FERBLOG

jueves, marzo 31, 2005

CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA Y ESTADO MÍNIMO (II)

Los comentarios al artículo sobre la Constitución Española y el estado mínimo han suscitado un buen número de cuestiones sobre las que puede ser interesante extenderse. Como dije, mi tesis principal es que, aun cuando pueda discutirse qué es el estado mínimo –más bien, cómo de mínimo ha de ser el estado- ciertamente los grandes estados europeos han rebasado ya todos los límites razonables. Argumentaba también que la CE de 1978, por su carácter de algo más que norma jurídica aboca al estado resultante a resultar intervencionista en un grado bastante incómodo para la mentalidad liberal.

La primera cuestión que se comentó es la relación entre derecho y moral. Más bien, si podía concebirse alguna norma no inspirada en una moral determinada. Aunque sobre este tema hay mucho escrito por los filósofos del derecho, lo que yo he podido llegar a concluir es que el ordenamiento jurídico, cualquiera, es un producto enteramente social, y, como tal, hijo de un tiempo, lugar y conjunto de valores determinados. Esto es, creo, poco cuestionable y no hace al caso entrar en si, en nuestro particular contexto, estos valores son judeo-cristianos, obedecen a una ética trascendente o no (inciso, de nuevo, para los aficionados a las citas: sobre la posibilidad de una ética –occidental- no fundamentada en valores cristianos, entre otras muchas cosas, claro, es de sumo interés leer el diálogo epistolar cruzado en Il Corriere della Sera –si la memoria no me falla- entre Umberto Eco y el entonces arzobispo de Milán, Monseñor Carlo Maria Martini; el diálogo se publicó después, en español y como libro, titulado “En qué Creen los que no Creen”).

Sin embargo, es importante reflexionar sobre qué es una constitución y qué posición ocupa en el ordenamiento (algunos constitucionalistas, creo, entienden que es un cierto abuso decir “en” el ordenamiento ya que, más bien, la constitución ocupa una posición “respecto al” ordenamiento – es su ápice, pero es complicado, a veces, entender que es parte del ordenamiento mismo). La constitución, al igual que el resto de las normas, estará inspirada en una moral, claro, pero no tiene por qué dictar o prescribir determinados valores como plan de acción a futuro. La CE de 1978, además de ser hija de un conjunto de valores que algunos adscriben al iusnaturalismo y otros no –y que se reflejan en su tabla de derechos- recoge en su texto numerosas afirmaciones cuya naturaleza jurídica es muy dudosa (¿valores?) y que tienen un carácter programático, orientador del estado que nace de su parte orgánica.

Esa orientación del estado –que, como digo, hace imposible que el estado español sea nunca mínimo, porque el legislador ordinario ha recibido una multitud de mandatos, más o menos rígidos, que le impelen a la realización de ciertos hitos- no es necesariamente propia de todas las constituciones.

No creo que sea exacto decir que todas las constituciones contienen un “programa de vida” y creo que esto es, más bien, propio de la muy ideologizada segunda mitad del siglo XX. Mi amigo Pepe afirma que incluso la Constitución de los Estados Unidos contiene un programa de vida. Debo decir que en absoluto, si se pretende equiparar este texto con nuestra CE de 1978. La declaración de Independencia (inciso: el texto político favorito de quien esto escribe, junto con la Oración Fúnebre de Pericles – con la indudable y romántica nota de estar dictado por motivos básicamente fiscales, es decir, de estrictos derechos humanos), quizá, aunque más bien ésta es una exposición de motivos antedatada para la propia Constitución (es el acta fundacional de la República, y se limita a constatar y dar por sentados los tres derechos básicos: libertad, igualdad y propiedad), pero no la Constitución misma.

La Constitución de EEUU es “la” constitución, el arquetipo del constitucionalismo primigenio. Un instrumento cuya única razón de ser es establecer una forma de gobierno respetuosa con las libertades individuales – luego reforzadas, por si hiciera falta (ya estaban en las constituciones de algunos de los estados federados) en el Bill of Rights. La Constitución americana sí es compatible con el estado mínimo, porque no impone mandato alguno al legislador, que puede optar por reglamentar la convivencia como estime por conveniente, dentro de los límites infranqueables –límites pasivos- derivados de la terna básica: libertad, igualdad, propiedad (de la que emanan todos los demás derechos). Para muestra, un botón: la declaración de Independencia dice que todo hombre tiene derecho “a la búsqueda” de la felicidad. Hace unos días, alguien propuso, por lo visto, en la comisión redactora del estatuto de Cataluña poner algo así como que la comunidad autónoma (sí, sí...) “promoverá” o cosa por el estilo, la felicidad de sus súbditos. Lo primero es el reconocimiento de un derecho (concordante con la moral del XVIII y, ciertamente, con la de algunos hoy en día), lo segundo suelta un pestazo dirigista insoportable, y la sola frase es motivo de sobra para mandar el estatuto al cubo de la basura – no sé si, al final, lo incluirán o la frase se considerará demasiado cursi hasta para los cánones de la Cataluña contemporánea (comunidad donde, recuerdo, se celebran bautizos civiles).
Ciertamente, también el actual estado en Estados Unidos es un estado altamente intervencionista, dictador de normas a diestro y siniestro y agresivo con las libertades –Roosevelt tiene mucha culpa de eso, y por eso parece ser el único presidente que gusta a los europeos (bueno, también les suelen caer simpáticos todos aquellos que le ponen los cuernos a su mujer – virtud, vaya usted a saber por qué, muy bien vista a este lado del Atlántico)- pero ello no es necesariamente así y, sobre todo, es algo reversible, si en algún momento, así se decidiera.

Tal cosa es imposible en España y en otros países que tienen constituciones más “modernas” (más recientes). El estado español, por ejemplo, no puede dejar de tener seguridad social (esto es: en España no pueden dejar de existir los impuestos sobre el trabajo para financiar sistemas de pensiones intrínsecamente quebrados), ni el estado puede dejar de intervenir en el mercado de la vivienda (esto es: en España no son posibles leyes que dejen el mercado de suelo libre de cargas de financiación encubierta a los ayuntamientos), ni la propiedad puede dejar de ser “subordinada al interés general” (esto es: en España el derecho a la propiedad privada no puede ser fundamental, porque el estado puede necesitar expropiártela), ni puede dejar de promoverse la cultura (esto es: en España no se puede dejar de subvencionar a los paniaguados del cine, aunque se limiten a producir insultos a la sensibilidad y a la inteligencia), etc.

Así es la vida. Y luego, el que está incómodo es Ibarretxe. Porque no le dejan promover la felicidad de los vascos, claro...

miércoles, marzo 30, 2005

EL EFECTO ZP (II)

Anteayer dejábamos pendiente una duda. Visto que nuestro análisis determinaba que la acción de gobierno es, por ser diplomáticos, manifiestamente mejorable, y que, a tenor de las encuestas, esta opinión es compartida por un número significativo de españoles –con toda probabilidad, más de los que votan a la única oposición existente- ¿cómo es posible que el presidente del Gobierno goce de buena imagen-. El tema tiene detrás mucha sociología, sin duda, pero voy a arriesgar un par de respuestas.

La primera de ellas es, sin duda, el plus eterno de legitimidad moral de la izquierda, con la que la sociedad española es infinitamente más tolerante que la derecha. Naturalmente, ya se encarga la izquierda de seguir alimentando esta situación, aunque sea a costa de incurrir en bajezas morales de imprevisibles consecuencias.

Es cierto, qué duda cabe, que tanto la izquierda como la derecha cuentan con un filón de voto de lealtad inquebrantable, gente que no votaría al partido contrario ni aunque se hunda el mundo, y también es lugar común en sociología electoral –en democracias desarrolladas- que el elemento dirimente en unas elecciones es siempre un núcleo central de votantes, dispuestos a oscilar entre cualesquiera opciones moderadas, del centro-derecha al centro-izquierda (perdón por los lugares comunes, pero valen para entendernos, creo). Pues bien, mi tesis es que en ese núcleo de votantes que, por lo común, corresponderán con clases medias socialmente muy bien integradas existe un desbalance a favor de la izquierda, que sesga claramente el marco a favor del socialismo. Hace falta más que una simple mala gestión para que se produzca una inflexión.

Hablo de estas clases que en cualquier otro país del mundo se orientarían de forma puramente racional pero que, en España, consideran de “buen tono” ser de izquierdas hasta límites rayanos en la creencia, más que en la simple posición política o estética, quizá porque son conscientes de que ese “ser de izquierdas” es algo puramente teórico –para ellos- sin influencia notable en su nivel de vida. Hablo de medianos o altos funcionarios o profesionales acomodados y urbanos (poco inquietos por la tendencia de los partidos de izquierda a crear paro y, en todo caso, algo sensibles a la variable fiscal, pero poco – como suele pasar, por desgracia, en España en general), con nivel cultural medio-alto y capacidad para proveerse de servicios básicos en el mercado (educación, sanidad...), por lo que en absoluto les importa demasiado que se hagan experimentos sociológicos con los hijos de otros. Son, naturalmente, afines a los valores (o la ausencia de ellos) de la izquierda. Son lo que denominamos “la progresía”, una subclase mucho menos anecdótica de lo que parece - sobre todo si de votos hablamos.

En otro orden de cosas, como bien apuntaba Juan Carlos Girauta hace unos días en Libertad Digital, en la izquierda española se ha desarrollado una clase de líder –cuyos arquetipos son el Esdrújulo y, en menor medida, Carod Rovira- que ha llevado la demagogia a su última frontera en Europa. Sólo queda ya franquear el límite del chavismo, pero para eso hace falta la verborrea característica del inquilino de Miraflores. Aquí son estrambóticos, pero tienen menos gracia.

Como apuntaba Girauta, no es ya que el discurso venga compuesto de ideas trufadas de imposturas, no. ZP representa la sublimación de todo eso y ha sido capaz de construir un discurso prescindiendo de las ideas por completo. Sólo hay clichés y gestos efectistas. Hay cierta lógica en ello, la verdad, porque lo de las ideas nunca se les dio bien. Cuando se ponen a pensar con cierta honestidad, terminan asumiendo que el adversario tiene razón –se termina aceptando que quizá no sea bueno tener un déficit público galopante, por ejemplo- y, claro, así no se va a ningún sitio. Lo de las soflamas se les da mejor. Y, si ello se combina con una derecha no muy segura de sí misma, pueden mantenerle a uno en el poder, si no perennemente, sí con breves paréntesis –lo justo para que otro arregle el desaguisado, ponga las cuentas en orden y nos devuelva las llaves-.

Como también dice Girauta, esta forma de conducirse puede ser letal para una oposición que se pretenda seria. Se puede debatir una idea, pero es muy difícil debatir sobre un cliché, sobre un lugar común o sobre una nadería. Es difícil que ZP se equivoque porque, en sentido estricto, no puede equivocarse. ¿Cómo puede equivocarse uno emitiendo juicios vacíos o lugares comunes, no susceptibles de análisis o completamente intrascendentes? El presidente, y no le niego cierto mérito por ello, ha sabido situarse fuera del ámbito más noble, pero también el más peligroso, de la política, que es el del intercambio de ideas o proyectos.

El colofón de todo esto es que el Partido Popular lo tiene complicado. Una de las características de las situaciones irracionales o esperpénticas es que no existe ninguna razón para que cesen, porque, por definición, no obedecen a lógica alguna. Así pues, quizá sentarse y esperar que las cosas caigan por su peso pueda no ser una buena táctica. Pero de eso hablaremos otro día.

martes, marzo 29, 2005

CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA Y ESTADO MÍNIMO

En el excelente blog de Luis I. Gómez, (www.desdeelexilio.com), una de las mejores bitácoras liberales, se hacía referencia el otro día a uno de los temas recurrentes del pensamiento liberal y, por qué no decirlo, de las etiquetas identificativas para propios y extraños: el estado mínimo (el miniestado, como se decía exactamente). Sobre este tema ya he escrito otras veces, y siempre es oportuno volver.

Luis argumenta desde la perspectiva moral y recalca lo que debería ser sabido: el estado, cualquier estado, por definición, es limitador de la libertad individual (ítem más: desde la construcción teórica del “pacto originario” el estado consiste precisamente en un acuerdo de autolimitación). Todos ellos son, por tanto, peligrosos. Indiscutible.

En la praxis política el estado es, sin embargo, algo necesario (iba a decir un mal necesario, pero no sería del todo cierto). A menudo, las caricaturizaciones del liberalismo lo presentan como enemigo a ultranza del estado. Siendo cierto que hay corrientes de pensamiento liberal, como las anarcocapitalistas, que, sí, son enemigas del estado, ello no es cierto con carácter general.

El estado mínimo no significa ausencia de estado –a fortiori, la existencia de un robusto estado de derecho es presupuesto necesario de la efectividad de la libertad, la igualdad y la propiedad-, sino estado neutral, como bien se explicaba en la bitácora citada. Sin duda, qué haya de entenderse por “neutral” es objeto de discusión y, asimismo sin duda, todos los estados europeos han pasado hace mucho la raya de la neutralidad mínima exigible.

Bien es cierto, como ha puesto de manifiesto, entre otros, Carlos Rodríguez Braun, que la seguridad jurídica es, en sí misma, un bien tan importante, que hace, de lejos, preferible un estado como Dinamarca –un estado que llega a la confiscación, porque hay días en el año que los daneses trabajan más para el estado que para sí mismos, pero en el que es posible saber a priori qué le toca a cada uno- a un estado como Argentina, que puede robar, en cualquier momento, una cantidad indeterminada, sin que sea posible saber cuál es. Es preferible la izquierda cleptócrata del Norte de Europa a la izquierda esperpéntica de ZP, pero no perdamos el hilo.

A menudo se ha apuntado la incomodidad de ciertos sectores del nacionalismo, la izquierda, etc con la vigente Constitución Española, hasta el punto de que presentan su acatamiento como una auténtica heroicidad. Sin embargo, nadie repara en que esa misma Constitución –defendible desde la regla ética de la elección del mal menor- contiene verdaderas monstruosidades desde la óptica del pensamiento liberal.

¿Alguien ha reparado en el contenido cuasi totalitario de algunas frases del texto constitucional que, de hecho, proveen una intervención infinita del Estado en nuestras vidas? El Estado ha de “promover” un “orden social justo” y los “valores superiores del ordenamiento” permiten, de facto, la conculcación de multitud de derechos individuales. No es ya que la inclusión de los denominados “derechos de segunda generación” sea en sí mismo un cheque en blanco (en virtud de nuestro “derecho a una vivienda digna”, el Estado podría no dejar de robarnos hasta que viviéramos todos en el Palacio de Liria, y aún más allá), es que el Texto es un “programa de vida” con arreglo a unas coordenadas prefijadas. El estado español –aquí, sí, estado español, porque me refiero stricto sensu a la organización jurídico-política en su forma actual- es un estado orientado –autoritario, por tanto-. El hecho de que su ideología sea amigable y respetuosa con ciertas libertades no lo hace menos odioso.

Es el peaje que hemos tenido que pagar para, con sus imperfecciones, disponer de lo que, en realidad, sí es propio de un texto constitucional: los elementos organizativos del estado conforme a la regla de la separación de poderes.

Lo dicho: no sabemos muy bien qué es el estado mínimo... pero parece claro que su reino no es de este mundo.

lunes, marzo 28, 2005

EL EFECTO ZP (I)

Dicen las encuestas que el gobierno sigue disfrutando de buena imagen. Bueno, en realidad, es más bien el presidente el que goza de esa buena imagen, teniendo los ministros una imagen algo peor o, en algunos casos, mucho peor. Todo ello nos lleva a una aparente paradoja. No es que los españoles no perciban que tienen un mal gobierno. Más bien, lo perciben y, sin embargo, esa percepción no tiene consecuencias en términos de desgaste (quizá si las tenga como “coste de oportunidad” ya que el gobierno socialista no decae, pero tampoco despega, lo que no es en exceso normal)... ¿hay alguna lógica en esto? Intentemos analizarlo.

En primer lugar, ¿es este gobierno, en efecto, un mal gobierno? Desde luego, pienso que sí pero, para no ser acusado de apriorismo, podemos repasar los grandes ejes de su acción política:

Con la política económica acabamos enseguida, porque hay muy poco que decir. Lo único que se ha producido hasta la fecha por el equipo Solbes (recordemos que el ex comisario está ahí para que la confianza exterior en España no se desmorone) ha sido un tímido plan de reforma fiscal. Algo más bien cosmético. Entre tanto, no se ataca ninguno de los problemas estructurales de la economía, señaladamente la pérdida de productividad que, más pronto o más tarde, más bien pronto que tarde, se pagará en términos de empleo –téngase presente que no disponemos del recurso tradicional de devaluar la peseta, porque ya no hay peseta y se empieza a poner de manifiesto lo que todos los economistas serios dijeron en su día: que el área euro no es un área monetaria óptima (otra cosa es que el euro sea sólo una cuestión económica)-. Antes al contrario, se echa más leña al fuego, con medidas como la del salario mínimo. La inversión extranjera en España ha caído cerca de un ochenta por ciento en 2004, cosa que a nadie parece importarle. Es altamente probable que la calificación crediticia española se termine resintiendo en algún momento – si no ha sucedido ya es por el excelente ratio deuda-PIB que dejó el PP.

La política exterior roza los límites del delirio. Mientras se intenta recomponer las relaciones con los EEUU, machacadas por pura estupidez, la ola de euroentusiasmo nos lleva de cabeza a asumir los costes de la ampliación en una proporción muy superior a la de otros países, a cambio de salir en una foto con el tándem Schröder-Chirac (el peor canciller de la historia de Alemania y un presidente de Francia tan siniestro como todos sus predecesores). Todo ello amén de la colección de elementos de frenopático que forman nuestras nuevas compañías, entre ellos, cómo no, el camarada Chávez y sin soslayar que nos hemos convertido en el vocero del matusalén del Caribe, que parece querer terminar con todos los cubanos por hartazgo o inanición antes de hacerles la mínima merced de hacer mutis.

La política regional, de nuevo “cuestión nacional”, se concreta en una tremenda incertidumbre, derivada de la afición gubernamental por el malabarismo y el juego con los conceptos. El gobierno ha ofrecido “diálogo” a diestro y siniestro y puesto en oferta incluso cosas que no le pertenecen. No tiene empacho en decir que está dispuesto a acometer reformas en la estructura del estado sin plan, medios ni mayoría para ello. Pero, eso sí, son los demás los que crispan. Respecto a los dos problemas fundamentales, el vasco y el catalán, la situación es: en cuanto a lo primero, parecen querer afrontarlo mediante una estrategia, muy arriesgada que, de entrada, implica conceder de forma necesaria que han de producirse cambios para los que no hay consenso (el “plan López”) y en cuanto a lo segundo, malamente van a resolver el problema porque son el problema.

¿Y lo demás? Pues, aparte del carnet por puntos -esto sí, una buena idea que, por lo visto, se debe demorar por dificultades técnicas- y de la crítica cuestión del matrimonio homosexual, no tenemos más medidas que reseñar que: una toma por asalto del Poder Judicial y una regularización de inmigrantes más que polémica. Tres o cuatro leyes... eso es todo. Bueno, aparte, por supuesto, de lo de siempre, alimentar a la parroquia (la cultura, la cultura... ¿a cuánto ascenderá el finiquito de Wyoming?) y de ponerle sus velas correspondientes al Jesús del Gran Poder. Pero esto va de suyo, gobierne quien gobierne, casi (no recuerdo que los de la cultura dejaran de insultarnos con nuestro dinero y que la devoción al Jesús del Gran Poder se hubiera cambiado por la del Cristo de los Gitanos, pongo por caso...)

Eso sí, hemos tenido frentismo y demagogia a raudales. El penúltimo episodio desgraciado, el del cumpleaños de Carrillo. Muestras ha habido de que no piensan matar la gallina de los huevos de oro. No están dispuestos a abandonar la posición de privilegio que Franco les legó. Item más, como apuntaba José Antonio Zarzalejos este fin de semana, las abiertas provocaciones –por el momento infructuosas- a ciertos ámbitos de la derecha serían parte de una muy meditada estrategia para conseguir partir el espacio electoral del PP, para crear un núcleo ultraderechista en España. Veremos en qué queda todo esto.

También hemos tenido tics progres para aburrir. Paridades, igualdades, palabras vacías, bautizos civiles y demonización del plural inclusivo. La imbecilidad al poder.

Así pues, parece que los españoles no andan desencaminados en su severo juicio al gobierno. ¿Por qué, entonces, su presidente no sólo salva los muebles sino que sale muy bien parado? Lo decía un comentarista hablando de Moratinos: cuando se cargan las tintas hablando de él, se comete una gran injusticia. El ministro de exteriores no diseña solo la política, simplemente la ejecuta. En torno a esa política hay una responsabilidad colegiada y, sobre esta, un impulso del presidente del gobierno. Esa especie de querubín es el responsable último de todo lo que sucede, como lo fue en su día el otro gran intocable y, en general, los que, por mandato constitucional, están investidos de confianza –son ellos, recuérdese, y no el equipo que encabezan-.

La explicación, a mi juicio, hay que buscarla, una vez más, en aspectos sociológicos y de creencia. De predisposición a la bondad en el juicio con respecto a la izquierda. Se ha dicho, con razón, que España es un país sociológicamente de izquierdas. Personalmente, creo que es cierto. Más aún, no ha dejado de serlo ni siquiera durante la época del PP. Y éste último también tiene su parte en el asunto.

Pero sobre eso, volveremos en la siguiente entrega.

domingo, marzo 27, 2005

IMÁGENES ESPAÑOLAS EN PORTUGAL

Quien haya visitado algún rincón de Portugal distinto del Algarve –donde son siempre más probables las aglomeraciones- estos días habrá podido comprobar varias cosas. Una, que el país vecino es una maravilla cercana, lleno de cosas que ver y disfrutar, en un ambiente de relativa tranquilidad, perdido, por desgracia, en casi todos los rincones de Europa. Dos, las innegables mejoras de las infraestructuras, que facilitan enormemente los desplazamientos, pudiendo acceder sin problemas a verdaderos tesoros artísticos del interior del país. Y, tres, la superabundancia de conciudadanos españoles, algunos de los cuales no pierden nunca la oportunidad de hacer enrojecer de vergüenza ajena. Recuerdo, en particular, dos escenas.

Una, a la hora del almuerzo en la afamada Pastelería Suiza de Lisboa, en plena plaza del Rossío. Un muy educado camarero portugués, entrado en años, atiende a una pareja de españoles, también en edad de saber comportarse. El tipo se dirige al camarero en el mismo español de nivel ínfimo que emplearía en un bar de Madrid, Cuenca, Tarragona o Sevilla, o donde quiera que viva el fulano. Es de todos conocido que los portugueses entienden muy bien el español –al fin y al cabo, son dos lenguas muy próximas- y, por lo común, se puede uno dirigir a ellos en nuestro idioma sin mayores dificultades. Como quiera que, al revés, no ocurre igual –la fonética lusa es intratable para los hispanohablantes- es innecesario decir que esa habilidad de nuestros vecinos es de suma utilidad. Pero de ahí a hablarles como si, necesariamente, tuvieran que entenderle a uno media un amplio trecho. Al dirigirnos a un extranjero, en su casa, en nuestra propia lengua, debemos hacerlo desde la humilde impotencia de quien es incapaz de decir siquiera alguna palabra en el idioma del otro, no desde la altanería del señorito. Esa misma altanería empleaba este connacional con el camarero portugués. Insisto, el problema no está en la incapacidad de hablar portugués (¿ni siquiera unos mínimos saludos?), sino en la actitud, por desgracia frecuente entre los turistas españoles –en Portugal, claro, no en otras partes del mundo cuyo nivel económico y la actitud de sus habitantes impiden sacudirse complejos-.

Otra escena, esta vez en el maravilloso palacio de la Bolsa de Oporto, una joya del XIX que los mercaderes de la ciudad erigieron a mayor gloria de su pujanza económica (inciso: los mercaderes y la Iglesia han sido las instituciones que han dejado más patrimonio para admirar en los países europeos - ¿alguna reflexión al respecto?). La guía, una joven portuense, se afanaba en contar a un grupo de españoles la historia del edificio. Lo hacía en un español ¡por cuya falta de perfección se excusaba!, esforzándose por lograr una pronunciación adecuada (a mi juicio, desde luego, hablaba un español de mucha más calidad que buena parte de la gente que engrosa las estadísticas de hispanohablantes, vaya usted a saber por qué) y con un vocabulario preciso. En el seno de la manada de turistas había un par de familias cuyos niños habían considerado innecesario quedarse en el parque. Los niños no eran pequeños y, desde luego, tenían edad más que de sobra para aguantar media hora. Pues bien, se sentaron en todos los lugares que pudieron, tocaron todo lo que estaba a su alcance y procuraban poner las manazas en todo aquello que la guía citaba como especialmente valioso, antiguo, delicado o precioso. El resto del tiempo, lo miraban todo con displicencia y una media sonrisa imbécil. No pude dejar de preguntarme qué demonios hacían allí, en lugar de estar en la calle, comprando toallas o cosa por el estilo.

No pude, tampoco, evitar acordarme de otros españoles en otras latitudes. Me acordé, por ejemplo, de un niño en Nueva York que, de vuelta al aeropuerto, comentaba con su madre todo lo que había comprado y lo que no había comprado todavía, pero compraría la vez siguiente. Nada más. Eso es todo lo que el engendrito encontraba digno de comentario en la capital del mundo. Eso dio de sí su capacidad de pasmo.

A buen seguro, los comportamientos extremos son excepcionales. También sé, claro, que esos comportamientos no son exclusivos de los españoles, sino comunes a otras nacionalidades –al cabo, lo que se ve es el comportamiento del hombre masa orteguiano, llevado a su máxima expresión-. Sé, en fin, que soy injusto. Pero es que esos comportamientos duelen. Lo decía antes, dan vergüenza ajena.

Estamos criando una nueva clase de paleto, un paleto urbano. Un ignorante ensoberbecido, henchido de conciencia de derechos inalienables –sin deber alguno para con los demás-, que no cree tener nada que aprender de nadie. En resumidas cuentas, hemos avanzado poco. Hasta aquí llegó nuestro lamentable sistema educativo y nuestro decadente sistema de valores: hasta la producción industrial de hombres-masa, que hacen turismo, como hacen otras cosas, sin saber por qué y pasean su estulticia por medio mundo, sólo porque tienen medios económicos para ello. Un amigo inglés me decía que España es el país del “jódete”. Y no puedo dejar de darle la razón, la verdad. Un país en el que la autoafirmación parece ser siempre contra el otro, o a pesar de él. En el que nadie parece tener conciencia del límite de los propios derechos –ese límite no es otro que el derecho de los demás-. Nos conducimos en el extranjero igual que en nuestras propias ciudades, y hablamos al camarero portugués con displicencia por la misma razón que aparcamos en segunda fila. Porque le toca joderse a él, igual que le toca joderse al que queda atrapado por nuestro coche.

Y, al final, ¿qué?... pues todos jodidos, claro.

viernes, marzo 18, 2005

FELIZ SEMANA SANTA

Queridos lectores:

La próxima semana no habrá novedades en Ferblog. Tras la Semana Santa -que, supongo, se sigue llamando así en tanto no se altere la denominación oficial-, volveremos con fuerzas renovadas. Podéis aprovechar la calma para explayaros en vuestros comentarios que, seguro, darán pie a buenos debates.

Felices vacaciones a todo el mundo y... saludos liberales.

LA ESTATUA

La verdad es que me da no sé qué tratar este tema. Tengo la sensación de que estoy haciendo el juego a alguien y contribuyendo a perpetuar ese recurso fácil por el que los socialistas españoles, cuando no saben qué hacer o piensan que al personal le puede dar por pensar, sacan al abuelo Paco de paseo. Qué agradecidos tienen que estar a Paco. No saben bien lo que le deben. Lo cierto es que he de darles la razón en una cosa: son los reyes de la propaganda. Lo decía el guiñol de Carmen Calvo el otro día: “digo “fraila” y se me echa encima el facherío”. En efecto, a cada nueva estupidez del gobierno “el facherío” se echa encima, desatendiendo lo principal.

Porque, ¿es casualidad que el gobierno ordene –mediando casi enfrentamiento con la Policía Municipal-, la retirada de la estatua de Franco en Nuevos Ministerios justo cuando acaban de llegar a un acuerdo con ERC de preocupantes perfiles, acaban de votar con el PNV en las Juntas Generales de Álava y acaban de presentar un plan económico que la mayoría de los economistas serios consideran un brindis al sol?... Me temo que no.

Y, sin embargo, no puedo evitar comentarlo –siendo consciente de que siempre habrá algún retrasado mental profundo que me tilde de nostálgico franquista, pero eso es inevitable e intrascendente-, porque me parece increíble que se pueda seguir luciendo semejante grado de demagogia a estas alturas de la historia. ¿Cuándo demonios va a dejar la izquierda española de insultar a la inteligencia?, ¿cuándo?

Una y otra vez, siempre lo mismo. ¿Sube el paro?... moción para declarar las tapias de los fusilamientos monumento nacional, ¿las relaciones exteriores se van al garete? ...moción para que el PP condene el alzamiento nacional (perdón, la sublevación), ¿problemas con el tres por ciento?... rehabilitación de Companys.

Madrid y España entera están lleno de monumentos y edificios que recuerdan que, entre 1939 y 1975 el régimen en nuestro país fue otro. De hecho, la estatua de marras –desde luego no especialmente valiosa desde el punto de vista artístico- era uno de los recordatorios más discretos de aquella época. Por citar sólo un caso, y amén del Valle de los Caídos, quien llegue a Madrid por la A6 se topará en su entrada con el Arco de la Victoria, que todos sabemos lo que conmemora. Lo sensato es que esos monumentos queden ahí –como están, por ejemplo, los edificios de la Italia fascista-, como tantos otros que nos hablan de nuestra historia, de lo bueno y de lo malo. España en general y Madrid en particular son más antiguos que el PSOE, y raro es el rincón de nuestra geografía que no guarda buenos y malos recuerdos. Siguiendo con el ejemplo de Madrid, nuestra Plaza Mayor acogió festejos por la llegada de nuevos reyes, pero también horrendos autos de fe. Por cierto, justo a la vuelta de la esquina, en la fachada este de los Nuevos Ministerios, hay una estatua de un personaje tan nefasto como don Francisco Largo Caballero –dirigente del PSOE republicano y premio de honor al atizador de enfrentamientos entre españoles-.

No sé para qué extenderme en razones, porque quienes han ordenado retirar la estatua ya las conocen. Saben todo eso, saben que su acción es demagógica y se ciscan en ello. También saben que la Transición constituyó, en esencia, un pacto, que les vino muy bien, porque ellos no habían acumulado títulos a nada. Un pacto del que salieron reforzados como “la alternativa” que en ningún caso eran por derecho propio. ¿A qué viene, ahora, este alanceo de moros muertos?
A menudo me llama la atención que un país tan atractivo como la Argentina haya podido ser roído por ese cáncer repugnante que se llama peronismo. Me parece, sencillamente, inconcebible que una nación con semejante capital humano haya podido parir esa ralea de cleptócratas, demagogos, cantamañanas y corruptos y que, una y otra vez, el personal pida más de lo mismo.

Son ganas de ver la paja en el ojo ajeno, la verdad, y no querer ver la viga en el propio, porque nosotros tenemos nuestro peronismo, que se llama PSOE. No es de extrañar que Néstor Kirchner y ZP se lleven a partir un piñón. En esencia, viven de lo mismo. Si hay diferencias entre España y Argentina, se deben, con toda probabilidad, a que a nosotros nos tocó en el lado bueno de la geografía, cerquita de una Unión Europea que, con su fuerza ejemplificadota, nos ha ayudado a tirar para adelante.

Tenemos el gobierno más inepto de la democracia. Un gobierno que no pensaba serlo y que, en consecuencia, no tiene ni idea de qué hacer con los problemas reales del país. Así no hay quien aguante y no hay fábrica de gracietas que permita soportar cuatro años. Pero bendito sea Franco que nos dejó recursos casi inagotables. Sólo hace falta tener la indecencia y la falta de respeto por la ciudadanía que caracteriza a ZP y su mariachi. Afortunadamente para algunos, quedan aún muchas estatuas, muchas tapias y muchas fosas. La lista de caídos es, por desgracia, interminable. Además, la Logse aún no ha surtido plenos efectos, y todavía se sabe que en este país hubo una Guerra Civil.

He dicho ya algunas veces que la solución real a esto pasa, necesariamente, porque el electorado de izquierda exija, de una vez por todas, que esto pare. Que se le deje de ofender y se deje de apelar tan desvergonzadamente a sus tripas. Que deje de extender salvoconductos para incompetentes. Hasta que eso no suceda, seguiremos siendo un país democráticamente subdesarrollado. Seguiremos donde nos quieren tener.

jueves, marzo 17, 2005

LA CREDIBILIDAD DEL SOCIALISMO

Ayer afirmé en esta bitácora que sospecho que el PSE-PSOE, de estar en situación tras el 17 de abril, pactará con el PNV –a fortiori, diría que intentará reeditar el gobierno de coalición pre-Estella-. Ojalá me equivoque, pero no tengo más remedio que pensar así, a tenor de lo que veo. Uno de mis corresponsales habituales objeta que, anteayer mismo, se oyeron, en boca del Esdrújulo y de Patxi López palabras que, salvo a espíritus retorcidos como el mío, no pueden permitir albergar dudas sobre el compromiso socialista con la unidad nacional. Parecen tener claro que Euskadi es parte de España y así deberá seguir siendo.

Me gustaría creerlo, pero es que hay truco. ¿Cómo era aquello de “por sus hechos los conoceréis"? Pues eso. Ya me imagino que ZP no está tan loco como para afirmar, a las claras, que se quiere llevar este viejo país por delante. No hay lo que hay que tener para decir semejante cosa en León, por ejemplo. Pero...

En primer lugar, sin llegar a decir eso, en términos más académicos, más finos pero igualmente preocupantes ha afirmado cosas como que el concepto de “nación” es contingente –exactamente, que a él no le gustaban los dogmatismos- y no se refería, precisamente, a la muy etérea idea de “nación” que se discute hasta la saciedad en teoría política (polisémico de veras, el término) sino al muy concreto vocablo “Nación” del artículo 2 de nuestra Constitución –lo que Jorge de Esteban, muy acertadamente, identifica con la médula de nuestro Texto Fundamental-. A mayor abundamiento, la presidenta de nuestro Tribunal Constitucional dejó caer que el artículo 2 es reformable (obvio, pero hay obviedades que tanto si son inocentes como si no lo son, incapacitan para el cargo) y para qué hablar de nuestro caro Rubio Llorente, que no es ya que no esté comprometido con la Carta Magna, sino que parece que está dispuesto a trazar el plan de demolición, por lo que se ve. Todo por epatar.

Sencilla pregunta: ¿qué es la “alternativa” de López? Otra sencilla pregunta: ¿quién es un tal Pasqual Maragall, que dice que o se pasa por sus propuestas o no hay alternativa para España?

Por si lo anterior no fuese suficiente –digamos que fue un calentón o una sobredosis de estulticia- el amigo pasa de las musas al teatro: tal que ayer mismo, firma un pacto con un partido tan leal como ERC. Cosa que, por supuesto, no puede sino dejarnos más tranquilos, para qué engañarnos. Cómo dudar de que las claves de las contrapartidas exigidas estarán pensadas desde la más profunda solidaridad con el resto de los españoles, extremeños y andaluces los primeros.

A la absoluta irresponsabilidad de decir que él aceptaría cualquier cosa que viniera de un Parlamento de Cataluña con mayoría absoluta nacionalista (no, no me he confundido) añade que hay barra libre también para el de Euskadi, cámara de acrisolada lealtad, por cierto.

He dicho en otras ocasiones que a mí la unidad no me sirve de nada ni no hay una cierta identidad. De poco me vale que siga existiendo un sujeto de derecho internacional denominado “España” si, en primer lugar, ese sujeto surge de un manifiesto desprecio a la historia y si ese sujeto es incapaz de garantizar la libertad, igualdad y propiedad en términos parejos en todo el territorio. No sé qué quiere decir ZP con “unidad”. No tengo ninguna garantía de que entienda lo mismo que yo y mucha gente como yo (en general, no sabemos qué entiende ZP por casi nada). Si quiere decir lo mismo, ¿a qué esta urgencia por revisar algunas de las normas básicas que garantizan la cohesión?, ¿por qué todas las revisiones, todas, van siempre en el mismo sentido?

Volvamos ahora el argumento por pasiva. En un escenario en que el PSE tenga capacidad dirimente, o pacta con el PNV, o pacta con el PP o renuncia al gobierno por falta de aliado con capacidad suficiente (en el supuesto de que el PP no alcanzara sufragios bastantes). ¿Por qué he de creer que el PSE va a acercarse al PP cuando lleva, a las claras, una estrategia de marginarlo, aislarlo y presentarlo como el verdadero, el único obstáculo a la felicidad de los españoles?

Insisto, el problema es ideológico, profundamente ideológico. Quizá, muy probablemente, aunque sólo sea por querencia, sea cierto que a ZP le gustaría conservar una España entera y, más o menos, como es hoy. Pero no puede pasar por el trance de retratarse con la derecha. Como tanta otra gente en la izquierda española, ZP entiende que ser de izquierdas es “no ser de derechas”. El PSOE empleaba esta frase en una de sus campañas electorales. En su día, me pareció una supina estupidez, pero más tarde caí en la cuenta de que era altamente representativa de cómo el socialismo español ve el mundo. No existe el continuo derecha-izquierda, sino la derecha y la no-derecha, lo aceptable y lo no aceptable. Más de una vez se ha caído en la tentación de hablar de bloque “constitucional” como sinónimo de “lo que sea menos el PP”. Por eso creen que lo del 13M fue lícito, correcto y estupendo, porque se hizo contra la derecha y, por tanto, es moral, es bueno, es en nombre de un bien superior (inciso: la cara de Pedro Almodóvar cuando cayó en la cuenta de que no se podía decir impunemente que el gobierno anterior quiso dar un golpe de estado fue un poema; ¡no entendía que alguien pudiera molestarse por eso! – al fin y al cabo, salvajadas como esa las dice Fernando Delgado cada lunes y cada martes y aquí paz, y después gloria). La frase, la infamia, que citaba ayer de “ocho años de derecha y uno de derechos” retrata a un sujeto.

Este y no otro es el gran complejo que debe superarse para terminar, de una vez por todas, la transición política española. No ser de izquierdas no es pecado, ni inhabilita a una persona como interlocutor. Incluso pueden compartirse cosas muy importantes. Pero no lo entienden, no lo quieren entender y no lo entenderán mientras asociaciones indecentes como “derecha” y “no democracia” sigan valiendo en el imaginario colectivo español.

Mientras esto siga siendo así, en cada tránsito electoral, España cambiará de régimen, no de Gobierno.

Por cierto, cuando termino estas líneas, me entero de que el PSE ha apoyado una moción del PNV contra el PP en las Juntas Generales de Álava. Sobran todos los comentarios.

miércoles, marzo 16, 2005

SI PUEDEN, PACTARÁN CON EL PNV

Los representantes del Partido Popular en el País Vasco afirman pensar que, si puede, el PSE pactará con el PNV tras las elecciones. Quisiera equivocarme, pero creo firmemente que eso se puede dar por cierto, si se dan circunstancias para ello –por supuesto, no entra en los planes del PNV, al menos de parte, pactar con el PSE si puede evitarlo, pero todo sea por no perder el pesebre-. Entiendo que esta tesis es algo más que un mero barrunto. Dicho sea de paso, cuando ZP habla del cambio en Galicia, hay un sobreentendido claro: el cambio es con el BNG.

En primer lugar, porque la dirigencia del PSE –sector López, que ya tiene guasa- tiene querencia. Se siente ideológicamente cercana al PNV y, de veras, está convencida de que en Euskadi hay un problema, que el Lendakari hace por solucionar, aunque su solución anda algo extraviada, pero sólo algo.

Segundo y más importante, porque la dirigencia del PSOE en Madrid tiene un orden moral de prioridades en el que un escenario de pacto PP-PSOE –la alternativa obvia, toda vez que el mapa político de Euskadi hace quimérico pensar que ningún partido pueda obtener mayoría absoluta en solitario- es el peor de los escenarios posibles. Y la resistencia no es táctica, sino profundamente ideológica. Si no están dispuestos a convenir con el PP ni siquiera en defensa de lo más sagrado y del núcleo básico de la Constitución, ¿cómo pensar que por una cosa menor –la formación de un gobierno- van a comportarse de otra manera?

El PSOE no ha hecho su transición, ni la va a hacer nunca, porque ello supondría poco menos que un cataclismo. Si el PSOE entra en una dialéctica de respeto al otro y abandona esa pretendida superioridad moral sobre la derecha –reflejada en la repulsiva frase del Esdrújulo del otro día: “ocho años de derecha y uno de derechos”- se vería, por primera vez a sí mismo, en el espejo, como es. Como un partido, simplemente eso, un partido, con una historia lastrada por errores espantosos y que cuenta en su haber con triunfos tales, sólo en la historia democrática, como haber dejado las cotas del paro más altas en la historia de este país (derechos), haber podrido la Seguridad del Estado (derechos), haber sido un nido de corrupción (derechos), haber inventado el genocidio cultural de la Logse (derechos) y haber sido corresponsable directo de la situación que hoy, se vive en Euskadi (derechos), entre otras lindezas. Nada que no se pueda corregir, por cierto, si hay cierta voluntad para ello.

Quienes objetan al argumento, dicen que ese pacto sería intolerable para las bases socialistas en el resto de España. Mentira. Las bases socialistas en el resto de España comparten esa visión de “antes muerto que de derechas”. El partido socialista está aliado, hoy, en Cataluña y en Madrid, con partidos separatistas y está comprometido, por acción u omisión, con políticas rupturistas que atentan frontalmente contra los derechos de los españoles en general y, en particular, de los que viven en regiones menos desarrolladas. Y las bases socialistas siguen mostrando su apoyo a ese partido.

Recuerdo que, creo que en la campaña del 93, en el culmen de la corrupción y en el seno de una crisis económica brutal, con más de veinte personas en la cola del desempleo, Joan Manuel Serrat se dirigió a Felipe González y, con una sonrisa en los labios, le pidió “más de lo mismo”. Probablemente, si las bases socialistas fueran un poco más exigentes con sus líderes, sólo un poco, estos se verían obligados a enderezar algo su comportamiento.

Pero, insisto, esto no es previsible. Quieren más de lo mismo. Lo dicen las encuestas.

martes, marzo 15, 2005

PAZ, CIUDADANÍA... Y TALANTE

El Esdrújulo dijo ayer, en un acto de celebración del primer aniversario de la victoria del 14M, que las tres palabras que definen en año transcurrido son “paz, ciudadanía... y talante”. Bueno, quizá podamos discrepar.

¿Paz? Es posible. Entiendo que el presidente aludía con esto a la corrección de las políticas “belicistas” del gobierno anterior. Pero el presidente omitió que hay muchas clases de paz, agrupables en dos grandes grupos: paces que se compran y paces que se consiguen. Su actitud demuestra, a las claras, que él es de los que piensa que las paces se compran, que se puede dar algo a cambio, que las víctimas, o sus herederos, han de “hacer algo” para neutralizar el ánimo de quienes las victimaron. Él piensa que el terrorismo tiene causas. Cree que los errores de Occidente subyacen a la explosión del terrorismo internacional, como cree que el terrorismo etarra es excrecencia –intolerable, sí, pero excrecencia- repugnante de un conflicto mal resuelto. Y, si no lo cree así, sus hechos le desmienten.

La paz de los equidistantes. La paz de los que no quieren estar con asquerosos dictadores, desde luego, pero tampoco con los Estados Unidos. La paz de los que no distinguen lo principal de lo accesorio. La paz de los que no saben que los regímenes no se pesan en una balanza, sino que se ordenan como en un diccionario: “democracia” va siempre, siempre antes que “dictadura”. La paz de los que piensan que unos cuantos millonarios se lanzaron contra unas torres a causa “de la pobreza en el mundo” (inciso: la progresía, además de no hacer nada por los pobres del mundo, tiene la mala costumbre de insultarlos – les llama terroristas)

La primera víctima de estas paces suele ser siempre la justicia.

¿Ciudadanía? Entiendo que se refiere a su famosa “extensión de los derechos”. A cosas como el matrimonio de los homosexuales, que casi todo el mundo le ha dicho que es un despropósito jurídico y cultural. También ha hecho mucho por la “igualdad de género” (sic), emprendiendo una cruzada contra el plural inclusivo, verdadero martillo de opresión de las féminas. Entretanto, la defensa de la verdadera ciudadanía, ¿qué? Pues importa exactamente un comino, como ha quedado acreditado en la renuencia a investigar el escándalo del 3 % -los homosexuales se podrán casar, pero les roban impunemente, esto sí, igual que a los heterosexuales- o la verdad, sí, la verdad del 11M (esa que queríamos, ¿se acuerdan?). En general, las continuas ofensas a la inteligencia, los despropósitos encadenados han puesto de manifiesto qué poca consideración merece ese ciudadano como ser pensante, con derecho a que no se le insulte en su dignidad. ¿Qué otro nombre puede recibir un esperpento como el de la reforma constitucional, por ejemplo? ¿Qué otro nombre puede recibir el que las bases de nuestra seguridad jurídica sean zarandeadas de esta manera por el presidente del Gobierno, el del Consejo de Estado o la del Tribunal Constitucional?

¿Talante? Sí, ahí sí estoy de acuerdo. Decir que alguien tiene talante como cualidad es una estupidez supina, pero parece tener mucho efecto, así que es algo que representa muy bien la todavía breve era ZP. Una nadería absoluta, pero en boca de todo el mundo. Todo hijo de vecino tiene talante, como todo el mundo tiene trasero. Puede ser bueno o malo. Qué mejor bandera para el ejecutivo del Esdrújulo que una buena patada al genio del idioma.

No sé cuántas leyes ha aprobado el Parlamento en esta legislatura, pero creo que sobran los dedos de una mano. Pues bien, una de ellas ha sido, precisamente, para asegurarse nombramientos de jueces. Toda una muestra de buen talante.

El presidente del Gobierno se muestra solícito y presto a atender demandas de quien se encuentre incómodo en esta fea casa que llamamos España, aunque para ello tenga que ciscarse, sin mayor empacho, en las creencias o las convicciones de la mitad, si no más, de los ciudadanos.

Parafraseando a todo un intelectual como Michael Moore, si me cruzara con ZP le diría: “oye, eso que estás pateando es mi país, tío”. Seguro que a mucha gente le parece simpático que le des empellones... pero a mí me estás cayendo pero que muy mal.

Lo dicho, “paz, ciudadanía... y talante”... según se mire.

lunes, marzo 14, 2005

EL SENADO

El Presidente del Consejo de Estado, además de soltar por esa boca unos cuantos despropósitos, manifestó, con buen juicio, que la reforma del Senado es, técnicamente, las más compleja de las que se proponen, y para las que ZP pide ideas ¡al mismo Consejo de Estado! (de nuevo, el esperpento como regla inspiradora de la política nacional: el presidente del Gobierno, que se ha empeñado en modificar la Constitución, básicamente porque sí, ya que no se le ocurre cómo, pide ayuda al cuerpo consultivo que está para decir si sus iniciativas son conformes a derecho – en fin, también habrá que concluir que esto es normal).

Razón lleva el profesor Rubio Llorente. En primer lugar, porque, de las otras tres, dos son sendas estupideces, a saber, lo del niño o la niña de Leti (ya escribí sobre este asunto que me parece una tontería andar empeñados en lograr la no discriminación en una institución que, como la monarquía es, en esencia, discriminatoria) y la mención nominativa de las comunidades autónomas. La otra, la mención a la Constitución Europea es otra de esas cosas increíbles que pasan: se va a modificar la Constitución para hacer una mención a lo de Giscard... después de conseguir que el Tribunal Constitucional dijera que no hace falta.

Lo del Senado, sí, tiene más miga. Modelos de Senado y de relación entre cámaras hay muchos: desde el de cuerpos colegisladores iguales (Italia) al de división de competencias (Estados Unidos) pasando por nuestro modelo asimétrico de “segunda lectura”. En cuanto a la relación del Senado con la estructura territorial, también la cosa varía. En Estados Unidos, por ejemplo, los senadores representan, teóricamente, a los estados pero, en la práctica, el vínculo es con sus electores. En Alemania, por el contrario, el Bundesrat es una cámara ligada a los länder por mandato imperativo.

El Senado español es una cámara perfectamente inútil. Dado que no tiene una composición personal distinta a la del Congreso –no es una Cámara de cuyos miembros se exijan especiales características- el procedimiento de “segunda lectura” no supone aportes técnicos valorables. Aun cuando podría concebirse que la posibilidad teórica de diferentes mayorías es un equilibrio adicional, lo cierto es que, dada la asimetría a favor del Congreso, lo único que la oposición puede obtener es alguna dilación –algo que no justifica el oneroso coste de mantenimiento. Por último, el Senado carece de múltiples funciones ejercidas por la Cámara Baja, sobre todo de relación con el Ejecutivo respecto del que, realmente, ni siquiera ejerce, de suyo, competencias de control (debe señalarse, sobre este particular, que la decisión del Gobierno de ZP de someterse a sesiones de control en la Cámara Alta es loable).

Sobre el valor del Senado como “cámara de representación territorial” cabe discutir, y mucho. Ciertamente, en el Senado no están representadas las comunidades autónomas como tales. Y cabe preguntarse si tienen por qué estarlo. España no es un genuino estado federal, ni las comunidades autónomas son titulares de ningún tipo de soberanía -ni siquiera una soberanía originaria que esté en la génesis de la creación del estado, como ocurrió en Estados Unidos-. Un Senado en el que las comunidades tengan voz como tales no es, por ello, necesariamente coherente con el marco constitucional. El único soberano es el pueblo español, y sólo él está representado en el legislativo nacional.

Me temo que la única reforma del Senado que satisfará a los nacionalistas consistirá, por un lado, en ligarlo a las comunidades, es decir, que sean éstas las representadas –cabiendo también un Senado mixto- y que la asimetría de competencias se corrija parcialmente, a favor de la Cámara Alta, en algunas materias (cabe preguntarse, por cierto, cuáles, ya que es difícil distinguir, a priori, materias que no sean del interés de las comunidades autónomas en un estado tan descentralizado como el nuestro).

No parece que esto sea del interés de los españoles en su conjunto ni que vaya a contribuir a reforzar un poder central ya muy disminuido, pero que sigue siendo el único capaz de garantizar la cohesión territorial. Alemania, mientras tanto, se plantea limitar el peso de sus subestructuras territoriales, para hacer el país más gobernable.

En nombre de los pagadores de impuestos: supriman esa Cámara. Ya.

domingo, marzo 13, 2005

IZQUIERDA, NIHILISMO Y ZP (II)

El artículo “Izquierda, Nihilismo y ZP” publicado en esta bitácora no hace mucho, mereció una larga e interesante réplica en forma de comentario, a cargo de un amigo que, además de lucir bagaje intelectual, se toma la molestia, lo cual es muy de agradecer. Aprovecho la ocasión para agradecer sinceramente todos los comentarios, vengan de donde vengan, que los lectores de este blog tengan a bien dejar.

En mi respuesta quedé autoemplazado a una contrarréplica con la extensión y detalle que el comentario merecía. La tarde del domingo es el momento ideal. Vamos a ello, pues. Para empezar y por volver a situarnos –quien quiera ponerse algo más en contexto puede releer el artículo y, desde luego, el comentario- diré que afirmaba yo que la Izquierda se ha vuelto nihilista, en el sentido de que ha borrado de sus coordenadas las nociones de “bien” y “mal”, instalándose en la contingencia más total (decía que era ese nihilismo el que hacía posibles aberraciones como la de medir a Bush y a Sadam por idéntico rasero – actitud que no ha sido precisamente excepcional, sobre todo en medios “progresistas” americanos). Ligaba ese nihilismo con el colapso ideológico que supuso el 89 y afirmaba que nihilismo y dogmatismo pueden ser compatibles, por paradójico que parezca. Terminaba diciendo que el amigo ZP, en algunos aspectos, resultaba un representante bastante bueno del tipo ideal.

Mi apreciado corresponsal me acusa, en primer lugar, de ser reduccionista hasta la caricatura, y de simplificar el concepto de “izquierda” para hacerlo coincidir con sus elementos más anecdóticos. Sigue una explicación del relativismo como una consecuencia natural de que todas las ideologías se han instalado en el contexto democrático, lo que implica, de suyo una cierta relativización de postulados, por cuanto el respeto al otro se sitúa como prius necesario, aun por encima de la plena realización de los propios programas. Sostiene, en fin, que ese relativismo nada tiene que ver con el nihilismo. Propone, además “civilización y barbarie” como mejor alternativa a la dupla “bien-mal”. Acusa también a la derecha de la misma renuencia de la izquierda a la hora de afrontar y enjuiciar sus errores históricos. Por último, critica la versión deformada de ZP que suele presentarse en esta bitácora y en otros medios.

Como se ve, mucho material. A riesgo de ser tachado de sofista, y entrando ya en lo de la caricaturización de la izquierda, deberá conceder mi corresponsal que el problema existencial que caracteriza a la propia izquierda hace que cualquier crítica a la misma termine perdida en ese laberinto. Cierto es, como bien se afirma en el comentario, que lo que, históricamente, entendemos por “la Izquierda” abarca todo un universo de referencias que, en efecto, arrancan de la Ilustración y la Revolución Francesa. Sí pero, ¿cuál es la Izquierda hoy realmente existente?

En la propia indefinición de la Izquierda está en la clave de su perpetua pretensión de superioridad. Si algo es bueno, es que es de izquierdas (recordemos la antológica frase de “es de izquierdas bajar los impuestos” o, en general, que nadie haya privado al laborismo británico de sus derechos al pedigree izquierdoso, pese a su evidente giro ideológico). Por el contrario, si algo no es bueno, no es de izquierdas o sólo es un fleco, algo sin importancia en la magna constelación de la Izquierda.

Continuando con el ejemplo de las comparaciones entre Bush y Sadam, lamentablemente, las posiciones “equidistantes” no son en absoluto anecdóticas en el pensamiento que llamamos “de izquierdas”. Más bien son la regla. Es cierto, por supuesto, que hay matices, muchos matices –y ahí acepto la parte de crítica que me toca, por no haberlos puesto oportunamente de manifiesto- pero la idea de que el 11S ocurrió porque “algo habían hecho” los americanos para merecerlo, aun con múltiples expresiones –desde quienes lo afirman a las claras a los que, más melifluos, esconden esta idea en una multitud de razonamientos (tanto que, a veces, me pregunto si mucha gente es consciente de las implicaciones de lo que dice – por ejemplo, y en otro orden de cosas, ¿cuándo ZP dice que él “va a hacer posible” la convivencia en Euskadi, es realmente consciente de lo que está diciendo?)-.

Uno no puede convertir a la pléyade de actores, actrices, cantautores, cantautrices, líderes de todo tipo de movimientos, apóstoles de lo políticamente correcto y la igualdad dentro y fuera de contexto en punta de lanza de la cultura y la intelectualidad y, después, negarles toda representatividad. Decir que sólo son la “caricatura” de la izquierda. ¿Quién representa más a la izquierda, Anthony Giddens o Toni Negri? Comprendo que es más cómodo sentirse representado por Giddens pero, ¿es Giddens un buen representante de lo que es ser de izquierdas o, más bien, el profeta del cómo dejar de serlo con la conciencia tranquila (vaya por delante que ya quisiéramos algunos un Giddens en la izquierda española)?

Como bien dice Carlos Rodríguez Braun, el socialismo es un sistema que sólo ha de ser juzgado por sus intenciones. En general, la cosa se torna incluso más complicada, porque hay veces que parece que el pensamiento de izquierdas aspira a no ser juzgado en absoluto, ni por las intenciones, ni por los hechos ni por los juicios.

Ciertamente, lo mismo me da hablar de “civilización y barbarie” que de “bien y mal”, si lo primero suena mejor a oídos poco dados a vocablos con carga teológica. En realidad, “bien y mal” son los conceptos fundamentales de la ética, cualquier ética, sea o no religiosa. Del concepto de “bien” depende el concepto de “justicia” y, en definitiva, sobre un concepto de bien –alguno, el que se quiera- ha de descansar la noción de “civilización” . Civilizados son, supongo, los que viven conforme a un orden social justo y, por ende, bueno. Si, precisamente, afirmo que la izquierda se ha vuelto nihilista es porque creo que ha dejado de distinguir entre civilización y barbarie. No pienso, ni mucho menos, que el concepto de bien sea unívoco y, antes al contrario, creo que existen diferentes conceptos de bien entre sí inconmensurables –para los aficionados a las citas: la terminología es de John Gray- que dan lugar a “civilizaciones” válidas (dicho de otro modo, no entiendo que la barbarie se extienda por todo lo que no es Occidente), pero sí creo que existen conceptos de bien totalmente incompatibles con una existencia humana decente y, por tanto, existen regímenes y sistemas completamente bárbaros. Pues bien, ideas como el multiculturalismo o las “alianzas de civilizaciones” llevan implícito el negarse a distinguir entre unos y otros sistemas. Son ideas esencialmente nihilistas como aquel “prohibido prohibir” que hizo tanto furor y que, además de ser bastante estúpido, lleva en sí una monumental andanada contra la civilización. La renuncia a distinguir entre comportamientos conformes y disconformes con la misma. Ahí es nada.

Sé que “nihilismo positivo” es un sinsentido y convengo en que podría haber hallado una fórmula mejor, pero sostengo que el nihilismo es compatible con el dogmatismo más absoluto. El multiculturalismo es un buen ejemplo: basado, esencialmente, en una renuncia a distinguir y a valorar –en una actitud en la que todo vale, por tanto nada vale- se impone como un patrón único que debe inspirar las políticas culturales, educativas... A propósito de esto, citaba al régimen nacionalsocialista como ejemplo del nihilismo más dogmático. Me sorprende la afirmación, contenida en el comentario de que “...no creo que el nazismo fuera una construcción filosófica nihilista, sino la consagración absoluta de la barbarie, el desprecio radical del otro reducido a sujeto exterminable”. Desde el “sino” en adelante, estamos completamente de acuerdo. Tampoco creo que sea adecuado denominar al nazismo “construcción filosófica” –abuso de lenguaje en que creo haber caído yo mismo-, pero sí creo que esa consagración de la barbarie presupone, con carácter necesario, la previa demolición de todo cuanto de firme tenía la noción de “civilización”, en una revisión plenamente nihilista en la que las categorías de bien y mal tradicionales (las cristianas) quedan reducidas a la nada (a moral para débiles, para ser exactos). Se quiera o no se quiera ver, en nombre de otras ideas, hay quien sigue empeñado en proceder de la misma manera.

Nada tienen que ver, desde luego, el nihilismo (o el relativismo) con el natural posicionamiento en el debate democrático en el que, sí, en un sentido diferente del que venimos manejando, todo es contingente – salvo la democracia misma. La Izquierda no ha abrazado el nihilismo porque se haya situado en las coordenadas normales del debate democrático. Subordinar las propias ideas, incluso, al respeto de las reglas del juego, no es una muestra de relativismo ni tiene, creo, que ver con lo que nos ocupa. Otra cosa es que el mismo juego, reglas incluidas, no sea muy compatible con la forma de ver las cosas que exhiben algunos. La Izquierda vive, en este sentido, en la contradicción. Desde luego, quien –como se ha hecho- afirma que EEUU es una teocracia o un país totalitario tiene completamente perdido el norte o los conceptos de “teocracia” y “totalitarismo” pero, además está tan desubicado que ni siquiera cae en la cuenta que ni las teocracias ni los totalitarismos consienten en ser motejadas de “teocracias” o “totalitarismos” y menos en la prensa (inciso: para la antología del absurdo quedan los miles de veces que el mundillo progre español denunció, públicamente, por todos los medios habidos y por haber, que el gobierno del PP imponía “un retroceso de las libertades”, entre ellas la de expresión).

Vayamos ahora a lo anecdótico. ¿Ha sido la derecha resistente a enjuiciar y criticar los errores del pasado? Puede, para qué vamos a negarlo. Pero, a poco que se haya hecho –y algo se ha hecho- se saca una enorme ventaja a la izquierda. En nuestro pequeño mundo español, está por verse que los señores del PSOE entonen un pequeño mea culpa por su colaboracionismo con la dictadura primorriverista o por su impagable contribución a hacer inviable la II República. No digo que se pida perdón. Simplemente, que pare el autobombo o que rebajen unos centímetros la altura desde la que miran a los demás por encima del hombro.

En cuanto a ZP, no sé si en esta bitácora se le caricaturiza. Desde luego, no aspiro a ser ecuánime, porque estoy en desacuerdo con este gobierno y con el partido que lo sostiene en casi todo. Tampoco recuerdo haber dicho nunca que ZP está obsesionado por mantenerse en el poder. Sí que es cierto que la prensa de derecha así lo dice. No tengo ningún problema en suscribir la afirmación pero, quizá, matizando lo de “obsesión”. El Esdrújulo me parece, desde luego, el peor presidente de la historia de la democracia, pero no es eso lo peor. Me parece un tipo en extremo preocupante. Y me parece preocupante porque, en efecto, no parece tener “obsesiones” de ningún tipo. Es la única persona en este país que cree que él llegó al poder en un proceso normal y que lo suyo (en esto, con seguridad, hay más consenso, porque creo que mucha gente le sigue respaldando) es una acción de gobierno en toda regla. También cree, me temo, que sus alianzas parlamentarias son de lo más normal, así que no creo que le embargue inquietud ninguna, mucho menos “obsesión” por seguir en el poder –deseo que, por otra parte, le anima, claro está.

Aquí vamos a dejarlo, por ahora, porque creo que esta vez he abusado bastante de la paciencia de mis lectores.

sábado, marzo 12, 2005

LA PECERA CATALANA

Hace unos días, Albert Boadella lo ponía de manifiesto, de nuevo, en un gran artículo en el diario El Mundo. En unas líneas en las que se definía como autoexcluido del paraíso catalán y explicaba por qué, daba a entender lo que ya sabemos casi todos. Que la sociedad catalana es una sociedad enferma, infectada por un virus, en nacionalismo, que termina corroyendo incluso los cuerpos más vigorosos.

Boadella se revelaba, una vez más, como intelectual en el mejor sentido de la palabra, comprometido de verdad, no (no sólo) con causas lejanas y utópicas, sino con el irrenunciable deber de decirle al emperador que va desnudo. Creo que él mismo se ha autodenominado “bufón” y, a buen seguro, sólo él ha sabido ejercer el imprescindible rol del bufón medieval: decir lo que nadie se atrevía a decir. Espetarle en la cara al gobernante fatuo, al Ubú de turno, lo patético que es. Esto le diferencia de las legiones de apesebrados que pululan por Madrid y, desde luego, por Barcelona. Lo ha dicho a menudo: cuando se oye mentar la palabra “Cataluña” trescientas mil veces al día, además de sentir cierto hartazgo, te empiezas a temer que hay gato encerrado.

Lo del gato consiste en extender el salvífico manto de protección de la patria hasta a los depósitos más hediondos. Mediante esta táctica, el nacionalismo, además de empobrecer y apaletar las sociedades que parasita, inocula una especie de tenia clientelar, que asegura su mantenimiento durante muchos, muchos años.

Lamentablemente, si hemos aprendido a ver lo que sucede en Cataluña como normal, incluso, por qué no, a ver Cataluña como modelo, ello ha sido, al menos en parte, por una especie de efecto colateral del maldito problema vasco. El abestiamiento por esos lares ha sido tan brutal que, por una parte, nos ha llevado a ver aceptable todo lo que se dice y se hace sin una pistola por medio y, por otra, ha impedido, en el propio País Vasco incluso, hacer un análisis de las políticas nacionalistas hasta sus últimas consecuencias. El dichoso concepto del “nacionalismo moderado”.

La clase política catalana ha dado en estos días un espectáculo bochornoso. Casi se diría que los vecinos del Carmel, en vez de perjudicados por una negligencia, son gente indeseable, empeñados en salir por la tele y mostrar al mundo esa “Barcelona fea” de la que nadie, ningún catalán de pro, quiere saber absolutamente nada. Es ya lugar común lo de que el oasis catalán es más bien una ciénaga.

Ha sido increíble contemplar como todos –excepto Piqué, buen tanto- entraban en una especie de ansiedad por recomponer cuanto antes el statu quo. Como si el túnel del Carmel hubiese abierto un boquete en una pecera y el agua escapase. Los políticos y los medios catalanes eran los peces, reclamando con urgencia más agua. Con la transparencia, la modélica sociedad catalana se ahoga.

Prohibido hablar, prohibido denunciar. Prohibido hablar de la política lingüística y los costes que puede traer a las futuras generaciones, prohibido hablar –si no es para encontrar culpables- de la pérdida de competencia y de la caída de Cataluña como líder del crecimiento español, prohibido hablar de la artificiosidad de una Barcelona que parece requerir un espectáculo faraónico cada poco tiempo para encontrar su lugar entre las grandes ciudades, prohibido hablar, por supuesto, de historia. Prohibido, en fin, hablar de finanzas públicas seriamente.

España es, en general, un país democráticamente muy poco desarrollado, y ello se manifiesta, sobre todo, en la falta continuada de respeto al ciudadano como pagador de impuestos y una total ausencia de debate serio sobre el uso de los caudales públicos. Esto es terreno abonado para la corrupción. Si, además, ello se combina con fuertes poderes regionales y locales –por lógica menos sometidos al escrutinio público que los nacionales, sobre todo en lugares tan ombliguistas como Cataluña-, y con una legislación sobre financiación de partidos tan políticamente correcta como ridículamente irrealista, el cóctel es explosivo.

Y Cataluña no es la excepción. Es, más bien, la regla.

jueves, marzo 10, 2005

BLÁZQUEZ

La elección de monseñor Blázquez como presidente de la Conferencia Episcopal Española ha sido, probablemente, la sorpresa de la semana. Desde luego, no cabe concluir de esto que el cardenal Rouco –hay quien dice que tomándose un respiro para una elección más importante- sea impopular entre sus compañeros, porque se quedó a un tris de ser reelegido para un tercer mandato –debe señalarse que presidir el episcopado español es más complicado que, digamos, coordinar Izquierda Unida, porque requiere más votos.

Monseñor Blázquez tiene fama de buena persona, mejor teólogo y hombre conciliador. Excelentes virtudes todas ellas, pero que no compensan, de momento, la mácula de su incapacidad para no aceptar ciertas compañías. Hay quien dice, no sin razón, que Bilbao es mucho Bilbao –debe ser incómodo andar todo el día bajo la mirada de los siniestros auxiliares euskaldunes, los intérpretes que decía aita Arzallus-, y la presión ambiental le puede a cualquiera. Que se lo digan a los concejales constitucionalistas que, a buen seguro, pechan con más dificultades que el obispo –porque no nos engañemos, el obispo es el obispo y entre esta banda de nazis hay mucho, muchísimo meapilas-.

En fin, dicen también que monseñor Blázquez puede estar llamado a la sede arzobispal de Zaragoza –lo cual, dicho sea de paso, pondría su rango a la par del de sus predecesores, ninguno de los cuales fue obispo raso-. Quizá el aire del Ebro le devuelva la serenidad y la claridad de ideas que dejó en Palencia. Aunque nunca se sabe. Cuando monseñor Uriarte sustituyó al inefable Setién en San Sebastián dijo que “siete inviernos en Zamora –su anterior destino episcopal- aclaran mucho las ideas”. A la vista está que la cabra tira al monte sin que lo remedien ni los fríos zamoranos. Lo dicho, ojalá el cierzo corra mejor suerte, si es que, finalmente, le cae en suerte a Blázquez la capital aragonesa.

El Esdrújulo dice que se alegra. Yo que Blázquez, no sabría cómo tomármelo. Vienen tiempos complicados, en los que la Iglesia deberá tomar partido –como institución socialmente importante que es- y, desde luego, si se pone en línea con el Esdrújulo, y con Rubio Llorente, a algunos nos volverá a defraudar, mucho más de lo que ya nos ha defraudado.

Hay quien piensa que la Iglesia debe limitarse a su labor pastoral y no opinar de cuestiones políticas. Esta postura les encanta a los adversarios de la propia Iglesia y, por ejemplo, a los nacionalistas. Mi opinión es que la Iglesia no debe permanecer al margen. La Iglesia española debería estar con la democracia y con las libertades. Y, sí, debería mostrarse favorable a la unidad nacional, por muchas razones. Históricas, desde luego, pero también morales (sí, he dicho morales).

Suerte, monseñor Blázquez. Y esté en su sitio. Haga caso a Rouco. Dios nos libre de los conciliadores, que de eso ya andamos sobrados.

MARÍN Y LA TORRE DE BABEL

Manuel Marín acaba de probar en sus propias carnes, en primer lugar, lo que puede dar de sí el “diálogo” y el “talante” con los nacionalistas y, en segundo lugar, lo que puede llegar a ser la connivencia de cierta gente.

El Presidente del Congreso ha encarnado en su persona a todos los dialogantes a los que el nacionalismo lleva treinta años tomándose a chacota. Se han burlado de él. Lo siento. Otros, como Ernest Lluch, en paz descanse, sufrieron peor suerte, en síntesis predicando lo mismo (en términos más serios): el apaciguamiento.

El Presidente del Congreso nunca debió ceder un centímetro, porque su posición en el tema de las lenguas es de sentido común. Bastante tenemos con el bochornoso espectáculo del Senado, en la que los debates se terminarán llevando con intérpretes –por cierto, sigo sin oír de nadie que la reforma más razonable para esa cámara es suprimirla-. Estamos en lo de siempre: los sacrosantos derechos de sus señorías a decir en su lengua vernácula cómo se ciscan en este país, en sus instituciones y, llegado el caso, en el mismísimo Presidente del Congreso y de las Cortes Generales, pasan por encima del derecho del españolito que paga impuestos –catalanes, gallegos y vascos incluidos- a ser mínimamente respetado, a no ser ofendido por la desvergüenza de quienes le roban el producto de su trabajo.

Porque de esto estamos hablando. España tiene muchas lenguas, a Dios gracias, pero una de ellas es común, más a Dios gracias todavía –para sí quisieran eso muchos estados plurilingües- que, a fortiori y además de ser la oficial, es o debe ser , por mandato constitucional, conocida de todos los ciudadanos –hay, además, derecho a usarla en todos los ámbitos, incluido, por ejemplo, el Parlamento de Cataluña- por tanto, los costes de traducción, interpretación y similares en las instituciones del estado son, además de un esperpento y una ofensa a la inteligencia, un indecente mal uso de los recursos públicos. Eso, en las democracias avanzadas, es un pecado capital. Aquí ni se menciona.

Lo pasmoso en este tema es que, una vez más, los diputados de ERC –que, por si a alguien le cupieran dudas, se comportan como meros agitadores- son respaldados por el Partido Socialista que, en materia lingüística, está instalado en el despropósito más absoluto. Y es que este tema es de los susceptibles de cesión hasta el infinito, porque es de los que "no duelen". A la mayoría de los españoles, parece ser, la cuestión de principios en torno a la lengua les importa una higa. El idioma, a este respecto, es como la bandera, el himno o cosas así... asuntos de la derecha troglodita. La protección de las lenguas minoritarias es una causa progre donde las haya -cuantos menos hablantes tenga una lengua y más dificulte la comunicación, mejor, porque cuando sólo se entienden entre diez, la globalización es francamente complicada-. Y el contribuyente... ¿quién se acuerda, aquí, del contribuyente? Suena hasta mezquino hablar de ello, ¿verdad?

Todo esto, por supuesto, es una nadería comparado con lo de Rubio Llorente. Cada vez que abre la boca el profesor, crece el pasmo. Pero esto merece un análisis más sereno. Aunque cuesta mantener la serenidad, para qué nos vamos a engañar.

miércoles, marzo 09, 2005

LECCIONES DESDE EL REINO UNIDO

El ministro para la igualdad racial del Reino Unido –por cierto, debo recordar que el ministro, además de laborista, es negro, detalles que tienen su importancia- ha propuesto que ciertos jóvenes negros, sólo chicos, básicamente segundas generaciones de emigración y, sobre todo, caribeños, sean educados aparte del resto. Al parecer, su nivel de fracaso escolar es muy superior a la media británica.

El principal mérito de la propuesta es, precisamente, eso, ser una propuesta. Audaz, discutible, quizá errónea, pero una propuesta. Parece ser que los comentarios contrarios van por la línea de que no hay que limitar esa segregación a los chicos negros, sino que debería extenderse a todos los alumnos con dificultades. En otras palabras, que es hora de mandar la idiotez de la comprehensive school, antes intocable, al cubo de la basura donde deben estar los grandes errores y fracasos. Porque los errores hay que enmendarlos y no sostenerlos.

Decía que me parece meritorio que, ante un problema muy real, alguien haga una propuesta de solución porque, al menos en España, no es la regla. Tiempo hubiera faltado, aquí, para ahogar al ministro –sin faltarle al respeto, eso sí, porque es negro- en la sarta habitual de imbecilidades, naderías y bobadas políticamente correctas... que aseguran que el problema vaya creciendo bien a gusto. Maticé antes la obviedad de que el ministro era laborista porque, insisto, es relevante. La izquierda considera que la educación es, por tradición, su patrimonio (ellos sí que saben de esto), así pues, otra de las grandes virtudes de la osadía del ministro es que, al venir de la propia izquierda, no puede ser descalificada a priori.

El problema no es otro que el de que los jóvenes de origen caribeño, además de tener todas las dificultades que, normalmente, han de arrostrar quienes, por lo común, no disfrutan de una posición social acomodada, vienen de familias altamente desestructuradas, en buena medida por motivos históricos. Parece ser que, de los hogares en que se crían, sólo un porcentaje bajo cuenta con una figura de padre. O sea, que estos hogares, desde el punto de vista progre, son fetenes, porque, en su inmensa mayoría, se trata de madres solteras (o abandonadas). El ministro no piensa lo mismo y, de hecho, cree que es muy importante que les den clase profesores, varones, de su misma raza, para que tengan un modelo masculino en que mirarse que no sea un cantante de rap. Imagino que la militancia progre se habrá abierto ya las venas pero, insisto, me limito a transcribir las propuestas del ministro británico que, insisto también, han sido criticadas en su país, básicamente por parciales.

Y es que, claro, no es lo mismo un hogar monoparental en el que la madre es catedrática de latín, blanca y con mucho dinero que otro en un arrabal de Londres, en el que tu padre ni está ni se le espera y el entorno digamos que no es idílico. Es el problema de los modelos educativos que conciben quienes sólo han conocido los patios del colegio del Pilar y las universidades privadas, rasgo común a muchos de nuestros progres.

No sé si el ministro acierta en sus propuestas. Sí sé que acierta en el diagnóstico, aunque ello implique poner en solfa gran parte de los tabúes de la corrección política. Es innegable que hay jóvenes que tienen problemas especiales y es muy hipócrita pretender que el sistema educativo no tiene por qué darles una solución especial. Como apunta Jean François Revel, el dogmatismo progre impidió que segundas generaciones de inmigrantes en Francia recibieran una formación apropiada en lengua francesa, “para no perjudicar su identidad cultural”. El resultado es un montón de chicos –menos, de chicas- analfabetos en francés y, por supuesto, en árabe (sus padres no suelen ser capaces de enseñarlo, porque no disfrutaron de una educación en sus países de origen), agitados por una justísima indignación frente a un estado que les niega la herramienta básica de la integración, que es una educación digna de tal nombre. Los que tanto gustan de buscar las “causas” de ciertas cosas como el auge del islamismo en los barrios periféricos de París o Marsella, por ejemplo, deberían empezar por pensar que ello es así, en parte, porque el estado abdica de muchas de sus obligaciones –a riesgo de concluir que la culpa puede no ser sólo de Bush-.

Volvemos a lo de siempre: lo del Reino Unido exige una cierta dosis de honestidad intelectual. Exige admitir, siquiera tácitamente, que durante más de treinta años se han venido pensando y poniendo en práctica –siempre a costa de los que no tienen otra alternativa que la escuela pública- estupideces inconmensurables. Exige admitir que, quizá, sólo quizá, la familia tradicional comporta ciertas ventajas que, seguro, no son imposibles de conseguir en otros modelos, pero sí es más difícil. Exige admitir que los chicos necesitan modelos masculinos dignos de emulación -porque sí, sí, los niños y los adolescentes siguen comportándose como toda la vida: imitan lo que ven-, que les enseñen que son dueños de sus vidas y que tener un determinado color o pertenecer a un estrato social determinado no tiene por qué abocarles a nada, necesariamente (también pueden enseñarles que deben respetar a sus madres, y a sus hermanas, por cierto...). Exige admitir que el profesor no es un simple funcionario a las órdenes del comisario político de turno (encarnado en la legión de tipos que, sin ser docentes ni discentes, pululan por nuestros centros), sino alguien que establece –o está en disposición de establecer, si su autoridad es respetada- con los alumnos una de las relaciones más intensas, sublimes, fructíferas e importantes que pueden concebirse entre dos seres humanos: la relación maestro-discípulo (me viene a la cabeza el ensayo de Steiner sobre el particular o, ¿por qué no?, el gran Fernando Fernán-Gómez en la bellísima “la lengua de las mariposas”).

Exige, en definitiva, estar dispuestos a admitir que, a lo mejor, nos hemos equivocado. Y esas cosas sólo las tiene que hacer la Iglesia Católica, ¿verdad?

martes, marzo 08, 2005

IZQUIERDA, NIHILISMO Y ZP

El amigo Pepe, que ha asumido espontáneamente el imprescindible y noble papel de oposición en esta bitácora –muchas gracias por el empeño- plantea, en un comentario insertado ayer, numerosas y complicadas cuestiones sobre la izquierda, el nihilismo y el Esdrújulo. Probablemente, nos darán para mucho debate. Empecemos por algunas de ellas.

¿Se ha vuelto nihilista la izquierda? A mi modo de ver –y al modo de ver de otra mucha gente- es claro que sí. Se ha vuelto nihilista en el sentido de que ha perdido, por vía del relativismo, casi todos los frenos morales en forma de valores. Está instalada en la contingencia más absoluta.

Ya he dicho en alguna otra ocasión que la explicación a este hecho es, en buena medida, histórica. La izquierda seria ha sido vencida en casi todos los órdenes a lo largo del siglo XX. En Occidente, no ha tenido más remedio que ir aceptando postulados básicos del liberalismo económico –en un principio, sólo la socialdemocracia, después toda la izquierda- pero, sobre todo, ha tenido que enfrentarse al colapso del 89 y a la cara más criminógena de los regímenes totalitarios que esa misma izquierda admiraba y alimentaba.

La izquierda tenía dos opciones: mantenerse en la contumacia más total, negando la evidencia –hay quien sigue en ello, sobre todo parte de cierta izquierda pseudointelectual- o bien reexaminarse a sí misma a la luz de un juicio moral responsable. Lo primero era inviable, lo segundo inaceptable, porque implicaba, probablemente, realizar el mayor examen de conciencia jamás conocido -¿cómo aceptar, por ejemplo, que Pol Pot salió de la Sorbona a hacer, ni más ni menos, lo que se le enseñó?-. Así pues, ni lo uno ni lo otro. Mejor acabamos por disolver la propia idea de “mal”, envolviéndonos en una noción de “tolerancia”.

En el terreno de las democracias occidentales, esta postura se traduce en el relativismo moral y cultural, en la adscripción a lo políticamente correcto (noción ésta mucho menos folclórica y más peligrosa de lo que parece). Hasta suena bien. La izquierda está, pues, en el mejor de los mundos: puede seguir haciendo labor de zapa contra el sistema en el que vive –lo que, dicho sea de paso, legitima ex post experiencias pasadas, como “primera fase necesaria”- y, a un tiempo, reclamar para sí un papel en el mundo. Son los adalides de la tolerancia, de la “extensión de los derechos de ciudadanía” , los que “borran las desigualdades”. En una palabra, los que, clarividentes ellos, demuestran que Bush y Sadam son lo mismo o que el 11S, siendo un crimen horroroso (bueno, hay quien piensa que no, entre ellos multitud de profesores americanos que, que se sepa, no han sido expulsados de sus cátedras por la dictadura totalitaria de Washington – que tampoco ha exigido a todos los actores de Hollywood que, conforme a sus promesas de campaña, abandonen el país después de las elecciones ganadas por los republicanos), tiene sus razones, que son las que hay que atacar (argumento zapateril donde los haya: ZP va a hacer posible “la convivencia” en Euskadi, ergo, en Euskadi no se puede convivir, ergo... no sigamos por este camino).

Segunda cuestión: ¿se puede ser nihilista y dogmático a un tiempo? Vaya si se puede. Para muestra, un botón. El régimen nazi, el más nihilista que en el mundo ha sido, el que destruyó de raíz toda moral (Nietzsche, Nietzsche...) no era, precisamente, un paradigma de falta de dogmatismo. El nihilismo puede imponerse. La corrección política y el pensamiento débil son eso, precisamente, una combinación de “nihilismo positivo” y “dogmatismo negativo”. El nihilismo militante condena, de forma radical, toda manifestación que no comulga con ese nihilismo.

Vamos ahora a temas menores. Tercera y última cuestión (por hoy), ¿es el Esdrújulo una manifestación de nihilismo y ausencia de principios? Vaya por delante que casi ningún político representa un tipo ideal de nada, con lo que estas afirmaciones son muy matizables. Pero sí pienso que ZP representa –contra lo que pueda parecer y aunque ya sé que hay quien piensa que atribuirle a ZP un pensamiento propiamente dicho es hacerle inmerecido honor- un tipo de político altamente ideologizado, mucho más, probablemente, que la media de sus compañeros de partido. Y su ideología es, en buena medida, ese nihilismo de la nueva izquierda, esa contingencia por sistema y ese todo da igual que, tan convenientemente, puede ocultarse so capa de un pretendido carácter dialogante.

Mi querido corresponsal apunta que las decisiones tomadas hasta ahora por ZP han sido, más bien, manifestación de principios sólidos, y cita “la” decisión por excelencia (temo que será difícil hallar otro ejemplo, porque decidir, lo que se dice decidir...): la retirada de las tropas de Irak. Eludamos el argumento demoscópico y la crítica de que todo se hace a golpe de encuesta.

En primer lugar, quien diga que ZP hizo lo que hizo por respetar su promesa electoral incurre en un error, porque la promesa era retirar las tropas si no había pronunciamiento de la ONU en tiempo y forma. Es decir, la cuestión de principios hubiera sido no querer participar en una guerra ilegal –descarto lo de no querer participar en una guerra, sin más, porque el socialismo español ha evidenciado, en el pasado, no ser pacifista a ultranza-. Ni España participó en una guerra ni la ocupación resultaba ilegal, así pues, los principios no desaconsejaban permanecer allí y, antes al contrario, otros valores como la fidelidad a la palabra dada y la lealtad a los aliados aconsejaban permanecer.

Pero, por otra parte, tengo para mí que lo que, verdaderamente, animaba y anima a ZP es el prejuicio antiamericano –el prejuicio antiderecha, además porque, en esta ocasión, el presidente era republicano y, por añadidura, amigo de la derecha española-. Esta guerra era una guerra de los americanos y una guerra de la derecha, en particular, la derecha de Aznar. Y la política americana hoy en día puede ser correcta o incorrecta, pero es la pura antítesis del nihilismo. Para los americanos, casi nada es contingente. Conciben el mundo en términos diametralmente opuestos a los de ZP.

El antiamericanismo, el promover el diálogo de igual a igual entre democracias y dictaduras, el multiculturalismo, la corrección política a ultranza, el no distinguir entre el español y otras lenguas españolas o el concebir la nación española como algo contingente (en términos jurídicos) no son principios... es la ausencia total de ellos. Y es un error, a mi modo de ver, creer lo contrario. El valor “tolerancia” no consiste en negarse sistemáticamente a distinguir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto o lo conveniente de lo inconveniente. No es un principio: es una burda excusa que nos exime de asumir nuestras responsabilidades.

Y creo que es oportuno dejarlo aquí. Volveremos sobre el tema, seguro.

lunes, marzo 07, 2005

CÓDIGOS DE CONDUCTA

Lo de los códigos de conducta es una especie de sarpullido que se extiende por la vida española. Se trata, en última instancia, de una moda procedente del mundo empresarial –los dichosos “códigos de buen gobierno”- y de los Estados Unidos –donde, mucho ojo, hay que tomárselos en serio; en general, tenemos la manía de importar muchas cosas de Estados Unidos, pero nunca importamos la reacción del sistema frente a la transgresión, así, por ejemplo, las normas contables son las mismas, lo que no es lo mismo son los veinte años de cárcel que pueden caer por falsificación de balances-.

El colmo del esperpento en relación con estos engendrillos tan ajenos a la tradición jurídica española es el código de conducta... del Gobierno.
Esta superabundancia de herramientas pseudonormativas está, lógicamente, en relación con el marcado retroceso de los valores. Una sociedad sin valores está muy necesitada de leyes, reglamentos, instrucciones, códigos de conducta, etc. Porque, en un lugar donde los frenos morales han sido borrados en virtud del nihilismo más absoluto, toda conducta no expresamente prohibida es lícita. Por ende, si no está en el código penal, en el de conducta o en las instrucciones de uso que no se puede robar es que... ¿se puede?

¿De verdad es imprescindible que los ministros del gobierno de la Nación suscriban un código que les recuerde que deben, por ejemplo, conducirse con el debido respeto por el contribuyente y, por tanto, no hacer ostentación? ¿es preciso que se les apunte que han de ser austeros en su vida pública? Se conoce que sí, y la verdad, no puede ser más lamentable.

Por supuesto, sobra decir que ninguna, absolutamente ninguna ley, código, pacto o lo que se quiera tiene la más mínima posibilidad de éxito en un mundo carente de principios y valores. O recuperamos la elemental distinción entre el bien y el mal –no por problemática innecesaria- o vamos de ala. So pena de que queramos que, en última instancia, la aplicación de nuestros códigos dependa, por ejemplo, de jueces sin sentido alguno de la justicia, por la sencilla razón de que, en ausencia de una idea de bien, la justicia no existe.

Resulta, en especial, muy contradictorio que estas ideas de los códigos de conducta hayan partido de un gobierno socialista –inciso: ya sé que se trata de una mera cuestión de imagen, como todo, pero admítaseme la cuestión retórica-, representante de una izquierda que ha hecho y sigue haciendo cuanto está en su mano por instalar el relativismo más total en nuestra sociedad. Demoler todos los principios en los que se asienta la civilización occidental, de forma tal que sea imposible afirmar, asertivamente, nada en absoluto. Por supuesto, habrá quien piense que esto es una exageración tremenda claro, pero basta seguir ciertos hilos conductores para identificar esta tendencia. La izquierda, a fuerza de desarme ideológico, se ha vuelto completamente nihilista.

No se trata, por supuesto, de una querencia al nihilismo porque sí. Es, lisa y llanamente, una cuestión de supervivencia. Cuando un conjunto de ideas no resiste el contraste con la realidad, hay dos formas de resolver el hiato: operar sobre las ideas u operar sobre la realidad. La izquierda occidental ha optado por esto último.

Quizá la gente piense, con un mohín de desagrado que, al fin y al cabo, esto del código de conducta no es más que otra estupidez intrascendente. Otra de la larga serie. Puede, pero no deja de ser indicativa.

Por cierto, no sé si finalmente prosperó aquello de eliminar los tratamientos a los miembros del Gobierno. De que no son excelentísimos cabían pocas dudas, pero no sé si se les debe seguir tratando de tales. ¿Es posible que en pleno siglo XXI, haya quien pueda seguir recurriendo a semejantes rasgos de populismo barato? Pues, sí, parece que sí. Y es que nunca se cansan de ofender a la inteligencia. Como en el chiste del alacrán... es su personalidad.

viernes, marzo 04, 2005

UNIVERSIDAD Y LIBERALISMO

El diario ABC publica hoy una encuesta sobre el perfil sociológico de nuestros universitarios. La verdad es que no puede ser más deprimente. El perfil medio del universitario español es el de un estereotipo ambulante del progresismo al uso. Un repositorio de pensamiento único, vamos.

Los chicos y las chicas (sé lo que me digo, en esta ocasión) no dispensan ni uno sólo de los tópicos. Los valores liberales están completamente ausentes de sus referencias. No es de extrañar, dada la ralea que tenemos por profesorado, sobre todo tras la explosión de paniaguados del Felipato –hoy todos prestigiosísimos catedráticos- y muy especialmente en el campo de las humanidades.

Un lugar común muy extendido es elogiar la maravillosa juventud que tenemos. A riesgo de ser tachado de lo que sea, afirmo que, a mí, me parecen deprimentes, con honrosas –y numerosas- excepciones, claro. Tenemos la juventud más tarada en muchas generaciones. No es culpa suya, claro. No es culpa suya que les hayan enseñado, desde pequeñitos, que la juventud es el tiempo de espera hasta que te den un piso al que tienes derecho, básicamente, porque sí.

Son solidarios. Valoran a las ONG y recogen chapapote. Lo que no está tan claro es que causas menos mediáticas llamen igualmente su atención. Bueno, más bien está claro que no.

Carecen, por completo, de un sentido de la excelencia que jamás se les ha inculcado. No tienen ni la más remota intuición de lo que es verdaderamente “cultura” ni, en general, de nada que se adquiera mediando esfuerzo. Se creen a pies juntillas todas las soberanas paridas que prodiga el izquierdismo, una detrás de otra. Insisto, no es de extrañar, el profesor Zamora, catedrático de la UAM, proclamaba el otro día en un artículo, por ejemplo, que Latinoamérica vive un auténtico amanecer (es decir, se yergue frente a Estados Unidos) gracias a gente tan progresista como Chávez y Kirchner (sic). Terminaba su artículo diciendo que, en Chile, estaban en curso de realización los ideales del compañero (sic) Salvador Allende (no sabía que Chile anduviera en ruta hacia el colectivismo empobrecedor o que hubiera otro golpe de estado en ciernes –esta vez desde dentro, más o menos estilo Allende-). ¿Qué tipo de personas puede formar este señor? Incluso afirmaba que la economía cubana estaba saliendo del hoyo. No es ya que el artículo, por delirante, diera lugar a dudas sobre la calidad académica del cátedro, es que caben muy serias reservas sobre su calidad moral. ¿Qué se puede pensar de un tipo que se dedica a elogiar a especimenes como Hugo Chávez o Néstor Kirchner?, ¿Que está muy comprometido con los valores de la democracia liberal?

Ese es el verdadero problema de nuestra universidad. Que está podrida de nulidades intelectuales cuyo único fin en el mundo es vaticinar la caída del imperio yanqui (inciso: recuerdo, en mis tiempos de estudiante, que la Complutense tenía un centro de estudios de Europa del Este, que publicaba unos análisis muy sesudos, con cifras muy bien elaboradas, extraídas de las contabilidades nacionales socialistas, que se comparaban sin ningún pudor con los números de las oficinas estadísticas occidentales... caída la URSS, un alto representante de la CIA confesó que ellos no supieron nunca a ciencia cierta si la relación entre el PIB de los EEUU y el soviético era de 2 a 1 o... ¡de 8 a 1!; quienes sí lo sabían, por lo visto, siguen hoy enseñando, diciendo estupideces a voz en grito y publicando libros contra el carácter “neoliberal” de la UE). Igual que decir barbaridades en un parlamento no perjudica la carrera de un político, en España, tampoco decir imbecilidades supinas desacredita como intelectual. Te siguen ofreciendo tribunas e invitando a tertulias en la SER.

En fin y en conclusión: es triste admitirlo, pero me temo que el liberalismo lo tiene muy crudo en España durante, al menos, otra generación. Nos han tomado la delantera una vez más. Pero, claro, nosotros hablamos de libertad, exigencia, responsabilidad... y ellos ofrecen pisos. Vamos de culo.

AGUIRRE Y EL CARMELO

Esperanza Aguirre manifestó hace unos días que, si lo del Carmelo hubiera ocurrido en Madrid –imaginemos, un suponer, que se hunde el barrio del Batán por obras del Metro- “tendría 100 ó 200 personas del PSOE, en la puerta de mi casa, llamándome especuladora, sinvergüenza, asesina y golfa”. Absolutamente cierto, señora presidenta. Así sería, probablemente hasta un punto que su esposo y sus hijos se postrarían ante usted de hinojos rogándole que dimitiera.

El gran Mingote publicó hace bien poco una de estas viñetas geniales, de las que debe haber publicado unos cuantos miles en los últimos cincuenta años, muy al pelo de lo que manifiesta Aguirre. Un señor se levanta maltrecho de entre los escombros que quedan de lo que hasta entonces había sido su casa y, con visible indignación, comenta: “cuando gobierne la derecha, me van a oír”. En el pecado llevan la penitencia: cuando uno vota sociata, ya sabe que no va a tener más cáscaras que ir moderando sus manifestaciones de ira, por muy justificadas que estén. Más que nada, porque casi nadie le va a hacer caso.

Una de las múltiples razones por las que lo del Carmelo nada tiene que ver con lo del Prestige, pese a Maragall o a quien sea, es que faltan ingredientes fundamentales de esa crisis: falta ZP profiriendo insultos acompañado por los Bardem, faltan los editoriales incendiarios de las columnas mediáticas del progrepolanquismo, falta Iñaki Gabilondo, falta Gemma Nierga. Falta, en fin, una plataforma “mai mes” y falta que en la próxima gala de los Goya, cada uno de los premiados suba al estrado y lance una invectiva al Gobierno. Todo eso falta.

Y lo normal es que falte, no nos engañemos. Lo normal en democracia es esto (sin llegar al punto, claro está, de la autocensura de la prensa barcelonesa, pero lo de la calidad de las libertades en Cataluña es otro asunto). No que nadie se eche a las calles o acose a los diputados del partido de enfrente. Esto es comportamiento democrático normal. Y ese es el problema de la derecha en España desde hace muchos años: que su carácter democrático se pone sistemáticamente en duda por una izquierda de cuyo compromiso con la democracia no cabe dudar (carece de él por completo).

Los partidos de izquierda lanzarían, sin duda, turbas contra las sedes del PP. Y, después, lo reconocerían con orgullo, desde la altanería que da la impunidad: “yo envié mensajes de acoso a Aguirre” o cosa por el estilo. Por supuesto, nadie vería a los jerifaltes tirar piedras, pero no condenarían esa actitud, como no fueron capaces de condenar las violentas manifestaciones del 13M (acordémonos de ZP, en sede parlamentaria). ¿Por qué lo iba a condenar, si le parece bien? La SER nos ofrecería, asimismo sin duda, otra buena ración de basura y agit-prop.

Insisto, la impunidad es así. Lo harían porque lo han hecho siempre y jamás ha tenido consecuencias. Todos los delitos electorales cometidos en aquella jornada de reflexión, todos, han quedado sin ningún tipo de sanción. ¿Es de extrañar, por tanto, que haya quien crea tener patente de corso?

jueves, marzo 03, 2005

RIGOR HISTÓRICO EN IMÁGENES

La película alemana “El Hundimiento”, candidata al óscar que, finalmente, se llevó el Maradentro de Amenábar, está causando tanta impresión como, al parecer, polémica. Sin duda, es de lo mejor que se ha visto en muchos años en cine y, en particular, en cine histórico. Como ya mucha gente sabe, la película narra las últimas horas de Hitler y otros jerarcas nazis en el búnker que les cobijaba en una ciudad acosada, a punto ya de caer ante las tropas soviéticas.

La sobrecogedora interpretación del actor suizo Bruno Ganz hubiera merecido, probablemente, un óscar por sí misma. Pero todo en la película es soberbio. No es de extrañar que en el guión haya colaborado un historiador tan prestigioso como Joachim Fest –a la sazón, también ex director del Frankfurter Allgemeine Zeitung y, probablemente, uno de los intelectuales más serios en lengua alemana (un intelectual digno de tal nombre, vamos)-. El resultado está a la vista.

Por lo visto, ha habido quejas porque, al modo de ver de algunos, siempre tan políticamente correctos, el Hitler que aparece en la película es “demasiado humano”. Besa a los hijos de Goebbels, acaricia a su amante, Eva Braun o pasa la mano por el lomo de su perro, como cualquier hijo de vecino. Fest dice, con razón, que constatar que Hitler era humano es una estupidez y una simpleza. Pues claro que lo era. No hay, en retratar ese lado humano, nada de autocomplacencia. Antes al contrario, ello hace al personaje más aterrador, si cabe. El realismo hace justicia a lo tremendo del tipo. Como decía uno de los personajes de la genial “Ser o no Ser” –el actor al que su director le recriminaba que su interpretación de Hitler no era buena, porque parecía un simple “señor con bigotito”- Hitler era eso, un señor con bigotito.

Muy a propósito, Hanna Arendt subtituló su “Eichmann en Jerusalén” “un ensayo sobre la banalidad del mal”. El enorme talento de Arendt puso por primera vez el dedo en esa llaga: aunque la conciencia nos pida desesperadamente encontrar seres satánicos, no humanos, detrás de las atrocidades del nazismo –o de otras-, la realidad sólo nos ofrece gente. Gente, en ocasiones, como Eichmann, vulgar hasta la náusea. En otras ocasiones, como en el caso de Hitler, posiblemente no corriente, pero, con seguridad, no inhumana.

El maniqueísmo y las explicaciones simplonas no ayudan a entender. Un chalado histérico da alaridos por la radio y la nación más civilizada del mundo, en aquel momento, entra en una especie de trance que la lleva a despeñarse y, de paso, a conducir al mundo a un trauma sin precedentes. Fácil. Una suerte de enajenación mental transitoria colectiva, ¿también algunos de los mejores cerebros del siglo XX –Heidegger, Schmitt, el propio Adorno...- estuvieron enajenados? No. La realidad es más compleja, menos exculpatoria para mucha gente, aunque cueste aceptarlo.

Como han apuntado Revel, esas aproximaciones estereotipadas siempre fueron muy del gusto de la izquierda, empeñada en mostrar el régimen nazi como producto de una especie de Mal Absoluto, por esencia sobrenatural (contranatural, si se prefiere) y, por ello no parangonable. Se trata de demostrar que no ha habido, nunca, nada tan malo como el nazismo (inciso, en un momento de la película, Ganz-Hitler se pregunta irritado por qué no mandó ejecutar a la alta oficialidad del ejército “como hizo Stalin”). Eso es, lamentablemente, sólo cierto en parte. Otras veces, el maniqueísmo sirve a intereses menos claros o más particulares. Así, por ejemplo, es notorio que buena parte del cine americano de después de la guerra trataba con exquisito cuidado a las fuerzas armadas, en una especie de intento de que el honor de la Wermacht no se viera “contaminado” por todos esos pecados, endosables a la banda de oligofrénicos que formaban el partido propiamente dicho ¿cómo, si no, conservar, por ejemplo, el romanticismo decimonónico del duelo Monty-Rommel que, de otro modo, se hubiera visto empañado por tintes nada heroicos? Se trata, supongo, de salvar los trocitos de épica que dio la contienda, de demostrar que la Primera Guerra Mundial aún había dejado caballeros en los campos de batalla.

Se comprende aún menos, no obstante, el interés de ciertas organizaciones judías y su proclividad al escándalo. Como si todo intento de análisis riguroso de lo que paso restara un ápice de horror a la tragedia del Holocausto. En mi opinión, eso es tirar piedras sobre el propio tejado y abonar el terreno a imbecilidades –infamias, más bien- como la que dice que Israel se comporta ahora con los palestinos como los nazis con los judíos. Bien se haría en ayudar a comprender y no adoctrinar, aunque ello implique reconocer muchas cosas muy desagradables.

A escala mucho menor, y ya que hablamos de rigor histórico, he de confesar que anteayer me sorprendió notablemente el capítulo de la serie “Memoria de España” relativo a la época de la República –la Segunda, claro-. Me sorprendió por lo ecuánime y equilibrado. La mano de García de Cortázar se nota. El documental, pese a ser emitido por TVE y en estos tiempos que corren, no fue un panegírico absoluto del régimen del 31. Casi, casi, diría que el maestro Salvador de Madariaga lo hubiera aprobado. Se reconoció, incluso, que en el lado republicano también hubo represión. Supongo que Carmen Caffarel andaba demasiado ocupada intentando justificar por qué la audiencia se hunde –un mordaz Urdaci dice que es adrede, para hacer hueco al patrón, que va a empezar a emitir en abierto- como para caer en la cuenta de que estaba emitiendo un producto que, sin ser revisionista, no se ajustaba a la dialéctica buenos-malos políticamente correcta. No sé si Carod-Rovira ve tele en castellano o su religión se lo impide, pero como haya visto ese documental, ZP se va a enterar.