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sábado, abril 30, 2005

ERC: MENSAJES DESDE LA SOFISTICADA CATALUÑA

Joan Puigcercós –el hombre de ERC en Madrid, escoltado por unos cuantos compañeros, como el inefable Tardá, que están entre lo más divertido del Congreso- situó ayer el debate sobre la financiación en claves quizá poco científicas, pero sí muy ilustrativas. Afirmó que sólo quienes no paran de chupar del bote objetan las demandas catalanas y que, además, sí hay dinero para otros menesteres, como ampliar el Prado o el aeropuerto de Barajas.

Bueno. Está claro que la supereuropea, la supersofisticada, la supercosmopolita, la superestupenda Cataluña, ese trocito del paraíso en el que todos tendríamos que mirarnos, el oasis del bienestar, la paz social y política y el hormigón, reserva a sus mejores hijos para menesteres más elevados, porque parece que lo que presenta en la lista de diputados al Congreso es lo más tonto, lo más paleto y lo más miserable que pueden encontrar. Si, para empezar, nos envían al oligofrénico como portavoz, tengo para mi que el diálogo va a dar poco de sí.

Una vez más, se pone en evidencia que el virus del nacionalismo se impone a las demás posibles almas que puedan confluir en un cuerpo. En ERC serán de izquierdas, pero sobre todo son eso, nacionalistas. “Los que chupan del bote” son los beneficiarios de la supuesta solidaridad catalana. ¿Puede haber un debate más demagógico, más irracional que este? Ahora le llamo yo tonto del culo, en nombre de todos los que en España viven en una región “beneficiaria” (aunque la respectiva declaración le salga a uno positiva, y mucho) y ya la tenemos liada, que diría Forges. Y, sin duda, es eso lo que están buscando, claro.

No merece la pena entrar a discutir los argumentos de Puigcercós, porque no son argumentos, sino exabruptos. Hay dinero para ampliar el Prado y Barajas, claro. ¿Y sabe por qué, Sr. Puigcercós? Porque, con independencia de su situación geográfica, ambas estructuras son de todos. Son utilizables por todos. No ya por los españoles, sino por quienes deseen hacerlo, vengan de donde vengan (sé que esto le resulta incomprensible, sé que no es usted capaz de concebir el mundo fuera de la clave “nuestro” y “suyo”). Usted no oirá nadie que, en la Comunidad de Madrid, reclame el aeropuerto como “suyo”. Es una infraestructura al servicio de la nación entera, y aún de todo el Sur de Europa, al que sirve de entrada.

Además, quienes contribuyen con sus impuestos a la financiación de ese aeropuerto saben de sobra que ningún indigente mental va a apresurarse, por ejemplo, a cambiar la cartelería para resaltar factores endémicos... en un aeropuerto intercontinental. También están confiados en que ningún frustrado, impotente cerebral, abrumado por el pecado original de haber nacido en Zaragoza, va a exigir nivel A, o B, o K de catalán, o de euskera, a los controladores aéreos, que lo que tienen que saber hablar es inglés.

Un consejo al señor Puigcercós y a sus compañeros de cuchipanda: váyanse a su pueblo, apaguen la televisión, no lean periódicos, hablen sólo catalán todo el día, cásense con una prima suya muy fea pero de impecable ascendencia (o con un primo, que Cataluña es paleta hasta la náusea pero, al tiempo, muy progresista, ya se sabe). Funden la república independiente de idiotalandia y llénenla de estatuas de Companys. Escriban sus propios libros de historia y escriban que durante un montón de años, los españoles comprábamos paño catalán porque nos gustaba mucho, y escriban que mandamos a “los que chupaban del bote” a la guerra de Cuba para defender el jornal. Escriban que todo lo que ustedes tienen siempre se ha debido a su trabajo, jamás al manejo político o a la ventaja. Escriban lo que les salga de las narices, vaya. Y créanselo, sobre todo créanselo, con esa capacidad crítica que Dios les ha dado.

En resumen, váyase al garete, hombre. Pero déjenos a Tardá, que ese, de puro bobo, es muy gracioso.

viernes, abril 29, 2005

IZQUIERDA Y DERECHA EN EUROPA

En un interesante artículo a doble página publicado en el diario El Mundo, José María Marco analizaba el otro día la situación de la dialéctica Izquierda-Derecha en Europa. Afirmaba Marco que, a su juicio, la Izquierda no sólo se ha recuperado muy bien del contundente golpe que supuso la desaparición del socialismo real sino que, de hecho y pese a que la Derecha conserva aún importantes cuotas de poder –a título de ejemplo, es mayoritaria en el Parlamento Europeo, aunque esto no signifique mucho- ha recuperado, hoy, la iniciativa política. Concede Marco, y yo estoy de acuerdo, que tal afirmación se ve siempre dificultada por lo ambiguo de las etiquetas (¿el Laborismo inglés es, actualmente, “Izquierda”?, ¿a qué campo adscribir ese incalificable invento que es el Gaullismo francés?...), pero convengo en que es cierta. Y eso, es verdad, a pesar de las tablas que hoy se observan en el continente, con una composición casi paritaria entre gobiernos de Izquierda y de Derecha, composición que Marco prevé se mantenga, pues cree que la pérdida de Italia para el campo de la Derecha será compensada por la vuelta de Alemania al terreno democristiano.

Sí, es cierto, las tablas en cuotas de poder indican poco. Lo cierto es que estoy de acuerdo con Marco en que la Derecha acusa una clara incapacidad para la generación de un discurso político no tanto sólido como, sobre todo, vendible. La Derecha, hoy por hoy, vende gestión, pero no ideas ni valores. Ni que decir tiene que España es, a mi entender, perfecta muestra de lo que sucede. Y, asimismo a mi entender, hay motivos para la preocupación, porque el innegable hecho de que la Izquierda haya conseguido poner en pie un discurso popular ni mucho menos quiere decir que éste sea juicioso.

La cuestión es que la Izquierda europea, ayuna de un marco de ideas auténticamente robusto, ha conseguido, mediante una buena muestra de reflejos, articular una alternativa “blanda” que ha permitido no tener que cerrar el chiringuito, que hubiera sido lo procedente –es decir, se puede vender cierta continuidad-, y conecta muy bien con una ciudadanía modelada por cincuenta años de “estado del bienestar” –es decir, cincuenta años de constitucionalización (colocación fuera del ámbito del debate político ordinario) de principios socialdemócratas y socialcristianos que otras líneas ideológicas han aceptado mansamente-. A estas alturas de la historia, el europeo medio, entre ellos Juan Español, es incapaz, ya, de relacionar su estatus socioeconómico y de libertades con ningún tipo de esfuerzo personal. No es consciente de que las libertades tienen coste, porque las ha asimilado al mismo aire que respira. Son el medio. En este sentido, ese ciudadano no será, por lo común, sensible ante ningún tipo de discurso que apele a su responsabilidad.

La Izquierda ha metabolizado con cierta rapidez algunos cambios imprescindibles. Por ejemplo, ha asumido la actual estructura económica como “techo” al intervencionismo. No pretende ya la estatalización a las claras de amplios sectores de la actividad económica, sino que se conforma con este nuevo esquema en el que los poderes públicos no es que estén ausentes del juego, pero lo están más en calidad de árbitros que de jugadores. En consecuencia, venden que ellos no son ya un obstáculo a la prosperidad. Lo que viene después, decía, es un discurso “blando”, basado en planteamientos fáciles (paz, diálogo, multiculturalismo...), con vistas a mostrarse siempre como la opción “agradable”. En casos como el español, el discurso puede sublimarse hasta perder contacto alguno con la realidad, llegando a basarse en nociones completamente vacías (siempre recuerdo, no puedo evitarlo, lo de las “ansias infinitas de paz”, o el famoso “talante”; ¿alguien cree que dice mucho de la audiencia el que permita a sus políticos hacer un discurso en estos términos?). Pero la cuestión es que el ciudadano siempre encontrará, si se abona al campo de la Izquierda, una sonrisa y, por supuesto, jamás un “no” por respuesta. Suena a mera cuestión publicitaria, y es que lo es, pero esa es la verdad. Se encontrará cómodo, porque en ningún momento se va a apelar a su conciencia y a recordarle que tiene que desempeñar un papel, que no puede ser un simple sujeto pasivo.

Ni que decir tiene que los peligros del discurso están en que no contiene respuestas para ninguno de los problemas que aquejan a todo el mundo en general ni, desde luego, a Europa en particular. Como decíamos el otro día, en nada va a mejorar la situación de Europa, simplemente, manoseando su nombre hasta la náusea y autoproclamándose europeísta de corazón. Pero esto es, precisamente, lo que la Izquierda ofrece: ante un problema real, una píldora tranquilizante, no una solución.

Ante esto, ¿qué puede hacer la Derecha? Queda, sin duda, fuera del campo de lo posible asumir un verdadero discurso liberal porque, como bien decía Marco, ni la opinión pública europea está preparada para ello ni, añado yo, la Derecha europea es liberal, en su mayoría. La Derecha no va a cuestionar un modelo socioeconómico que, con independencia de sus virtudes o defectos fundamentales, tiene la importante desventaja de producir una ciudadanía adocenada, que en nada es conveniente a sus intereses.

Hay quien espera que, con los matices que procedan, el discurso neoconservador cruce el Atlántico. En otras palabras, hay quien espera que también aquí surja algún día un discurso articulado en torno a valores “fuertes”. Marco alberga serias dudas, y creo que no le faltan razones para ello. ¿Es posible creer, seriamente, que puede cuajar en Europa, hoy, un discurso de la responsabilidad, del trabajo, un discurso, por qué no, del patriotismo sano...? ¿Qué futuro puede caberle a alguien que se pasee por el continente diciendo a las claras, y sin faltar a nadie al respeto, que cree a pies juntillas en las virtudes esenciales del sistema occidental y, por tanto, está dispuesto a asumir cuantos sacrificios sean precisos para defenderlo? ¿Obtendría George W. Bush un respaldo mayoritario en Francia, en España, en Holanda...? (paradójicamente, estoy seguro de que Néstor Kirchner podría, con fundamento, aspirara a presidir, cuando menos, alguna comunidad autónoma española).

No nos engañemos. Aunque ese discurso pueda tocar la fibra del americano medio (no presente, por cierto, en los cenáculos progres de ambas Costas), está en las antípodas de su contraparte europea. Los europeos han desarrollado una auténtica alergia a los valores fuertes. Y es lógico, porque han sido criados en un entorno en que dichos valores se batían en retirada –a diferencia de lo que sucedió en Estados Unidos donde, unas veces mejor, otras peor, todo lo soterrados que se quiera, siempre han estado presentes-, para ser sustituidos por una doctrina de la libertad absoluta y sin costes. El europeo no está, por tanto, dispuesto a asumir que nada de lo que disfruta tenga un coste. Cree en la “justicia social” y no es capaz de entender que, por desgracia, eso puede ser incompatible con trabajar cada vez menos. Cree en el “multiculturalismo” y, por desgracia, no termina de entender que eso puede ser poco compatible con la supervivencia de la propia cultura. Tiene “unas ansias infinitas de paz”, y no es capaz de entender que, por desgracia, algunos problemas no van a poder arreglarse hablando, por la elemental razón de que la otra parte no quiere. No entiende, porque hace mucho que todo el mundo le dice lo contrario, que no pueden perseguirse, a la vez, objetivos difícilmente compatibles.

Todo eso es lo que la Izquierda, sistemáticamente, oculta. La Izquierda afirma que sí, sí es posible alcanzar a la vez objetivos incompatibles. Y lo afirma sin rubor. Esto es una desfachatez intelectual, claro, pero ahí está.

El cómo conseguir articular un discurso que contraponer no es tarea fácil. Al fin y al cabo, su producto es peor, pero luce infinitamente más bonito.

jueves, abril 28, 2005

ESTATUTO CATALÁN: LOS ESCENARIOS DE ALFONSO GUERRA

Alfonso Guerra, que ahora se dedica a la teoría y el pensamiento desde su atalaya de la revista Temas y desde la presidencia de la Comisión Constitucional del Congreso, ha hablado por esa boca. Ya le echaba yo de menos (ojo a mi menesterosa situación: cuando uno echa en falta al mismísimo Alfonso Guerra es que la situación es realmente desesperada pero, en fin, así estamos).

En una entrevista, el ex vicetodopoderoso afirma que, si los catalanes se plantan en la Carrera de San Jerónimo con algo inconstitucional debajo del brazo que venga avalado por la mayoría del Parlamento de Cataluña, será el momento de disolver. Entiendo que don Alfonso se refería a las Cortes Generales, no al Parlamento catalán, aunque esto último tampoco sería una mala idea, una vez en esa tesitura. Obsérvese que Guerra no contempla la hipótesis de que un estatuto inconstitucional se discuta y apruebe, como parece de sentido común –aunque el sentido común salió de España, me temo, mucho antes que Severo Moto.

Empieza a haber un importante revuelo, dimes y diretes en el PSOE a cuenta del estatuto catalán. Los próceres del partido –hasta ahora los barones autonómicos y, por lo que se ve, también alguna cabeza pensante (ambas categorías no son disjuntas, pero tampoco idénticas)- se barruntan que algo huele a podrido en Barcelona, y no me refiero sólo a oscuros manejos inmobiliarios. A buen seguro, ya circulan por ahí borradores de la maravillosa pieza literaria que nos deben estar preparando. Pero es que tampoco hace falta darle muchas vueltas. Para que el techo estatutario se eleve lo suficiente como para justificar todo este aire neoconstituyente con el que los políticos catalanes tapan todas sus miserias, parece casi imprescindible una reforma constitucional. Al menos si de lo que se trata, en la gráfica frase de Artur Mas es de “menos poder para ellos y más poder para nosotros” (identificar a los “ellos” y los “nosotros” queda al juicio del distinguido lector, aunque quizá no sea tan obvio como a primera vista parece).

Y es que ni hilando fino puede irse mucho más lejos. La única reforma que, aparentemente, no choca con la letra de la Constitución es la posible extensión del sistema de concierto a Cataluña. Digo “aparentemente” porque, como bien apuntaba en un artículo reciente el hacendista Braulio Medel, y toda vez que el sistema catalán habría de extenderse como un reguero de pólvora al resto de las autonomías (en realidad, aunque no se extendiera, los efectos de la sola salida de Cataluña del sistema serían, por sí, ya demoledores), es imposible mantener el mandato de solidaridad interregional y el principio de no discriminación por razón de residencia. Y esos principios son tan constitucionales como el que dice que el Rey es el jefe del estado. Tendría guasa que hubiera que hacer una reforma agravada por lo del niño de Leti y, de rondón, se colara semejante torpedo contra la línea de flotación.

Así pues, dada la correlación de fuerzas en el Parlamento catalán, el escenario que contempla Guerra es altamente previsible. Supongamos, ahora, que sucede que el Congreso aprecia una inconstitucionalidad manifiesta del estatuto (porque sigo teniendo para mí que si “sólo” es disimulada, ZP traga). ¿En qué escenario estaríamos?

En apariencia, con que la “voluntad mayoritaria de la sociedad catalana” diverge de la “voluntad mayoritaria de la sociedad española”. Nótese que semejante aserto es enormemente discutible desde muy diversos puntos de vista, pero sin ningún género de dudas, sería manejado por unos y otros.

Quien tendría un problema gravísimo, en primera instancia, es el PSOE. Mientras Rubalcaba piensa cómo echarle la culpa de todo a otro –el PP es, una vez más, la víctima propiciatoria-, es de suponer que Ferraz tendría que optar entre dos líneas (obsérvese que estamos, en todo momento, pensando en un proceso transparente, lo cual ya es, en sí, muy dudoso, pero mantengamos la hipótesis a efectos de análisis). Una es promover el cambio constitucional que Maragall necesitara para que su estatuto fuese viable. Eso tiene muchos riesgos, porque equivale a la captura, ya sin tapujos, del partido por el PSC. Aunque el Grupo Prisa evitaría, probablemente, un descalabro electoral significativo, lo que no podría evitarse es una fuerte contestación interna.

La segunda alternativa es aún peor. Negarse a promover el cambio (nueva observación: ni me planteo la posibilidad de que Maragall se baje de la burra, claro) y, por tanto, la ruptura directa con el PSC. Esto sí que conduce de cabeza al descalabro electoral porque es una cuestión aritmética: si los partidos se presentan separados, dividen voto. Eso no lo puede evitar ni Gabilondo haciendo horas extras.

Me temo, por tanto, que ante la perspectiva de una derrota, el PSOE optaría por la primera vía, es decir: darle a Maragall lo que pida e intentar venderlo como una cosa menor. En ese caso, lógicamente, la perdedora es España. Pero es que España es perdedora en cualquier caso porque lo que le quedaría para gestionar a un gobierno alternativo es una situación auténticamente kafkiana.

Cabe, desde luego, esperar que los catalanes hagan gala de un sentido común que tantas veces y contra toda evidencia se les ha supuesto, y no fuercen las cosas. Pero ya digo que esa es una esperanza un tanto vana, porque es tanto como pretender que abandonen el proyecto estatutario o se conformen con un estatuto capitidisminuido con respecto a sus expectativas.

Bueno, pues este es el escenario. Ahora, quisiera que quienes no se cansan de repetir que algunos somos unos exagerados, tomaran la palabra para decirme que aquí no pasa nada.

¿ESTABA LA "VÍA AZNAR" CONDENADA AL FRACASO"

El muy nutrido club de fans de nuestro presidente del gobierno, por sobrenombre el Esdrújulo –al menos en esta bitácora- suele describir su política sobre la cuestión vasca como “apuesta audaz”. He oído ya esto a más de un interlocutor y lo he leído en más de un medio. A mi eso me suena a un “no entiendo nada y me parece arriesgadísimo, pero tengo fe en este tipo”. También puede uno acordarse de esas películas americanas de juicios en las que el defensor inicia una línea que es un aparente sinsentido pero, ante la protesta del fiscal, el juez la deniega afirmando que “tengo curiosidad por saber dónde nos conduce”. No estaría de más que nuestro ZP cambiara un buen día sus “ansias infinitas de paz” por un discurso articulado para que, siquiera al principio, pudiéramos todos sentarnos a escuchar y “ver dónde nos conduce”.

La cosa empieza a desbarrar cuando se afirma sin ambages que la política de ZP es una solución –arriesgada, claro- para salir del atolladero en el que nos metió la política de Aznar. Y me pregunto yo: más allá de deficiencias que se pueden admitir sin problemas –en materia de “talante”, básicamente, o de comunicación, que suena más serio- ¿era equivocada la política de Aznar? Porque lo que está claro es que esa política puede considerarse enterrada.

En primer lugar, aquella sí que era una apuesta “audaz”, en tanto que suponía, de verdad, adentrarse en un terreno inexplorado: el de la firmeza frente al terrorismo y su imprescindible compañero de viaje, el nacionalismo. Lo que hoy propone ZP es algo ya muy viejo, tan viejo que fue utilizado hasta por el propio Aznar –que, pecando de lo que algunos llaman adanismo, no dejó pasar la ocasión de intentar, por enésima vez, la “fórmula Stormont” con ETA (algún día habrá que hablar de lo inadecuado de las referencias a la “vía irlandesa” aplicadas al País Vasco)-. El hacer concesiones a cambio de paz, en el sentido más amplio del término –no violencia y paz política-, la negociación permanente del modelo de estado, el poner el equilibrio territorial constantemente en almoneda, es algo tan antiguo como nuestra democracia, que puede incluso ser descrito, globalmente, como un intento fallido de apaciguamiento. Todo nuestro cacareado “estado de las autonomías” es eso, un intento fracasado de apaciguamiento (lo cual no quiere decir que el modelo, fracasando en lo principal, no haya tenido algunos éxitos en otros campos, probablemente donde menos se esperaban):

Así pues, si se quiere, se podrá calificar de “audaz” el nuevo sistema, pero bajo ningún concepto puede calificarse de novedoso. Tras treinta años de “acomodación” de la forma de estado, algunos siguen sin estar “cómodos”. ¿Qué hace suponer que más concesiones pueden comprar algo más que otros veinticinco años de tira y afloja? Así pues, lo verdaderamente novedoso era una estrategia de confrontación –sí, he dicho confrontación, los bienpensantes pueden ya mesarse los cabellos y aullar; incluso puede que diga “conflicto” más tarde-, en la que cada uno quedara a sus propias fuerzas. En la que los nacionalismos, especialmente el vasco, mostraran su estructural debilidad. Son simples parásitos cuya fortaleza se mide sólo en función de la debilidad del cuerpo que parasitan. Esta tesis es discutible, claro, pero es verdaderamente audaz. Tanto que, tras mucho tiempo de jugar a otra cosa, hubiera merecido ser explorada hasta sus últimas consecuencias. Especialmente cuando esa “audaz” estrategia, que incluía una paralela ofensiva sobre el mundo abertzale dio frutos inmediatos, contra todo pronóstico. Quienes, por costumbre, se creen capaces de prever las reacciones de la sociedad vasca, erraron al prever que la ilegalización de Batasuna supondría un cataclismo, como erraban quienes decían que el nacionalismo era invencible (es, desde luego, invencible si ni tan siquiera se le combate).

Con muy mala fe, gente como María Antonia Iglesias, entre otros, no han tenido empacho en presentar el Plan Ibarretxe como reacción necesaria ante la política aznarí. El lendakari, acosado, se ve obligado a dar el salto adelante. Lógico, ¿no?. Semejante tesis, muy sugerente, es falsa o, cuando menos, hace deliberada abstracción de factores como el Pacto de Estella y, desde luego, el agotamiento natural de las vías estatutarias, con el consiguiente efecto sobre ese perpetuum mobile reivindicativo que son los partidos nacionalistas. Seguimos sin entender que el nacionalismo, especialmente el vasco, sigue sus propios calendarios. Sólo muy parcialmente obedece al principio de acción-reacción. Antes al contrario, de siempre, la iniciativa cae de su lado. Es el estado el que reacciona, normalmente mediante un movimiento apaciguador. Estoy absolutamente convencido de que el fin del Plan era ese: obtener otro movimiento apaciguador, consolidar otra ganancia –probablemente hasta que el horizonte europeo se despejara, es decir, hasta estar seguros de que los “españoles” íbamos a ser tan imbéciles de no oponernos a la presencia en la UE de un País Vasco independiente, pero esto es una mera conjetura.

Ciertamente, era de prever que se enrabietaran. Sobre todo por la sorpresa, claro. Por vez primera, Madrid dice “no” y a cada paso responde con otro que no es una nueva propuesta de conciliación. No hay “ansias de paz perpetuas” que todo lo justifiquen. Resulta que, de manera inédita, Madrid coloca, por vez primera, el cumplimiento estricto de la legalidad como prioridad máxima. Tanto que mucha gente empezaba a atemorizarse con la escalada. En Madrid... y fuera. ¿O es que alguien creía que los nacionalistas las tenían todas consigo? El coste de la estrategia era, claramente, un repunte temporal de la conflictividad, dialécticamente hablando. Paso necesario, inevitable, pero que hubiera merecido la pena dar, sobre todo acompañado de una reducción de la violencia.

El éxito de la iniciativa, esta sí, novedosa y arriesgada, requería dos condiciones:

Terminar de una vez con la asunción acrítica del discurso nacionalista. Dejar de asumir ese toma y daca absurdo por el que ellos crean un problema y somos los demás los que hemos de resolverlo. De nuevo, María Antonia Iglesias proponía la pregunta: Y si, diga lo que diga la ley, hay un conflicto político, ¿qué?

Pues nada, porque esa es la segunda condición: una convicción plena, rotunda y firme, una creencia en la racionalidad de la propia postura. La postura “españolista” está avalada por el derecho y la historia... al menos, tanto o más que la nacionalista. No niego que pueda haber argumentos para afirmar, por ejemplo, que Cataluña no es España, pero seguro que los hay, y muy rotundos, para afirmar que sí lo es. Entre ellos el pequeño detalle de que así lo decidieron, en 1978, una mayoría de catalanes, que participaron luego masivamente en un proceso estatutario que sólo trae causa del ordenamiento jurídico español. Eso por no recordar que, al menos algunos, pensamos -creo que legítimamente- que el nacionalismo, como ideología, no es algo en exceso presentable.

No, no creo que la vía Aznar estuviera condenada al fracaso. Más bien pienso que era la única posibilidad de éxito, porque era la única, de las ensayadas hasta la fecha, la única fórmula que procuraba poner fin a ese sinsentido. A este continuo mendigar una paz y una estabilidad que todos nos merecemos. Con el nazi no se contemporiza; al nazi se le combate. Mutatis mutandi (aunque no termino de ver claro por qué hay que cambiar nada, en algún caso), al que sólo pretende, en la vida, aplicar su programa de máximos, no hay otra salida que combatirle.

Lo que sí es cierto es que este gobierno es incapaz de aplicar una vía similar, porque en ningún caso se dan las precondiciones citadas. El que padece un adanismo profundo es ZP. No sé si él se da cuenta, pero sí deberíamos darnos cuenta los demás. Tenemos experiencia suficiente para saber que las paces que vende el nacionalismo caducan a los veinticinco años.

miércoles, abril 27, 2005

TRES CUESTIONES CIVILES (2)

Mi artículo “tres cuestiones civiles”, publicado ayer, ha recibido unos cuantos comentarios de interés desde ambos lados del espectro político, lo que me lleva a intentar aclarar algunas cuestiones o, simplemente, abundar en otras. Me refiero a ello en orden casi inverso al que abordaba los temas en el primer escrito.

En primer lugar, acerca del nuevo mandato contenido en el Código Civil sobre el reparto doméstico de tareas, todos mis corresponsales parecen convenir en que es un auténtico despropósito. Digo esto porque los que no son de izquierdas así lo indican expresamente y los que son de izquierdas se callan. Cuando mis amigos de izquierdas eluden un tema, es que ya no hay por donde cogerlo, seguro. Así pues, sobre este tema, poco que decir. Tan sólo que no parece que nuestro más que centenario Código Civil no parece el lugar más apropiado para hacer proclamas demagógicas sin ningún tipo de anestesia. Y es que estos ya no respetan ni los viejos textos legislativos.

En cuanto al jocosamente denominado “divorcio exprés”, también parece haber cierto consenso. Tengo que recalcar que, pese a mis reflexiones accesorias sobre la responsabilidad personal, no objeto la mayor. Quiero decir que no me parece mal que se simplifiquen los trámites. No obstante, tomo nota de la observación de Alva acerca de la indisolubilidad, en términos prácticos, del vínculo matrimonial mediando prole. Aquellos que tienen hijos harían bien, en ocasiones, en recordar que, por mucho que la ley les conceda la ocasión de perderse de vista, sus compromisos les obligan a entenderse. Y, desde luego, si las leyes ayudan también con esto –que no sé si es el caso- pues mejor.

Donde sí hay un enconado debate es en la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo. De entrada, las palabras, que lo son casi todo. Mi amigo Pepe, dado él a los malabarismos lingüísticos, me recuerda que, al fin y al cabo “matrimonio homosexual” significa, precisamente, eso “matrimonio entre personas del mismo sexo”. Bueno, matizo yo, a mi vez, no exactamente. Para empezar “matrimonio homosexual” es un sinsentido como “armario sensible” y una expresión muy ambigua. Prefiero “matrimonio entre personas del mismo sexo” porque, aparte de ser una expresión más concordante con el literal de la ley, creo, eso pone más a las claras la situación y algunas de las perspectivas que abre. A partir de ahora, será perfectamente posible que yo, varón heterosexual –o, al menos, al que nunca se le ha cruzado sujeto asimismo varón que despierte sus instintos, que sobre estas cosas ya se sabe...- case con otro, asimismo varón, asimismo heterosexual y, por ejemplo, residente ilegal en España (a cambio de un módico estipendio o porque me cae bien). Cosas veredes.

Decía yo, también, que la gente nunca se acostumbrará a llamar “matrimonio” al ayuntamiento de varón y varón o mujer y mujer. Se me replica que, merced a lo que los lingüistas denominan “desplazamiento semántico”, los términos extienden su significado a situaciones antes no cubiertas. Y así es. Pero, normalmente, como nos recordaría Álex Grijelmo, casi nunca la lengua suele ir contra su propio genio y así como hemos podido seguir hablando de “bajada de bandera” donde ya no hay bandera ni nada similar, tengo para mí que nos costará, salvo rellenando formularios administrativos, llamar “marido” al marido del exmarido de alguna mujer.

Pero todo esto, siendo muy importante –recordemos, siempre, la importancia de las palabras, que no es que denoten la realidad, es que son la realidad misma, como bien han sabido, de siempre, todos los manipuladores que en el mundo han sido- no es el meollo de la cuestión. En mi artículo abordaba el tema sobre la base de algunos modestos razonamientos jurídicos. Se me objeta –al estilo de ZP- que mi argumentación niega derechos fundamentales a un determinado grupo de personas. Más concretamente que, diciendo que el artículo 32 de la Constitución no ampara a quienes quieren contraer matrimonio con persona de igual sexo, abogaba por una infracción del 14: el sacrosanto principio de igualdad. Intentaré demostrar que eso es falso.

Vaya por delante que yo, como otra mucha gente, estoy a favor de extender a las parejas del mismo sexo que vivan en análoga convivencia a la matrimonial, more uxorio, que dicen los juristas, la mayoría –por no decir todos- los elementos sustantivos que forman el contenido contractual del matrimonio. Abogo, pues, casi por una reserva de denominación, más que otra cosa. No baladí, en su caso, porque “análogo” no es “igual”. Soslayo la cuestión de la adopción, porque me parece un falso debate. Como bien se ha apuntado ya en algún comentario, los homosexuales ya pueden adoptar en España, porque pueden hacerlo como solteros. Lo que, en todo caso, habría que discutir, es la oportunidad de esto último, con independencia del sexo o la orientación sexual del adoptante. Insisto, ese es otro debate y bastante tontos serían los homosexuales si compraran como conquista un derecho que ya tienen.

En una respuesta a algún comentario, citaba yo el otro día a Ulpiano, quien dejó dicho –y quedó en la misma puerta del Digesto- que justicia es procurar dar a cada uno lo suyo. Esta clásica definición inspira, en última instancia, el artículo 14, el principio de igualdad: ha de ser tratado igual lo que es igual. Discriminar es, por tanto, tratar a los iguales de manera diferente. Eso es lo proscrito. Ahora bien, lo contrario, tratar igual lo distinto, tampoco es justicia –nótese que es esto lo que subyace a la famosa “discriminación positiva”, al menos en teoría: si trata usted por igual a personas que no son iguales no sólo no corrige una discriminación, sino que la perpetúa-.

Todas las personas, con independencia de cualquier característica (sexo, raza, orientación sexual...) son portadoras de una serie de derechos. Aunque no es un derecho fundamental (en sentido técnico), uno de ellos es el derecho a contraer matrimonio. Y es evidente que los homosexuales, en España, gozan de él. Nada impide a los homosexuales contraer matrimonio. Pueden acceder a la institución matrimonial. El problema estriba en que la Constitución española, como todas las del mundo, no crea dicha institución. Esa institución preexiste a la Constitución, como preexistía a la república romana. Lo que se dirime, pues, es sólo el derecho de acceso a dicho contrato (admítaseme la figura), la capacidad contractual. Y los homosexuales no tienen, para nada, su capacidad contractual mermada. Es sólo que, al igual que los heterosexuales, su derecho es a acceder a una institución que está prefijada y cuyos términos no son enteramente disponibles.

Así pues, quien plantee este tema como un asunto de derechos subjetivos desvía el tema. No se discute el derecho de nadie a acceder a un determinado instituto, sino el contenido del instituto mismo. Por eso es preciso cambiar la Constitución, porque el único matrimonio jurídicamente existente es el matrimonio entre personas de diferente sexo (no me extiendo más en por qué llego a esta conclusión, porque ya lo expuse en su momento). La cuestión jurídica nos lleva, pues, de cabeza a la cuestión cultural.

En mi opinión, y en la de otros, no está al alcance del legislador operar tal cambio en la definición del matrimonio. La institución es prejurídica, forma parte de la realidad social, cultural y, sí, natural –en cuanto a que el matrimonio, sin ser como el curso de los ríos, entronca de lleno con la cuestión básica de la supervivencia de la especie-. Es verdad que no tiene por qué haber una única forma de matrimonio y una forma de familia. Pero todas, absolutamente todas las que en el mundo han sido, unían el componente femenino y el masculino porque asimismo todas las formas de matrimonio y familia sirven al mismo fin básico (entre otros, naturalmente).

No deja de ser paradójico que quienes están a favor del matrimonio gay estén a un tiempo en contra del poligámico –supongo, aunque con la cantidad de musulmanes que hay en España y que votan...-. Digo paradójico porque, a diferencia del primero, el poligámico no es atacable como instituto no natural, aunque sí desde otras (múltiples) perspectivas. El matrimonio poligámico sí es una forma de matrimonio que conoce muchos precedentes, aunque haga mucho tiempo que está abandonado en nuestra esfera cultural.

Porque lo que en ningún caso es lícito, a mi entender, es proclamar que no debe haber formas prefijadas de familia y después decir que unas valen y otras no. O hay reglas o no las hay, pero es muy complicado buscar situaciones intermedias. Es la ventaja que tiene seguir las tradiciones –algunas tienen sentido, otras no-, que, al menos, cuentan con el aval práctico de la experiencia y eximen de discutirlo todo de nuevo. Si alguien es capaz de presentar un proyecto de legalización de la poligamia –supuesto que poliginia y poliandria sean igualmente válidas-, ¿sobre qué bases se va a decir que no?

Por último, alguien comentaba que el hecho de que una aplastante mayoría insista en negar derechos a una minoría, ello no es razón suficiente para que dichos derechos sean preteridos. No puedo estar más de acuerdo, y me gustaría que esa regla se aplicara coherentemente en otros supuestos. En todo caso, creo haber fundamentado la opinión de que en absoluto estamos ante una cuestión de derechos, sino ante un intento de redefinir instituciones. Por tanto, sí es aplicable al caso la regla de la mayoría. Por eso, porque no estamos ante la preterición de ningún derecho fundamental. Homosexuales y heterosexuales han de tener derecho a acceder a los mismos institutos jurídicos... pero a los existentes, no a los que, a capricho, defina cada uno.

martes, abril 26, 2005

EUROPA EMPANTANADA

La recién abierta negociación de las perspectivas financieras, la dura asunción de nuevas ampliaciones sin tan siquiera haber estabilizado el marco jurídico de la precedente y el tortuoso camino que se augura para el engendro de Giscard, en Francia (allez les bleus! votez pour le non!) y más allá, amenazan con poner a la Unión al borde de una crisis sin precedentes, si es que no puede ya afirmarse, a las claras, que el proyecto hace aguas.

En mi opinión, es el resultado de haber querido forzar demasiado las cosas. Los padres fundadores sabían de sobra que el sueño de una Europa “del Atlántico a los Urales” habría de construirse poco a poco, paso a paso. Y, por ello, optaron por la vía más segura: el desarrollo de una comunidad económica, sabedores de que nada une más a los hombres que esa fuerza forjadora de naciones que es el comercio. Una de las mayores estupideces que se repiten una y otra vez es esa de la denuncia de la Europa “de los mercaderes”. Todo lo que es hoy Europa se debe a los mercaderes. Los mercaderes han conseguido lo que no pudieron las armas. Entre otras cosas, que los idiotas de “lo social” puedan hoy hacer sus denuncias ante instituciones genuinamente europeas como la Comisión o el Parlamento, presidido este último por uno de sus campeones... de lo social, digo.

Merced a ese lento camino, hoy los europeos son mucho más europeos de lo que ellos mismos se piensan. Ni los muy euroescépticos ingleses son conscientes de que su vida diaria está armonizada con la de sus conciudadanos del “continente” por una selva de directivas que han sido incorporadas a su legislación, lentamente, como si de los sedimentos de un río se tratara. Se tardó cerca de cuarenta años en completar el marco de las libertades de movimientos de mercancías, capitales y personas. Algo tan común hoy en nuestras vidas que sólo caeríamos en la cuenta si, súbitamente, hubiera que volver a llevar el pasaporte a Portugal o que rellenar un extensísimo formulario para poder enviar una transferencia bancaria a Suecia.

Era demasiado pausado. Los ingenieros sociales no podían resistirlo. No podían consentir esta forma tan capitalista, tan mezquina, de hacer las cosas. Había que acelerar la consecución del sueño, de la utopía.¡Ah, la utopía!. Los socialistas de todos los partidos no se cansan de invocar continuamente la utopía y de echar en cara que no creen en ella... a quienes, poco a poco, trabajan serenamente para conseguirlas. Los socialistas de todos los partidos tienen siempre la utopía en la boca, de suerte que, cuando por fin se callan, la utopía no está un solo centímetro más cerca que cuando empezaron a hablar. Al igual que el problema de la creación de riqueza: mientras los ingenieros sociales no dejaban de pensar arduamente en la cuestión... el liberalismo económico no dejaba de mostrarse como la una receta más humilde pero mucho más eficaz.

Europa ha tenido, además, la desgracia de convertirse en el eje básico del programa de multitud de partidos de centro izquierda que, ayunos de toda idea sólida en la que basarse y renuentes, como es natural, a asumir el liberalismo político y el dejar en paz al prójimo como idea-motor, se arroparon en la bandera azul, ofreciendo a la causa todo el brillante capital intelectual que quedó libre una vez que todos los inventos socialdemócratas se fueron al garete. Antes abogábamos por la emancipación de la clase obrera. Ahora retornamos a Europa. Y siempre con la solvencia habitual.

Y, en poco más de diez años vinieron el euro, cumbres sin cuento, Niza, la constitución, dos ampliaciones... En fin, el marasmo. Precisamente, lo que los padres fundadores querían evitar. Que Europa se convirtiera en el problema y, por tanto, suscitara rechazo en la gente. Justo lo que está sucediendo.

Y es que, cuando un Zapatero o un Schröder hablan de Europa, el término queda automáticamente contaminado por ese lenguaje vacuo de político inconsistente, propio de esta generación de líderes devaluados. Se convierte en uno más de esos conceptos infinitamente sobados, antaño dignos y hoy privados de todo sentido cabal o, peor, con sentido eternamente cambiante en función del gusto del manipulador de turno (democracia, diálogo...). Con esos términos ocurre como, según decía Hayek, con el calificativo “social”: además de no significar nada, privan de sentido a los términos que los acompañan en la frase. El otro día, Jaques Chirac (inciso: pocas veces un jefe de estado cumple tan bien la función de personalizar no tanto la nación, pero sí el sistema político; Chirac es la Francia contemporánea: elegancia, compostura, un cinismo sin límites y un discurso en el que ya nada queda sin manipular) salió al paso del creciente apoyo al “no” y sólo consiguió reforzarlo. Por si la constitución europea inspirara poca desconfianza, nada mejor que el decidido apoyo presidencial y el recurso a la demagogia pseudoeuropeísta... para que la gente huya espantada.

La prisa de los políticos, el ansia de los ingenieros sociales por alcanzar su utopía al estilo socialista –quemando etapas- ha dejado ya un panorama complicado. Las presiones proeuropeístas, probablemente, son las responsables de que algunas opiniones públicas como la sueca, la danesa o, desde luego, la británica, hayan convertido en euroescepticismo lo que, inicialmente, no era más que una falta de entusiasmo. El impresentable espectáculo ofrecido por las “potencias centrales” hace que algunos empiecen a mirar con envidia a suizos y noruegos que, integrados en el Espacio Económico y con libre circulación, disfrutan buena parte de las ventajas sin tener que asumir toda la demagogia francoalemana. ¿Cómo es posible que haya gente que piense que quienes se quedaron fuera tomaron la decisión correcta? ¿Acaso es cabal seguir empujando a la gente por un camino, antes de darle evidencias de que es el adecuado?

Es preciso echar el freno, recuperar pronto el tempo o, casi sin duda, habrá una ruptura. El proyecto puede disolverse en múltiples estructuras “de cooperación reforzada” –que ya existen, si tenemos en cuenta que, sobre el territorio de los 25 se superponen el del euro, Schengen y las medidas transitorias para los países de nuevo acceso- o empantanarse por completo.

Y no será, desde luego, culpa de los pueblos que, libremente, decidan lo que quieran en los referendos por venir. Será culpa de unos políticos incompetentes, enanos indigentes a la sombra, la larga sombra de los mercaderes. Los verdaderos constructores de naciones.

TRES CUESTIONES CIVILES

Si no me he enterado mal, en estos días el gobierno ha promovido tres reformas de calado en la legislación civil. A saber: extensión del matrimonio a parejas del mismo sexo (bien por la precisión técnica, todo el mundo piensa en homosexuales, pero no tiene por qué ser así – sobre todo con pensiones de por medio), reforma del Código Civil para hacer obligatorio, por ley, el compartir las tareas del hogar y reforma de la ley del divorcio, para hacer más ágil la disolución matrimonial. Analicémoslas porque, salvo la primera, quizá no han recibido la atención que merecen.

El matrimonio entre personas del mismo sexo es, con toda probabilidad, además de una barbaridad desde el punto de vista cultural y un absurdo lingüístico, el mayor disparate jurídico perpetrado por estos lares desde tiempo inmemorial. No me refiero, ciertamente, a la extensión de ciertos derechos –a parte, sí, del contenido del instituto matrimonial- sino a la extensión de la denominación.

Una barbaridad desde el punto de vista cultural porque es un torpedo contra la línea de flotación de una institución que, en Occidente, viene revistiendo la misma forma desde hace varios milenios. Alguien recordaba hace unos días a nuestros bienamados griegos, tan dados ellos a la vía no recta que terminaron por dar nombre a la vía rectal. Imposible mayor tolerancia social ante el homoerotismo. Pero una cosa es que Aquiles amara a Patroclo hasta el borde mismo de la locura –que se lo digan a Héctor, que pagó los platos rotos- y otra cosa muy distinta que pretendiera casarse con él.

Absurdo lingüístico porque el gobierno ha ido tan frontalmente contra el genio de la lengua que no me extrañaría que los hablantes, digan lo que digan las leyes, conserven el uso normal o inventen nuevos términos para resaltar lo evidente: que no se llama por igual nombre a lo que es diferente.

Y, por fin, disparate jurídico al acoger en nuestro ordenamiento una institución sin apenas precedentes en el derecho comparado. En mi opinión –que me perdonen mis doctos amigos juristas que de esto saben mucho más que yo y que discrepan- y, creo, en la de muchos, entre ellos el ex presidente del Constitucional Rodríguez Bereijo, se trata de algo radicalmente inconstitucional (además de contrario al sentido común). En primer lugar, es del todo absurdo pretender que, si el constituyente hubiera querido limitar el matrimonio a la unión entre hombre y mujer en el artículo 32, lo hubiera escrito. Es una extravagancia plantear que el constituyente hubiera debido escribir “contraer... entre sí”, sencillamente porque, en 1978, nadie en su sano juicio hubiera podido interpretarlo de otro modo, por lo que el añadido era superfluo. Pero es que tampoco una interpretación “acorde con los tiempos”, de conformidad con lo dispuesto en el Código Civil sobre la interpretación de las normas jurídicas, permite plantear que sea pacífico, hoy, entender que el matrimonio puede ser entre personas del mismo sexo. Porque es completamente falso que exista un consenso social al respecto. Antes al contrario, esto no es más que una deuda contraída por el PSOE con una minoría influyente y que quiere atraer para sí, pero minoría al fin y al cabo. Por otra parte, hay quien ha sostenido, a mi juicio con acierto, desde una perspectiva no ya iusnaturalista, sino simplemente lógica, que ciertas instituciones son indisponibles para cualquier legislador, porque preexisten a las leyes mismas, incluida la constitución. El matrimonio es una de ellas (por eso no existe el derecho al matrimonio, sino el derecho a contraerlo), otras son la familia, la relación paterno-filial –que la gente tiene progenitores es algo independiente de la legislación- o, mal que le pese a alguno, la propia existencia del sujeto constituyente (la nación española, en nuestro caso) en cuya ausencia el propio hecho de legislar es ontológicamente imposible.

En cuanto a la intromisión en la intimidad familiar que supone establecer por ley un reparto de tareas domésticas. ¿Qué decir? Pues que el venerable cuerpo del Código Civil, bastión de la autonomía de la voluntad, habrá crujido ante semejante muestra de intervencionismo cuasitotalitario. Supongo que el paso siguiente de estos aprendices de peronista será imponer multas a los que sigan empleando el plural inclusivo (todos, en vez de todos y todas) o persistan en llamar de “usted” a su vecino. O, quizá, recuperar la figura del jefe de casa –igual que recuperaron el ministerio de la vivienda, ¿por qué no?- para que compruebe que yo saco la basura los lunes, miércoles y viernes y que mi mujer hace lo propio martes, jueves y sábados. Además, ¿tal es el fracaso de las parejas españolas –especialmente de los varones- que no son capaces ni de establecer un reparto satisfactorio de tareas por sí mismos? ¿cómo demonios se permite, pues, el acceso a un instituto tan complejo como el matrimonio a seres tan inmaduros que no son capaces de organizar ni siquiera su vida doméstica? Propuesta: reservar el matrimonio sólo a gays mayores de 40; el resto a internados vigilados por la policía progresista, hasta que aprendan.

Mejor opinión, sin duda, merece la reforma del divorcio. Nuestro sistema es, creo, rara avis en derecho comparado, con esa extravagancia –concesión a la Iglesia, en su día- de un prolongado período de separación previa para obtener un divorcio que, por otra parte, es incausado y, por tanto, en sentido estricto, no hay que justificar en nada. Bien está, pues, que lo que unió la voluntad, la sola voluntad lo separe y en un plazo razonablemente breve –otra cosa es que, tal como funcionan los tribunales, el plazo establecido sea o no creíble-. Hay, no obstante, algunas sombras.

La primera es que, una vez más, falta solvencia técnica en las leyes –no sé si hay urgencia a este respecto, ¿hay una semana mundial del divorciado y la divorciada con la que coincidir?- que dejan sin abordar múltiples problemas, entre ellos los económicos-fiscales, que suelen hacer la vida imposible a las parejas que se divorcian. No me pronuncio sobre la cuestión de la custodia compartida por falta de datos, pero me parece también un tema de enorme complejidad.

La segunda es un cierto malestar debido a que esta nueva legislación, bienvenida ella, no hace sino reforzar la tendencia general a la irresponsabilidad. Y es que todo tiene pros y contras. Es, ciertamente, bueno que no haya que esperar por lo que ya no tiene arreglo pero, ¿no es menos cierto que algunos matrimonios adquieren ribetes de comedia? (no entro en cuestiones puramente fraudulentas que algunos, con fundamento, creen que van ahora a multiplicarse, sino en casos más comunes). No se me malinterprete, que no estoy abogando por nada raro.

El matrimonio es un acuerdo solemne de voluntades, que implica el reconocimiento público de derechos y deberes y que las leyes entienden digno de especialísima protección –a tal fin, además de atender a su solemnidad protocolaria, conceden todo tipo de ventajas a los casados-. Es un acuerdo tendencialmente permanente –que no irrevocable, no es lo mismo- y es esa tendencial permanencia la que le concede su virtualidad social y jurídica. Pues bien, ¿acaso no es exigible un mínimo de responsabilidad a quienes, con plena libertad, acuden a contraer ese vínculo? ¿No tiene la sociedad derecho a exigir que las manifestaciones solemnes que ante ella se realizan estén presididas por un mínimo rigor? Ni que decir tiene que los errores se enmiendan, claro, y no debe haber excesivas limitaciones para ello. Pero tampoco se debe devaluar improcedentemente el carácter del error. No es algo intrascendente y tampoco digo que sea fácil hallar un justo medio: dos años es mucho pero, ¿tres meses no es demasiado poco? Se dirá, claro, que no es poco si se tienen claras las ideas, pero –salvados ciertos casos en los que el compañero sale totalmente rana- ¿qué motivos hay para confiar en la claridad de ideas de quien, a los tres meses de solemnizar, ante funcionario público, tan grave asunto, pretenden revocarlo ad nutum? Este razonamiento resultará extraño a quienes ven en el matrimonio un contenido exclusivamente contractual y que, por tanto, en nada incumbe a terceros. Ciertamente, incluso aunque fuese este el enfoque, ¿acaso no deben estar los acuerdos presididos por un mínimo de seriedad? A quienes dicen que el matrimonio es “simplemente” un contrato habría que recordarles que un contrato es una cosa muy seria; tan seria que es ley entre partes. Pero es que en absoluto es cierto que el matrimonio sea sólo eso. El matrimonio tiene influencia en el estado civil de las partes y, por tanto, reviste una enorme trascendencia pública. Amén, claro, de que el negocio matrimonial despliega efectos ad extra –por ejemplo, los fiscales, cuando una parejita decide pasar por vicaría o juzgado, el Fisco, o sea usted y yo, quedamos obligados a dispensarles un trato especial (a subvencionarles, vamos)-.

Esa visión de “si metes la pata, la sacas” coadyuva a reforzar esa “ética de la irresponsabilidad “ que es, claro, una ética de la falta de libertad –eres un irresponsable, ergo debes ser tutelado, ergo aquí está el estado...-. Si suspendemos los exámenes, no sucede nada, podemos pasar de curso; tenemos derecho a impagar el crédito con el que pagamos el coche porque el coche estaba estropeado, aunque el financiador y el vendedor del coche sean distintos y nuestras responsabilidades ante ellos inconexas; tenemos derecho a divertirnos, aunque otros no puedan dormir o aunque los servicios municipales de limpieza tengan que hacer horas extras; tenemos derecho a que corten la calle para nosotros cuando nos viene en gana; tenemos derecho a que el estado compruebe dónde están nuestros hijos, aunque fuimos nosotros quienes les dejamos salir; tenemos derecho a que no se emita pornografía por la televisión para que nuestros no la vean, pese a que no es obligatorio comprarse una tele ni tenerla encendida; debe limitarse la velocidad en las carreteras, porque somos incapaces de adecuarla. Y así hasta el infinito.

Esta rebaja en las exigencias me parece siempre sospechosa, porque es una invitación a conducirse sin responsabilidad por la vida. Y esa invitación es, también, una invitación al leviatán estatal para que tome las riendas de nuestras existencias. Cuando fracasemos unas cuantas veces en nuestra búsqueda... terminarán poniendo una agencia matrimonial pública.

lunes, abril 25, 2005

LOS DOBLAJES AL CATALÁN

Al parecer, en ERC –esa fuerza política catalana tan divertida, que tanto hace por amenizar nuestra existencia- andan muy contentos porque el Esdrújulo les ha dicho que va a mandar que, naturalmente con cargo al bolsillo del contribuyente, sea de forma directa sea como consumidor de productos encarecidos, se doblen de inmediato a la lengua de Pla todas las películas que las distribuidoras pretendan estrenar en España. Es de suponer que, de oficio, conceda el Esdrújulo idéntico privilegio al vasco y al gallego. No se aclara si, entre el material susceptible de ser doblado se hallan también las películas de producción nacional (perdón, quise decir “estatal” o, como Larreina el otro día, “de ámbito nacional español”) y, por tanto, si será necesario doblar cada película producida en una lengua oficial a las otras tres. Desde aquí les sugiero que, por favor, no se corten, y lleven la norma a su máxima expresión, que aquí estamos los ciudadanos para lo que haga falta. Faltaría más. ¡Camarero, por favor, otra ronda de despropósitos cargo del contribuyente!

Me llama la atención, no obstante, lo contradictoria que es esta política con las reiteradas peticiones de la gente de la cultura en el sentido de que el doblaje es algo horroroso. No tanto porque es malo en sí –siempre es mejor escuchar a actores y actrices, dirigidos por directores y directrices en sus películas y en sus (de ellos) y sus (de ellas) lenguas originales, qué duda cabe (acabo de darme cuenta de que el posesivo “sus” , en español, no permite la oportuna neutralización antisexista; recordatorio: llamar al egregio lingüista Ramoncín para consultarle esta duda que me oprime)- cuanto porque, claro, entre ver “los Increíbles” doblada y las obras maestras de nuestros cineastas (inciso: dice Sampietro que primero hace falta una política de protección y después hacer películas buenas –tengo para mí que “después” no significa, aquí, “además” sino literalmente eso, “después”-) pues el personal inculto, abotargado por la derecha, embrutecido, idiotizado –salvo cuando ve la mierda de las series española que protagonizan los mismos negados y negadas de siempre, que entonces se convierte en una audiencia selecta y que sabe muy bien lo que quiere- opta por lo de Pixar. ¿Cómo solucionamos este entuerto? ¿Qué es más digno de protección, el derecho de nuestros y nuestras cineastos y cineastas a crear en un mercado completamente libre de interferencias foráneas –y de consumidores- o el derecho inalienable de las naciones a que se estrene “Terminator” en su idioma propio? ¡Pobre José Luis, qué dilema!

En otro orden de cosas, llama poderosamente la atención la desfachatez, el atrevimiento no exento de juvenil inconsciencia, con el que se conducen los tipos de ERC. Bien está que el Esdrújulo es una pera en dulce, pero no es menos cierto que, aun cuando se tenga a un gobierno cogido por salva sea la parte, los profesionales del bisagrismo tienen la costumbre de no forzar al patrocinado a hacer el ridículo. Al fin y al cabo, la dependencia es mutua. El gobernante gobierna porque le sostienen, pero el que le sostiene pinta algo precisamente por eso. Si el sostenido sufre una súbita hinchazón en sus partes pudendas ante las extravagancias del socio, puede recoger la impedimenta y marcharse con la música a otra parte. Y eso tiene sus riesgos.

Así que una de dos: o estos están viviendo su primavera del 68 retardada o lo de José Luis es mucho más preocupante de lo que parece.

EUSKADI: LOS CÁLCULOS ERRADOS

Mariano Rajoy pidió hace unos días, como requisito previo a la reunión del Pacto Antiterrorista la presentación de la oportuna demanda de ilegalización del PCTV. Si lo que quiere el dirigente popular es recalcar que el Pacto está muerto, puede decirlo tal cual, no hace falta que dé giros dialécticos.

La verdad es que tendría guasa, por decir algo, que la demanda se presentara ahora, tras las elecciones. Aunque nunca es descartable que los indicios hayan variado de forma sustancial con respecto a los existentes hace sólo una semana, eso es difícil de vender, con lo cual una demanda de ilegalización, además de arrojar una sombra de sospecha sobre la credibilidad de nuestro sistema democrático –obsérvese que es mucho peor, desde ese punto de vista, presentar ahora una demanda que haberla presentado en su día aun para obtener el rechazo de los tribunales; esto último es un contratiempo jurídico lógico que, por otra parte, legitima políticamente para proseguir el proceso en cuanto fuese posible; la fundada sospecha de cálculo político tiene, sin embargo, el doble efecto de haber debilitado la credibilidad del sistema y de mancillar ab initio cualquier intento posterior- podría franquear el paso a una rotunda defensa por parte de los perjudicados, mediando, por qué no, hasta querellas por prevaricación contra todo bicho viviente (nótese, que, por desgracia, ambas, demanda de ilegalización y querella por prevaricación pudieran hasta resultar fundadas en derecho).

Ya que de “certezas morales” hablamos, expondré la mía. Creo que el gobierno de ZP no puso todo de su parte para proceder contra el PCTV en busca de un escenario en el que los votos de esta formación hubieran sido los justos para privar de la mayoría al PNV, pero no suficientes como para hacer viable, sin más, una alternativa puramente nacionalista. Hablo, sin ir más lejos, de los 4-5 escaños que pronosticaban las encuestas. En estas condiciones –quizá mediando un cambio de candidato por parte del PNV- la salida “natural” del pacto con el PSE se hubiera impuesto. Hay que decir, claro está, que era requisito necesario y previsto que el PSE obtuviera un resultado mejor del que ha conseguido –los veintialgún diputados pronosticados.

Pero hete aquí que, sobre todo merced a la baja participación, el resultado dista del cálculo. El PCTV tiene 9 escaños, golpe ya de por sí demoledor. Y Juanjo sale vivo y con alternativas, porque tiene árbol donde ahorcarse. Por supuesto, esto no quiere decir que la solución final no vaya a ser, también, un pacto PNV-PSE, pero desde claves diferentes a las pensadas por ZP. De entrada, ya no puede echarse atrás en los mínimos ofrecidos –nuevo estatuto en dos años-, y sólo tiene 18 asientos en Vitoria.

Así que, a fin de cuentas, el Esdrújulo, a cambio de una expectativa capitidisminuida de pacto con los jeltzales –que ya no es una expectativa de cambio real en Euskadi, porque no habrá cambio efectivo mientras se tenga que seguir contando con ellos y, encima, como eje, como “cauce central”, en palabras del cicloturista más famoso de Llodio-, ha obtenido: a ETA en las instituciones, un parlamento con un 60 % de voto nacionalista y, sobre todo, cargarse el Pacto Antiterrorista y la poca confianza que tenía en él la derecha. También ha mandado la ley de partidos al cubo de la basura.

Como todo es cuestión de opinión, habrá quien piense que el balance es positivo, pero hay que ser Cebrián en sus mejores tiempos para explicar por qué.

domingo, abril 24, 2005

LAS ALTERNATIVAS DE RAJOY

Luis I. Gómez, en su blog “desde el exilio” se hace eco de una carta enviada, al parecer, por militantes del PP a su presidente, Mariano Rajoy en la que, en síntesis, le conminan a recoger el sentir de la parroquia –a hacerse eco de los caldeados ánimos- o dejarlo. Comprensible el nivel de mal humor en las bases Populares, tras estas semanas en las que el gobierno ha andado especialmente fino en demostrar su sectarismo a propios extraños, y en demostrar su muy escasa capacidad para el asunto de gobernar propiamente dicho.

Si embargo, comprendo las dudas de don Mariano. Comprendo, en primer lugar, sus dudas a la hora de llamar a la movilización de sus bases. Todo el mundo sabe que el personal de derecha en nuestro país es muy poco proclive a lo de salir a las calles, por lo que las apelaciones hay que manejarlas con cuidado.

Comprendo, también, que el carácter de Rajoy no es el más adecuado para hacer frente al vendaval. Rajoy es un caballero, de verbo fino y elegantes maneras, que muestra cuando tiene ocasión en el hemiciclo, que parece su terreno natural y en el que, desde luego, es muy superior a su contrincante.

Todos convenimos en que lo deseable sería poder hacer una oposición templada, basada en la puesta en evidencia, por si hiciera falta, de la insensatez gubernamental. Bien es cierto que no puede uno pensar en ganar la partida sólo a base de deméritos ajenos, y que siempre es oportuno disponer de alguna batería de ideas sustitutivas, pero no es menos verdad que este gobierno, además de lucir deméritos por un tubo, pone fácil la construcción de alternativas. Basta con que uno se comprometa a parar este esperpento en el que se está convirtiendo la vida española.

Pero, por desgracia, como ha puesto de manifiesto algún autor, el tipo de oposición que cabe hacer la marca el gobierno –y el país en el que se vive, claro- y, en este caso, por “gobierno” hay que entender el conjunto de organizaciones políticas y mediáticas que forman el lobby gubernamental. Todo el mundo sabe –hay quien hasta teoriza que esto es una evolución natural- que el parlamento no es el centro de la vida política y que quien se concentre sólo en él no dejará sino rastros en el diario de sesiones. Lo quiera o no, Rajoy tiene que hacer caso a sus bases y elevar el perfil. Sin que eso signifique, naturalmente, sacar los pies del tiesto continuamente (ni agarrarse al 13M como clavo ardiendo, desde luego) . Creo que en la comunidad de Madrid tiene espejo en quien mirarse: Esperanza Aguirre que es, probablemente y a fecha de hoy, la más firme opositora a ZP (naturalmente, Espe cuenta con indudables ventajas: ella es el gobierno, su ámbito de actuación es Madrid –con una opinión informada mucho más amplia y con grandes efectos cruzados de la política estatal- y cuenta con la pera en dulce de Simancas, posiblemente el dirigente político relevante más indigente de la escena).

El riesgo que, supongo, pretenden evitar los asesores de Rajoy es la fuga del “votante de centro”. Pues bien, no creo que esa fuga exista o, más bien, creo que ese votante de centro tiene hoy muchos más motivos de preocupación en la acción gubernamental. No hay mucho que temer por ahí.

Y sí hay una enorme presión mediática que contrarrestar, destinada a presentar al PP como partido “extramuros de la centralidad”. No creo que haya nada malo en decir, sin complejos, que la centralidad española no puede estar allí donde se encuentre Carod Rovira. Hay que denunciar, desde luego, esa “realidad virtual” en la que estamos instalados. Hay que denunciar, también, la marginación a la que el gobierno somete a las comunidades autónomas del PP –en principio (tengo algunas dudas) las más leales con un proyecto común de España-. Hay que denunciar, denunciar sin desmayo...

Porque lo que no cabe esperar en ningún caso es oxígeno por parte del enemigo –sí, el enemigo, porque los enemigos no se eligen, y la izquierda española no concibe al PP como “el adversario”-. Un ejemplo aclarará lo dicho: si Rajoy no dice alto y claro que la retirada de la estatua de Franco fue una sandez por miedo a que lo acusen de ultra, ello tendrá dos efectos, el primero que muchos de sus votantes pensarán que no se atreve a denunciar otro atentado al sentido común, y el segundo que Gabilondo y compañía no van a alabar su silencio. Antes al contrario, dirán que calla por vergüenza (y no les faltará razón). En resumidas cuentas, ni escondiendo la cabeza debajo del ala va a obtener un mínimo de respeto y comprensión en el otro lado. Todo lo más, elogios envenenados, en los que ya ha caído algún alcalde que otro.

En todo caso, hay que tener en cuenta que el PP no lo tiene fácil. No lo tiene fácil porque esta ciudadanía adocenada y carente de sentido cívico –no educada para ello- no responde a los impulsos como sería de esperar en democracias avanzadas. El gobernante tiene, aunque sólo sea por inercia, mucho ganado. Especialmente, si disfruta del plus de legitimidad propio de la izquierda. El gobierno puede hacer muchas tonterías sin incurrir en coste político alguno. El PP no se puede quejar, a este respecto, porque hizo bien poco porque las cosas cambiaran. ¿Qué fue de aquella “regeneración democrática”? ¿es que era suficiente con que el gobierno ya no robara? De esos barros, estos lodos. Esta ciudadanía piensa que “un ansía infinita de paz” es un programa electoral.

Hay quien dice que las tornas cambiarán cuando se deteriore la situación económica. Es posible, sí, que esa sea la única variable con influencia real en los españoles. Se verá.

Don Mariano tiene que despertar. Y despertar pronto. Hasta el dinosaurio Fraga parece conservar más instinto político. Hay está la primera ocasión, en su tierra gallega. El único activo con el que, en este momento, cuenta el PP, es una base electoral que se ha mostrado más robusta de lo que algunos querían apuntar. Cada voto añadido a esa base va a costar mucho trabajo. No se puede esperar que caiga por la sola evidencia de los hechos.

MARATÓN EN MADRID

Esta mañana, los habitantes de la sufrida Villa y Corte nos hemos encontrado que, a las incomodidades habituales generadas por las obras –ir del trabajo a casa o viceversa nunca es una rutina monótona en Madrid, porque nuestros munícipes se encargan de que el recorrido viable sea siempre una sorpresa- el maratón popular. Como consecuencia, trayectos de quince minutos requerían una hora. La verdad es que el keniano de turno que gana la prueba no supone mayores inconvenientes, porque corre los cuarenta y pico kilómetros en menos de lo que los madrileños se desperezan. El problema es que el asunto no acaba hasta que cruza la meta el último aficionado, dueño de las calles por un día.

Se dirá que, al fin y al cabo, es un domingo al año. Pero si contamos todos los domingos que se celebra algo –maratón, orgullo gay, fiesta de la bicicleta...- y añadimos las operaciones planificadas por el ayuntamiento para demostrar que una ciudad de cinco millones de habitantes puede ser tan bucólica como un pueblo alpino (corte de la Gran Vía porque sí, por ejemplo), llegamos a la conclusión de que estas cosas no son, ni mucho menos, excepcionales.

Mientras buscaba una forma de girar hacia el norte en mi coche –maniobra ardua- pensaba que, al fin y al cabo, alguien ha llegado a la conclusión de que las ciudades grandes no tienen sentido o, simplemente, son poco atractivas y está dispuesto a hacernos la vida imposible hasta que “los michelines” abandonemos el terreno. Los michelines somos esos ciudadanos poco activos, no concienciados y no adscritos a ninguna minoría. Nuestra función básica en esta colmena es proveer recursos. Pagamos impuestos, eso sí, pero sólo usamos las calles para su muy primaria función de ir de un sitio a otro. Cuando hacemos deporte, empleamos los parques u otros lugares, y no solemos “expresarnos” en la calzada. Los domingos por la mañana, nos limitamos a comprar los periódicos y, en todo caso, coger el coche para ir a algún recado, en la absurda suposición de que, al menos el domingo, uno puede usar su vehículo –en día de diario hay que tener ya muy asumido que lo de la movilidad es un problema.

Sí, así es. Alguien, en algún sitio, ha decidido que no existimos o, al menos, que no llevamos una existencia políticamente relevante. Ya no somos el “mainstream” de la sociedad. Somos sólo su tanque de combustible financiero. Así pues, que nos den. El domingo que viene... teatro en la calle, por ejemplo.

sábado, abril 23, 2005

NO HAY DIÁLOGO Y ¿PUEDE HABERLO?

Esta semana, el Congreso ha votado favorablemente, entre otros temas, la paralización del Plan Hidrológico Nacional –el establecimiento de un PHN es, quizá, la única aspiración más antigua que la de que el Senado se convierta en una cámara de representación territorial, aspiración que, una vez más, va al dique seco- y el matrimonio homosexual. En ambas cuestiones, la mayoría gubernamental ha dado muestras claras de su carácter dialogante.

En particular, en la cuestión del matrimonio gay, el gobierno ha encontrado la oposición de la totalidad de las iglesias cristianas (los fieles musulmanes, con razón, deben entender que la poligamia tiene ahora el camino expedito), del PP –y sus anecdóticos ciento y muchos diputados- y de instituciones tan variopintas como la Real Academia Española, representantes de la judicatura y entes tan poco sospechosos como el Consejo de Estado –el de Rubio Llorente-. Ni que decir tiene que nadie se oponía a la tan cacareada “extensión de derechos” sino, precisamente, al desviado uso del término “matrimonio” que ahora se impone. La falta de disposición total a negociar ha mostrado, a las claras, que para nada se trataba de un debate sobre derechos civiles, sino de una andanada contra la tradición social y jurídica que, sin el vocablo, quedaba en nada.

Cosas como esta y, en general, el tono del debate político muestran, a las claras, que se ha producido una acusada radicalización de posiciones en España. Nunca el ambiente ha estado más crispado, no ya entre políticos, sino entre ciudadanos. Mientras un porcentaje significativo de la población sigue, con verdadera preocupación, las evoluciones zapateriles, otro porcentaje no menor entiende que las cosas van de miedo (bueno, los otros también, pero en sentido literal, no figurado). En los próximos días, es posible que el Fiscal General del Estado, tan solicito él, ponga su granito de arena mediante la reapertura de los procesos franquistas que concluyeron con sentencias de pena capital –ni que decir tiene que ni por asomo se le ocurre hacer nada semejante con los crímenes cometidos en zona republicana-. Esperemos que le quede un grano de sentido común y atienda al informe de la fiscalía, que se lo desaconseja por ser jurídicamente una cafrada y, sobre todo, una bonita manera de enmierdar la convivencia todo lo que se pueda, a cambio de nada.

Por supuesto, el discurso oficial es que la culpa de esta crispación es de la derecha, por intransigente. El gobierno no piensa tender puente alguno hacia el otro lado. Sabe perfectamente que ese “otro lado” es más nutrido que nunca, pero está plenamente dispuesto a ignorarlo. El PSOE ha redefinido “la centralidad” del espacio político de forma tal que el Partido Popular, es decir, la opción de diez millones de españoles, quede extramuros. El centro se escora automáticamente y de forma muy significativa hacia la izquierda –por llamarlo de alguna manera-, de manera tal que la derecha queda convertida en antisistema. Una de dos: o la derecha se queda en mínimos, o esto revienta (esperemos que sin mayores consecuencias). Y han decidido correr el riesgo.

Poco importa que el “sistema” quede compuesto por el PSOE y cuanto elemento de frenopático circule por España. Desde los nazis vascos a los tarados de ERC, pasando por esa cosa indefinible en que se ha transformado Izquierda Unida. Todo cabe en el universo de la paz perpetua, salvo la derecha liberal y conservadora corriente y moliente.

Así, en España es perfectamente asumible el matrimonio gay, es discutible el concepto de nación o puede percibirse como una cosa seria la pretensión de que Cataluña entre en la francofonía, pero quien piense, por ejemplo, que es una sandez que la Generalitat gestione una infraestructura de interés nacional, como es el aeropuerto de Barcelona o quien crea que el nivel de descentralización del estado es más que suficiente está fuera del consenso, está fuera del mundo y, por tanto, es un ultra, un reaccionario y un facha.

Además, conviene no olvidar que este gobierno, que tiene patente para sentarse a hablar con el PCTV y puede ofrecer diálogo a cuanto asesino se le cruce, que puede negociar, si es preciso, cómo deshacer España en trozos, tiene expresamente prohibido por alguno de sus socios el llegar a acuerdos con el Partido Popular. El gobierno no va a dialogar con quien representa a diez millones de españoles –muchos de los cuales, por cierto, podrían, ¿por qué no?, ser votantes algún día de un partido socialdemócrata, como sucede en cualquier democracia moderna- en primer lugar, porque el iluminado que lo preside no quiere pero, además, aunque quisiera, tampoco puede.

En el momento en que ZP empezara a comportarse como un gobernante serio –por tanto, respetuoso con los que no le votan, al menos en cosas de comer- sería como una cenicienta a la que le dan las doce. Su carroza sería de nuevo calabaza y el ratón volvería a ser Carod Rovira (¿o es al revés?, ya no me acuerdo bien del cuento). Se acabaría el juego de este presidente con muy pocos diputados para mantener esos aires.

José Luis está viviendo su baile mágico. Y nada va a impedírselo. Sabe de sobra que, mientras el baila, el país que juega a gobernar se tensa y los riesgos aumentan sin cesar. También sabe que, en ocasiones, hasta el propio sentido común cruje. Pero quiere que el baile siga.

No tiene tiempo de pararse a reflexionar. Y mucho menos, a hablar con desconocidos.

viernes, abril 22, 2005

EL REINO UNIDO EN CAMPAÑA

La campaña en el Reino Unido va avanzando y las pocas dudas que había al inicio, más que agrandarse, tienden a despejarse: el laborismo de Blair encabeza cada día de forma más firme los sondeos. Su expectativa de voto está ligeramente por debajo del cuarenta por ciento, aunque debe tenerse en cuenta que el sistema en el Reino Unido es mayoritario sobre la base de distritos unipersonales, por lo que el voto personal no se traduce en escaños del mismo modo que en España –en las actuales circunstancias, por ejemplo, el Laborismo sería mayoritario con cierta ventaja en los Comunes, pese a que el mismo porcentaje de voto se traduciría sólo en mayoría simple en nuestro Congreso-.

Como democracia madura que es, no cabe pensar que en el Reino Unido vayan a suceder cosas raras. El electorado no es nada frívolo. Si el gobierno lo está haciendo, siempre con matices, bien y, sobre todo, si la oposición no consigue articular una alternativa creíble, lo normal es que el gobierno gane. Tonterías, las justas. Y Blair no lo está haciendo del todo mal. Está Irak, claro, pero Irak no es lo único y, sobre todo, ¿por qué los Tories habrían de inspirar más confianza? Ojo a los Liberales Demócratas que, se dice, podrían captar voto anti-Irak en el Laborismo y voto pro-Europa en el campo Tory.

La campaña, a ojos de un observador continental, y no digamos español, resulta hasta aburrida. Los franceses siempre han considerado a los británicos “un pueblo de tenderos” por su “mezquina” tendencia a fijarse en los detalles. Se les propone llevar a su capital como candidata a los Juegos y, en lugar de ponerse todos una pulserita roja... preguntan cuánto les va a costar. Habrá quien lo considere impresentable y, desde luego, falto de “grandeur”. Poca “grandeur” pero mucha grandeza, bendito pueblo. Esta semana, sin ir más lejos, el tema de debate son... los impuestos municipales. Como debe ser.

Y es que, cuando alguien pretende que en una campaña electoral donde, al fin y al cabo, sólo se elige al gobierno, se hable “del cambio” –así, en abstracto- o de la “paz perpetua”, lo normal es no hacerle caso. Las campañas son para hablar de educación, de sanidad y, por supuestísimo, de impuestos. A Margaret Thatcher la descabalgó el poll tax, conviene recordarlo.

Insisto, habrá quien se aburra, pero a mí me da una envidia tremenda. Están tranquilos. Al fin y al cabo, gane quien gane, respetará las reglas del juego y las del sentido común. Personajes como los que aquí marcan la agenda allí serían completamente risibles. ¿Se puede alguien imaginar que un dirigente británico propusiera la entrada de su región en la Francofonía? No es ya que semejante especie no abunde en las Islas. Es que los electores no consentirían semejante falta de respeto.

Nadie espera un cambio de régimen por lo que pase el 5 de mayo. Nadie tiene nada que temer ni nada serio de qué preocuparse, más allá de sus impuestos municipales, que son una preocupación muy concreta. Ya se sabe que, mientras haya cuervos en la Torre, el Reino subsistirá. Curioso, allí los cuervos son garantes de la estabilidad... aquí nos sacan los ojos.

jueves, abril 21, 2005

SOBRE BENEDICTO XVI

Confieso que cuando me enteré de que el cardenal Joseph Ratzinger se acababa de convertir en Benedicto XVI sentí, antes que nada, una cierta alegría pensando en el disgusto que se iba a llevar la progresía mundial y, entre ellos, algunos amigos míos. Sólo por eso, habría que dar las gracias al Sacro Colegio. Lo sé, lo sé, esto está muy mal y seguro que es pecado pero...

Regustillo malicioso aparte, creo que los cardenales han acertado y han elegido el que será, con toda probabilidad, otro gran papa. Y sus primeras manifestaciones públicas corroboran esa impresión.

Benedicto XVI ha sido recibido con la consabida sarta de tonterías y recuerdos de declaraciones sacadas de contexto. No creo que se deba entretener uno mucho en esto. “Rottweiler de Dios”, “gran inquisidor”, “panzerkardinal” y otras lindezas por el estilo, variando el tono, han campeado en la prensa europea en estas primeras horas. Los cardenales y otros eclesiásticos sostienen que más de uno se llevará una sorpresa. Podemos remitirnos, desde luego, a la experiencia de Juan XXIII, que llegó a la silla de Pedro, además de en la senectud, con vitola de conservador.

Llama la atención que la progresía, o parte de ella, se haya sentido defraudada por el Colegio cardenalicio. Algunos ni siquiera se lo pueden creer, como aquella acaudalada y progresista dama que no concebía cómo Reagan había podido salir elegido, “si ella no conocía a nadie que le hubiera votado”. ¿Qué podía hacer pensar que los cardenales podían tomar en consideración esas “llamadas a la modernidad”? ¿Por qué iban a elegir un “progresista” (en el dudoso supuesto de que tal palabra signifique algo aplicada a un cardenal de la Iglesia Católica)? Hay que tener en cuenta que, al menos durante el cónclave, en la Sixtina no se puede escuchar a Iñaki Gabilondo y, quizá por eso, los cardenales han andado faltos de las necesarias indicaciones.

También se han pronunciado negativamente los teólogos de plantilla del lado correcto. La verdad es que me parece un poco pretencioso, por parte de cualquiera, pretender discutir de teología con Benedicto XVI. Algún imbécil va a caer algún día en la tentación de explicarle de qué iba el Concilio... a uno de sus teólogos más destacados y, posiblemente, la mente más brillante en la materia en la segunda mitad del siglo –reconocido hasta por sus enemigos-. Y es que el nuevo papa, al parecer, destaca por inteligente incluso entre gente de por sí inteligente, como suelen ser los cardenales. Me pregunto si, como decía el obispo (católico) de Liverpool el otro día, sus críticos están familiarizados con los muchos libros que ha escrito.

Pero, ¡ay!, Benedicto XVI tiene la mala costumbre de hacer afirmaciones rotundas. Y ya se sabe que esta sociedad no recibe bien eso. Cualquiera que afirme, sin mucho lugar a dudas, que dos y dos son cuatro se expone a ser motejado de “ultraconservador”, “reaccionario” y “dogmático”. Cuanto más si las afirmaciones se refieren a ámbitos de por sí discutibles, como son los morales –lo que no significa que la única postura racional sea carecer de moral en absoluto.

Bien harán la Iglesia y su papa en resistirse a la llamada de la “modernidad”, si no quieren acabar diluidos en ella. Lo de la “modernidad” es un cliché bastante tonto que, en el caso de una institución que se considera depositaria de una verdad revelada, raya en el absurdo más absoluto. Lo propio de las Iglesias es intentar adaptar el mundo a sus patrones, no al revés. Pero esto parece que no se comprende muy bien. No se comprende muy bien lo que recordaba The Times hoy mismo, con un dicho muy inglés: que el papa es católico.

La elección de Benedicto XVI, por otra parte, comporta una serie de gestos muy dignos de estudio por parte del Colegio. En particular, algunos de ellos:

En primer lugar, se cumplió la máxima de que, tras un pontificado largo ha de venir uno corto. Benedicto XVI cuenta 78 años. Para igualar a Juan Pablo II tendría que morir más que centenario, cosa poco previsible –y no se me entienda mal, que le deseo un largo reinado-. Hasta aquí todo normal. Ahora bien, una de las críticas más recurrentes a la Iglesia contemporánea es, precisamente, la preeminencia de la Sede Apostólica. Y es muy cierto que las reformas empezadas en el Vaticano I y continuadas por todos los pontífices de finales del XIX y del XX han venido a reforzar al Romano Pontífice en detrimento de la colegialidad –recuérdese que la Iglesia la conducen todos los obispos, en comunión con el obispo de Roma que, según los tiempos, ha podido ser desde un “primus inter pares” a un monarca absoluto-. Esa tendencia, merced a los nuevos medios de comunicación y gracias al carácter de Wojtyla, llegó al exacerbo con Juan Pablo II, un papa que eclipsó a todo el resto de la jerarquía a través del hecho sin precedentes de poder trasladar físicamente la figura del pontífice a todos los lugares del mundo. Pues bien, es muy probable que, por edad y manera de ser, Benedicto XVI suponga, si no un retroceso, al menos no un avance en esa tendencia. Y se supone que eso es bueno o, al menos, es lo que reclamaban los teólogos de plantilla –bueno, esos más bien reclaman una iglesia autogestionaria-.

En segundo lugar, Benedicto XVI es alemán. Así pues, es el segundo papa no italiano en serie y, además, viene de un país tradicionalmente vetado para la provisión de la Silla de Pedro. Antaño, era una medio regla que el papa no podía proceder de una gran potencia. Bien es cierto que la noción de gran potencia (las que tenían por costumbre influir en las elecciones pontificias), que excluía, además de la propia Alemania –sin duda el país con la Conferencia Episcopal más influyente en materia doctrinal- a Francia y, desde luego, a la todopoderosa y multimillonaria Iglesia norteamericana, requería una profunda revisión, pero la regla venía siendo rigurosamente observada. ¿Abre esto el camino, en el futuro, a hombres como Philippe Barbarin –el cardenal de Lyon- o, simplemente, a otros candidatos que, hasta ahora, se consideraban preteridos por nacionalidad?

Por último, el papa ha tenido dos gestos que me han gustado.

El primero, por supuesto, la propia elección de su nombre. El santo patrón de Europa. Un nombre tan poco de moda como la seriedad en nuestro continente.

El segundo, que, venturosamente, parece un papa comprometido con el latín. La gran lengua Occidente parecía ya condenada incluso en el minúsculo territorio donde sigue siendo oficial –es cierto que los documentos pontificios siguen redactados en latín, pero casi todas las alocuciones son en italiano, incluso las dirigidas principalmente a eclesiásticos-. Benedicto XVI parece haberse tomado en serio esa función de la Iglesia: depositaria de uno de nuestros tesoros más preciados, custodia de la lengua latina.

Y es de esperar que se tome también en serio otra gran asignatura pendiente: la recuperación de esa maravilla simbólica que es la liturgia tradicional. Con ocasión de las sucesivas ceremonias pontificias hemos tenido ocasión de ver algo de ella. Pues bien, antes también podía verse en las iglesias de todas las ciudades y pueblos. No sé qué extraña razón nos privó de ese patrimonio cultural tan maravilloso. Algunos incluso volveríamos a misa de vez en cuando, sólo por verlo.

Lo siento por los teólogos de plantilla y por Iñaki Gabilondo, pero a mí este papa me gusta. Para alguien que, parece, va a saber estar en su sitio, tampoco es cosa de criticarle.

martes, abril 19, 2005

SENTIDO COMÚN Y LIDERAZGO RESPONSABLE

Benigno Pendás, siempre lúcido, afirma que la democracia española tiene contraída una deuda con el sentido común. Imposible estar más de acuerdo, pero todo apunta a que esa deuda no va a saldarse sino que, por el contrario, se va a agrandar.

Parece claro que hemos perdido por completo la capacidad de pasmo, o el sentido de la moral, cuando el representante de un partido democrático –concedo al socialismo español, aún, la etiqueta de “democrático” pese a que me reafirmo en que ya ha perdido, sin duda, la de “constitucional”- asume el dicurso criptonazi del nacionalismo vasco apelando al diálogo “sin exclusiones” (Pepino Blanco dixit). Eso significa que están dispuestos a dialogar con la segunda marca de Batasuna (bueno, en realidad, tal como están los tiempos, más bien quiere decir que hay quien está dispuesto a dialogar “hasta con el PP”). Hemos perdido la capacidad de pasmo cuando hacemos números, cuentas, analizamos alianzas, en Euskadi, como si todos los votos fuesen agregables entre sí. Ya damos por hecho, por ejemplo, y así es, que el PNV tendrá que elegir entre las malas bestias y el PSE; o sea, que damos por hecho que el PNV puede hacer eso... y seguimos hablando de nacionalismo “moderado”. Y no se nos mueve un pelo.

Habla Pendás también del nuevo concepto de “centralidad”, noción en virtud de la cual a cierta gente le corresponde, por derecho, el gobierno –el monopolio oligárquico de las instituciones- en la medida en que representa la “tendencia central” de las sociedades. El PNV y el PSE reclaman para sí esa centralidad, ejemplo evidente de que se trata de un centro móvil, a la medida de las necesidades de cada uno.

Ayer mismo, en FAES, Giovanni Sartori habló del “liderazgo responsable”. Y ponía como ejemplo a Tony Blair. El ejemplo será más o menos acertado, pero la noción es imprescindible. Liderazgo responsable es de lo que nosotros, hoy, carecemos y, de hecho, con honrosas excepciones, hemos carecido durante muchos años. Maquiavelismo barato, sí, eso a raudales, pero liderazgo muy poco. Y cuando lo hemos tenido, en lugar de reconocer a ese líder su coherencia –lo que no implica darle la razón- lo arrojamos por la borda, echándonos, de nuevo, en brazos del demagogo.

Ciertamente, no son buenos tiempos para el sentido común en España. Son tiempos, de hecho, de mucha, mucha inquietud. En general, que gobierne el socialismo es siempre una mala noticia pero, no sin cierta dosis de cinismo, hasta ahora podíamos estar tranquilos. Al fin y al cabo, son mentirosos compulsivos. Lo bueno de votar socialista es que, hasta ahora, podía hacerse en la plena confianza de que jamás cumplen lo que prometen. Normalmente, ello significaba, de hecho, una praxis moderada, independiente del discurso, que podía rozar el delirio o estar trufado de boutades para consumo de convencidos.

Pero las cosas han cambiado, y eso es lo aterrador. Mucho me temo que nos ha salido un socialista que quiere hacer honor a la palabra dada –obsérvese que eso, en condiciones normales, es una virtud- pero que, en primer lugar, se cree providencial –está dispuesto a cambiar España- es tan totalitario como todos ellos –concibe el derecho como instrumento, no como marco- y, además, tiene suerte -la tiene él, claro-, lo cual le lleva a pensar que es elegido de la historia. Así pues, sobre esta piel de toro, nunca bien avenida con el sentido común, puede caer un vendaval salvapatrias que no sabemos cómo la puede dejar. Eso sí, los que después de esto nos sigamos hablando entre nosotros, estaremos mucho más contentos y a gusto.

Lo dicho, hay que convenir con Pendás en que tenemos una deuda enorme con el sentido común. Pero nada apunta a que la cosa vaya a variar de rumbo.

lunes, abril 18, 2005

¿NOVEDADES?

Recién salido del horno el reparto de escaños en el Parlamento de Vitoria, podemos ir haciendo algunas valoraciones.

La primera es que no hay cambio. Se va a decir que sí, y algunos se van a presentar a sí mismos como agentes de ese cambio. Es mentira. El único cambio real en Euskadi se producirá cuando algunos tengan que buscarse su primer empleo sin ayudas –de nuevo, el genial Mingote daba en el clavo: el niño le decía a su madre que el libro de historia estaba lleno de cosas imaginarias, y la madre le respondía “pues el sueldo de nacionalista de papá es algo muy real”-. Cambio lo habrá el día en que el PNV pase a la oposición. Eso no va a ocurrir, luego nuestros escenarios reales son dos.

Uno, el radical, el de Egibar y compañía, a saber: gobierno monocolor nacionalista entre el PNV y la cosa esa indefinible que atiende por PCTV (bueno, indefinible, no, es Batasuna). Cuando digo monocolor quiero decir incluyendo a Madrazo, él sí, claramente indefinible. Eso sólo Dios sabe adónde nos lleva y no creo que sea la hipótesis que más gusta a estas horas en Sabin Etxea.

Otro, el “moderado” –Dios nos libre de los moderados-, el más probable y aquel por el que ZP ha trabajado con denuedo: la vuelta al pacto PNV-PSE. La vía catalana. Tiene el pequeño problema de que hay a Juanjo Ibarretxe puede que no le guste y a Manuel Chaves tampoco, pero todo se andará. ¿Igual que en los 80, pues? Ni mucho menos. Ni mucho menos porque nadie habla de desandar lo andado –salvo el plan Ibarretxe, claro-. A fortiori, ZP ha ofrecido importantes pasos adelante en la disgregación del estado. Sólo es cosa de un poco más de paciencia.

En resumen, ¿cambio? A fin de cuentas, lo peor que le puede pasar al PNV es que tenga que esperar un poco más, ansioso el PSE como está por poder desempeñar, de nuevo, el papel de tonto útil que tan bien llevó a cabo antaño. No es mal resultado para Juanjo, si bien se mira, después de haber amenazado a una sociedad con romper del todo su marco de convivencia. En primer lugar, esa sociedad no sólo no te manda a hacer puñetas, sino que se limita a darte un pellizquito de monja, y al reclamo de la estabilidad siempre acudirá algún socialista dispuesto a congraciarse. No es tan mal escenario, de veras. El caso es que, pase lo que pase, no parece que el paro sea un destino probable. Bien. Los muebles, salvados.

María San Gil lo ha hecho bien, y eso que los números muestran que muchos votantes se quedaron en casa (el PP baja cien mil y pico y Patxi sólo sube diecinueve mil, ¿qué has hecho, Patxi?). No me extraña, no se lo reprocho. Supongo que están hartos de sentirse solos. Y es que lo están, qué demonios. Solos, más solos que la una. Su discurso de reivindicación de los más elementales derechos –que yo sepa, María fue la única candidata que votó acosada por pancartas- carga, molesta, incordia, rompe la imagen de arcadia del Lehendakari y el nuevo amanecer de ZP. El nuevo amanecer que no borra las sombras para María y sus compañeros, que están, parece, por la labor de seguir fastidiando. Y es que no son gays (no todos, al menos), ni son inmigrantes (bueno...) y, encima, son de derechas... pero hacerles algo de caso sería la muestra más palpable de que, de verdad, se está por la “extensión de la ciudadanía” a todos y todas. Ahí tiene usted a María, señor ZP, una “toda” que no tiene derechos de ciudadanía. ¿Usted vota cómodo? Ella no. Ella sí se merece ese “María Aurrera”, ella sí necesita los ánimos. Ha sacado 15 escaños sin renunciar a la dignidad ni dejar caer el López. Bien por ella.

De los amigos de los Batasunos, mejor ni hablar. Al fin y al cabo, ellos han hecho lo que debían. Quienes han insultado la dignidad de esta democracia son otros. Ellos son repulsivos. Nosotros, indignos.

ZP, el táctico, puede estar satisfecho. Patxi, casi seguro, no será Lehendakari y los veintialgunos escaños se quedaron en dieciocho. Pero objetivo conseguido. El PSE ocupa, de nuevo, la centralidad (sic). En el camino se quedó algo de la democracia española, su dignidad y la posibilidad de un verdadero cambio en Euskadi. Pero eso a ZP le importa una higa. Puede decir que ha logrado su objetivo, y punto.

Y es que este chico se está haciendo especialista en triunfos en anómalas circunstancias. Desde luego, si se comporta como se comporta tras el 14M, no veo por qué demonios va a tener el más mínimo atisbo de mala conciencia ante la sospecha de que ha podido ser una carambola con ETA como cooperador necesario la que roba los escaños precisos al pobre Juanjo, que anoche estaba desatado gritando que menos lobos, que el que ha ganado es él (verdad, verdad como un templo).

Legislatura procelosa aguarda a Euskadi. Como todas. Aquí tampoco hay cambios. No sé por qué dicen lo contrario. En Euskadi, sin novedad. El PNV en su sitio, ETA tutelando y los demás, haciendo el canelo. ¿Alguien detecta algo no familiar? Pues eso.

domingo, abril 17, 2005

¿UN PARTIDO DEL "JUSTO MEDIO"?

En un artículo a doble página el pasado viernes, en el diario El Mundo, el filósofo Eugenio Trías proponía una especie de “partido del justo medio”. Una opción política para quienes, representando el fiel de la balanza electoral, esos no sé cuántos electores que son los que realmente hacen decantarse las contiendas, son defraudados por un partido político tan pronto como desalojan a otro del poder. Siguiendo a Trías, quienes hicieron el esfuerzo de descabalgar a un ensoberbecido Aznar en las últimas elecciones fue para encontrarse con el sectarismo y la inoperancia de un gobierno que, ignorando manifiestamente las circunstancias en las que fue elegido, actúa como si tuviera mandato para remover Roma con Santiago. A mí, personalmente, el artículo me sonó a una reivindicación del centro.

De entrada, me parecen manifiestamente injustos los paralelismos entre el actual gobierno socialista y el del PP en la última legislatura. Aznar cometió errores, quizá, y a buen seguro incurrió en actitudes prepotentes muy cargantes para esa franja de voto urbano ilustrado, que no gusta de endiosamientos. Todo eso es cierto, pero creo que no comparable al nivel de sectarismo que caracteriza a la Izquierda española y, en particular, al socialismo. Trías concede, por evidente, que ese sectarismo es patente en educación y cultura y no conoce paralelo en la Derecha –según dice, incurriendo de nuevo, a mi juicio, en clara injusticia, porque a la Derecha, simplemente, educación y cultura no le interesan-, pero de su silencio parece deducirse que, en otros campos, Derecha e Izquierda andan a la par. Paradójicamente, si algo criticaron al PP sus medios más afectos fue, en concreto, que no se aplicara con igual fruición que la Izquierda, cuando el turno le era favorable, a expulsar a ésta de todos los lugares, como sí es notorio que hizo y hace la Izquierda (un último ejemplo: el Real Instituto Elcano, tomado por asalto esta semana – prueba de que nuestros socialistas no dejan títere con cabeza, ni siquiera instituciones dedicadas al pensamiento con una proyección limitada hacia el gran público.)

Tampoco es cierto que Izquierda y Derecha practiquen del mismo modo una “política pendular”, consistente en echar abajo la obra del otro tan pronto como cambian las tornas. No es cierto, en general, que el PP se dedicara a demoler cuanto hicieron los gobiernos de Felipe González, sobre todo lo bien hecho, que no fue poco. Como el mismo Trías reconoce, intentar meter mano a cosas como la Logse no fue deshacer lo bien hecho, precisamente. En todo caso, se tendrá que conceder que, incluso en los casos en que se volvió sobre lo ya trillado por el adversario se hizo de forma positiva, es decir, proponiendo una auténtica reforma. Muy distinta ha sido la actitud del socialismo zetapero: la alternativa, por ejemplo, al Plan Hidrológico es el no-plan, del mismo modo que la alternativa a la LOCE es la no-reforma. Es decir, la paralización por la paralización y el revanchismo por el revanchismo.

Con todo, la tesis de Trías tiene un fundamento: los ciudadanos menos ideologizados y menos extremistas desean cosas que son compartibles por todos, a saber: gobiernos que creen y no destruyan y continuidad en las políticas fundamentales (además de la económica, que el mismo Trías reconoce que ha pasado, venturosamente, a estar fuera de la arena política – bueno, esto es sólo medio verdad, y si no véanse las andanadas de ZP contra la unidad de mercado para satisfacer a su mariachi nacionalista.) Ahora bien, ¿significa ello que hay hueco para un partido de centro?

En primer lugar, en términos prácticos, el régimen electoral español es, técnicamente hablando, muy poco favorable a partidos nacionales que hagan de tercero en discordia. El principal obstáculo con el que se encontraría ese partido “del justo medio y la moderación” –el en supuesto de que lograra superar las fuertes barreras de entrada al mercado político- es la provincia como circunscripción electoral, por mandato de la Constitución. Los votos se diseminan y al final, la representación es mucho menor de la que cabría esperar. Es decir, para ese partido se volvería obstáculo lo que para los nacionalistas es clara ventaja – entiendo que a esto se ha referido alguna vez, con la finura que le caracteriza, Rodríguez Ibarra.

En segundo lugar, los partidos con vocación de bisagra son expulsados enseguida del juego, mediante la consabida apelación al voto útil. Por otra parte, su función de aliados de unos y otros puede verse disminuida si existen otras opciones, destacadamente procedentes del nacionalismo.

Y tercero y más importante: ¿tiene sentido un partido de centro? ¿Puede uno hacer de la sola moderación la base de su credo político? En realidad, si bien se mira, los programas electorales de ambos partidos principales ya son, de suyo, bastante moderados, al menos sobre el papel.

En realidad, en España no falta casi nada en el mercado de las ideas. Lo que falta es una praxis política auténticamente democrática, en lo que esta tiene de respeto por el adversario –y, siento disentir de Trías, en nada se parecen, a este respecto, Derecha e Izquierda-. Todo partido de gobierno en una sociedad compuesta esencialmente por clases medias está abocado a ser moderado, so pena de no ver cumplida nunca su expectativa. Cualquier político sensato sabe, por otra parte, como decía Canovas, que los ideales de uno deben acompasarse con las circunstancias (este fue el error capital de los políticos de la República y es también uno de los errores de ZP, que no se acompasa con las circunstancias.)

El que no existan políticas pendulares, el que existan las denominadas “políticas de Estado” debería ser una especie de valor entendido, gobierne quien gobierne. La verdad, un sistema político en el que tales ideas fueran privativas del “partido del justo medio” malamente podría ser estable y, desde luego, no sería moderno.

Para empezar, los políticos deberían rebajar un poco su idea de sí mismos y comprender que la sociedad vive, se desarrolla y está en un determinado punto de evolución en cada momento. En consecuencia, la historia no es simplemente un período de espera hasta el venturoso advenimiento del ZP de turno.

Por otra parte, ese “electorado moderado” debe aprender a moverse correctamente en el mercado electoral y no dejarse vencer por cantos de sirena y demagogia barata. ¿Es lógico que, tras treinta años de democracia, pueda, en España, llegar al gobierno un señor totalmente ayuno de ideas, sin un programa serio, sobre la base de tres o cuatro generalidades y una apelación a algo tan vacío como “el talante” (además, así, viudo y sin adjetivos; que alguien diga “tengo talante” es como decir “tengo nariz” – hombre, no debería ser como para enardecer, la verdad)? ¿Fue lógico que se permitiera, durante años, un estado de corrupción generalizada y se pasara por una grave crisis económica antes de dar por agotado un modelo?

El electorado ilustrado, moderado y de clase media debe aprender, también, a ser responsable. No basta que el presidente del gobierno de turno caiga mal. Encargarle la gobernación de la nación a alguien es algo muy serio. ¿A quién engañó José Luis Rodríguez Zapatero? ¿Alguien le oyó alguna vez decir algo verdaderamente inteligente, algo que indujera a pensar en su capacidad real para llevar adelante este país (de hecho, ¿alguien le oyó decir algo alguna vez?)? ¿Cuál era su equipo de colaboradores, quién podría recibir el encargo de llevar la defensa, las relaciones internacionales, la economía...? ¿Cabe esperar “moderación” en quien alienta algaradas callejeras el mismo día de la jornada de reflexión?

El electorado ilustrado, moderado y de clase media debería aprender a conocer a unos y a otros, y a tomar con responsabilidad las graves decisiones que le competen –y que, muchas veces, nos obligan a optar entre cosas que no nos gustan, ninguna, completamente-. No creo que necesite partidos nuevos sino, más bien, empezar a exigir a los existentes, unos mínimos inexcusables.

Si ese electorado quiere moderación, debe empezar a pensar si está mandando los mensajes adecuados.