen por costumbre establecer ante países que “no son de fiar” y que, desde luego, jamás prevén tener que aplicar a sí mismos - ¿cómo puede entrar en el universo mental de monsieur Giscard que Francia, de la que él es la misma encarnación, pueda castigarle con su desafecto?). No hay tratado porque hay motivos más que sobrados para suponer que la gente no lo quiere.

Aunque el tratado fuese perfecto, que dista de serlo, la democracia es la democracia, conviene no olvidarlo. Hoy mismo, en una tercera a ABC, Sir Douglas Hurd, que fue secretario del Foreign Office con John Major, dice que es injusto cargar sobre Gran Bretaña el sambenito del euroescepticismo. Hoy hay euroescepticismo, y mucho, por todas partes. Y eso tiene que tener consecuencias. Al menos para una clase política democrática.

El Continente. No ha pasado nada, hay que seguir adelante. Pepiño Blanco, el estadista, propone la repetición del referéndum “cuando las cosas estén más calmadas”, y Pepe Borrell, otro estadista, aprovecha la ocasión para superarse a sí mismo en el nivel de cursilería. El discurso oficial zetapero y de otros grandes estadistas es no darse por enterados y aplicar la democracia procedimental. Una vez que se constata que existe un problema de credibilidad, pues la respuesta es... ser todavía menos creíble, claro. Obvio. Monsieur Chirac, sin embargo, sí ha entendido el mensaje... y se carga al primer ministro (por cierto: contraste con Jean Claude Junker –sin duda, uno de los políticos más capaces en esta menesterosa Europa-, dice que si Luxemburgo rechaza el tratado, será él el que dimita, no asumirá responsabilidades por persona interpuesta; eso es poner toda la carne en el asador, lo demás son mandingas). Asimismo obvio, sin duda. Hay quien le pide a ZP que se erija en nuevo líder del viejo modo de entender el mundo; que persevere en el error. Seguro que acepta encantado.

Insisto, la reacción no puede ser más ilustrativa de dos formas absolutamente diversas de entender el mundo. La de quienes creen, realmente, en la democracia y, por tanto, que hay que someterse a los dictados del único auténtico soberano, que es el pueblo y la de quienes creen que la democracia es, esencialmente, un medio de legitimación de sus propias personas y que el pueblo, convenientemente adoctrinado, termina por querer lo que se quiere que quiera.

Es cierto que esto último funciona muy a menudo, en España en febrero, sin ir más lejos, pero es peligroso mantener esta posición cuando se constata que no, que no funciona, que la gente ya no se lo cree. Es peligroso porque el pueblo termina por perder confianza en el sistema.
Eso es lo que estamos viviendo en Europa, aunque muchos no quieran entenderlo. Una brutal crisis de confianza. La gente está harta de logomaquias y palabrería que no significa nada – el pensamiento fofo, henchido de autosuficiencia y a fuerza de no ser contestado, ha terminado por creer que es la doctrina imperante y compartida por todos, y no es cierto. La brecha entre gobernantes y gobernados empieza a parecer un abismo. Ciertamente, el abismo no tiene por qué ser insalvable, pero la condición necesaria para que se pueda salvar es que los dirigentes lo quieran. Y para ello han de sentir la necesidad, y eso nos lleva, de nuevo, al punto de partida. Los dirigentes de la Europa continental –muchos de ellos, al menos- son profundamente inmorales, en el sentido de que no han asumido, ni mucho menos, la ética y la estética de la democracia real.

Por eso, cuando se encuentran frente a un rechazo popular como los de las semana pasada, su reacción es buscar una vía para sortearlo, como quien, en mitad de una cumbre europea, busca la “posición de consenso”. Es la reacción del burócrata, no la del político. La de quien cree que todos los problemas son, eso, cuestiones de procedimiento. No entienden la diferencia cualitativa insoslayable que existe entre una cuestión procedimental, por importante que sea, y un mensaje del pueblo.

Y es que ya lo decía William Bagehot. La forma inglesa de gobierno, la democracia parlamentaria, es difícilmente exportable, porque está fuertemente relacionada con la mentalidad del pueblo británico y, añado yo, con su moral pública. Moral pública que no ha alcanzado nunca, ni de lejos, el grado de cinismo generalizado que impera en el continente. Incluso en democracias subdesarrolladas, como es la nuestra, que ha pasado del primitivismo de la dictadura a la posmodernidad... sin pasar por la modernidad primero.

martes, junio 07, 2005

Y MÁS SOBRE EL 4J

Los políticamente correctos andan absolutamente escandalizados por la coincidencia, que se valora como plena, entre la AVT y el PP. Esta coincidencia vendría a restar todo el valor a la manifestación del 4J, en tanto no sería una cuestión puramente de las víctimas, sino algo fuertemente politizado y, además, con sesgo incorrecto (por lo visto, eso permite al execrable Puigcercós y otra caterva identificar esta convocatoria con la de Batasuna).

No sé por qué se insiste una y otra vez en esa mandanga de que las asociaciones, entidades, clubes de fútbol (excepto el Barça, claro, que ese es el "ejército de un país sin estado" y a todo el mundo le parece maravilloso, hasta romántico), lo que sea, han de ser apolíticos. Por lo visto, la política, o la hacen los partidos políticos o se convierte en una actividad impropia de gente decente -¡Dios mío, qué seremos los bloggers, entonces, que a esa indecencia añadimos el semianonimato clandestino de la Red!

No veo qué tiene de particular que una asociación coincida con el partido político con el que cree que le ha ido mejor, la verdad. Las víctimas del terrorismo nunca fueron en exceso bien tratadas hasta que llegó al poder el innombrable que, por cierto, es él mismo víctima, en la definición corriente y en la de Manjón. Los hechos cantan. Es muy duro recordar de dónde vienen las víctimas. Es comprensible que Alcaraz llorara de emoción viéndose arropado por centenares de miles de personas, porque la historia de las víctimas del terrorismo en este país habla de entierros en soledad, de indemnizaciones escasas, de toneladas de miseria moral que dejan lo de Puigcercós en anécdota menor... En fin, todo eso cambió, al menos en parte, con los gobiernos del PP que, a esfuerzos importantes por mejorar la situación desde el punto de vista material, unieron lo que las víctimas y otros muchos reclamábamos: una política antiterrorista eficaz, en todas las dimensiones y anclada firmemente en la ley.

¿Por qué no habrían de tener, pues, las víctimas sus preferencias? ¿por qué no habrían de expresarlas? No nos confundamos, los que no pueden expresar sus preferencias son los jueces, los que por oficio o por cargo están obligados a ser imparciales o, cuando menos, a parecerlo(Felipe González, ya presidente, no cantaba la Internacional cuando iba a actos de la UGT, ¿alguien cree que se le olvidó la letra al llegar a Moncloa o, simplemente, intuyó que no es lo mismo ser el secretario general de un partido que el presidente del Gobierno?). Los demás, todos, personas físics o jurídicas, podemos tener las preferencias que nos dé la gana.

Y si no estamos conformes con una determinada política o un determinado gobierno, tenemos todo el derecho a expresarlo y a procurar un cambio por todos los medios legales a nuestro alcance (y moralmente lícitos, claro). Es curioso que quienes se la cogen con papel de fumar -perdóneseme la vulgaridad- a la hora de no lesionar los derechos constitucionales de cuanto filoterrorista anda por el mundo, no tienen empacho en recordar a los que ejercen esos mismos derechos de manera respetuosa que están más guapos calladitos.

El señor Puigcercós compara las manifestaciones. Y ríos de análisis se han destinado a intentar entender qué animaba a esos manifestantes de Madrid, qué oscuros intereses les movían. Pero nadie parece inresado en explicar cómo un grupo terrorista ilegalizado sigue convocando actos a diestro y siniestro por toda la geografía del País Vasco, cuando y como le da la gana. Eso le importa a todo el mundo una higa. Lo importante es señalar la mano que mueve los hilos de la AVT.

Así que la AVT tiene preferencias... y todos los días les dan motivos para reafirmarse en ellas, claro.

BASES SOCIALES

Los medios afines al PP han manifestado que el sábado pasado estuvo en las calles de Madrid “la base social de la derecha” o, si se prefiere “la derecha sociológica”. Ambos conceptos son difíciles de definir y, por tanto, es difícil confirmar o desmentir. Es también cierto que el muy elástico concepto de “facha” con el que se suele etiquetar a todo el que discrepa del progrepolanquismo al uso lo acoge casi todo pero, a la vista de lo que allí había, estoy más con el análisis de Cristina Losada hoy en LD. Había de todo y, precisamente por eso, la manifestación se torna muy complicada de digerir para el Gobierno – lo que no quiere decir, en absoluto, que no lo pueda superar-. Personajes como Manjón –los que están manipulados son, por supuesto, otros- y el inefable Puigcercós (que, tras tocar el fondo de la indecencia, empieza a escarbar), terminan de arreglarlo.

No, mal que pese, no había demasiado facha peligroso el otro día en Príncipe de Vergara. Y es que, insisto, mal que pese, ya nadie se acuerda de que esa calle se llamó General Mola (los de la Logse, por ignorancia absoluta, y la mayoría porque lo han olvidado), salvo la Izquierda, que tiene memoria de elefante para lo que le interesa. Lo que había el sábado en la calle era una exhibición de normalidad. Por eso no hubo altercados, por eso la manifestación fue extremadamente cívica. Porque quien se manifestaba no era la vanguardia de nada, ni ningún grupo despertador de conciencias ni, en fin, ningún puñado de iluminados en posesión de la verdad absoluta, sino gente, lisa y llanamente. Es de suponer que la mayoría sean votantes del PP, pero seguro que no todos y, es más, la inmensa mayor parte de los votantes del PSOE no hubieran desentonado nada, porque al PSOE también le vota gente corriente.

El sábado se demostró por qué el zetaperismo es, a medio y largo plazo, un error tan profundo. Porque no se puede construir un país contra la médula de sus ciudadanos. Como recuerda hoy Horacio Vázquez Rial, a propósito de Cataluña –que, paradójicamente, es de nuevo vanguardia de España en cierto sentido, como exacerbo de esta política esperpéntica que padecemos-, la decadencia de las sociedades empieza por el divorcio entre clase política y sociedad civil. Un Gobierno que no tiene el apoyo de sus clases medias, en el sentido más amplio de la palabra, es un cadáver político. Las verdaderas señales de cambio no vienen de la simple suma de apoyos en las encuestas, sino de la composición cualitativa de dichos apoyos. Los Gobiernos socialistas de los ochenta y noventa empezaron su larga cuesta abajo el día que fueron abandonados por esa línea media de ciudadanos, por las ciudades, por las clases ilustradas...

La normalidad no son los Bardem, ni España, contra lo que piensan muchos turistas, es como la cuenta Almodóvar. El mundo de Almodóvar es un mundo personal, un mundo artístico, no un mundo real. ¿Saben por qué mucha de nuestra gente no va a ver nuestro cine? Pues, sencillamente, porque –contra lo que proclama la horda de apesebrados- no representa a nada ni a nadie. Es un cine absolutamente autista, que no suele reflejar nada real. Es imposible que la gente se identifique con unas historias en las que no reconoce ni los paisajes. Lo normal es lo que había el otro día en la calle y lo normal son muchos que faltaban pero que, en síntesis y desde un punto de vista sociológico, no son, para nada, cualitativamente distintos de los que sí estaban. Mal patrón, pues, creerse la España de Almodóvar.

ZP no está viviendo, en este momento, del apoyo entusiasta de nadie. Complacer a los gays está muy bien, pero se debería ser consciente de que los gays son minoría, como los independentistas catalanes o los independentistas gallegos, aunque a ninguno le guste que se lo recuerden. ZP no ha escogido los compañeros de viaje correctos.

Sí es un apoyo para ZP, sin duda, la marcada incapacidad del PP de sugerir una alternativa. Alguien lo ha apuntado ya, si el Presidente del Gobierno, en su torpeza, es incapaz no ya de despegar sino incluso de mantener su nivel de popularidad, ¿qué sucedería si la oposición fuese capaz de articular una alternativa? Por azar para el Esdrújulo –creo que fue Zarzalejos el que trajo no hace mucho a colación la diferencia entre “suerte” y “azar”; a propósito de lo primero, dice el refranero que se puede trabajar, pero lo de ZP es lo segundo, aunque él no parezca darse cuenta- al frente del PP y, sobre todo, de su política de comunicación, se encuentra el pelotón de los torpes. Esta sturmtruppen que estuvo a punto, ella sola, de arruinar las elecciones generales del 2004 para Rajoy –algún día habrá que preguntarse por qué, antes de mediar los monstruosos atentados del 11M, la ventaja no hacía sino reducirse- y está dispuesta a hacer cuanto pueda para que no llegue a 2008, me temo. ¿Puede explicarse, si no, que renuncien a ir al programa “59 segundos”? El programa es infecto, sí. Está manipulado, sí. La presentadora es una émula de Gabilondo, sí... pues ve y dilo. Así de fácil. Como hace cada miércoles Rajoy en el Congreso, sólo que esta vez con público. Claro que, para eso, hay que molestar a los mejores cuadros del partido.

La superioridad intelectual, moral y el aval de ocho años de Gobierno, con múltiples defectos pero infinitamente mejores que esta situación indefinible que estamos viviendo deberían ser suficientes para encarar un partido hasta con el árbitro comprado... si, enfrente, está ZP escoltado por la impresentable trouppe de independentistas y demás fauna.

La gente que estuvo el otro día en Príncipe de Vergara se lo merece. Al fin y al cabo, son los que pagan las facturas. Cuando quieren un jamón, entran al Corte Inglés (por la puerta) y lo compran, no se lo llevan. Para algunos, esto es un comportamiento normal, para otros, la patente de corso para el abuso.

lunes, junio 06, 2005

EL 4J: ALGUNAS ACLARACIONES

Mi post de anteayer en relación con la manifestación convocada por las Asociaciones de Víctimas del Terrorismo recibió un interesante comentario, que quisiera contestar. Mi corresponsal, al que, por supuesto, agradezco su comentario, afirma estar confuso, en parte respecto a la propia manifestación, en parte respecto a mis propias expresiones – y lo último que quisiera yo es pecar de lo mismo que tanto critico en otros, la vaciedad de contenido o la excesiva ambigüedad.

Dice Félix, que así firma, que no terminó de entender qué se pidió el otro día. Se pidió, sí, no negociar con ETA. Pero, con buen juicio, dice que no es lo mismo “negociar” que “hablar”. ¿Exigen las víctimas que no se negocie o, incluso, que no se hable? La distinción es pertinente, porque, en efecto, no es lo mismo negociar que hablar. Más bien lo segundo es condición necesaria, que no suficiente, de lo primero –he ahí, por ejemplo, la trampa saducea del, en su día, famoso “plan saudí” que reconocía, como fin de la negociación, la simple capacidad de interlocución, reconocía al estado de Israel la personalidad-. No creo que las víctimas del terrorismo se opusieran a “hablar” con ETA, si fuera posible mantener realmente tan sutil distinción.

El problema es que, en la práctica, no es tan sencillo. No es verdad que el Gobierno ZP esté, solo, por la labor de hablar con ETA. Eso, en primer lugar, es un sinsentido, hablar, ¿de qué? “Hablar” sólo puede entenderse como una fase previa de la negociación –tenga esta la amplitud que tenga- toda vez que no creo que ETA vaya a conformarse con que, simplemente, se le reconozca capacidad de interlocución, entre otras cosas porque esa ya la tiene, siempre la ha tenido. Pero es que, además, hay que insistir en que el zapaterismo persiste en la ofensa a la inteligencia como fórmula habitual de hacer política. Se mire como se mire, se interprete como se interprete, la humillante declaración que el Gobierno y su mariachi impusieron al Congreso es, en toda tierra de cristianos, una oferta. Sí, señores, una oferta. Una expectativa, una esperanza, una vía de salida... llámese como se quiera. Y no creo que se pueda dudar de que una negociación es, precisamente, eso, una serie encadenada de ofertas y contraofertas.

No, no se está “hablando” con ETA. Se le ha hecho una oferta a ETA. Otra cosa es que ETA se la haya pasado, de momento, por el arco de triunfo. ZP quiere “dialogar” (no hay palabra más emputecida en el lenguaje político que esta, que significa muchas cosas, pero casi nunca es sinónimo de “hablar” en un sentido neutro, ¿verdad?). Otra cosa es que a ETA no le dé la gana. Es verdad que los voceros oficiales insisten en quitar hierro. Afirman que, todavía, “no se ha negociado nada”. En puridad, quieren decir que ETA no ha aceptado. Es decir, no es que haya sutiles aspectos semánticos. Es que mienten.

Las víctimas, pues, no exigen que no empiece un proceso, sino que se detenga el que ya se ha puesto en marcha. Que es una negociación – otra cosa es que no hayamos pasado de la oferta inicial – no una animada charla.

La segunda cuestión que mi corresponsal apunta es que no entiende qué quiere decir “estar con las víctimas”, más allá de una obviedad, en este caso, consistente en el mero hecho de estar, físicamente, con ellas en la calle Príncipe de Vergara. ¿Qué quiero, que queremos, muchos, decir cuando afirmamos “estar con las víctimas”?

En principio, por supuesto –y puede sonar vacío, pero no lo es- nos compadecemos de ellas, padecemos con ellas. Esto, creo, nos une a todos menos a los malnacidos que las convirtieron en víctimas y a las miserables hienas –incluidas abuelas de comunión diaria- que los admiran, acogen, apoyan, etc.

Pero es que, además, en el post yo afirmaba “estar con las víctimas” en el plano intelectual. Porque comparto plenamente el análisis de la situación que hace gente como Míkel Buesa, porque creo que ZP nos va a hacer retroceder veinte años en la lucha contra el totalitarismo a cambio de, en el mejor de los casos, obtener una paz de cementerio. Una paz sin libertad.

Hay quien se empeña en caricaturizar –intentando, claro, al tiempo no sonar irrespetuoso- a las víctimas como corazones sufrientes, únicamente –otra consigna de los voceros, cómo no-. Es mentira, esto también es mentira. Hay entre las víctimas gente muy lúcida, gente a la que el dolor no le ha nublado ese entendimiento que a muchos jamás podrá nublárseles. Gente que sabe muy bien de lo que habla.

Cuando, afirmo, pues, que “estoy con las víctimas”, amigo Félix, quiero decir, como reiteraba en mi artículo anterior, que creo que la razón está con ellos.

domingo, junio 05, 2005

ECOS DEL 32

Uno de los libros de moda en estos día está siendo la reedición de dos famosos discursos pronunciados en las Cortes de la República, allá por 1932, por Manuel Azaña y José Ortega y Gasset, a propósito del estatuto catalán. Viene al pelo este recordatorio, claro, porque nos hallamos en parecido, que no idéntico trance. No idéntico porque ni la España ni la Cataluña de 1932 son las de 2005, entre otras cosas porque el autogobierno catalán ha encontrado en el estado autonómico del 78 cotas inimaginables en la República del 31, pero valen buena parte de las observaciones de uno y otro ponente.

Me interesa, no obstante, traer a colación ese debate no tanto por su contenido como por las personas que lo sostuvieron, exponentes máximos de la “República de profesores” –quizá, ambos, tan grandes intelectuales como mejorables políticos-. Las diferencias entre Azaña y Ortega a propósito de la cuestión catalana son indicativas de sus respectivos modos de pensar, en general, y de sus respectivas formas de afrontar el más genérico “problema de España”. Ambos, Ortega y Azaña, eran conscientes de la necesidad de acometer importantes reformas, de modernizar el país, de incorporar España al progreso, en suma. Sin embargo, la relación de uno y otro con el objeto de su inquietud no puede ser más diversa.

Azaña representa, a mi entender, una suerte de “españolismo culpable”, heredero de una tradición que, de una parte, se desespera ante lo que consideran una especie de atraso insalvable, que requiere hacer tabla rasa de cuanto hay para poder construir encima y, por otra parte, es marcadamente racionalista y, por tanto, concibe países y sociedades, al estilo de la Izquierda, en general, como cuestiones que deben ser resueltas a través de la ingeniería. El renacimiento de España requeriría, pues, un proceso de destrucción, de demolición de cuanto existe para, después, construir encima, de un modo ingenieril. El político, pues, como ingeniero.

Ortega representa, por el contrario, un enfoque mucho más positivo. El enfoque liberal, reformista, que parte de que la sociedad no es, en sí, nunca el problema. Es la sociedad la que progresa. Por eso mismo, un intento reformista que pretenda tener éxito ha de partir, necesariamente, de la realidad existente –ya dijo Winston Churchill que las revoluciones, que son la negación de ese principio, terminan por ser, simplemente, medios violentos de cambiar unas elites por otras-. Ortega es un convencido anglófilo y, por tanto, consciente de lo que una sociedad es capaz de hacer por evolución – mucho más que por revolución. Nuestro gran filósofo sabe, en fin, que el racionalismo cartesiano confunde las cosas; que las colectividades humanas son entes demasiado complejos para actuar sobre ellas como si de un rompecabezas se tratara.

Todo esto que acabo de contar no tendría más interés que el histórico si no fuera porque, a mi juicio, el zapaterismo (corriente que, a estas alturas, no estoy seguro de que contenga más integrantes que el propio fundador) representa una reedición de ese azañismo de los treinta. Entronca con esa tradición intelectual de un cierto odio a España (sí, ¿por qué no decirlo?, quizá inconsciente, pero puede que odio, en definitiva). Esa rabia infinita de levantarse por la mañana, un domingo, y seguir oyendo campanas. Ese levantarse por la mañana y no estar en Francia, que les transtorna. No pretendo, por supuesto, comparar a ZP con Azaña, pero sí creo que ese es el verdadero núcleo de las convicciones del Presidente.

Su nihilismo es, pues, un nihilismo relativo. Está convencido, me temo, de que el progreso de España ha de pasar, por necesidad, por una fase deconstructiva que no ha terminado de culminarse –lo cual es grave, toda vez que, entre el 32 y nuestros días han pasado la friolera de 70 año-. Por eso se le hace tan sencillo entrar en coalición con quienes están “incómodos en España”. Cree que España, tal como es ahora, está tocada por una especie de pecado original que, en tanto no se expíe, legitima a cuantos alcen su voz contra ella. Después, supongo, vendrá el plan reconstructivo de la España a gusto de todos. Por eso resulta tan incomprensible a propios y extraños, a quienes sí son conscientes de la cantidad de tiempo que ha pasado y de las cosas que han ocurrido.

Estamos, pues, ante un adanista que cree, como aquellos, que España es un problema y que él lo va a resolver. Como quien resuelve el puzzle. “Me sentaré con el nacionalismo vasco, y con ETA y, racionales como somos todos, alcanzaremos un acuerdo satisfactorio”. Esta frase que, quizá, podría describir el estado de ánimo, supongamos que bienintencionado, del Presidente, es prueba de lo que vengo diciendo. Ortega podría, pues, reproducir sus discursos sin cambiarlos en exceso. Hay quien sigue creyendo que el mero hecho de tener cuitas con España convierte en racionales las reivindicaciones de algunos. Hay quien sigue creyendo que lo de estar “incómodo en España” es el resultado de algún análisis cabal. Hay quien sigue creyendo, en suma, que ciertos sentimientos, por el mero hecho de ser antiespañoles, son más legítimos y, por tanto, merecen un esfuerzo suplementario de comprensión, estudio y satisfacción.

Ortega decía, en suma, que el problema catalán era un problema que no se podía resolver, sino sólo sobrellevar. Empiezo a pensar que con ciertos sectores de nuestra Izquierda ocurre exactamente lo mismo.

sábado, junio 04, 2005

NO ES SOLIDARIDAD... ES QUE TIENEN RAZÓN

El Gobierno ha dicho que no cambiará su política antiterrorista aunque la manifestación de esta tarde sea un éxito. Como principio, no puedo estar más de acuerdo. Un Gobierno no debe cambiar sus líneas políticas por el solo hecho de que una muchedumbre salga a la calle a criticarlas –cosa diferente sería, desde luego, que a raíz de esa demostración de desacuerdo se iniciara en el Gobierno una reflexión que, eventualmente, pudiera llevar a un cambio de postura, es decir, “la calle” podría actuar como detonante de un proceso, pero no como causa inmediata y única-. Desde luego, es de celebrar que el socialismo gobernante haya vuelto a la sensatez democrática, porque la misma postura, mantenida por el ejecutivo de Aznar a propósito de Irak les parecía un acto de despotismo sin justificación (¿recuerdan cuando la Izquierda le decía al presidente que “escuchara a la calle”?). Bienvenidas sean, pues, las rectificaciones.

También se ha dicho que no son las víctimas quienes deben fijar el rumbo de la política antiterrorista, sin perjuicio de que merezcan el más amplio reconocimiento. Y es cierto. La condición de víctima convierte a quien la porta en acreedor a un trato acorde al sufrimiento padecido y a una reparación adecuada a las circunstancias, pero no otorga, sin duda, derecho alguno a dirigir las iniciativas encaminadas a resolver el problema del terrorismo. Ciertamente, sí hay, por parte de las víctimas, un derecho a ser escuchadas, cuando menos, si esas políticas –como es, indudablemente, el caso de una negociación con ETA, incluso aunque tuviera los únicos fines admisibles, que son los de fijar los términos de su rendición- van a exigir de ellas algún sacrificio adicional.

Así pues, yo iré esta tarde a la manifestación convocada por las Asociaciones para demostrar una solidaridad con las víctimas que es en sí misma valiosa y en sí misma se agota, y para pedirle a un Gobierno insensato que reflexione – desde la conciencia de que no es la calle la que fija las obligaciones y derechos del Gobierno de la Nación.

Más allá del derecho a ser arropadas, creo que las víctimas tienen, en esta ocasión, la razón de su parte. No es, como ha pretendido algún miserable en fecha reciente, que su condición sufriente les nuble el entendimiento. Antes al contrario, creo que gente como Míkel Buesa ha entendido perfectamente. Los que no han entendido son otros.

Independientemente de que las víctimas estén en su derecho de sentirse traicionadas –porque, eso sí, el Gobierno es libre de no atender sus requerimientos o, incluso, de pasar por encima de sus sentimientos, pero no puede exigirles, entonces, apoyo ni cariño por sus iniciativas- creo que tienen toda la razón al hablar del proceso en curso como un error monumental.

Y es que, dentro de la continua ofensa a la inteligencia en la que se está convirtiendo la segunda era socialista, el asunto de la política antiterrorista ocupa un lugar destacado.

Destacado por las esperpénticas circunstancias que lo rodean, la absoluta falta de transparencia, la colección de medias verdades y medias mentiras que, a estas horas, hacen poco menos que imposible confiar en un presidente del Gobierno que no se sabe a ciencia cierta si viene o si va. Una iniciativa carente de una articulación comprensible, extraña, extemporánea y rupturista con una política que se venía revelando eficaz.

Destacado por la grosera manipulación que supone afirmar que no hay precio político alguno mientras, en paralelo, se desarrolla la “maniobra PCTV”, destinada, insisto, sin disimulo, a dotar al mundo de ETA en las instituciones.

Destacado por la soberana insensatez que ha representado la ruptura con el Partido Popular, el enviar a la basura el único instrumento que, hasta la fecha, ha funcionado sin peros en nuestra ya larga historia de combate contra el terrorismo y sus excrecencias políticas, el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo – como he comentado ya algunas veces, por ese orden. Es, además, falso que sea el PP quien ha roto el pacto pero, aunque lo fuese, la obligación del Ejecutivo era intentar mantenerlo por todos los medios.

Estaré esta tarde con las víctimas. No (solo) por lo que han sufrido, sino porque tienen razón. Como dijo Maite Pagazaurtundúa, el sufrimiento no les ha bloqueado el entendimiento. Y el que quiera escuchar, que escuche.