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lunes, febrero 28, 2005

EL PP Y LOS CAMBIOS QUE VIENEN

El Esdrújulo nos ha anunciado cambios que vienen. Cambios en Galicia y cambios en el País Vasco. Excuso decir que, cuando el Esdrújulo habla de cambios, quiere decir que prevé que esas regiones pasen a estar gobernadas por el socialismo.

El problema, como bien recordaba Gabriel Elorriaga, es que, según todas las previsiones, ello sólo será posible mediante los consabidos pactos con los partidos nacionalistas, ya que, asimismo con toda probabilidad, la fuerza política más votada en ambas regiones no será el PSOE, sino otra. Así pues, es más que de temer una extensión del modelo catalán –algo más que parcialmente vigente en Madrid- a otras comunidades autónomas, importantes, además, porque son de las “históricas” y, por tanto, destinadas a liderar el proceso de cambio estatutario-constitucional al que nos vemos abocados, si Dios y el 3 % no lo remedian.

La situación, bastante dramática –aunque los medios “progresistas” insistan en decir que esto es una exageración propia de talibanes como Jiménez Losantos- tiene toda la pinta de ir a agravarse. Elorriaga puede tener absolutamente por cierto que, si al socialismo se le abre la posibilidad de gobernar, lo hará, así tenga que pactar con el mismísimo diablo o, peor, con el PNV (inciso: en tanto no se demuestre lo contrario, tengo la convicción de que la aspiración nada secreta del socialismo vasco es reeditar los gobiernos de coalición, aunque sea a costa de una escisión en Euskadi y una grave –pasajera, en todo caso, que ya se encarga Polanco de poner el anestésico- crisis en Madrid). Ya no tienen, por otra parte, ningún pudor en manifestarlo.

Lo más tremendo del escenario, sin embargo, es la situación en la que puede quedar el PP. La situación del partido en Galicia, por ejemplo, es similar a la de Madrid: mayoría absoluta o nada. “Nada” porque el gobierno actual se caracteriza por un total desprecio de la única oposición real que tiene, por lo que se da la paradoja de que el PP no tiene otra forma de tener visibilidad que ostentar cuotas de poder. Quedar segundo, para el Partido Popular equivale, por tanto, virtualmente, a no existir. Esto es aberrante, sin duda, pero es la realidad, y la vivimos todos los días. Lo novedoso del escenario político español no es que el gobierno se conduzca de modo prepotente, que eso ya lo hemos visto en otras ocasiones, con mayorías de distinto signo. Lo novedoso es que se conduce de forma prepotente frente a la oposición parlamentaria más nutrida que ha conocido nuestra joven democracia.

Si el PP es descabalgado en Galicia y dejado fuera de juego en Euskadi, tan sólo quedarán Madrid y la Comunidad Valenciana como centros relevantes de oposición real –por lo menos por contraste entre modos y estilos de gobernar-, centros a los que el Gobierno Nacional piensa acosar todo lo que pueda (de hecho, ya lo está haciendo en Madrid). Y el amigo Rajoy tendrá un problema. Lo tiene ya, de hecho, porque el verdadero eje de la legislatura es desmontar al PP, impedir por todos los medios que en España vuelva a producirse alternancia. Ése es, en realidad, el objetivo de la reforma constitucional: que el PP se oponga, que no participe, mostrarle como el único y verdadero obstáculo que nos separa de la Arcadia.

Es cierto que es el único y verdadero obstáculo. Pero, más bien, es el muro de contención de la riada.

domingo, febrero 27, 2005

ENTRE ROJOS Y PROGRES

Mi amigo Pepe –uno tiene amigos incluso entre quienes se toman la palabra “liberal” como ofensa- me pide que ilustre un poco la diferencia a la que, obiter dicta, aludía hace poco, entre el “rojo” y el “progre”. Dice tener cierta curiosidad por saber adónde nos conduce.

Ciertamente, la distinción no es en absoluto privativa de quien esto escribe. Es cosa bastante común. En general, la cuestión es la siguiente: en el debate político –en el debate sobre cualquier cosa, en realidad- podemos distinguir dos tipos de adversarios, el que es honesto y el que no lo es. Obviamente, estaremos en desacuerdo con ambos, pero no merecerán los dos la misma consideración intelectual.

La izquierda es algo así como el trasunto, en el plano de las ideas políticas, del imperio Bizantino, que nació grande –abarcaba medio orbe en el mismo momento de su creación- y terminó, a base de encogerse, por abarcar Constantinopla y su alfoz, y eso antes de caer definitivamente. En el origen, el pensamiento de izquierdas, básicamente de raíz marxista, contenía un verdadero arsenal de ideas y valores, valores fuertes, de los que son capaces de articular y cambiar una sociedad.

El proceso de prueba y error que fue mostrando cuan equivocadas estaban parte de esas ideas políticas hizo que el pensamiento de izquierdas fuera replegándose o mimetizándose con otras ideologías. Empezó aceptando la democracia como marco y continuó asumiendo parte del liberalismo económico, como única fórmula capaz de garantizar el progreso. En otras palabras, la izquierda se fue diluyendo y desdibujando, hasta el punto de que una de las obsesiones del pensamiento de izquierdas digno de tal nombre –no busquen en la izquierda española, intento vano- viene siendo determinar qué significa, hoy, ser de izquierdas, si es que tal cosa sigue significando algo. Lo que es seguro es que, signifique lo que signifique, el vocablo sigue pulsando cuerdas íntimas en mucha gente.

El autodenominado “progresismo” –en el que está instalada buena parte de la izquierda parlamentaria española y europea- es una especie de movimiento con muy poca sustancia real que aspira a recoger y usufructuar los numerosos resabios sentimentales de la palabra “izquierda”. Naturalmente, el motor de la izquierda, que es la idea de cambio, de revolución, está completamente ausente del progresismo, que no aspira a revolucionar nada ni a cambiar nada. Aspira, como queda dicho, tan sólo a usufructuar los restos de un naufragio en los que cierta, mucha, gente –los “rojos decentes” a los que me refería- sigue creyendo con honradez.

Autopresentado como la síntesis entre la democracia liberal y las viejas aspiraciones igualitarias, nuestro progresismo, que es un producto, fundamentalmente, de una izquierda intelectual acomodada de última hora, ha encontrado en el pensamiento débil la fórmula más confortable para seguir existiendo. Poder seguir reclamándose de izquierdas, pero sin riesgo de encontrarse, un buen día, en un mundo en el que lo que se proclama fuese cierto (hace muchos años que sabemos todos que, en el mundo de la izquierda real, no habría restaurantes chic de barrios “alternativos”, llenos de gente de ideas avanzadas y a 90 € el cubierto).

Cuando ZP –un arquetipo de progresismo y carencia de sustancia- proclama sus vacuas afirmaciones sabe de sobra que son vacuas. Miente a sabiendas. En general, la mayoría de nuestros progresistas, que no son idiotas, son sobradamente conocedores de la insustancialidad e intrascendencia de lo que dicen. Lo dicen por un motivo de pura conveniencia. La conveniencia de seguir viviendo de un imaginario que cala y llega a mucha gente.

Los votantes socialistas del Carmel –que siguen proclamándose de izquierdas al viejo estilo y en el más pleno sentido de la palabra- logran, con su voto, que la otra izquierda, la progresista –la muy clasista izquierda progre catalana, hija de esa “gauche divine” pseudorrevolucionaria, que jugaba a ser díscola mientras otros (rojos o no rojos) daban con sus huesos en la cárcel-, siga instalada en el más cómodo de los mundos, sufragándose con dinero público, por ejemplo, gustos muy privados y muy exclusivos en nombre de valores como “la cultura”.

Porque el progresismo político-intelectual es la quintaesencia misma de la hipocresía. El progre miente y sabe que miente. Pero no puede dejar de mentir. No puede permitir que se sepa la inmensa nadería que hay detrás de todo lo que, se supone, es la traducción práctica de aquello en lo que mucha gente cree. Además, claro, de que mucha gente no puede, sin más, renunciar a su propia biografía. Creo que es Fernando Savater el que dice que a él le causa mucho orgullo haber tenido varias ideas a lo largo de su vida, pero reconocer eso es un acto de valor y de calidad intelectual al alcance de pocos.

sábado, febrero 26, 2005

EL ESPERPENTO CATALÁN

El debate sobre el desastre –la monstruosa negligencia- del Carmel en el Parlamento de Cataluña y la posterior coda en forma de declaraciones cruzadas de los principales líderes políticos de aquella comunidad autónoma muestra, a las claras, que el esperpento se ha instalado en nuestra vida política y parece que nos estamos acostumbrando a él con pasmosa normalidad.

Lo que ocurrió el otro día es, ni más ni menos, que el Presidente del Gobierno de Cataluña –no un vecino del Carmel cabreado, o cualquier hijo de vecino en un bar- imputó al Gobierno anterior la comisión de una serie continuada de delitos. Ítem más, insinuó, haciéndose eco de un rumor conocido dentro y fuera de Cataluña, que el delito estaba (¿está?) instalado, como moneda corriente, en la gestión de los contratos públicos de la Generalitat. Ahí es nada. Instantes después, por si fuera poco, rectificó, en aras del mantenimiento del clima necesario para el normal desarrollo de los debates sobre la reforma del estatuto de autonomía. Y, encima, el señor Presidente –el Muy Honorable Pasqual Maragall- se indigna porque el portavoz del Partido Popular pide su dimisión. Obsérvese: o bien el Sr. Maragall hizo una imputación carente de pruebas, lo que es muy grave, o bien tiene indicios o pruebas que permiten sostener la veracidad de la afirmación y está dispuesto a envainársela so pretexto de mantener la “pax estatutaria”, lo que es gravísimo. ¿Puede, el Sr. Piqué, hacer otra cosa que pedir su renuncia? ¿Acaso no sería anormal, precisamente, que no la pidiera? Casi cabe decir que la exigencia de responsabilidades por parte de Piqué es lo único normal en este caso. Pero, nada, el asunto pasará, casi sin duda, aunque el fiscal Mena parece haber tomado nota.

Queda clara, una vez más, la horrenda cutrería que rodea, en este país, a la política regional y local. Es normal. Deberían tomar nota todos los partidarios de las autodeterminaciones y demás zarandajas. ¿De veras quieren convertir en estados con todos los sacramentos a esas estructuras oligárquicas y nada transparentes que hoy son las comunidades autónomas? Recordemos que el debate que tratamos no tuvo lugar en Andalucía, por ejemplo, sino en la supereuropea, superelegante y superestupenda Cataluña. Esa que mira a todos los demás por encima del hombro. Sin duda, las farolas serán de diseño, pero los políticos no pueden ser más vulgares, más provincianos y más casposos.

Y, encima, lo del estatuto. No sólo tienen los catalanes a la clase política empeñada en “hacer país” y, por tanto, prestando poca atención a los problemas del día a día, sino que, además, corren un serio riesgo de que el superior interés de la patria, la tarea constituyente asumida por los legisladores, se convierta en la capa que todo lo tapa. Recurso de autócratas y oligarcas baratos, por otra parte, muy al uso en nuestras comunidades autónomas regidas por nacionalistas de todos los partidos: el que investigue cómo hacemos las concesiones, pone en riesgo todo el proyecto colectivo. Es antipatriota.

Cataluña es un gran país, sin duda. Lo es porque es una tierra con historia y con una soberbia cultura, pero lo es, sobre todo, porque aún hay ahí una sociedad abierta que sí, fue modelo y punta de lanza para el resto de España. Una sociedad abierta que pugna por sobrevivir y mantener el cosmopolitismo acosada por una legión de paletos, a la que sólo le faltaba la media docena de iluminados que, de un tiempo a esta parte, pululan por el Principado. Cataluña deberá escoger en el futuro qué modelo prefiere. Si quedarse en Europa o remontar el Ebro arriba, hacia el País Vasco. Allí también hay muchas preguntas que hacerse sobre cómo se gestiona el dinero público... pero el interés de la patria no deja tiempo.

viernes, febrero 25, 2005

EL VALLE DE ARÁN

El valle de Arán ha reclamado un estatus de libre asociación con Cataluña. Y, como era de esperar, el Consejero Jefe de la Generalitat ha respondido que sí, que muy bien, que el valle de Arán tiene sus peculiaridades a las que se debe prestar atención, pero que eso lo decidirá el Parlamento Catalán. En román paladino: el ente matriz, el Principado, no va a pactar nada con una comarca de la provincia de Lérida –que eso es, administrativamente hablando, Arán-. En consecuencia, Cataluña no pacta, regula.

El valle de Arán, aunque esto lo sepa poca gente, además de ser el trozo más rico de la rica Cataluña, tiene una entidad histórica diferenciada –por lo menos, suficientemente diferenciada o diferenciada en el grado que, aunque inapreciable para un japonés, pongamos por caso, en España, consideramos relevante- tiene una expresión lingüística propia, el aranés, que, según nos pongamos, puede ser un dialecto del catalán o una lengua con todos los derechos. Y, sin embargo, la propuesta del Consejo General del Valle se la toma el personal a chanza, ¿por qué?

Es de suponer que el Gobierno Vasco, eventualmente, haría lo propio en caso de que fuera Álava la que decidiera revisar los lazos que la unen a Vizcaya y Guipúzcoa. Y, quien dice Álava, dice Bermeo, pongamos por caso. ¿Respetaría el Lendakari (recuérdese que así es como Juanjo habla de sí mismo) la decisión de la sociedad alavesa? Intuyo que no.

Lo relevante del asunto es que, como siempre, el nacionalismo es incoherente. Los estados son objetables, artificiosos y, por tanto, mudables. Pero las fronteras de Cataluña fueron trazadas por el mismo Dios, hendiendo la tierra con su dedo índice –hay que concluir que a Dios le tembló el pulso o gusta de hacer bocetos, pero bueno...- y no son revisables por ninguna fuerza humana. Se puede uno sacudir su españolidad como quien se quita un abrigo, pero no se puede dejar de ser catalán por simple decisión administrativa.

El tufo antidemocrático, o predemocrático, salta a las primeras de cambio. Mientras que la “españolidad” es un vínculo de derecho (humano) la “catalanidad” o la “vasquidad” son características inherentes a la persona, indisponibles por la misma, ¿no?

No se me ocurre razón alguna por la que, admitida la capacidad de autodeterminación de otros entes, deba negárseles ese mismo derecho a los araneses. Las leyes de la lógica, o se conservan en su integridad, o se derogan todas, pero no unas sí y otras no.

jueves, febrero 24, 2005

SOBRE LA POLÍTICA EXTERIOR

César Alonso de los Ríos afirma hoy en ABC que, en toda la historia de la democracia, sólo con los gobiernos de Aznar tuvimos una política exterior propiamente dicha (cabría añadir que tampoco durante la dictadura de Franco -en puridad, casi desde el siglo XVIII-, pero las situaciones no son comparables). A poco que pensemos, habrá que concluir que la afirmación tiene mucho de cierta, siempre que "política exterior" se entienda como algo más que mera participación en las relaciones internacionales -hasta Corea del Norte participa de un modo u otro-. Una política es una acción orientada, articulada y, en la medida de lo posible, con un impulso, una voluntad que la respalde.

La condición necesaria para que un país disponga de una política exterior es creer en ese país y creer, por tanto, que ese país tiene derecho a afirmarse y a tener sus propios intereses y opiniones. Esa condición no se cumplió suficientemente con los gobiernos socialistas anteriores y, desde luego, no se cumple en absoluto con el actual mariachi de ZP. Lo que esta gente entiende por "afirmarse" es, más o menos, lo que entiende un adolescente de quince años.

Las políticas socialistas se detinen siempre desde la desconfianza en España y en sus posibilidades. Esto llegó, incluso, a plantearse, en otros tiempos, con ciertas pretensiones teóricas. La idea de España como "potencia media" y, por tanto, no autónoma en sus actuaciones, que serían siempre dependientes de la Unión Europea -por sobrenombre los intereses de Francia-.

Con Aznar ese marco teórico (ausencia de marco, más bien) quebró. Se sustituyó por una noción más acorde con la realidad del país. La octava potencia económica del mundo tiene el derecho y el deber de disponer de autonomía y criterio propios. Y de no definir sus intereses en función de los de nadie más, sin que ello implique, por supuesto, un abandono de la cooperación con otras naciones.

La cuestión es, pues, previa. No tenemos una política exterior ridícula porque sí, sino porque no creemos en nosotros mismos lo suficiente.

miércoles, febrero 23, 2005

SI YO FUERA PROGRESISTA...

A veces, confieso que me gustaría ser adicto a la secta progre y poder informarme a través de El País y CNN+. Piénsenlo. Imagínense lo que sería acostarse un día con la sensación de vergüenza ajena que le embarga a uno en estos tiempos y levantarse...

Pensando que nuestras relaciones con los Estados Unidos son “políticamente normales” (inciso, la inflación típica del lenguaje políticamente correcto se manifiesta ahí: ¿qué diferencia hay entre relaciones “políticamente normales” y “normales” a secas?...). Vamos, que lo normal es que el Presidente de EE.UU. dedique ¡4 segundos! al mandatario de una potencia supuestamente aliada –supuestamente, claro, porque el mandatario de marras es más bien un desleal con pretensiones de no alineado, ¡perdón, estábamos en el mundo feliz de la progresía ibérica!-.

Teniendo la certeza de que el Gobierno hace lo posible porque la libertad de expresión se sacuda la mordaza de tiempos pasados. Para ello, nada mejor que darle más medios a Polanco, que es el único que hace frente a las hordas del fascismo.

Pensando que el Gran Wyoming es cantidad de ingenioso. Más aún, pensando que, si el Gran Wyoming y el cardenal Rouco entablaran algún día un debate de cierto nivel intelectual... Wyoming ganaría.

Creyendo firmemente que lo del Carmelo –bueno, eso que ha pasado, parece, en Barcelona, y a lo que la prensa correcta dedica ladillos, porque no merece la pena abundar más- es una desdicha como la del Prestige.

Deseando que Madrid se incorpore al “ámbito de progreso” que representan Castilla-La Mancha, Andalucía y Extremadura. Esto lo dijo Simancas durante la campaña electoral a la Comunidad.

Creyendo que Simancas –Rafael, no el pueblo- es un político.

Creyendo firmemente que la Logse fue un gran avance y que la situación en nuestras escuelas se debe a algún proceso inexplicable cuyo responsable fundamental debe ser la derecha.

Con la convicción de que el referéndum del domingo muestra, a las claras, la convicción europeísta de España, y que la abstención fue normal, incluso moderada.

Creyendo a pies juntillas que nuestra política exterior, por fin, está planteada desde las claves correctas. Creería que los que califican de “cómica” esa política son unos insidiosos.

Si yo fuera una persona progresista, pensaría que lo normal es cambiar los sistemas de elección de jueces, para que una asociación que representa a una minoría, pero que es de mi cuerda política, se sintiera más a gusto. También diría, sin despeinarme, tonterías como que la gente de la Moraleja –barrio en el que, probablemente, tendría familia, porque lo de ser progre siempre ha sido de gente fina, no nos vayamos a confundir (los rojos tradicionales –estos sí, gente respetable-, en el mundo progre, son de atrezzo; esto se ve muy bien en Cataluña)- es menos europeísta que todas las provincias, barrios y localidades gobernados por el PSOE donde el “no” ha logrado resultados más altos. También pensaría que los procedimientos legislativos deben adaptarse a las necesidades de la mayoría, puesto que las instituciones del estado de derecho están al servicio de la misma, y no al contrario.

La verdad es que, si yo fuera progresista -lo digo por emplear la autodenominación al uso-, estaría convencido de multitud de cosas que me parecen repugnantes. Pero sería más feliz, eso seguro. Insisto, al menos, no pasaría tanta vergüenza.

lunes, febrero 21, 2005

ECOS DEL REFERÉNDUM

Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Algo más de la mitad de los españoles se comportó como era lógico, pasando olímpicamente de aquello que ni entienden ni nadie se ha molestado en explicarles y, de la otra algo menos que la mitad, la abrumadora mayoría votó lo políticamente correcto, “sí”, porque nada que venga de Europa puede ser malo. Pues vale.

Hay quien se empeña en buscarle lecturas racionales a la cosa, y concluye que resulta patético que a un gobierno no le voten ni los suyos –hubo menos “síes”que votos obtuvo el PSOE en las generales-. Que si la abstención es un voto de castigo, que si tal y que si cual. Empeño vano. El referéndum, la tonteriíta de ZP, cumplió perfectamente con su finalidad: que el Esdrújulo pueda decir que España votó primero y votó “sí”. Punto pelota. Lo demás es totalmente accesorio.

Hay quien dice que esto es un esperpento. Que no puede ser que el “no” haya alcanzado proporciones muy significativas en ciertas regiones... espoleado por los aliados del Gobierno. Insisto, da igual. Llevamos ya meses instalados en el despropósito continuado, ¿por qué buscar racionalidad a estas alturas? La racionalidad, a este Gobierno, le importa una higa. El referéndum ni era necesario ni era conveniente. Se hizo por lo que se hizo, porque sí, y ya está.

Si alguien puede respirar tranquilo con que ZP haya conseguido su tonteriíta, ése es el PP, por paradójico que parezca. Ciertamente, nada les ha librado de algunos intentos de zaherir que los socialistas, en su infinita miseria moral, no pueden evitar ni siquiera cuando dicen estar satisfechos –dicho sea de paso, el compañero Simancas, una vez más, se lleva la palma, ¿de dónde habrá salido este indigente mental, que saca los colores hasta a lo más granado de la FSM, sectaria de por sí hasta la náusea?-, pero poca cosa. Cabe suponer que, si el PP hubiera propugnado el “no” o la abstención –si se hubiera atenido a la lealtad con la política de Aznar o, simplemente, al sentido común- el resultado hubiese sido un cataclismo para los socialistas. Pero el PP no tiene lo que hay que tener para aguantar lo que se hubiera venido encima después (dicho sea de paso, se comprende, “lo que hay que tener” es mucho cuando la jauría progresociata se te puede echar encima: si el camarada Delgado, por ejemplo, se atrevió a imputarles el asesinato de Lorca, no veo por qué no puede hacer responsable a cualquiera del Holocausto y quedarse tan ancho). Así que, mejor que haya salido así, no vaya a ser que Polanco se cabree.

Me imagino que los europeos no se habrán sorprendido del resultado. Al fin y al cabo, cunde por el continente la impresión de que vivimos de su bolsillo –lo cual es sólo parcialmente cierto, también madrugamos y vamos a trabajar, no siempre estamos en el Rocío-, así que esperaban el agradecimiento que nuestros políticos proclaman. Ha sorprendido la baja participación que, aunque a ZP le pareció fetén, ha sido menor que la de las últimas europeas (entonces hubo ayes, golpes de pecho y crujir de dientes... un par de semanas, hasta que los eurodiputados tomaron posesión y se les olvidó el complejo de falta de legitimidad crujiéndose a Buttiglione). España ha dejado el camino expedito para que la doctrina de los del Río cunda por Europa. Yo no las tendría todas conmigo. Monsieur Giscard tiene que pasar aún unas cuantas pruebas antes de que su cosita entre en la historia. Se esperan referendos en algunas democracias maduras de Europa, en la que no se puede tomar al personal por imbécil o, al menos, no se puede tan descarnadamente.

Seguro que los británicos no son tan agradecidos. Son contribuyentes netos, siempre han sido unos aguafiestas y, cuando no han leído una cosa, no suelen dar por hecho que es buena. Son raros.

domingo, febrero 20, 2005

20F EN PORTUGAL

Aunque los medios de comunicación españoles estén absolutamente volcados con la tonteriíta de ZP, con su penúltima gracieta, hoy pasan cosas importantes en el mundo. Una de ellas son las elecciones en Portugal.

Tengo por costumbre seguir la política portuguesa en la medida que puedo –es más sencillo seguir la liga inglesa, dada la escasísima e imperdonable atención que los acontecimientos lusos merecen en España- porque, además de ser interesante en sí mismo, creo que todo lo que suceda en Portugal es de interés para España y los españoles. Al fin y al cabo, estamos hablando de uno de nuestros principales clientes y, desde luego, de un destino primordial de la inversión española directa. Y hay muchas otras razones para tomarse interés en las cosas de Portugal, aunque no sea cosa de desgranarlas ahora.

Lo que sucede hoy, es decir, el que nueve millones de portugueses estén llamados a las urnas para renovar la Asamblea Nacional y, consiguientemente, el gobierno, es la culminación de una cadena de acontecimientos extraños, difíciles de entender para el observador foráneo.

El primero de esos acontecimientos fue la crisis provocada por la dimisión de Durao Barroso. He de reconocer que el político luso cayó muchos enteros en mi consideración al dejar su país empantanado para ir a presidir la Comisión –por otra parte, no deja de ser curioso que los próceres europeos decidieran ofrecerle el puesto a un primer ministro en activo (creo que Jean-Claude Juncker, también candidato, estaba al tiempo al frente del ejecutivo luxemburgués, así que fue algo, definitivamente, raro)-. Ahora bien, tomada esa decisión, ¿no era aquél el momento para ir a las urnas?

Pues parece que no. El Presidente Sampaio decidió aguantar y, súbitamente, disuelve unos meses después. El comportamiento del presidente de la República es lo más complicado de todo. Una posible explicación parte de la evidencia de que Sampaio es socialista. La historia demuestra que los socialistas tienden a comportarse de modo más o menos similar en todas partes –aunque los españoles nos hemos llevado lo peor, sin duda-. A la vista de las encuestas, que dan mayoría absoluta al PS, el Presidente habría hecho lo que se espera de un socialista: poner todo el aparato institucional al servicio del partido. Ésta sería, sin duda, una explicación con elevada verosimilitud en España. Tratándose de Portugal, concedamos el beneficio de la duda.

Portugal es un país con muchos, muchos problemas. Una economía que no despega es el más persistente de ellos. Eso sí, hay que decir en su descargo que nuestros vecinos tienen dificultades, pero no suelen inventárselas. Una más de las diferencias.

viernes, febrero 18, 2005

EL MODELO ES EL PRI

En realidad, el gran problema del resultado electoral del 14 de marzo no fue que hiciéramos posible el acceso al poder de un tipo manifiestamente incompetente para el cargo de Presidente del Gobierno. Lo del Esdrújulo, en sí mismo, no pasa de ser una anécdota. Lo verdaderamente grave es que el Partido Socialista recibiera una segunda oportunidad sin haber hecho nada –excepto cambiar algunas caras- para merecerla.

Su victoria en las últimas elecciones ha hecho que el socialismo español, tan pagado de sí mismo, en general, perdiera los escasos resquicios de respeto que pudieran quedarle por la ciudadanía –bien es cierto que la ciudadanía debe saber hacerse acreedora de ese respeto-. Los acontecimientos muestran claramente que no ha habido ningún cambio sustancial en la forma que los socialistas tienen de entender las cosas. Su modelo sigue siendo el PRI mexicano, pero no ya el actual, sino el anterior a Zedillo.

El socialismo español está convencido de que no tiene por qué existir un solo aspecto independiente del poder político. Por consiguiente, el mandato recibido en las urnas, que sólo es para gestionar algunos aspectos de la vida colectiva, aunque importantes, es percibido por esta gente como un salvoconducto para la ocupación general y sistemática de todos los resquicios de la sociedad española. No hay en ello el más mínimo atisbo de mala conciencia, porque es una convicción ideológica. Así sucedió y así quieren que vuelva a suceder. Nada se le hace más natural al socialismo gobernante, por ejemplo, que el que los medios de comunicación afines dominen claramente el espectro. No debería haber más opinión que la suya.

Pese a las continuas apelaciones al diálogo, la tolerancia y a cuanto pensamiento fofo pueda existir, lo cierto es que el socialismo que nos gobierna no ha terminado de desarrollar los mínimos elementales del comportamiento democrático: no ha entendido que el adversario político tiene, también, derecho a existir y que no todo en el mundo es disponible para el inquilino monclovita de turno. Tampoco ha entendido que las reglas del juego no son parte del juego, sino externas al mismo.

Ayer mismo, el Consejo Escolar del Estado –órgano, por supuesto, altamente politizado- hizo una delirante declaración invitando a la ruptura de acuerdos con el Vaticano... por el voto de calidad de la Presidenta. No deja de ser ilustrativo de cómo funcionan las cosas. Un simple voto de más, aritméticamente impecable, permite aprobar una resolución que ignora por completo a la mitad menos uno de los miembros del órgano decisor. Es, más o menos, lo que viene haciendo el Esdrújulo desde que llegó al poder. Comportarse como si los que piensan distinto no existieran, sólo por el hecho de que son unos pocos menos que los que piensan como él. Habrá que reconocer que esto es la misma antítesis del buen talante.

Pero, insisto, no hay que sorprenderse. Es sólo el anticipo de lo que nos queda por ver, porque no me cabe duda de que la cosa va para largo. Aspiran al mismo modelo de poder omnímodo del 82, sencillamente porque no son capaces de concebir la política de otro modo. Tienen tal hinchazón de superlegitimidad que sólo perciben la alternancia como una anomalía insana del sistema, una especie de fallo del mismo que, sin duda, se aplicarán con fruición a corregir. Que no se nos olvide. El universo socialista (el PSOE más añadidos) concibe los ocho años de gobierno del PP como algo raro, anormal, no legítimo y que, desde luego, no debería volver a suceder. Podemos dar por hecho que, si la sociedad fuera, realmente, como ellos la conciben, no sucedería. Nunca.

Afortunadamente, no estamos en el año 82. La democracia española, con muchas imperfecciones, está ahora algo más asentada. Hay voces contestatarias. Ojalá logren hacerse oír antes de que las acallen definitivamente. De una cosa no debería caber duda: Rubalcaba va a hacer su trabajo. Y lo que estos conciben como debate es “59 segundos”. Nadie que no piense como ellos tiene por qué hablar más.

jueves, febrero 17, 2005

A VUELTAS CON EL ESPAÑOL

El último libro divulgativo de Juan Ramón Lodares, interesante como todos los suyos, hace un agudo análisis de la situación de nuestra lengua –quiero decir el español- y sus perspectivas para el futuro. También contiene algunas propuestas audaces acerca de qué estrategia es mejor de cara al progreso del idioma en ámbitos como, por ejemplo, el de la Unión Europea.

La imagen que se desprende del ensayo de Lodares no puede ser más ilustrativa. De no ser porque no me gustan en exceso esos determinismos, me atrevería a decir que el español es hoy un trasunto de la propia España. Una lengua tan en la encrucijada como el propio país que le sirvió de solar –y que, por cierto, hoy es ya sólo el apéndice europeo de una lengua que Lodares y la estadística definen como fundamentalmente americana-.

En efecto, el español es un idioma que, desde muchos puntos de vista, debería tener un futuro prometedor. Quizá lo tenga. Es el único gran idioma de cultura cuyo propio dominio, es decir, el conjunto de los seres humanos que lo tienen como lengua materna, presenta unas tasas de crecimiento demográfico elevadas. Es decir, es la única lengua internacional capaz de nutrirse principalmente de sí misma. Es, además, pujante segunda lengua en dos grandes países del hemisferio occidental: Estados Unidos y el Brasil –país este último que está desarrollando una política educativa de lo más cabal en relación con los idiomas. Por si esto fuera poco, hay un interés creciente por nuestro idioma –insisto en que me refiero al español- en países tradicionalmente muy alejados de nuestra órbita, como pueden ser los asiáticos.

Es, por añadidura, un idioma atractivo y bastante fácil de aprender. En efecto, además de dar acceso a una de las literaturas más importantes del mundo –algo tendrá cuando sigue enganchando a tantos y tantos estudiosos que, un buen día, deciden hacerse hispanistas- y abrir las puertas a un montón de países fascinantes (sirve hasta para manejarse bastante bien en Bilbao y en Barcelona), su aprendizaje es muy agradecido. Sin contar la enorme facilidad con la que pueden abordarlo los hablantes de otros romances –un francés o un italiano cultos, por no decir un portugués, pueden leer español sin excesivas dificultades, aunque sean incapaces de hablarlo-, el padre latín nos dejó una gramática bien estructurada, que puede enseñarse, y nuestro sistema pentavocálico –el hecho de que el español sea un idioma fonéticamente sencillo, en general- permiten chapurrearlo enseguida, al menos para los nativos de otras lenguas europeas. Por otra parte, no es desdeñable el elevado nivel de normalización que, merced a que existen, entre otras cosas, las veintitrés academias, hace que la lengua sea razonablemente compacta y apenas presente fragmentación dialectal: aunque algunos editores de diccionarios, fundamentalmente anglosajones, se empeñen en decir que existe un español latinoamericano distinto del peninsular, lo cierto es que la norma culta (al menos hasta que Polanco decrete lo contrario) aprendida en una academia de Valladolid, o en el instituto Cervantes de Bangkok, sirve tanto para andar por Madrid como por México D.F., Quito o Buenos Aires. No garantiza, ciertamente, descifrar los gruñidos de nuestra cultivada juventud –supongo que lo mismo pasa con la bogotana, la santiaguesa o la bonaerense- pero es que eso sólo está al alcance de los iniciados. ¡Ah, se me olvidaba!, tenemos una ortografía que, aunque no esté al alcance, salvo adaptación curricular, de los homínidos producidos por la Logse ( y de muchos de sus enseñantes) y merezca el desdén de algún nobel, puede dominarse sin mucha dificultad. Compárese con el francés, sin ir más lejos.

Pero, por otro lado, las sombras también son muchas. El idioma tiene carencias, la fundamental de ellas no ser una lengua pujante en el mundo de la ciencia y de la técnica. Por otra parte, la competencia mundial entre las grandes lenguas es reñida, y hay otros excelentes candidatos en liza al selecto puesto de herramienta mundial de comunicación. Pero no tendría que haber aquí lugar a excesiva preocupación.

Lo verdaderamente preocupante es que en pocos sitios ha arraigado el virus de la imbecilidad humana tanto como en el orbe hispánico. Al hondo agilipollamiento que se vive en el viejo solar del castellano en materia lingüística (piénsese que podemos ofrecer al mundo, en breve y entre otros, un invento tan genuino como la fregona: el vasco monolingüe, algo que, en buena lógica, tendría que haber desaparecido con la alfabetización) viene a unirse, en América, la explosión de multiculturalismo indigenista. Creí que nadie podía ser más idiota que los españoles autoimponiéndose la grafía “Lleida” en textos en español, hasta que me entero por Lodares de que la municipalidad de Cuzco (para los de la Logse: en el Perú) pone multas de aúpa a quien escriba eso: “Cuzco”. Parece ser que los ortodoxo es escribir “Cusco” o “Qosgo” o así, es decir, como debería haberse escrito en época precolombina, en el supuesto, claro de que hubiera habido algo escrito en quechua.

Puesto que parece estar fuera de lugar que nos planteemos un mínimo de orgullo por la lengua como patrimonio cultural –se conoce que porque Franco no hablaba otra cosa, pero también el Che Guevara y la Pasionaria hablaban español, ¿eso no cuenta? (Cervantes incluso lo escribía, y no era franquista por razones evidentes)-, quizá fuera bueno que fuésemos capaces de entenderla como lo que es, entre otras cosas: una monumental fuente de ingresos, bien administrada. Mientras Cataluña y sus inteligentes políticos proscriben la lengua común –la que asumieron e hicieron suya hace más de quinientos años por la razón más noble de todas: para vender mejor- mandan a sus hijos a estudiar inglés... a Irlanda que, como todos sabemos, tiene otra lengua tan propia como el inglés, que es el irlandés. Si los irlandeses fueran como los vascos, la UE tendría un problema de traducción más... e Irlanda bastante PIB menos.

El español es un regalo del Cielo, sin duda. Y esto, quizá, es un desafío, uno más, del Señor a nuestro entendimiento. Bien dice el dicho que Dios da pañuelo a quien no tiene mocos. Por lo mismo, debe encontrar gracioso dar una lengua maravillosa –y altamente productiva- al pueblo más idiota de la tierra: a las huestes del Esdrújulo.

domingo, febrero 13, 2005

VOTA NO: POR DIGNIDAD

Casi todos los apologistas del “sí” que hablan o escriben de la cuestión del referéndum emplean la misma táctica. Aun concediendo que el texto propuesto adolece de multitud de defectos, concluyen que la cita del 20 de febrero ha de verse como una especie de apelación a nuestro europeísmo.

Así pues, no se nos está pidiendo opinión, sino que se nos confronta con un verdadero chantaje. Y, si no tenemos más salida que el “sí”, si, como dice el Esdrújulo, la alternativa a lo de Giscard es “la nada”, ¿cómo es él tan irresponsable de plantear una disyuntiva? Porque esa es la cuestión. Según quienes apoyan el sí –casi todo el mundo que habla y escribe- no hay salida ninguna. El “no” nos llevaría a una situación cataclísmica. Desde ciertos medios del centro-derecha se nos recuerda, además, en tono admonitorio, que no debemos entregarnos a nuestro bajos instintos y aprovechar esta ocasión para castigar a la desgracia bíblica que nos ha caído como gobierno. Se apela a nuestra madurez, saber estar, y compromiso de no jugar con las cosas de comer.

Envidio a esos pueblos verdaderamente libres, como los ingleses, los daneses, los irlandeses... todos esos pueblos que sí tienen alternativas. Porque, en esencia, ser libre consiste en eso, en tener cursos de acción posibles, diferentes entre sí. Nosotros no somos libres ni siquiera en el ámbito de un referéndum consultivo. Sólo tenemos la opción de votar “sí”, o seremos desagradecidos, a fuer de malos europeos.

Pues saben lo que les digo, mis respetables y sesudos conciudadanos preocupados por el bien de la nación. Que me niego. Que, si de mí depende, el Esdrújulo va pasar una mala tarde. Por dignidad y por europeísmo.

En primer lugar, porque la responsabilidad hay que ejercerla diciendo “no” a los textos que consideramos mejorables. ¿Acaso no dicen que la constitución es perfectible? Pues denle otra vuelta y mejórenla. Háganla más comprensible, más cercana y más digna de ese nombre. Tengan la decencia de no preguntar al pueblo qué le parecen cosas que ya hace mucho que están en vigor. Decir “no la he leído, pero me parece muy bien” como, al parecer, manifiestan los españoles en razón de sus respuestas al CIS, no es una muestra de confianza en Europa ni de europeísmo. Es una palmaria demostración de que la democracia no es un buen sistema, sino sólo el mejor de los existente. Es descorazonador. Me imagino que nuestros políticos tienen que morirse de gusto ante tamaña falta de responsabilidad ciudadana.

En segundo lugar, el gobierno del Esdrújulo ofende a la inteligencia. Lo hace casi cada día, a todas horas –lo de la izquierda española es una inmensa y continuada ofensa a la inteligencia- pero, especialmente, con esta convocatoria. La imbecilidad profunda de los argumentos con los que se pide el voto –lo de “los primeros en Europa”- debería ser suficiente para que, en un arrebato de dignidad, acudiéramos masivamente a votar “no”. ¿Cabe mayor trivialización del papel del pueblo en democracia? ¿Es posible aceptar impasibles que se pida nuestro concurso con semejante grado de infantilismo? ¿Somos el pueblo soberano o la claque de esta cohorte de inanes que nos ha tocado como clase política?

En tercer lugar, lo de los referenda para probar el patriotismo, o el europeísmo, que al caso da igual, nos conduce peligrosamente al oscuro mundo de Ibarretxe y su banda. El que vote “sí” es buen europeo como, supongo, el que vote “sí” será buen vasco ese día que está por llegar si nadie lo impide. Si hubiera menos europeístas y más europeos, a lo mejor tendríamos una Europa mejor.

Lo dicho. VOTA NO. Por dignidad.

sábado, febrero 12, 2005

AHORA NOS TRATAMOS CON GIBRALTAR

Mi opinión con respecto al asunto de Gibraltar es sencilla: hay que atenerse en todo caso a la legalidad de los tratados. Esto quiere decir que, por una parte, la reclamación española de la soberanía del peñón está fuera de lugar, porque fue cedido en el marco de un tratado internacional –reclamar Gibraltar es como reclamar el Rosellón- (ojo, me refiero estrictamente al peñón, que no a las adiciones posteriores realizadas por el Reino Unido y no fundadas en título alguno). También quiere decir, lo cual es más importante, que la potencia colonial soberana, el Reino Unido, debería garantizar el cumplimiento de las normas comunitarias, y todas las demás, en la Roca. En resumidas cuentas, nosotros respetamos la soberanía inglesa –con nuestro derecho preferente en caso de que ésta cese algún día- y los llanitos empiezan a cobrar impuestos a las sociedades inscritas. Es probable que este sencillo trato haga inviable la existencia de la colonia, pero eso no es nuestro problema.

Estando las reglas de juego tan claras, es fácil concluir que Gibraltar no debería ser interlocutor de España para nada. Siendo así, no se entiende muy bien qué demonios hacían el otro día discutiendo sobre el uso conjunto del aeropuerto el Reino Unido, España... y Gibraltar. ¿Qué pinta ahí Gibraltar, si puede saberse?

Se citó como ejemplo de posible fórmula técnica de colaboración el de los aeropuertos franco-suizos de Ginebra y Basilea-Mulhouse. Está bien, puede ser una solución. Pero es que el aeropuerto de Basilea, por ejemplo, es eso, franco-suizo, no franco-basileo. El cantón de Basilea no es interlocutor de Francia, ni de nadie fuera de la Confederación Helvética.

Gibraltar hará siempre lo que Londres le diga. Lo de dar voz a Gibraltar, lo de meter a los llanitos en las discusiones, es la forma que los ingleses –infinitamente más listos que la media de nuestros gobiernos, y no digamos ya que el actual- han encontrado de complicar un poquito más las cosas. Es lo único que nos faltaba por ver. Bueno, quizá, cuando se abra la ruta Bilbao-Gibraltar, habrá que montar negociaciones cuatripartitas. Que algo tendrá que decir Ibarretxe, digo yo, ¿o son las diputaciones?

Quizá sea posible, también, que nuestra diplomacia esté en situación no de reunirse con quien quiere, sino con quien puede. No le podemos hacer ascos a ningún interlocutor, se conoce. Tengo entendido que el presidente andorrano ha venido ya varias veces. Qué amable, el hombre.

viernes, febrero 11, 2005

BALANZAS FISCALES

El amigo Maragall sigue a vueltas con el asunto de las balanzas fiscales. La “balanza fiscal” es algo así como la diferencia entre lo que una comunidad autónoma aporta al conjunto del Estado y lo que recibe. Es una forma fina, que suena técnica, de referirse al viejo tema de cuánto pone cada uno y que, de un tiempo a esta parte, no se cae de la boca de los nacionalistas, de izquierdas o de derechas.

Es absurdo negar que, a la hora de la verdad, hablar de autonomía o de autogobierno es hacerlo de financiación. Pero el concepto citado de balanza fiscal es uno de los más oportunistas, insensatos e inaceptables que se han acuñado últimamente.

Los territorios no tienen balanza fiscal porque no pagan impuestos. Los que pagan impuestos son los ciudadanos. La balanza fiscal de Cataluña no es más, por tanto, que el resultado estadístico de agregar el saldo fiscal de cada uno de los ciudadanos catalanes. Obviamente sale deficitaria porque esos ciudadanos, además de ser más, tienen un nivel de renta medio más alto que el conjunto de los españoles.

La solidaridad en este país, como en todos, es entre personas, no entre territorios. Y se establece, fundamentalmente, entre el grupo de ciudadanos de mayores recursos relativos y el de los que tienen menos. Así de sencillo. Otra cosa es que la inmensidad de recursos de los que los ciudadanos se tienen que desprender para atender demandas que parecen no tener fin, haya de ser gestionada a tres niveles distintos, y que haya un desequilibrio entre los recursos que tocan a cada uno y los servicios que presta.

Quizá fuera más constructivo plantear el debate de otra manera. En primer lugar, redefiniendo los términos: no será Cataluña la que tenga un déficit, sino su administración autonómica. Quizá, entonces, podríamos reconducir la cuestión de un muy general “Cataluña está siendo solidaria en exceso” a “la Generalitat no tiene recursos suficientes para hacer lo que quiere hacer”. Y puede que ahí encontráramos un principio para entendernos porque, ¿qué es lo que quiere hacer la Generalitat? –aparte, supongo, de recimentar el barrio del Carmelo-.

Estaría muy bien que el Sr. Maragall explicara a sus colegas presidentes de las comunidades autónomas y, de paso, al resto de los españoles, qué pretende hacer él con los recursos adicionales que reclama. No que los reclame en abstracto. Pero eso puede resultar harto embarazoso, porque obliga a probar un aserto que se viene aceptando como principio: que el autogobierno es bueno, que es lo mejor para los ciudadanos. Convendría, de vez en cuando, confrontar un obstinado ¿por qué? ante una afirmación como esa. Más dinero, ¿para qué? ¿Necesita Cataluña más y mejores infraestructuras? Sin duda ¿Significa eso que es la Generalitat la que debe construirlas y, por tanto, patrimonializarlas? ¿Quién ha dicho que los catalanes vayan a estar mejor atendidos por su administración autonómica en todo caso?

Porque la presunción latente en la solicitud continua de mayores recursos es que la administración autonómica ha de crecer, crecer siempre, sin freno, basándonos en su probada utilidad para el conjunto de los ciudadanos.

Y, como muestra, el Carmelo.

jueves, febrero 10, 2005

LOS SUPUESTOS COSTES DEL "NO"

Hoy se publican en prensa varios artículos explicándonos, más que por qué hemos de votar “sí”, por qué no podemos votar “no”. En particular, Ramón Pérez-Maura insiste en la idea, por lo demás muy respetable, de que el centro-derecha español se juega aquí el ser o no ser.

Insisto: la Constitución es, en el mejor de los casos, prescindible. Es cierto que refunde la multitud de Tratados vigentes en uno solo, y eso puede ser bueno, pero no justifica que los jefes de Estado y de Gobierno se presenten como Monnet, Schumann y De Gasperi redivivos.

Se argumenta que Europa no iba a entender un “no”, que se iba a percibir como desagradecimiento por parte de España. Ante esto, hay que responder que, para empezar, no éramos conscientes de que las ayudas europeas crearan un vínculo de eterna servidumbre. Hasta donde yo conozco, España ha hecho –mejor que muchos otros- lo que se debe hacer para justificar el esfuerzo de nuestros socios: invertir bien esas ayudas y lograr acortar la distancia de renta con la media, renta que, en buena medida, se emplea para comprar productos europeos. Pero es que, además, no veo a qué viene esa súbita preocupación por la imagen exterior de España cuando, tras dar un espectáculo poco comprensible después de un atentado terrorista sin precedentes, tenemos un gobierno que ofende a la inteligencia de propios y extraños y lleva una política exterior digna de una república africana (dicho sea sin ánimo de ofender). ¿Es el pueblo el que tiene que poner toda la coherencia?

Se vuelve a insistir en la idea de que no se está plebiscitando a Zapatero, sino votando para otra cosa. Y hay que volver a decir que esa conclusión es tan impecable –es evidente que no plebiscitamos al Esdrújulo- como incierta: el referéndum no puede aislarse de las circunstancias políticas del país, y el que lo convoca, lo sabe. Entre otras cosas, porque el referéndum, la convocatoria, es también un acto de política interior. Y un acto en el que el Gobierno ha demostrado su falta absoluta de respeto por la ciudadanía, arengándola con mensajes idiotas.

¿Y el centro-derecha? Es verdad que el centro-derecha, o sea el PP, puede salir perjudicado. Pero es que eso va a suceder pase lo que pase con el resultado. Si gana el “sí” con un respaldo suficiente, el PSOE capitalizará el éxito –entonces no les resultará tan desagradable la idea de plebiscitar al Esdrújulo-. Si gana el “no”, se producirá la satanización del PP y sus votantes. No hay solución posible. Como, en general, no hay solución posible al eterno problema que parecen querer resolver algunos: cómo hacer que la izquierda española y sus medios de comunicación le perdonen la vida al Partido Popular y le den carta de naturaleza. Sencillamente, de ninguna manera. La izquierda española es guerracivilista por convicción y por sentido de la oportunidad, así que más vale que la derecha procure aislarse mentalmente y actuar en función de sus propios principios.

miércoles, febrero 09, 2005

Y CONDI SIN VENIR

Sucedió lo que tenía que suceder. Al cabo del tiempo, vuelve el Secretario de Estado de EE.UU. y visita a los aliados de siempre, más algunos nuevos. Hasta el próximo rifirrafe, que en ningún caso será tampoco definitivo. Siempre hay algún tarado que, con el ruido de la tangana, va y decide que es el momento de iniciar la lucha por la liberación de los pueblos, de rescatar a los oprimidos y demás. Todo vuelve a la calma, salvo el tonto del grupo, ¿adivinan quién?, que, en lugar de irse a su cuarto para escenificar el enfado, se fue de casa y se dejó las llaves dentro.

Entre las posiciones de Francia –sinónimo de la vieja Europa- y España hay muchas diferencias, como se ve. No hay ninguna coincidencia esencial que nos obligue al pacto de sumisión permanente. Hay múltiples argumentos para demostrar esto pero, por si no bastaran, el curso que toman las relaciones EE.UU.-Francia son un buen ejemplo.

Francia tensa la cuerda hasta donde puede. Hace lo que se puede permitir, ni más ni menos. Se opusieron a la guerra de Irak porque tenían muy buenos motivos para ello –completamente ajenos a la moral, desde luego- y porque usan la escena global para atender también intereses regionales. Por supuesto, siempre estará dispuesta a abandonar eventuales aliados a su suerte. La victoria electoral de George Bush fue el signo evidente de que la cuerda no podía tensarse más. Tocaba volver a las relaciones amistosas. Y así va siendo, no sin colaboración de George W., que sólo es tonto para los progres de medio mundo.

España, por el contrario, ha tensado la cuerda mucho más allá de donde podía. Y, además, donde los demás ven señales de vuelta, los nuestros ven signos de que hay que perseverar en el intento, haciendo lobby procastrista en Bruselas y haciéndonos bolivarianos. Y, claro, Condi no viene.

Ya no nos podemos quejar de mala suerte. Más bien al contrario, las especiales relaciones Aznar-Bush nos habían situado en una posición bastante impropia de nuestra importancia real. Una ocasión para aprovechar, sin duda. Pero no supimos. Nuestros progres han tenido que hacer su cagadita. Antes la causa que cualquier otra consideración.

Lo dicho, y Condi sin venir.

martes, febrero 08, 2005

UN HOMBRE EXCEPCIONAL

El mundo está de nuevo pendiente de la salud del Papa. Parece que se recupera aunque le aguarda una semana más en el Gemelli. En todo caso, no se puede soslayar que se trata de un anciano muy debilitado, acosado por múltiples enfermedades. Se extiende la sensación de que el pontificado podría acabar en cualquier momento.

Dos cosas han saltado de nuevo a la palestra durante estos días de convalecencia. La primera, las especulaciones ante el futuro cónclave y las figuras de los papables –Juan Pablo II ya ha enterrado a bastantes de sus sucesores, todo hay que decirlo-. Es un tanto indecoroso hablar del tema cuando la Sede pontificia no está vacante, ni mucho menos (cuando lo esté, se notará, eso seguro, porque no será fácil llenar el hueco que dejará Wojtyla) pero es difícil evitarlo. Aunque sólo sea por el atractivo que rodea la elección pontificia, el magnetismo que ejerce el rito por el que se provee la Cátedra de San Pedro. Ningún buen aficionado a la política, la diplomacia y las relaciones internacionales, profese la religión que profese, puede sustraerse a los encantos de ese proceso que es política en estado puro. Una asamblea de hombres entre los que casi no hay idiotas –cosa complicada de lograr con medios de selección menos finos que los de la Iglesia- se reúnen para elegir, además de, probablemente, la primera magistratura del mundo en autoridad (el Gran Wyoming tiene que perseverar aún un poco), la cabeza de una organización bimilenaria que sólo goza de mala salud en el imaginario de su vigente generación de detractores. Eso es política. Lo demás, festivales con globos.

La segunda cuestión es la de la posible renuncia del Papa, por razones de salud. Este tema es muy recurrente. Quizá estuviera justificado, o eso creen, esperemos que de buena fe, algunos cardenales. Lo cierto es que no parece compatible con el sentido de la responsabilidad de Juan Pablo II (dicho sea de paso, esta decisión pertenece exclusivamente al Santo Padre).

Esa forma de entender sus deberes es algo que, ciertamente, aleja mucho más al Papa del común de los mortales que sus propias posiciones doctrinales. Es, a mi entender, en esto en lo que Wojtyla se revela como un hombre auténticamente extraordinario. Me imagino que, también, es esto lo que le hace especialmente odioso para algunos. Su absoluta falta de autoindulgencia, su creencia de que su dedicación ha de ser proporcional a la importancia de su magistratura (se sobreentiende que, cuando se llega donde él ha llegado, sencillamente, la magistratura se apodera de su titular). Al parecer, se lo recuerda a menudo a quienes le dicen que debe descansar. Eso es muy cierto... pero es que él es el Papa. Insisto, esto es algo totalmente incomprensible en el mundo contemporáneo –en el que se descansa tras las galas de los Goya-, y desde luego no tiene por qué ser compartido (tengo mis dudas de que el ejemplo no deba cundir en alguna medida), pero si debe ser profundamente respetado.

En una sociedad dominada por la adoración de la belleza y la armonía físicas, el automartirizarse es obsceno –no lo es la autodestrucción en pos de fines distintos del cumplimiento del deber, por lo visto- y, por ello, la visión del Papa resulta insoportable a muchos. El Papa hace de su propia presencia física uno de los vehículos básicos de su magisterio. Transmite una idea del sacrificio y de la responsabilidad en las antípodas del nihilismo contemporáneo.

Es, sin duda, un hombre excepcional. Se comparta o no se comparta lo que diga –conviene, en ocasiones, recordar que el Papa es católico- es una de las grandes figuras de nuestro tiempo. Cuando haya que sustituirle, el Espíritu Santo va a tener que hacer horas extraordinarias.


lunes, febrero 07, 2005

¿UN PAÍS FELIZ?

Mariano Rajoy publicó ayer, en la Tercera de ABC, un bonito artículo explicando cómo ve las cosas él, ahora, en España, lo que es tanto como decir dando cuenta de los motivos de su profunda preocupación.

No se puede sino convenir con don Mariano en lo de la preocupación, ahora bien, yo, al menos, disiento en cuanto a su forma de introducir el problema. Venía Rajoy a decir que España era un país tranquilo, de gente razonablemente satisfecha. Un país del que, de forma muy gráfica, se podría haber dicho que era feliz, a no ser por ETA. Y en medio de esta calma, una serie de acontecimientos desgraciados nos colocan al borde del precipicio: unos fanáticos integristas desencadenan un cambio político que lleva al poder un gobierno débil e Ibarretxe se vuelve loco, o alcanza el paroxismo, según se quiera ver.

Temo que no es tan fácil. Casi nada de lo que ha sucedido ha sucedido por casualidad. Y, si me apuran, habría que decir que afortunadamente, porque nada hay más aterrador que pensar que la fortaleza de los estados puede ser, realmente, tan endeble. No se puede concluir tan fácilmente que el estado, en España, se ha vuelto débil. Concluyamos, más bien, que no era fuerte. En el país feliz de don Mariano anidaban, visibles a quien quisiera ver, casi todos los males que, ahora, nos parecen agigantados.

El PNV, por ejemplo, ha pasado por todas las fases posibles del imaginario político: de un partido demócrata-cristiano a un partido nacionalista moderado a peligro público número uno. Pero lo cierto es que el PNV ha estado siempre ahí, idéntico a sí mismo, con unas credenciales históricas absolutamente impresentables en cualquier democracia que se precie, ateniéndose a la sabia máxima canovista de hacer en cada momento aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible. Han sido las circunstancias las que han cambiado. Fundamentalmente, el ciclo evolutivo de ETA. Hace mucho tiempo que algunos observadores avisaron del autoengaño de parcelar el nacionalismo. El nacionalismo es una comunidad de intereses y objetivos.

El PNV ha sido fetén durante todos los años que los socialistas han compartido con ellos mesa y mantel, ¿no? Pues esos han sido los años en los que, por ejemplo, se ha implantado el actual sistema educativo vasco –algunas veces con consejero socialista-. Un arma mucho más eficaz que la cloratita en el medio y el largo plazo. Hagan la prueba: busquen en cualquier librería del País Vasco un mapa oficial de la comunidad autónoma que incluya únicamente su territorio. Y reflexionen sobre ello.

Tampoco la deriva del catalanismo es casual, y se explica en buena medida por factores similares. Se ha dicho, con razón, que ERC es la herencia de Pujol. Y es, probablemente, cierto. Al gran hombre de estado –ahora le echamos de menos- también le gustaba darse sus licencias demagógicas, sus diadas y sus campañas electorales. Y también le gustaba educar. Claro que los catalanes, cuando hablan de la relación Cataluña-España aún anteponen el tranquilizador “resto de”, que tiene efectos anestésicos. Todo lo demás lo fiamos al viejo mito de que son un pueblo sensato y prudente... y ahí esta Carod, para acreditarlo.

Pero, con todo, el mayor problema ha sido, y sigue siendo, la actitud de la “izquierda intelectual”, de la progresía orgánica para con la cuestión nacional. La izquierda supuestamente pensante no está comprometida con España, no lo ha estado nunca ni lo va a estar. Para ellos, es una realidad odiosa que sólo puede existir como mal menor. Cuando el Esdrújulo enfoca la realidad española como un problema, es porque así lo piensa. Cree, de hoz y coz, que es un problema. Es la famosa cuestión de la “incomodidad” de España. Cualquiera que se sienta incómodo tiene razón, por principio, y el estado debe ser modelado a su gusto para que esa incomodidad desaparezca. El proceso puede continuar hasta que de España quede el asiento en la ONU, es decir, el ectoplasma de la estaticidad en estado puro.

La razón de la tranquilidad a la que aludía don Mariano es, más bien, que hasta ahora no había habido necesidad alguna de apelar a ningún tipo de convicción. Para oponerse a la barbarie etarra, incluso la izquierda española está moralmente bien equipada –bueno, al menos de unos años a esta parte-. Dicho sea de paso, el hecho de que hayan perseverado en su salvajismo muestra que, además de sanguinarios, son imbéciles. Es mucho más fácil enviar una carta invitando a “un proceso de diálogo sin restricciones para solucionar el problema”. Esto último es algo que la izquierda intelectual es incapaz de resistir.

No, don Mariano. No iba todo bien hasta anteayer. Se ha dicho muchas veces y en muchos foros: la democracia española estaba mal terminada y mal asentada. Y así sigue.



domingo, febrero 06, 2005

ZP: UNA BUENA RAZÓN PARA EL "NO"

Una última, e importante, razón para votar “no” en el referéndum del próximo día 20 es... que lo convoca ZP. Ciertamente, no es la única ni la principal, puesto que el texto que se propone atesora deméritos sobrados para devolverlo a los corrales con total tranquilidad de conciencia pero, ¿por qué no decirlo?, ya que convoca el Esdrújulo, el “no” tiene un regusto especial.

Se dice, y suena bien –lo dice hasta Mariano Rajoy- que nada tienen que ver las churras con las merinas o la estulticia del Esdrújulo con la cosa europea. Y así, en abstracto, es verdad. Más aún, si la propuesta fuera otra, buena en sí misma y, por añadidura, beneficiosa para España, quizá no habría razón suficiente para negarle al Esdrújulo una buena tarde de domingo. Pero las cosas no son tan fáciles. Porque quienes así se expresan se centran en la pregunta, como si el referéndum en su conjunto, el proceso, careciera de valor.

¿Alguien está en disposición de asegurar que, dada la mentada independencia, el Gobierno y el partido que lo sostiene no van a capitalizar el resultado si este es beneficioso para sus intereses?

Un eslogan tan imbécil como “los primeros en Europa” –que es tanto como decir, votemos sí “porque sí”- merece una desaprobación rotunda. Y es que, al menos yo, no puedo evitar ver en este referéndum un auténtico símbolo de la forma zapateril de ver y hacer las cosas, la insustancialidad más absoluta. Votar “sí” me haría sentir copartícipe de la actitud ante la vida del tándem ZP-Moratinos. Y es que, efectivamente, ser “los primeros en Europa” (por orden de convocatoria y celebración de plebiscitos) es un fin en sí mismo.

Por si no fuera suficiente con el espectáculo que venimos ofreciendo al mundo desde la malhadada retirada de las tropas de Irak y nuestro deslizamiento general hacia el grupo de los no alineados, se nos invita ahora a que reforcemos mansamente nuestra bien ganada fama de euroentusiastas, es decir, de pueblo absolutamente acrítico y amigo de etiquetas.

En su momento, en el Parlamento de Westminster se comentó como el Congreso español había despachado el tratado de Maastricht en... dos horas. Como puede fácilmente deducirse, no se alababa el europeísmo de los parlamentarios españoles sino que, más bien, se señalaba su absoluta irresponsabilidad. Ahora, en el más difícil todavía, nuestro Gobierno va a demostrar a sus colegas europeos que es capaz de hacer que este pueblo, en cosa de pocas semanas, se trague un tocho como la Constitución europea y vote sí, porque sí.

Es harto conveniente que, de vez en cuando, los pueblos no se comporten tan mansamente (ya sabemos que el Esdrújulo está más que convencido de que el 14 de marzo el pueblo español dio muestras de falta total de mansedumbre, pero otros pensamos que fue más bien todo lo contrario). De esa forma, los gobernantes mantienen un mínimo de respeto.

La primera ministra de Noruega, en 1995, intentó convencer a sus conciudadanos de la conveniencia de incorporarse a la UE, amenazándoles con las siete plagas de Egipto en caso de no hacerlo, sobre todo porque todos sus vecinos escandinavos iban a entrar. Los noruegos dijeron “no” y sólo el tiempo dirá si se equivocaron o acertaron (de momento, parece irles rebién). Claro que la primera ministra –Gro Harlem Brundtland, si la memoria no me falla y no me patina la ortografía, que no es fácil- dimitió ipso facto. Es una especie de convención constitucional en las democracias avanzadas: cuando uno le propone a su pueblo todo un proyecto de vida y su pueblo lo rechaza, es el momento de hacer mutis por el foro. El socialismo español nunca ha sabido nada de convenciones constitucionales ni de actos debidos en democracia, por lo que es muy previsible que no sucediera lo mismo pero, ¿es consciente el Esdrújulo de la trascendencia que tiene, en democracia, preguntar al pueblo?

No cabe llamarse a engaño. Para las consultas técnicas, está el Consejo de Estado. Todo lo demás, conlleva riesgos. Si es que ya lo dice Felipe González.

viernes, febrero 04, 2005

NUESTRA HISTORIA CONSTITUCIONAL

El Esdrújulo proclamó en la tribuna, para contento de Ibarretxe, que la historia constitucional española fue un fracaso, hasta el venturoso 1978. Si pretender disminuir la importancia de la, todavía, vigente Constitución –por cierto, se hace mucho más difícil entender por qué quieren cargársela quienes se deshacen en elogios cada vez que hablan de ella-, eso no deja de ser una exageración, por otra parte muy indicativa del problema existencial de nuestra izquierda: su incapacidad absoluta para asumir con un mínimo de imparcialidad la historia de nuestro país. Porque, aunque según Alfonso Guerra todo lo que sucedió entre Carlos V y el Felipato fue un paréntesis, lo cierto es que hubo vida en la península incluso antes de nacer el Gran Wyoming. Que no se alcanzara antes la cima del talento que éste representa no quiere decir que España fuera un país con el encefalograma plano.

Decir que el constitucionalismo español ha sido un fracaso es peor que una mentira: es una media verdad. Si bien es incuestionable que nuestros textos constitucionales han sido efímeros, parciales, incluso meramente nominales, lo cierto es que el “constitucionalismo” ha sido un éxito, lento, costoso, pero un éxito. Los principios de 1812 llegaron para no marchar jamás. Tardaron doscientos años en imponerse, pero se impusieron (si el Esdrújulo y esa especie de tribalismo con ropajes democráticos que anida en algunas regiones no lo remedian). Los siglos XIX y XX, con avances y retrocesos, están jalonados de hitos en ese proceso, algunos de los cuales no pudieron ser removidos ni siquiera por las dictaduras.

La Constitución de 1978 es nuestro mejor texto constitucional, sin duda –no sé si lo es técnicamente, ni si es un movilizador de conciencias tan poderoso como las de 1812 o 1931, pero es la del consenso- pero no crea la nación española. Ni crea sus libertades, ni crea los principios generales del derecho. Esas libertades han sido conquistas muy costosas, que no deben minusvalorarase porque en ellas no participara el Partido Socialista o porque, de hecho, se lograran a pesar de él.

Este no es el mejor país del mundo, probablemente, ni el ordenamiento español es perfecto, esto seguro. Pero es lo mejor que tenemos y que hemos tenido nunca, y es el sedimento de muchos años. No es la historia de un fracaso enmendado a última hora.

Entiendo que esto sea difícil de aceptar por quienes andan empeñados en arreglar lo que no está roto. Lo malo de la historia es que, cuando alguien te coge la vez, es para siempre. Y creo que la de descubridor de España la debe tener Publio Cornelio Escisión Emiliano, a medias con los Reyes Católicos. Creo que el Esdrújulo llega tarde.

jueves, febrero 03, 2005

ELOGIO DE RAJOY

Cuanto más medito sobre el dichoso debate parlamentario de anteayer, más se me agranda la figura de Mariano Rajoy. Si ya me merecía todo el respeto, empieza a parecerme un tipo francamente admirable.

El discurso de Rajoy fue bueno en sí mismo, pero mucho más por contraste con la inanidad absoluta, la supina estulticia del Esdrújulo, un hombre a todas luces incapaz, por falta de convicciones, de asumir con dignidad el cargo del que está investido.

Rajoy es un hombre inteligente, cultivado, suave en la forma pero contundente en el fondo. Ahora entiendo que la mayor dureza que le piden a veces (pedimos) algunos, es poco compatible con su carácter, sin que ello le reste firmeza. Es elegante por naturaleza. Es, además, un hombre dialogante, en el sentido recto de la palabra y no en la acepción imbécil con la que hoy se maneja.

Qué gran político si hubiera buen país. Y Rajoy no lo tiene. Rajoy es un hombre para el parlamento de Westminster, no para la cutrería infinita de San Jerónimo. Un hombre para democracias enteras y no democracias a medias, como la nuestra. Porque no cabe engañarse, el Esdrújulo está ahí no por casualidad sino porque, para desgracia de muchos, conecta con los más. Conecta con el nihilismo imperante, con el pasotismo, con el pensamiento fofo, con los conceptos vagos, con la exigencia mínima... en la que se mueve la cultura política de los españoles.

La democracia es así. Se puede elegir lo que se quiera. Lo que no cabe es pensar que no somos responsables de ello. Tenemos alternativa. Si no queremos escogerla, es ya nuestro problema.

miércoles, febrero 02, 2005

LECTURA DEL DEBATE

Cuentan los más viejos del lugar que, antaño, cuando San Mamés era verdaderamente La Catedral, los seguidores del Athlétic de Bilbao aplaudían al contrario cuando jugaba bien. Entroncando con esa tradición y dándole al césar lo que es del césar hay que empezar por reconocerle al Lendakari el valor que ayer demostró, enfrentándose en solitario a una Cámara que le dijo cosas no por previsibles menos duras.

Nobleza obliga, y hay que reconocer que el oscuro adlátere de Ardanza ha demostrado ser un político de raza. Llegó, se subió a la tribuna, hizo lo suyo –abrir la campaña electoral vasca- y aguantó siete horas de chaparrón hasta que Manuel Marín, con elegancia, dio la cosa por concluida.

No merece la pena detenerse en el resultado de la votación, obviamente previsible merced al pacto PSOE-PP que, obsérvese la aberración, hubo quien denunció como impresentable y antidemocrático. El hecho de que, con toda probabilidad, en puridad jurídica el debate nunca debiera haberse celebrado tampoco resta interés a lo sucedido. Se oyeron cosas importantes, que trascienden el estrecho marco del Plan Ibarretxe para entrar de lleno en el más amplio debate de la construcción nacional.

Bien, muy bien Rajoy. Mucho más en presidente del gobierno que en jefe de la oposición. Un discurso cuajado de conceptos claros aderezados con fina ironía gallega. Tengo muchas dudas de que Rajoy pueda llegar un día a presidir el Consejo de Ministros, pero ojalá viviéramos en un país en el que eso pudiera ser cierto.

Sorprendente Rubalcaba. Quizá no debería serlo, por cuanto de sus cualidades oratorias no cabe dudar y, al fin y al cabo, no dijo sino lo que hubiera debido esperarse del portavoz socialista. Pero es que, precisamente, una de las características más anormales de la política española en esta hora es que anomalía se ha convertido en regla cuando del PSOE se trata. Confieso que, si el Esdrújulo no hubiera estado ayer en la Cámara, el discurso de Rubalcaba me hubiera resultado hasta tranquilizador.

Poco que decir sobre la patulea de grupos minoritarios, acostumbrados ya, como nos tienen, al espectáculo continuo. Entre la debacle intelectual que representa Izquierda Unida y el continuo arrimar al ascua su sardina de los nacionalistas-regionalistas, llegan a hacerse insufribles.

La conclusión del debate, en fin, es que no podemos salir reconfortados. Ya se encargó la inanidad absoluta del Esdrújulo –subrayada tanto por la firmeza de su principal, y quizá único leal, opositor como por la mayoría de los aspectos de las dos intervenciones de su propio portavoz- de desconsolarnos. ZP dio muestras de su oposición al Plan Ibarretxe, sí, pero también de su transaccionismo y de su falta de claridad de ideas. Su turno de réplica fue un monumento al nihilismo y la confusión. Vino a decir que carece de sentido enredarse en discusiones sobre soberanía y autonomía porque, al cabo, todo es igual y da lo mismo. Y eso es pasarse la Constitución y la doctrina del Constitucional por el arco del triunfo. El Esdrújulo dijo ayer cosas que le atarán para mucho tiempo.

Aún no tenemos claro qué ocurrió ayer, más allá de lo obvio, pero es evidente que algo ocurrió. Una mayoría de la Cámara ha decidido que el modelo de estado que conocemos ha de ser reformado. Y lo aterrador es que, de las palabras del representante del principal grupo del Congreso se deduce que esa reforma es un fin en sí misma. Y, además, esa reforma se va a operar mediante medios que permiten prescindir del principal grupo de la oposición, a través de los estatutos de autonomía.

El Esdrújulo dijo ayer que él era un “optimista antropológico”. Menos mal que él es optimista, porque los demás, al menos algunos, estamos lo que se dice inquietos. Definió también nuestra historia constitucional –salvo los últimos 25 años- como un fracaso. ¿Es eso cierto? A mi entender no, o sólo parcialmente. No es verdad que los últimos doscientos años de historia de España –que eso es lo que hemos de entender como historia constitucional o constitucionalismo- hayan sido un fracaso sin paliativos. Y no es bueno que el presidente del Gobierno se alinee con quienes así piensan.

Vamos a acometer el empeño más absurdo, ahora sí, de la historia constitucional europea: vamos a intentar arreglar lo que no está estropeado. A la mayor gloria de Ibarretxe. Lo dicho: aplausos.

martes, febrero 01, 2005

ZP Y LA TERCERA VÍA

Según dicen los periódicos, el Esdrújulo subirá esta tarde a la tribuna de la Carrera de San Jerónimo a ofrecer, en el seno de un debate que, en puridad jurídica, nunca debió celebrarse, una “tercera vía” a un Lendakari que va a lograr algo que ni en sus mejores sueños debió pensar: presentarse en las Cortes cual emisario de una república extranjera.

El Esdrújulo es muy libre de hacer lo que quiera, que para eso está investido de toda la legitimidad del mundo, pero, si es cierto lo que se dice –y motivos sobrados hay para pensar que lo es-, cometerá, terminará de cometer, más bien, un craso error. Lo de buscar algo intermedio entre la supuesta intransigencia del PP y el rupturismo –la cara dura, más bien, porque, en efecto, como dice el Lendakari, su proyecto no es de “ruptura”, en realidad es una tomadura de pelo- nacionalista suena bien, suena a diálogo y tal, y por eso mismo va como anillo al dedo a este Presidente de los gestos vanos. Es, además, un acto debido, la primera escena de un proceso que deberá llevarnos mansamente al momento culminante de esta legislatura: al debate del estatuto de Cataluña, del que el asunto vasco no es más que un entremés.

¿Por qué pienso que esta forma de actuar, aunque pueda dar réditos a corto plazo (esto es, distinguir nítidamente del PP) es un error –bueno, un error que, bien manejado, puede pagar otro, lo que le da tintes de estafa-? Al menos por tres razones:

En primer lugar, porque es muy difícil, en términos prácticos, desarrollar nuevos estatutos que, “dentro de la Constitución”, otorguen más autonomía a los entes territoriales sin desarbolar al Estado ya del todo. Y el Estado, la administración central, es, no se olvide, la pieza básica del entramado, porque es la que garantiza el principio de igualdad, anterior y más fundamental que el derecho a la autonomía.

En segundo lugar, porque no es solución del problema. El Esdrújulo parece olvidar que no es sólo que los nacionalistas estén descontentos con nosotros (el resto de los mortales, quiero decir), es que también los demás estamos descontentos con ellos. ¿Por qué piensa el Esdrújulo que iban a ser más leales al nuevo marco que al actual? Lo ha dicho el propio Maragall: la construcción del estado en España, si de él depende, va a ser una tarea eterna, cual los trabajos de Sísifo. A veces parece ignorarse que negociar con los nacionalistas no es como hacerlo, digamos, con los sindicatos sobre las pensiones. Los sindicatos saben que tienen que ceder algo, saben que la virtud está en el medio y que todo proceso negociador, por definición, implica terminar en algún punto entre los programas máximos de las partes. Los nacionalistas, como todos los fundamentalistas (terroristas incluidos) no operan de ese modo. Sólo conciben la negociación como herramienta coyuntural. No ceden en la reivindicación, sino que sólo la aplazan. Entre otras cosas porque la reivindicación permanente es su ser mismo.

Y en tercer lugar, porque la estabilidad es un valor en sí misma. Porque no hay ninguna razón real para acometer ningún cambio. La gente no está interesada en cambios del marco constitucional (estatutos incluidos). Es un debate completamente artificial.

Es el momento de ser firmes. Es, sobre todo, la progresía la que tiene un problema. No el país. No quieren pasar por intolerantes, bajo ningún concepto. Así les pidan la luna. Y están dispuestos a hacer cualquier cosa, lo que sea, con tal de que no les digan que dialogan poco. Alguien debería recordarles que el diálogo es un medio, no un fin en sí mismo.

Lo dicho, la cosa pinta mal. Y no precisamente por Ibarretxe, que éste no es más que una anécdota.