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lunes, enero 31, 2005

SAMPIETRO Y LA "EXCEPCIÓN CULTURAL"

La gala transcurrió conforme a lo previsto. En paz y sin alharacas, como corresponde al primer año triunfal.

También el discurso de Mercedes Sampietro –cuya inquina contra las libertades solo es parangonable con su gran talento como actriz- se ajustó punto por punto a lo que cabía prever. En efecto, nada de autocrítica. El cine español padece un complot judeomasónico que no cesa. Ya no basta con el diezmo habitual, es preciso que, además, se limite la competencia. Hace falta la “excepción cultural”.

Haríamos bien en irnos enterando y empezar a ver películas españolas a troche y moche porque, en caso contrario, me temo que nuestros creadores se van a ver obligados a pedir el auxilio de la fuerza pública, para que nos conduzca a las salas de grado o por la fuerza. Y es que somos contumaces.

La “excepción cultural” quiere decir que deben hacerse cosas como reservar cuotas de pantalla al cine español o prohibir los doblajes. Algún lumbreras ha concluido que, si en la Gran Vía los cines sólo ponen películas españolas, pues la gente las verá. El lumbreras no considera, simplemente, la eventualidad de que la gente deje de ir al cine.

La “excepción cultural” es una de las formas más execrables de proteccionismo, porque potencia algo tan insano como la endogamia y el ombliguismo. Se practica sólo en Francia, que es el único país en el que la mafia cultureta está, incluso, mejor organizada que aquí. Por supuesto, cuanto más se protejan, peores serán las películas, aunque parezca difícil que personajes como Willy Toledo pierdan algo de la poca calidad interpretativa que tienen. Por cierto, la “excepción cultural” ¿alcanzaría a todo el cine extranjero, sólo al americano o sólo al americano que no se presente al festival de Sundance?

Muy bien el canto contra la piratería. Muy bien, sí señor. Muy bien esa defensa de los derechos de autor... por parte de quienes encuentran de lo más fetén a los ocupas y todo tipo de prácticas atentatorias contra los bienes ajenos. Lo dicho, como siempre, está bien el comunismo... pero la vaca es mía.

La presencia del Esdrújulo ayer entre el público –prefirió ir a los Goya antes que al Foro de Davos, y eso lo dice todo del personaje- hace albergar todo tipo de grandes esperanzas. Casi seguro que habrá “excepción cultural”, incluso puede que el cine español sea obligatorio en los colegios. Lo que puede que deje de haber, del todo, son espectadores.

domingo, enero 30, 2005

MÁS SOBRE EL CINE

La ministra de cultura debería reprender severamente a Alejandro Amenábar y a algunos otros cineastas más. ¿Por qué? Pues porque tiran por tierra las invectivas políticas de CC y, de hecho, hacen crujir el cuento chino sobre el que está montado el cine español, en general.

Y es que el espectador patrio, dicen nuestros quejosos, influido por el PP, rechaza el cine español pero, mire usted por donde, no distribuye homogéneamente su desprecio (alguno dirá que, además de fachas, incoherentes), sino que tiende a concentrarlo... en las peores películas, o en las más intrascendentes.

El público español, aun el que vota al PP, es capaz de reconocer el gran actor que hay, por ejemplo, en Javier Bardem, que suele contar sus películas por éxitos, y es capaz, también, de aceptar temas polémicos, como el abordado en “Maradentro”. Es capaz, en fin, de agradecer a Amenábar su trabajo y respetar su punto de vista. Y, como a él, a otros. Los productores pueden poner sus duros con confianza y apostar por ellos. No necesitan a CC para nada.

Pero esta sencilla reflexión, por lo demás obvia, deja al resto de apesebrados en mal lugar. A todos los caraduras que viven del presupuesto y se autodenominan empresarios –eso es un productor de cine, no un mecenas-.

Parece que el Esdrújulo va a honrar con su presencia la gala de turno. Él sabrá y ellos sabrán. Prometerá más dinero y un trato digno a la cultura –a la cultura-PSOE, claro-. Pues que sigan haciendo películas para satisfacer al Esdrújulo y a CC, que sigan insultando a la inteligencia, que ya se encargará el público de que tampoco los números de 2005 sean los esperados.

En el fondo, los ayes pasan enseguida. El Esdrújulo les va a dejar muy tranquilos: por malas que sean las películas que hagan, ahí está él, para garantizarles el derecho a seguir vampirizando el bolsillo de los españoles, que no le merecen a nadie ningún respeto.

sábado, enero 29, 2005

EL "NO" Y EL EUROPEÍSMO

Están corriendo dos especies sobre el "no" a la Constitución Europea que, desde mi punto de vista, resultan inadmisibles, por simplistas e injustas. Aunque ya se ha puesto coto a ellas en varios medios independientes, como apologista convencido del “no” el 20F, creo que debo dar mi opinión.

La primera de esas especies, viejo recurso, consiste en poner en duda el europeísmo de quienes vamos a votar “no”, arrogándose todo el entusiasmo por el proyecto en el campo del “sí”. Eso, con carácter general, es totalmente incierto. Baste que los proponentes abusen del lenguaje hasta el extremo de denominar “Constitución” al tratado (obsérvese el giro lingüístico del propio título, por el que se “establece” una constitución), como para que, encima, se autotitulen defensores exclusivos del europeísmo. Hasta ahí podíamos llegar.

Entre los partidarios del “no” hay muchos europeístas, uno de ellos quien esto escribe, si por europeístas hemos de entender gente comprometida con la idea de una Europa unida. Pero Europa puede construirse de muchas maneras. Mal pueden apelar al compromiso quienes, a conciencia, han decido omitir cualquier símbolo de identidad del texto del Tratado. Pedirnos que nos comprometamos con esto es como pedirnos compromiso con la OCM del aceite de oliva, pongamos por caso.

Ojalá tuviéramos una fórmula menos ambigua de protestar que un “no” sin matices en un referéndum. Pero no la tenemos. No nos la conceden. Insisto, no es un “no” a Europa. Es un “no” a la Europa del pensamiento débil, a la Europa sin carácter, que sólo sabe eludir los problemas y no afrontarlos. Un “no” a la Europa que no honra los pactos ni las memorias, un “no” a la Europa de los progres y los socialistas de todos los partidos, un “no” a la Europa del déficit público desbocado, un “no” a la Europa que prefiere presentarse a sí misma como un invento de tecnócratas antes que como hija de romanos, griegos... y cristianos.

Europa, o lo que queda de ella, me gusta como es, políticamente incorrecta. No me la limpien, de verdad, que no hace falta. Arrastra tanta mierda en su historia como el Danubio o el Rin. Pero sobre esos ríos se tienden puentes hermosos y sobre ellos se cierne la sombra de abadías centenarias. Sus castillos no se erigieron para ser visitados por turistas japoneses, sus juderías no se construyeron para ser paseadas y sus cementerios no se llenaron sólo por el tifus y la disentería. Pero aquí estamos. Y hasta aquí nos trajeron Santo Tomás, Cervantes, Voltaire y Galileo, no Giscard D’Estaing. ¿No merecían una mención, siquiera colectiva e indirecta en el frontispicio de un pretendido texto constitucional? ¿Era ese bodrio lo que monsieur Giscard quería que los niños aprendieran de memoria –quizá monsieur Giscard debería saber que, en muchos sitios de Europa, la memoria está ya proscrita como medio de aprendizaje-?

La segunda cuestión es esa idea de que el “no” está tiznado por los partidos antisistema, como ERC. Seguro que ERC aboga por el “no” desde claves distintas a las mías, y ya he dicho que los monosílabos son de una parquedad lamentable, pero no veo razón para cambiar el sentido de mi voto porque vaya a coincidir con ellos. Al fin y al cabo, si votara “sí” coincidiría con el PNV, lo cual casi me hace menos gracia. Quizá sea oportuno recordar esta inconveniencia de alinearse con ERC cuando se voten los próximos presupuestos.

Lo dicho: argumentos un poco más sofisticados, por favor.

VOTA NO

viernes, enero 28, 2005

ATRAPADOS POR LA CORRECCIÓN POLÍTICA

Sucedió, una vez más, en ese gran programa de televisión que es El Debate de Isabel San Sebastián –o de Telemadrid, que tanto monta y, por cierto, hay que retar a tanto pluralista de opereta en TVE a que ponga algo así en la Primera: un debate donde gente con opiniones distintas pueda decir lo que quiera, y no remedos del tres al cuarto pretendidamente ingeniosos con intervenciones tasadas, dirigidos por émulos de Iñaki Gabilondo-. Alfonso Rojo hizo una afirmación provocativa, una de esas que merece realmente la pena discutir y que prueban que Rojo es una persona que merece la pena invitar: “Islam y democracia son incompatibles”. Automáticamente, saltó Trini como un resorte: “no, en todo caso, fundamentalismo islámico”. Cuando Rojo preguntó si conocía algún país musulmán y democrático, tras el obvio ejemplo de Turquía –en la raya y soplado por Gustavo de Arístegui que, buen conocedor del tema, tampoco se atrevió a contradecir del todo a Rojo- no se le ocurrió citar más que a Marruecos (claro, esto es cuestión de perspectiva, si eres Elena Benarroch, Felipe González o, supongo, la propia Trini, Marruecos es el paraíso de los derechos pero, si eres marroquí, andas algo más fastidiado).

La afirmación de Rojo es discutible, matizable, controvertida... en fin. Pero no es esto lo que me interesa. Lo que me llamó la atención es cómo Trini –y conste que no traigo a colación al personaje por nada en particular, sino como representante modélica de una categoría- recurrió ipso facto al cliché políticamente correcto. Conste que no estaba haciendo una declaración oficial, ni estaba ligada por cortesía diplomática alguna, sino en un ejercicio intelectual, en un debate. De hecho, el propio Moratinos, siempre donde no debe, es mucho más asertivo, dónde va a parar.

Esto no es una anécdota. Es muy grave, porque confirma la impresión de que lo políticamente correcto no es la superficie del pensamiento de izquierdas, es todo el pensamiento de izquierdas (también buena parte del de derechas, ojo, éste autodenominado "centro"). No es la punta del iceberg, es que no hay iceberg. Es preocupante comprobar que los estrategas del Esdrújulo, los que, pretendidamente, inspiran sus políticas u ocupan los cargos de reflexión cerca de él, o son una banda de sectarios sin otro norte en la vida que “no ser derechas” o son abogados de un pensamiento amorfo, sin una sola idea clara.

Es aterrador y, por desgracia, muy común en esta Europa de nuestros pecados. No es que nuestros políticos oculten las respuestas, es que no tienen respuestas. Afrontan la realidad con media docena de frases hechas que ni ellos mismos pueden creerse. ¿Es posible que todo el discurso para dirigir un país pueda basarse en media docena corta de palabras-comodín (diálogo, talante, flexibilidad, solidaridad –bueno, perdón: fléxibilidad y sólidaridad-...)? ¿Es posible que lo de la “alianza de civilizaciones” no sea sólo un salir del paso, sino todo lo que hay? Pues sí, lo es.

Hayek decía que el adjetivo “social” además de no significar nada en sí mismo, vaciaba de significado todo sustantivo al que calificaba (economía, política, clase...). El discurso políticamente correcto está cuajado de marcadores similares, capaces de vaciar de sentido alguno no ya palabras, sino párrafos, libros enteros.

No es extraño, pues, que la gente desconfíe de la política y de los políticos. No cabe llamarse a engaño. La realidad es la que es, y cuando los ciudadanos se vuelven al político en busca de respuestas, sólo obtiene frases hechas, naderías. Las respuestas de un pensamiento inútil, con todas las frases en futuro.

jueves, enero 27, 2005

MÁS SOBRE EL CINE

Carmen Calvo, nuestra ministra de cultura, con su inspiración habitual, ha encontrado la razón de la profunda crisis del cine español. La culpa es del PP, que instiga a las masas contra nuestros creadores y contra la “gente de la cultura”. Bueno, al menos es al PP en general, y no a Aznar en particular, lo que ya es un avance, que por algo CC es ministra de cultura.

Sería un consuelo. Además, es de lo más sugerente. Sentirse perseguido por la derechona, y tal. Es lo mejor, una especie de clandestinidad subvencionada, lo mejor de los dos mundos. Pero me temo que no. Me temo que la gente no va a ver sus películas porque se aburre de solemnidad con sus pedantadas y su monotemática obsesión. Recuerdo que una vez oí decir a Vicente Aranda que “detestaba el cine de palomitas”. Nunca una frase definió mejor a un tipo. No tiene ni puta idea de lo que es el cine ni de lo que ha sido y lo que es peor... no le importa. Él es un genio porque así le parió su madre, no porque se haya hinchado a ver películas de John Ford. Y como él, la mayoría de los genios subvencionados por CC y, mal que nos pese, todos sus predecesores en el cargo.

Por otra parte, y si el PP hubiera llamado al personal a no ir al cine, ¿qué? Al fin y al cabo, el PP fue el blanco de sus iras. Incluso hicieron el documental ese del “Hay motivo”, el que vieron unas quinientas personas, con la sana intención de terminar con la dictadura del PP, ¿no? Pues resulta que al PP, fíjate tú, le votan unos diez millones de personas que no disfrutan, precisamente, cuando se les llama “fascista” y otras lindezas por el estilo.

Volvemos a lo de siempre: la gente del cine (de la cultura, como dicen ellos) espera, como toda la izquierda, que el hecho de que ellos se alineen, no ya con un partido político y su porción de la sociedad, sino contra otro y la suya no puede tener absolutamente ningún coste. La razón está de su lado, los demás hemos de aceptarlo, y punto. Y, por supuesto, seguir transfiriéndoles puntualmente parte de nuestros impuestos, para que nuestra cultura no desaparezca. En este caso, todo ha de perdonárseles en razón de su inmenso talento, supongo.

No sé bien si son sectarios de puro mediocres, o son mediocres de puro sectarios. Pero ambas cosas lo son, seguro.



QUIJOTADAS DEL LENDAKARI

El derecho, sobre todo el antiguo –anterior a que el Congreso decidiera prescindir de los correctores de estilo, confiado en exclusiva a la infinita sapiencia de sus señorías- es bastante racional y lógico. En consecuencia, si uno empieza por hacer lo que no debe, raramente se llega a un resultado satisfactorio. Así, por ejemplo, si se da trámite de reforma estatutaria a lo que, en rigor, es una propuesta de reforma constitucional, lo normal es que surjan problemas.

No afirmo, ni mucho menos, que el PNV tenga razón –sí constato que quienes odian la Constitución se la saben bastante bien, e incluso se dejan asesorar por algún padre de la misma-, sólo digo que el gobierno del Esdrújulo y sus huestes hicieron lo que no debían, confundiendo, como siempre, churras con merinas, no rechazando de plano el dichoso plan Ibarretxe en la misma puerta del Congreso (dicho sea de paso, ha pasado inadvertida una de las declaraciones más curiosas del Esdrújulo en los últimos tiempos, cuando le dijo a Rajoy que a ninguno de ellos, sólo al Tribunal Constitucional, le correspondía juzgar la constitucionaldad de un texto – o sea, el Esdrújulo piensa que ni al Presidente del Gobierno ni al Jefe de la Oposición compete opinar sobre el tema... pues, apaga y vámonos). La seguridad de que algo se ha hecho mal se une, para producir mucha intranquilidad, a la poca confianza que, hoy por hoy, inspira el Alto Tribunal, si es que la inspiró alguna vez. Malamente puede interpretar el artículo 151 quien no tiene muy claro qué significa el 2, o lo considera cosa de menor entidad.

Por cierto, qué poema la cara de Juan Pedro Valentín anoche, cuando entrevistaba al Lendakari. Y no es para menos. El tipo repitió hasta la saciedad su tesis del “respeto mutuo”. Llegó a afirmar algo tan políticamente correcto como que: “ni el Parlamento Español puede imponerse al Parlamento Vasco, ni el Parlamento Vasco puede imponerse al Parlamento Español” (aparte, por supuesto, de la continua reiteración de las referencias a las instituciones “españolas”, subrayando siempre ese carácter de ajenidad que el nacionalismo vasco otorga a todo lo que viene de Miranda al Sur). Seguro que más de un progre pica. Seguro. Seguro que no se pueden resistir a la idea de “diálogo” (y es que cuando los progres oyen “diálogo” o “democracia” o cualquier palabra-comodín, sienten algo así como la atracción de Ulises por las sirenas – si les dejas, se tiran al mar, ¡que se lo digan a Trini, que ayer dijo, nada más y nada menos, que Marruecos empezaba a ser un ejemplo de compatibilidad entre Islam y democracia!).

Lo de esta gente tiene un nombre: es quijotesco. No por lo noble del empeño, sino por lo lunáticos que son. Al igual que el bueno de don Alonso daba carta de naturaleza a sus invenciones y obraba en consecuencia, los nacionalistas vascos se inventan una realidad jurídico-política ajena a la común... ¡y se encabronan con todo aquel que insiste en que son molinos! Al Lendakari el faltó, anoche, llamar “felón” a Valentín por la insistencia con la que se empeñaba en recordarle que su Plan –él lo llama el Plan de la sociedad vasca- chocaba con la Constitución.

Seguro, seguro que el sabio Frestón, aquél que por celos cambiaba los gigantes en molinos justo cuando Don Quijote los acometía (con el consiguiente bataneo)... era maketo.

miércoles, enero 26, 2005

CHOCANTES REACCIONES

La desfachatez de la izquierda en este país es de tal calibre que uno llega verdaderamente a preguntarse si no habrá sincero convencimiento en lo que dicen, es decir, si realmente se creen que es que todo el que no piense como ellos tiene, necesariamente, que callarse y aguantar.

Lo que sucedió el otro día con Bono y compañía es buena muestra de ello. Por lo visto, que el personal trate salvajemente a los representantes del PP es una, si no legítima, sí comprensible muestra de rechazo a las políticas de Aznar, pero, que suceda lo contrario es una muestra intolerable y, sobre todo, inexplicable de bajeza moral.

Convengo en que lo que sucedió fue intolerable –a condición de que estemos de acuerdo en que lo que se hizo en su día contra el PP y sus sedes lo era igualmente- pero, ¿inexplicable?, mejor, ¿imprevisible? Entiendo que, si la izquierda concediera a la derecha, cuando menos, el mismo nivel de derechos que se arroga a sí misma, quizá hubiera habido mayor presencia policial, puesto que cabe suponer que, si el gobierno de la nación fuese de signo contrario y dictara políticas de parecido consenso social, sucederían las “comprensibles” reacciones.

Algunos medios han invocado, incluso, la palabra tabú: “extrema derecha”. No sé si hay elementos de extrema derecha en España –obviando a la Federación Nacional de Excombatientes, que están ya para sopitas y buen vino, y los grupúsculos de toda suerte que pululan entre los cientos de partidos registrados- pero, si los hay, ¿qué? Me gustaría saber por qué extraña razón es intolerable que exista la extrema derecha cuando existe el mundo abertzale (además de análogos grupúsculos de interesante denominación, por el lado contrario), con un partido ilegalizado por más señas, campando por sus respetos y, al parecer, con derecho de interlocución con el Ejecutivo. ¿No son simpáticos? La verdad es que no, como tanta otra gente.

Vuelvo a lo mismo, la reacción de nuestros chicos ante el encabronamiento de parte de la derecha es, como mínimo, chocante. No se lo pueden creer. Me acuerdo de la cara de imbécil con que Almodóvar musitaba sus disculpas –que, parece, los tribunales entendieron suficientes- por haber acusado al gobierno Aznar de preparar un golpe de estado. Y es que él no pretendía ofender a nadie. No se podía, realmente, creer que llames “fascista” a alguien que es derechas y no se aguante. Al fin y al cabo, es lo que él lleva haciendo toda la vida. A mayor abundamiento, el propio ministro de Exteriores vino a confirmar que llamar “golpista” a la derecha no es para tanto. Deben entender que es un epíteto, pero no una ofensa.

O sea, que la derecha es inherentemente golpista, antidemocrática, “extrema” toda ella... y, claro, así es lógico que uno considere que los períodos en los que gobierna son períodos de gran anormalidad. Cuando las cosas son normales, o sea, cuando gobierna la izquierda, procede estar calladitos, ¿no?

Si, al menos, no pretendieran dar continuamente lecciones de tolerancia, se llevaría mejor.


martes, enero 25, 2005

ZAPATERO, EL ESDRÚJULO

Seguro que se han percatado ustedes, porque ha llamado la atención hasta de alguien tan poco sospechoso de imparcialidad como Álex Grijelmo, que menciona –sin referencia nominativa- el asunto en su último libro. Es curiosa la tendencia de ZP hacia la esdrujulización.

El Presidente tiende a convertir en esdrújula toda palabra de más de tres sílabas que sale por su boca –que son muchas, puesto que la ampulosidad general del lenguaje políticamente correcto pare polisílabos sin parar-. Observen, observen, verán cómo, en la prosodia zapateril, los acentos tienden a desplazarse hacia el principio de las palabras. Es una tendencia muy notable porque, como casi todo el mundo sabe, el español es una lengua predominantemente llana y, por añadidura, las excepciones tienden más a producir palabras agudas que esdrújulas. Así pues, Zapatero I, el Esdrújulo, sería el título con el que nuestro ZP podría pasar a la historia.

Y es que lo de la progresía con el idioma viene de lejos. Comprendo que les tiene que resultar desesperante, porque no hay cosa más propia de la sociedad civil, más inmune al BOE, que la lengua. La lengua está hecha de conceptos contingentes, sí, pero de una contingencia distinta de la que a ZP le gusta. Creo que la RAE le ha venido a recordar que, por mucho que se ponga, el ayuntamiento de dos homosexuales, de hecho o de derecho, será de todo menos un “matrimonio”, por la misma razón que, por más que se empeñen, la bella ciudad catalana se llama “Lérida”, en español. ¿Por qué? Pues, volviendo a Grijelmo, porque así lo ha querido el genio del idioma, que sigue sus leyes propias, ajenas completamente a los deseos del político.

En la calle sigue habiendo ciegos, pisos, mendigos, maricas, chulos y negros, aunque en el BOE sólo existan discapacitados visuales, soluciones habitacionales, gente sin domicilio conocido, homosexuales, proxenetas y gente de color. No hay en ello nada ofensivo. Es sólo que el español se sigue hablando en España, o casi, mientras la LOGSE no surta todos sus efectos y los nacionalismos no proscriban el castellano del todo en sus territorios. Por lo mismo, la acentuación sigue siendo la de toda la vida, la que heredamos del padre Latín con algunas variaciones debidas a tanto hozar con godos, árabes, ingleses, franceses, italianos o indios caribes, entre otros.

Más que la cara, que también, la lengua sí que es el espejo del alma. Pues eso, que nos tocó un esdrújulo. Con eso lo decimos todo.

lunes, enero 24, 2005

¿ESTATUTO O MUTACIÓN CONSTITUCIONAL?

Victoria Prego nos lo recordaba el domingo pasado y, al menos algunos, hace mucho que somos conscientes de ello. El desafío de verdad no va a venir del País Vasco, sino de Cataluña. Hay que reconocer que los muchachos de Euskadi tienen una ventaja: son tan brutos que se descalifican por sí mismos, hasta un punto que ni el mismísimo ZP puede hacerles una carantoña, con lo que a él le gusta. Los catalanes son más finos. Lo han sido siempre. Dime cómo pasas el fin de semana y te diré quién eres, ¿vas a la ópera o cortas troncos?

Bromas aparte, la cosa tiene su miga. Los constitucionalistas hablan de “mutación constitucional” cuando, sin alteración del texto de la norma fundamental, se producen cambios tan de calado en su aplicación práctica que, de hecho, el régimen deja de ser el mismo. Ése es, precisamente, el riesgo que puede comportar el nuevo estatut, sobre todo si, como argumentaba Prego y, por desgracia, van corroborando los hechos, cunde el ejemplo por otras comunidades autónomas –y aquí sí que no hay distinción, por paradójico que parezca, que en el ajo están la Andalucía de Manolo Chaves, las Baleares de Matas y, pásmense, la Galicia de don Manuel-.

Mutaciones constitucionales en España ya las ha habido. La LOAPA supuso una. El estado autonómico que hoy conocemos no estaba, casi seguro, en la cabeza del constituyente. España no iba a ser un estado funcionalmente federal. Pero lo es. Por la simple vía del acceso a la autonomía de todos sus territorios, sin excepción, y la práctica generalizada de la igualación de techos competenciales. Cataluña puede llevarnos, en otro pasito más, hacia un sistema confederal.

He sostenido en otros momentos que la unidad lleva en sí la identidad. Es decir, el mantenimiento de la unidad de España exige que España sea reconocible en su contenido esencial. He ahí la trampa de Maragall y, de paso, la trampa de ZP con su cheque en blanco. No se puede aceptar a priori cualquier cosa que venga del Parlamento de Cataluña, ni de ningún otro parlamento autonómico, ni aun en el supuesto de que sea impecablemente constitucional, al menos en la forma. El Sr. Bargalló reconocía el otro día, sin empacho, que la generalización del régimen de financiación vasco-navarro equivalía, de hecho, a la destrucción del estado. El Sr. Bargalló sabe lo que dice, y sabe también que no ir de batasuno trae mejores réditos que lo contrario.

Lo lamentable del asunto es que el desatino vasco hace que el respeto nominal a la constitución –el acatamiento- nos parezca ya el mismo cielo de la estabilidad política. No, no lo es. El Estado no funciona sin unos mínimos de lealtad constitucional, que también son exigibles. Como en el matrimonio, no basta la mera convivencia. Hace falta affectio maritalis. La situación es tan terrible que estamos dispuestos a poner medallas a todo aquel que, simplemente, no venga insultando.

Y no, no es eso.

IDEAS PARA LA REFORMA CONSTITUCIONAL

Siempre que se habla de reformar la Constitución, parece darse por sentado que la reforma deberá dar lugar a una profundización en el modelo existente. Más aún, o bien la reforma de la Constitución se plantea al estilo ZP, o sea, “reformo por reformar para que veáis que reformo y que Aznar no reformaba (qué progre soy y qué talante tengo...), y busco cuatro cosillas intrascendentes” o bien se trata de cargarse la unidad nacional a toda costa.

Pues bien, lo cierto es que no sólo los nacionalistas están descontentos –en realidad, nadie está del todo contento, pero no todo el mundo es tan infantil como para dar la matraca con el tema durante treinta años- y, si se puede pedir, yo también me apuntaría, pero a lo siguiente:

Primero: reforma del Título Primero, para colocar el derecho a la propiedad donde legítimamente le corresponde: entre los derechos de más alto grado de protección. Elevación del derecho a un sistema tributario justo y respetuoso con el derecho de los ciudadanos al producto de su trabajo al rango de derecho fundamental. Rebaja de los requisitos exigidos a la iniciativa legislativa popular. Constitucionalización del principio de subsidiariedad del Estado respecto a la iniciativa privada.

Segundo: cierre del Título Octavo. Las competencia de las CCAA deben quedar, como conjunto de numerus clausus, en su estado actual, salvo lo propuesto más adelante. Todas las demás competencias han de serlo, por defecto, del Estado. Prohibición de ulteriores delegaciones. Aprobación y reformas de estatutos con mayorías de dos tercios de las Cortes.

Tercero: avocación por el Estado de las competencias de fijación del currículo y contenidos mínimos en todos los niveles de enseñanza. En particular, sólo el Estado debería estar capacitado para otorgar grados académicos –elemental, secundario y superior- mediante exámenes nacionales. En particular, el Estado asegurará el efectivo cumplimiento del deber constitucional de conocer la lengua castellana. En su función de Alta Inspección, el Estado cuidará de que los conocimientos transmitidos a los escolares sean rigurosamente ajustados al espíritu y la letra de la Constitución.

Cuarto: supresión del Senado y elección del Congreso en distrito único. Aplicación del límite del 5 % a nivel nacional. Creación de un consejo de comunidades autónomas, con carácter consultivo y sin competencias legislativas.

Quinto: replanteamiento de las funciones jurisdiccionales del Tribunal Constitucional. Reforzamiento del Supremo como instancia última y ápice de la pirámide judicial.

Sexto: extensión de la protección del artículo 168 a todo el Texto Constitucional, a excepción de los supuestos en los que la Constitución deba modificarse para adaptarse a un tratado internacional, supuestos que, en todo caso, deberían exigir un referéndum consultivo a la nación.

Otro día sugeriré más reformas. Ah, y para que se vea que no soy maximalista, estoy dispuesto a no pedir la república, de momento. Y es que todos tenemos lista de la compra...


domingo, enero 23, 2005

MEJOR NO SEMBRAR VIENTOS

Vaya por delante que las agresiones de que fueron objeto ayer los representantes del PSOE en la manifestación de apoyo a las víctimas del terrorismo son absolutamente condenables. Máxime cuando se dirigen contra aquellos socialistas que, además de haber tenido la decencia de ir a dar la cara, se vienen distinguiendo por disentir en mitad de esa sopa pastosa de pensamiento fofo que es el socialismo español.

Estoy seguro, por otro lado, de que los medios de comunicación afines al ejecutivo serán tan contundentes en la condena de estos hechos como tibios estuvieron a la hora de rechazar los ataques de que fueron objeto los representantes del PP o las sedes de ese partido en momentos señalados del pasado reciente. Unos y otros sucesos son exactamente iguales: manifestaciones incontroladas de rabia totalmente fuera de lugar en un ambiente democrático, tanto más cuando se trataba de honrar la memoria de quienes, precisamente, cayeron víctimas de la más execrable violencia.

Pero lo cierto es que, quien siembra vientos, recoge tempestades. Resulta paradójico que quienes se mostraron tan comprensivos con la ira del pueblo cuando este se sentía ignorado, o cuando clamaba por la verdad en las calles, se sorprendan ahora ante la oleada de indignación que despierta la tibieza de ZP en su relación con el nacionalismo vasco, el violento y el otro.

Entiendo que hace falta ser muy imbécil para no darse cuenta de que el socialismo español está sometiendo a nuestra sociedad a una fractura sin precedentes. Creo, además, que, puesto que no son estúpidos ni inocentes, ello es resultado de una política buscada y perfectamente meditada, hija del sectarismo más absoluto o, lisa y llanamente, de un cálculo político que busca el poder por el poder. Pero los socialistas deberían ser conscientes de que no estamos en 1982. Ahora sí hay una oposición, y mucha gente que está dispuesta a no dejarse embelesar por etiquetas. La vitola de progre sigue vendiendo mucho, pero ya no tanto.

Un gobierno tan precario como el de ZP, surgido del trauma, debería hacer de la prudencia el norte de su actuación. A todas luces, no es el caso. ZP actúa no ya como si tuviera mayoría absoluta (que la tiene: la forma su propio partido, el PSC, el independentismo catalán y la esquizofrenia ambulante denominada Izquierda Unida; ocasionalmente, tiene abiertas las puertas el racismo vasco), sino como si los diez millones de votantes del PP no existieran. Como si sus sentimientos y creencias no valieran un carajo.

Y eso tiene sus riesgos. No comprendo cómo quienes son tan aficionados a las relaciones causa-efecto no se dan cuenta (¿acaso no piensan que el 11S tuvo sus razones?). Mantengamos la calma, que siempre será más fácil que pretender que Moratinos, por ejemplo, se vuelva sensato.

sábado, enero 22, 2005

LA RAZÓN ÚLTIMA DEL "NO"

El maestro Jiménez Lozano recuerda hoy, en la tercera del ABC, cómo los romanos aún creían, cercano ya el ocaso final, que Roma era eterna. Y se pregunta si, al fin y al cabo, no podrá pasar lo mismo con nuestra propia civilización. Es un fenómeno que ha sucedido ya varias veces en la historia. Civilizaciones muy robustas, que proporcionaban tanta o más sensación de seguridad que esta, han caído o, lo que es casi lo mismo, mutado a formas irreconocibles –recordemos que, a lo largo de toda la Edad Media, hubo quien imaginó una suerte de continuidad con la extinta civilización romana.

En su enciclopédico libro “Occidente: del Amanecer a la Decadencia”, Jaques Barzun sostenía la tesis, por lo demás fácilmente demostrable, de que la civilización occidental ha abrigado siempre el germen de su crisis. Siempre ha habido críticos y descontentos. Pero siempre, hasta la fecha, la crítica se resolvía en síntesis, de la que el sistema salía reforzado. Más fuerte, más capaz, aún más apto para ser el mejor marco para que los seres humanos llevaran una existencia digna de tal nombre.

No ha sido fácil y, en ocasiones, el trance ha sido arduo. El penúltimo embate fue el de los totalitarismos del siglo XX, no resuelto definitivamente sino hasta 1989. Sin embargo, tengo la impresión de que el que realmente va a poner el sistema contra las cuerdas es el pensamiento débil. El pensamiento débil no es otra cosa que en lo que ha derivado el marasmo ideológico de casi todos los antiliberalismos que el siglo pasado conoció. Una especie de nihilismo fofo, completamente incapaz de generar nada, pero capaz de pudrirlo casi todo.

El gran problema del pensamiento débil es, precisamente, su aparente inofensividad. Es cierto que se hace duro comparar, digamos, a un comisario político comunista ortodoxo con un progre cincuentón con cargo en el ministerio de educación. Pensar que el segundo puede ser una amenaza para la estabilidad del sistema mueve poco menos que a risa. Y, sin embargo, es letal. Cosas como la LOGSE, producto progre donde los haya, son una especie de bomba de Hiroshima incruenta, de efectos devastadores.

Es letal, precisamente, porque es una especie de virus no reconocible por el “sistema inmunológico” de los valores occidentales. Y, sin embargo, cuando el Gran Wyoming y su gente se autodenominan “gente de la cultura” y no hay reacción alguna, la cosa es grave. Es dudoso, de hecho, que haya vuelta atrás. La imbecilidad, el pasotismo y la exaltación de la mediocridad generalizados son peores, mucho peores que la Wermacht en fila de a cuatro pasándole a uno por encima.

Este es, en síntesis, el problema europeo de nuestro tiempo: una profunda crisis de valores, en el sentido más amplio del término. Europa ha dejado de respetarse a sí misma. De ahí el valor de lo que está sucediendo en Estados Unidos. Con error o acierto, al menos se habla del tema. Hay allí, de nuevo, debates radicales, en el mejor sentido de la palabra (bien mirado, la degradación de la noción de “radicalismo”, su proscripción del debate y su conversión en poco menos de un insulto son muy sintomáticas).

Roma cayó porque su sistema económico se colapsó, cierto. Pero también porque dejó de creer en sí misma. Porque su moral pública se degradó hasta extremos insospechados. Porque, parafraseando a Kennedy, terminaron siendo muchos más los que querían recibir algo de ella que darle algo.
Esta es, en el fondo, la gran razón para votar no a la Constitución Europea: que nadie se ha atrevido a mostrar, ni siquiera en el texto pomposamente llamado constitucional, un mínimo de compromiso con esa línea que lleva, ininterrumpidamente, desde Atenas a los constituyentes de 1781... y a las Playas de Normandía.

No. Han preferido un texto fofo, un texto en el que los ciudadanos solo tienen derechos (que se les han reconocido ya cientos de veces en cientos de textos), nunca deberes –que se les podían recordar, aunque solo fuera en el preámbulo-. No se recuerda en ningún sitio que es obligatorio tomar partido en las cosas importantes, que es obligatorio mejorar y cultivarse, que es obligatorio preservar la herencia recibida, que es obligatorio ser conscientes de que sólo somos un eslabón en una obra inacabada y perfectible y que, por eso, no podemos pararnos sencillamente a regodearnos en nuestra suerte, que no debemos prosperar a costa de otros, que el trabajo es un valor y el estado no es una ubre.

Es necesario recordar todo eso, para no quedar en manos de politicastros mediocres. Los liberales del XVIII, y Pericles, dejaron escrito que el ciudadano ha de ser siempre un ser alerta.

Una Europa así es la que el progre no quiere. Ni por el forro. No quiere exigencias educativas, no quiere excelencia, no quiere nada de eso. Y es lógico, ¿de qué viviría él si el mundo fuera algo menos frívolo?

Vota NO

viernes, enero 21, 2005

MAL AÑO PARA EL CINE

Al parecer, aunque el pasado año fue un récord en taquilla, “nuestro” cine perdió espectadores en grandes cantidades. Sólo Amenábar mantuvo el tipo con su Mar Adentro.

De esto debería seguirse la conclusión más lógica. A saber, que el público va a ver las películas que le gustan, y, sean o no españolas, casi siempre le gustan las buenas. Las malas, ni se estrenan, y las mediocres, que son la inmensa mayoría, pasan sin pena ni gloria. En un país que ha hecho de la anulación de la excelencia su bandera y de la mediocridad más absoluta timbre de orgullo, ¿por qué el cine habría de representar una excepción?

Supongo que esta sencilla conclusión no se manifestará en la próxima gala de los Goya –ya se sabe, ese patético remedo de los odiados óscares con que nuestro cine se premia a sí mismo-. Se entonarán ayes por la mala salud de nuestro cine y quedará implícita la idea de que lo que sucede es que somos unos incultos, ávidos de cultura basura. Por lo visto, “Buscando a Nemo” es cultura basura pero “Mortadelo y Filemón” o “Torrente” es cultura superior.

Todo esto sería intrascendente de no ser por lo que cuesta. Mantener al Gran Wyoming y sus amigos, mantener esa Academia de pacotilla y a seres tan lamentables como Willy Toledo (ese autodenominado actor que le gritaba a la ministra de cultura del PP que en este país no había libertades... ¡en la radio! y que tuvo la desvergüenza de hacer un día una película con Harvey Keitel) consume recursos escasos, que podrían destinarse a muchos usos alternativos: pensiones, defensa, educación o, por qué no, cultura. ¿Tienen ya todas las ciudades españolas teatros de ópera y salas de conciertos que den acceso al repertorio clásico?, ¿hay en todas las ciudades españolas salas de cine en las que se proyecten películas de verdad?, ¿ha podido adquirir el Estado ya todas las obras de pintores españoles que hay en venta por el mundo?, ¿se subvencionan las novelas?, ¿no?, entonces creo que los divertimentos que nuestros muchachos hacen para sí mismos pueden esperar.

“Hay motivo”... para estar de apesebrados hasta las narices.

LA INVESTIDURA

Me imagino que la ceremonia de investidura de ayer del Presidente Bush –inciso: me dan sana envidia las ceremonias civiles americanas- dará aliento a los críticos y material para que el Gran Wyoming y el resto de la banda agudicen sus inmensos talentos. Con carácter general, es una nueva oportunidad para que los ciudadanos de la vieja Europa nos regodeemos un poquito más en nuestro ombliguismo.

Lo que sucede en Estados Unidos, con virtudes y defectos, es una auténtica revolución, como lo fue la de los ochenta, incardinada en cambios profundos a nivel global, y en esta especie de Francia extendida que es la Unión Europea, no nos enteramos. Seguimos pintando el pensamiento neoconservador como un delirio colectivo y tragando gilipolleces tan profundas como que Estados Unidos se está convirtiendo en una teocracia.

Ayer, el presidente dijo que aspira a limpiar el mundo de tiranos. Esto puede ser una inmensa boutade o una forma elegante de decir que Estados Unidos piensa seguir persiguiendo sus intereses –a Dios gracias-. Pero, desde luego, aunque solo sea por venir de quien viene, es algo más comprensible y con más sentido que lo de la “alianza de civilizaciones”. Limpiar de tiranos el mundo es una utopía, desde luego, aunque queda la esperanza de que alguno caerá, pero proclamar que se pretende una “convivencia” con ellos, es una inmoralidad que, cuando menos, se debería tener la decencia de mantener callada. La mierda siempre se debe intentar limpiar –otra cosa es que no se pueda-, porque aspirar a rebozarse en ella no es muy sano. Así pues, en el terreno de los principios, en mi opinión, Bush 1, equipo flower power, 0. Creo que la idea de que una red de democracias, incluso precarias, es mucho mejor para la seguridad de Occidente que una red de dictaduras islámicas amigas es digna de ser compartida.

En el terreno socioeconómico, el Presidente se adhirió a la idea Neocon de la “sociedad de propietarios”. Aunque su manejo del déficit público no permite abrigar demasiadas ilusiones para el cuatrienio que viene, también aquí hay algo que se puede compartir. En realidad, la idea no es nueva. Ya la promovió el satán Thatcher hace veintitantos años. Horrible. Por eso el Reino Unido tiene un 4,7 % de paro y la Europa flower power un 9, de media, eso sí, con grandes políticas sociales. En nuestro caso, dicho sea de paso, nos ocurre con el paro lo que con el nacionalismo vasco, que nos hemos acostumbrado tanto al esperpento diario que ya ni nos afecta.

En resumidas cuentas, quizá no se puede esperar mucho de Bush, pero lo que es absolutamente cierto es que no se puede esperar nada de la Europa de los Chirac, Schröder y Zapatero. Gente que sigue padeciendo un afrancesamiento mental que les impide ver que ya no viven en el centro del Mundo.

jueves, enero 20, 2005

NO ENTIENDO A PACO VÁZQUEZ

He de reconocer que, a Paco Vázquez, el sempiterno alcalde socialista de La Coruña, yo no le entiendo. Ni a él ni a otros compañeros de su partido, posiblemente Bono entre ellos ya que, aún a sabiendas de que el ministro de Defensa es un demagogo consumado, prefiero concederle el beneficio de la duda en algunos aspectos.

Anoche, en el debate moderado por Isabel San Sebastián –dicho sea de paso, uno de los pocos programas dignos de verse en las diversas televisiones nacionales- hizo manifestación pública, de nuevo, de algunas de sus ideas. Se declaró socialista, por ende internacionalista y ajeno a los debates territoriales. El Sr. Bargalló, consejero-jefe del gobierno catalán, también presente en el debate –en el que se hicieron, por cierto, patentes sus carencias de expresión en castellano, aviso de navegantes de lo que puede pasar en el futuro inmediato con la juventud catalana- le tildó de “nacionalista español”, baldón de infamia, por lo visto (ya se sabe que ser nacionalista vasco, gallego, lapón, padano o catalán es fetén, pero serlo de una nación que ya tiene estado, español, francés o italiano no es aceptable). Supongo que quería decir que el Sr. Vázquez parece tener muy clara una cosa: no sólo no quiere que España se desmembre, sino que pretende conservar una unidad nacional que sea sustento real de la igualdad y la solidaridad.

Nada hay, para mí, de extraño en las ideas del Sr. Vázquez. Algunas las comparto, otras no, pero difícilmente pueden resultarme sorprendentes. Es un socialista y, además, español. Hasta ahí, todo normal. El problema empieza cuando, cerrando los ojos mientras habla Vázquez, evocas el gesto de querubín de ZP. Entonces empiezas a preguntarte qué hace este hombre en esa casa. De hecho, cuando se le pregunta por ciertos temas, Vázquez pasa apuros. ¡Como para no pasarlos!

En general, pienso a menudo en cómo tienen que ver la vida algunos, muchos, socialistas que no pueden compartir las erráticas formas de pensar y hacer las cosas de su ínclito Secretario General. Insisto, el principal problema de ZP no es que esté equivocado, es que no es serio, que es distinto. Sus planteamientos, simplemente, ofenden a la inteligencia. Son inasumibles, porque no resisten un mínimo escrutinio. Es puro populismo barato mezclado con cosas aún más oscuras.

Confieso que no lo entiendo. Igual el Sr. Vázquez es un consumado mentiroso y yo no me doy cuenta, pero... supongamos, por un momento, que no todos sus principios sean tan firmes como el proclama. Basta con que tenga alguno, sólo alguno. Basta con que considere algo, lo que sea, no contingente (la solidaridad, la igualdad o la conveniencia de los trasvases, qué sé yo). Ese solo hecho le puede hacer la vida muy difícil, porque la máxima de ZP y, por tanto, la piedra angular del ideario del PSOE –perdón por el abuso de lenguaje, pero de alguna manera hay que llamarlo- es el relativismo más absoluto.

Ahora, también puede ser que la generalidad de los socialistas se hayan acostumbrado a vivir instalados en la contradicción y no lo vean tan problemático.

miércoles, enero 19, 2005

¿Y POR QUÉ NO LA POLIGAMIA?

Leo en un periódico digital que las comunidades musulmanas han pedido al gobierno que proceda a dar patente legal a la “opción” de la poligamia. Es una consecuencia casi lógica del entusiasmo mostrado por el ejecutivo socialista y su ministro de justicia por la extensión de derechos y, la verdad, me cuesta encontrar razones –puestos en las claves de los razonamientos del Gobierno- para negarse, con la salvedad, que quizá no guste tanto a los musulmanes, de que la poligamia legalizada no podría ser sólo aquella a la que están ellos acostumbrados, la poliginia, o sea, que un varón pueda tener varias esposas, sino también el caso opuesto, la poliandria, es decir, el caso de una señora con varios maridos. Seguro que esto último les parece una indecencia horrible, pero el caso es que el artículo 14 de la Constitución no deja muchos resquicios a otra cosa.

De hecho, y por otra parte, si el hecho de quererse mucho y la voluntad de convivir es razón suficiente para acceder al instituto matrimonial, entiendo que, como hacen los matemáticos, es mejor legalizar el caso general, es decir, dar naturaleza matrimonial a toda asociación voluntaria de n individuos, con independencia de su sexo. Entiendo que, puestos a modificar el Código Civil, no serían necesarios muchos más retoques salvo que, por ejemplo, donde el cuerpo legal dice ahora “respetarse mutuamente” habría, quizá, que anotar “respetarse dos a dos, en cualquier combinación posible”, o así.

Esto es un esperpento, lo admito, pero no es más que la extensión lógica de los fundamentos de la resolución gubernamental respecto al asunto del matrimonio homosexual y, la verdad, sigo sin entender por qué habría de encontrarse esto insensato y sensato lo otro. Tanto el Consejo de Estado como el Consejo General del Poder Judicial han dado cuenta del error del planteamiento del Ejecutivo sin apelar en absoluto a consideraciones morales o religiosas. Es un disparate jurídico, sin necesidad de más añadidos. En mi modestísima opinión, es también inconstitucional, por mucho que se diga que el artículo 32 ha de ser interpretado “conforme a las condiciones del momento”. Ninguno de los artículos y comentarios que yo he leído sobre el particular –unos cuantos, porque el asunto ha traído cola- defiende que deba impedirse a los homosexuales acceder a fórmulas reguladas de convivencia de contenido análogo al matrimonio, por otra parte, luego no se trata de negar derecho sustantivo alguno a nadie.

Se ha argumentado que es contradictorio estar a favor de que se regule una institución sustancialmente análoga al matrimonio y, sin embargo, estar en contra de la mera extensión del mismo. En absoluto. El instituto matrimonial no se define sólo por su contenido sustancial de derechos y obligaciones. Se ha llegado, a mi juicio rectamente, a argumentar por algún autor que el matrimonio no es creado por la ley, sino sólo reconocido, de forma tal que no existe un derecho al matrimonio, sino un derecho a contraerlo. El matrimonio es una institución natural, humana, preexistente al propio ordenamiento, y su forma heterosexual y, por añadidura, monogámica, es resultado de la tradición occidental más arraigada; así nos ha acompañado desde siempre por estos pagos. El matrimonio como institución no es extensible, por tanto, por el legislador, más allá de sus límites naturales. Sí es posible, por el contrario, que el legislador cree una institución ex novo análoga al mismo. La diferencia es sutil, pero importante.

Otra cosa es que ciertos colectivos hagan del aspecto simbólico un auténtico caballo de batalla, porque su interés no reside, ni mucho menos, en alcanzar una equiparación sustantiva en derechos y obligaciones, sino en tomarse una especie de revancha contra todo aquello en lo que hemos creído durante siglos, vaya usted a saber por qué. En esta línea, el matrimonio de toda la vida ha de quedar reducido a “una” de las formas de matrimonio, la familia tradicional a “una” de las formas de familia y la Iglesia Católica a “una” de las confesiones religiosas en nuestro país. Todo esto sería cierto –es cierto- en parte, pero sólo en parte. Esos modelos “entre varios” siguen siendo totalmente arquetípicos en el pensamiento de los españoles (como decía aquel, si no creemos en la Iglesia Católica, que es la verdadera, ¿cómo vamos a creer en las demás, que son todas de mentira?). De nuevo, se intenta, por la tradicional vía goebbelsiana de repetición de falsedades hasta que se convierten en verdades, pintar un país paralelo. Lo cual sería razonablemente inocuo, de no ser porque trae muy malas consecuencias (en general, vivir al margen de la realidad no es sano).

Así pues, tranquilos. Ya no será necesario recurrir a la infamante figura de “la otra” o “el otro”. Te los llevas a todos a casa y fuera. Más aún, ¿no podríamos importar también el “matrimonio temporal” que reconoce la ley islámica? Es que no me parece bien que los ligues de verano sigan en la alegalidad más absoluta. Los derechos son los derechos, oiga.

martes, enero 18, 2005

GALLARDÓN Y LOS IMPUESTOS

No tengo nada, en particular, en contra de que Madrid sea candidata a los Juegos Olímpicos de 2012. Es más, si mis conciudadanos, mayoritariamente, albergan ese deseo, ojalá el COI nos dé sus bendiciones. Pero, una vez más, no he oído a nadie mencionar cuánto cuesta esto.

Al parecer, los Juegos son un chollo por hipótesis, que dejan mucho más de lo que se llevan. El problema es que, así como los gastos son fácilmente mensurable, las compensaciones –las de la ciudad, supongo que no las del COI- son algo más vagas. Los londinenses, por ejemplo, no lo ven tan claro.

No es extraño que esto suceda así en un país en el que no existe respeto por el derecho del ser humano al producto de su trabajo y donde los impuestos, sencillamente, no son objeto de debate público. Dice mucho de nuestro espíritu cívico el que los sucesivos gobiernos españoles puedan llevar impunemente las políticas tributarias que llevan, cambiando cosas como la fiscalidad del ahorro como y cuando les viene en gana, sin que haya ningún tipo de contestación. No sé de nadie que haya llevado estos temas al Constitucional, por violación manifiesta del principio de seguridad jurídica.

En el caso de Madrid, el tema es peor, toda vez que nos ha tocado padecer el alcalde que padecemos. Si, por lo general, lo de los políticos con los impuestos es poco decoroso, lo de nuestro alcalde es, sencillamente, impresentable. Tras subir el IBI lo que le ha dado la gana y embarcarse en una reforma de la M30 que nos endeuda para treinta y cinco años, la última cuestión ha sido la de la iluminación navideña. ¿Vamos a hablar de tan poca cosa? Pues sí, porque hay gotas que colman el vaso.

Según es conocido, la supina gilipollez de los nuevos adornos navideños ha sido objeto de tremenda polémica. Bonitos, feos, inspirados, estúpidos... pero nadie ha comentado lo más obvio. ¿Hacía falta, realmente, acometer un nuevo diseño de la iluminación navideña en una ciudad que, como Madrid, tiene otras prioridades más urgentes? Que yo sepa, todo gasto injustificado es suntuario y, por tanto, improcedente. Pero a nadie le importa.

En torno a Ruiz Gallardón se acumulan malos síntomas. El peor de todos, que les encanta a los culturetas, a los apesebrados por definición. Y si la banda del Gran Wyoming está contenta... malas noticias para los paganos de la fiesta.

MARRUECOS

En el PP andan indignados porque el reyecito de Marruecos insultó a Aznar en la entrevista concedida a nuestro diario independiente más afamado –sí, independiente, el dependiente es el Gobierno, no confundamos los términos-. Piden al Gabinete ZP que exija las oportunas rectificaciones. Amén de que es cosa inútil exigirle a un Gobierno cuyo ministro de exteriores llama “golpista” a su predecesor que apele a la cortesía diplomática, tampoco creo yo que sea para ponerse así. Bien mirado, que un sátrapa con una pinta bastante ridícula le insulte a uno es casi motivo de orgullo. Lo preocupante es que los dictadores te pasen la mano por el hombro y te llamen colega, compañero, primo, hermano, o lo que sea. ¿A que sí, bolivarianos?

Volvemos a lo de siempre. El rey de Marruecos, como el Lendakari, está en su sitio. Forrándose con todo tipo de actividades (legales y legales más todos los prefijos imaginables) y gobernando su satrapía como tal, como un cortijo. A poco que se tengan un par de ideas claras, vale. A saber: con Francia al fin del mundo y al servicio de los EE.UU. casi para lo que sea. A los reyes de Marruecos les molesta mucho España, para qué nos vamos a engañar. Hace quinientos años que tenemos dos plazas de soberanía que, por lo visto, son como banderillas en las espaldas de los sucesivos comendadores de los creyentes y, pese a nuestro vergonzoso abandono del Sahara, seguimos poniendo obstáculos diplomáticos –por poco tiempo, me temo- a su anexión por las buenas. Además, se da la circunstancia de que la querencia a Francia y a España son incompatibles salvo en los sueños de Moratinos, por concurrencia de intereses. Y, claro, puestos a elegir, el reyecito escoge quien le puede proporcionar negocios más pingües y, llegado el caso, un bonito exilio en la Costa Azul, como a Mobutu. Por un nada módico estipendio, en la Costa Azul admiten horteras como este.

Los que no estamos en nuestro sitio somos nosotros. Por un lado, porque la diplomacia flower power del tándem Moratinos-ZP es más propia de países con unos intereses estratégicos algo menos complejos (¿las Seychelles, quizá?). Y por otra porque, no sé por qué, siempre parece haber intereses ocultos.

¿Se ha preguntado alguien alguna vez por el por qué de esas querencias tan acusadas de Felipe González y buena parte de nuestra progresía hacia las laderas del Atlas? No dudo que Marruecos ha de ser un país bellísimo pero, ¿tanto? El contento de perderle de vista nos ha hecho perder comba de FG y sus relaciones. Pero este hombre parece sentir una instintiva atracción por sátrapas y dictadores, cuanto peor se lleven con el país del que fue presidente trece largos años, mejor.

Al menos Aznar escogía sus amigos en los Estados Unidos que, hasta la fecha, no nos envían pateras ni nos han invadido ningún islote (en época reciente)...

lunes, enero 17, 2005

LA CORONA

Fastidia reconocerlo, porque es como admitir que uno vive en un país menor de edad, pero el hecho de que el Rey haya intervenido en estos días, conforme a sus funciones constitucionales, hace que siga estando justificado ser monárquico, aquí y ahora.

Se dirá, no sin razón, que el papel constitucional de la Corona es perfectamente homologable al de algunas presidencias de república y podría, quizá, ser sustituido, con ventaja, por una de estas. No cabe duda, pongamos por caso, que en trance similar al que nosotros vivimos, el presidente de la República Italiana –en el dudoso supuesto de que en Italia pudiera suceder algo parecido, y mira que pueden pasar y pasan cosas en nuestra querida Bota- hubiera actuado de manera parecida. Pero dudo muchísimo que ello fuera posible aquí, en las actuales circunstancias.

La Jefatura del Estado, en todas las monarquías y en muchas repúblicas es, esencialmente, una magistratura de auctoritas. Esa autoridad no se deriva en exclusiva de la legitimidad constitucional, sino que hace falta algo más. Así, por ejemplo, el mero hecho de que el Rey se reúna con los jefes del Gobierno y la Oposición, sin añadir nada sustantivo, imprime a dicha reunión un carácter simbólico especial. Extrae la reunión del ámbito partidario para instalarla, claramente, otro, en lo que llamamos, cuestiones “de Estado”. La autoridad necesaria para poder ostentar con solvencia los atributos de la jefatura del Estado no derivan, decía, sin más, de la fuerza de la Ley. Hace falta algo más.

La democracia liberal cuenta con su propia liturgia, con su propio marco simbólico. Una liturgia por virtud de la cual determinados actos, determinados símbolos, son capaces de apelar a lo más íntimo de la conciencia ciudadana. Conciencia que tiene que preexistir. Por eso no puede derivar, sin más, de la ley, porque incluso la propia ley, para ingresar en ese “ámbito litúrgico” requiere de la conciencia citada. La Constitución Americana, por ejemplo, no sólo es obedecida, es reverenciada, si se me permite la expresión y si puede entenderse fuera del ámbito religioso. Ha ingresado en el dominio litúrgico de esa democracia, porque ocupa un papel destacado en la conciencia ciudadana. La Constitución no es sólo un texto, sino un símbolo en el que los ciudadanos pueden ver materializado su propio espíritu cívico.

Uno de los grandes problemas de la democracia española es que ninguno de nuestros símbolos constitucionales ha alcanzado ese estatus. Todos son huecos. Ninguno inspira reverencia. Hay en esto varias razones. Una de ellas, desde luego, la propia juventud del estado constitucional español, pero también el hecho de que éste se ha desarrollado en una época nihilista, estúpidamente descreída y, cómo no, el que se trata de un estado que no ha gozado de lealtad por parte de muchos desde sus mismos inicios. ¿Por qué hemos de pensar que la presidencia de la República, de existir, hubiera corrido mejor suerte que nuestros postrados Tribunales de justicia, por ejemplo?

Si algo se aproxima a una excepción a esa regla es, sin duda, la Corona. Insisto en que, al menos a mí, me gustaría que fuera de otro modo –es decir, que no fuera la Corona la única excepción, en modo alguno que la Corona estuviera desprestigiada-. Ciertamente, aunque esto me guste menos todavía, mucho de ello tiene que ver con la propia persona del Rey y su modo de conducirse. Pero no estamos para alegrías, así que conformémonos con lo que hay y Dios guarde al Rey muchos años.

Siempre puede uno consolarse pensando que The Economist, el semanario liberal por excelencia, tan británico como los buzones rojos, lleva muchos, muchos años siendo declaradamente republicano... y conviviendo con sucesivos reyes.

domingo, enero 16, 2005

LA TRAMPA

Esperemos que ZP no caiga en la trampa de Batasuna. Sería un error, y un error grave. Aunque condene la violencia que, dicho sea de paso, no es ninguna heroicidad, sino el mínimo minimorum básico para relacionarse con los seres demás humanos.

En primer lugar, ¿quién es Batasuna? ¿Puede condenar la violencia y seguir hablando en nombre de ETA?

En segundo lugar, ¿por qué todo cambia cuando alguien pronuncia la palabra mágica “paz”? Ese es el momento en que la “justicia” se echa a temblar.

No seamos cretinos. Batasuna llama a la puerta del presidente porque está pasándolo mal. Porque la legislatura se acaba y, si no pueden presentarse, no hay Atutxa que te salve del paro. Y, que yo sepa, a Otegui y compañía no se les conoce oficio alguno.

¿Nos quiere devolver el presidente ZP a los tiempos en los que se nos mataba con nuestro dinero? Porque, supongo, si Batasuna condena la violencia, habrá que legalizarla de nuevo, ¿verdad? ¿Quién garantiza que los euros que deberíamos volver a darles no fluirían hacia ETA, eso sí, “condenada”?

Una buena fórmula para ir empezando sería la siguiente: que Otegui y sus secuaces condenen la violencia, solemnemente, en acto público y sin pedir nada a cambio. Pero claro, eso tiene el riesgo de que, además de en Moncloa, pueden oírte en algún lugar de Francia. Y Otegui y demás saben que eso puede ser malo para tu salud.


NO, NO SON NORMALES

No, digámoslo de una vez por todas:

Unos tipos que pretenden que hay que tener ocho apellidos de un mismo origen para pertenecer a un partido político, no son normales.

Una sociedad que dice estar llena de “buena gente” que ve con tranquilidad cómo los concejales de los pueblos tienen que llevar escolta no es normal.

Unos tipos que dicen que los pueblos –no las personas- tienen “lenguas propias” que obligan a aprender, aunque existan otras generalmente conocidas que garantizan la comunicación no son normales.

Unos tipos que pintan mapas, banderas y escudos de mentira y los repiten millones de veces para que terminen siendo verdad, no son normales.

Unos tipos que creen que el hecho de haber nacido en determinado lugar es una suerte de “marca” sociopolítica no son normales...

Unos tipos que se pasan la vida diciendo “en Madrid no nos entienden” y que piensan que todo el mundo se equivoca, menos ellos, tienen un transtorno mental severo, no son normales.

Dejemos de pretenderlo. Dejemos de hacer como que esto es normal sólo porque llevamos tanto conviviendo con ello.

sábado, enero 15, 2005

EL PLAN COMO OPORTUNIDAD

En las actuales circunstancias, el mero hecho de que aguantaran bien el envite me llevaría a considerar a nuestros políticos –Gobierno y Oposición- como aceptables. Es lo suyo. He de reconocer que tengo aún muchas dudas, aunque la simple foto de ayer, Zapatero y Rajoy mano a mano, es en sí misma un rayo de esperanza. Pero lo que haría que nuestros dirigentes abandonaran la nómina de políticos para entrar en la de estadistas (en vida, olvidemos la definición de Truman), sería el hecho de que fuesen capaces de encontrar una auténtica oportunidad en la amenaza. Es muy difícil, pero tengo la convicción de que es posible.

Entre las múltiples voces eusquéricas de uso común en lengua española, quién no conoce la de “órdago”. Cuentan los entendidos que esa palabra puede traducirse por “me lo juego todo”; desde luego, todo jugador de mus sabe que, sea fina o no la traducción, eso es, precisamente, lo que significa. El lendakari (inciso: creo que fue Juan XXIII el que empezó a cuestionar la costumbre papal de hablar de uno mismo en tercera persona, hoy sólo la mantienen Juanjo Ibarretxte y la Reina de Inglaterra, me temo) ha echado un órdago, como mínimo, al Estado, y creo que también a la misma democracia. Y, asimismo como todo jugador de mus sabe, del órdago no se sale indemne. O te llevas todas las piedras, o el contrario se apunta la mano. El órdago es el principio de tercio excluso aplicado al mus (sobre la épica y la lógica del mus hablaremos otro día, porque da mucho de sí).

Se dirá, con fundamento, que eso no tiene por qué ser así en política. Y es cierto. Pero no es menos cierto que, en política, también vale lo de hacer de la necesidad virtud –no son frecuentes, en la política democrática contemporánea, actitudes como la de los nacionalistas vascos-. La apuesta del nacionalismo vasco ha sido, en esta ocasión, en extremo audaz. Demasiado imprudente. De no ser porque hay, lamentablemente, un cierto riesgo de que esa audacia se vea recompensada por el éxito, cabría decir que parece que el PNV ha perdido la maestría en el manejo de los tiempos. Lo verdaderamente sorprendente sería que saliera indemne del envite. Y por indemne hay que entender con algo, cualquier cosa, en las alforjas.

No hay que ser Maquiavelo para concluir que el hecho de que el nacionalismo vasco obtuviera ahora una concesión, cualquiera, sería un tremendo paso atrás. Hay quien dice, con sabiduría, que no elegimos a nuestros enemigos en la vida. Son ellos los que nos eligen a nosotros. Por eso mismo, sería poco prudente que el Estado se contuviera ahora en su respuesta. No es ya que el Estado deba frenar la ofensiva, es que debe contraatacar. Esto no es boxeo. La creencia de que el empate favorece al campeón es un error. El empate será una derrota.

El PNV ha echado el resto. No puede ser que salga de esto siendo, todavía, un actor significativo en la escena política española. Si es así, habremos perdido una ocasión de oro. Una ocasión de enviar al nacionalismo, en general, allí donde debe estar: con las reliquias decimonónicas, en el limbo donde habitan cosas como el sufragio censitario. Es hora de que el estado liberal, de una vez, gane la partida en España. El folclore tiene su sitio en las kermesses de fin de semana y las asociaciones de amigos del chacolí, y para las lenguas están las academias. Todo eso no pinta nada, o pinta mucho menos de lo que nosotros creemos, en la política del siglo XIX.

¿Acaso no nos damos cuenta? Se acabó. No tienen nada que esgrimir. Sencillamente, se terminó. ETA ya no acompaña, no porque no mate, sino porque no la tememos. ETA no puede con la democracia liberal. ¿Qué más argumentos tienen para convencernos? Lo dicho vale también para los de allende Ebro. Los de la civilizadísima Cataluña, tan cercana a Europa, ya saben. Los del cava.

Si quien tiene que querer quiere, tenemos la ocasión de cerrar el modelo de estado de una vez por todas. Hemos hecho ya muchos cambios y muchas concesiones. Hoy en día nadie sufre en España por razón alguna relacionada con la lengua, la cultura o cosas por el estilo. Ceder más pone seriamente en riesgo el principio de que todos los españoles son iguales, vivan donde vivan. Y ahí no podemos llegar. No tenemos por qué abrigar ningún complejo.

No son superiores a nadie ni tienen más razones que nadie. Es más, son lamentables recuerdos de tiempos idos, en los que el provincianismo podía elevarse a la categoría de doctrina política. No están en condiciones de dar lecciones, a nadie, de nada. No hay ninguna razón, absolutamente ninguna, por la cual tengamos que dar un solo paso más en la senda por la que venimos transitando desde hace treinta años. No tenemos por qué despeñarnos.

Habrá quien quiera ver en esto un discurso frentista y agresivo. Nada más lejos de la realidad. Sólo una enorme deformación de las cosas puede llevar a concluir que existe una suerte de “contranacionalismo español” empeñado en la partida. Eso no existe, como muchas otras cosas, aunque salgan todos los días en Euskal Telebista. Creo que este país y sus gentes han demostrado ya una paciencia infinita y pechado con culpas que jamás tuvieron. Este país y sus gentes han diseñado ya un país tan “acogedor” que no sentirse bien empieza ya a ser problema del “acogido”. Perdóneseme la cita histórica, pero cuando se oyó en el Senado romano que Cartago había de ser destruida, ¿era eso una muestra de agresividad o el simple quid de la supervivencia? Afortunadamente, hoy no es necesario llegar a esos extremos, pero subsisten envites que presentan dilemas parecidos, en el fondo. ¿Qué hacer cuando has agotado las vías sensatas, cuando has cedido todo lo que puedes ceder y la contraparte te pide que sigas poniendo más?

En fechas recientes, algún ilustre periodista ha citado a Lincoln. Un verdadero hombre de estado que, un buen día, supo distinguir entre los problemas con los que se podía convivir y aquellos que era preciso resolver. La Guerra de Secesión tuvo lugar porque había un problema que era preciso resolver. Insisto, afortunadamente, disponemos de medios más que suficientes para resolver nuestros problemas sin necesidad de ningún trance similar.

Pero hay que ponerse a ello. Si se quiere, se puede.

viernes, enero 14, 2005

BUNDESTREUE (LEALTAD CONSTITUCIONAL)

Creo recordar que fue ayer cuando, en un artículo de opinión, me topé con este concepto. "Bundestreue" es algo que podríamos traducir como "lealtad federal". Como el lector habrá podido deducir, es un término propio del constitucionalismo alemán y entraña algo más que un simple concepto jurídico. Es la verdadera argamasa que cimenta el estado de la Ley Fundamental de Bonn. No es ya que los länder deban cumplir las leyes -eso se da por descontado en la RFA y en toda tierra de cristianos con dos dedos de frente- sino que deben conducirse con lealtad hacia los otros länder y a la Federación.

El concepto viene al pelo en estos momentos, en España. Cuando el Sr. Maragall nos amenazaba con un estado permanentemente inconcluso (el modelo de estado nunca se va a cerrar y, por tanto, lo más que nos pueden ofrecer -generosos ellos- es una tregua por otros cinco, diez, quince o quién sabe cuántos años) es una palmaria proclamación de ausencia de "Bundestreue" en la actitud de nuestras dos principales "comunidades históricas" (inciso: ¡viva Navarra!). Ausencia en el caso catalán que es total y absoluta en el vasco.

Insisto en que se trata de algo más que una predisposición de cumplir con las leyes. Es un verdadero ánimo de convivencia, un compromiso sincero con el régimen constitucional. Lo que, desde el punto de vista territorial, hace de la constitución algo más que un texto nominal.

La carencia de "Bundestreue" es, por otra parte, lo que convierte en vano todo intento de llegar a una transacción que haga posible la famosa "inserción cómoda" de los nacionalismos en el estado. Dejando aparte las consideraciones sobre la propia esencia del nacionalismo (que no es un tipo de doctrina política homologable a las demás), lo impide la ausencia de una lealtad real al proyecto colectivo. Por eso resultan de una ingenuidad pasmosa, en el supuesto de que estén concebidos desde la buena fe, los intentos de ZP y compañía de encontrar la piedra filosofal que permita resolver el dilema del nacionalismo.

Quizá algún día se entienda que no nos hallamos ante un problema técnico o medible en términos de "cantidad de soberanía" o competencias, sino ante algo mucho más profundo. Por eso es imprescindible ponerse un límite claro, conocido y preciso que los nacionalistas han de entender que en ningún caso se traspasará. Porque la carencia de "Bundestreue" hace que el proceso, tendencialmente, conduzca de modo inevitable a la ruptura.

Ah, se me olvidaba. El concepto de "Bundestreue" también vincula, como no podía ser menos, a las instituciones de la Federación. Hemos de partir de la hipótesis de que los entes cuya razón primordial de existir es la defensa del orden constitucional están realmente comprometidos con éste. Si no... apaga y vámonos.

martes, enero 11, 2005

LECCIONES DEL CASO DE JUANA

Ignacio de Juana Chaos es una mala bestia repugnante que debería pudrirse en la cárcel hasta el fin de sus días. De hecho, esto es lo que le sucedería en casi cualquier sistema penitenciario del mundo Occidental distinto del español –excuso decir qué sucedería en los no Occidentales.

Sin embargo, nuestros jueces se las ven y se las desean para encontrar alguna argucia que pueda mantenerlo en prisión, toda vez que los beneficios penitenciarios ganados conforme a derecho deberían dar lugar a su próxima excarcelación.

A buen seguro, los jueces encontrarán en las palabras y los actos del etarra material suficiente para prolongar su condena. Lo lamentable es que la búsqueda de justicia material haya de hacerse forzando las normas, o trayendo por los pelos disposiciones legislativas.

Lo deseable sería que, de una vez por todas, se caminara firmemente por la senda abierta por los gobiernos del Partido Popular. Hay cosas que no tienen ya remedio, o lo tienen peor que la enfermedad –las leyes penales y las normas penitenciarias no deben ser retroactivas nunca-, pero pueden arreglarse para el futuro. Nuestro Código Penal y nuestras normas penitenciarias deben ponerse en línea con lo que es normal en nuestro entorno, entre otras cosas para evitar el “efecto llamada”. No deja de ser paradójico que nuestro Tribunal Constitucional entienda perfectamente ajustadas a derecho extradiciones de mafiosos a los que les espera la prisión de por vida en Italia, pero, por alguna extraña razón, no contemos en España con cadena perpetua.

Se dice, con razón, que no es ni siquiera necesario llegar a eso. Basta que se cumplan las condenas en su integridad. Pero las cosas deben hacerse bien desde el principio, no por vía indirecta. Pasó, creo, ya la época de las ingenuidades en todos los terrenos. La experiencia histórica acumulada ha demostrado que la democracia española tiene enemigos, muchos y fuertes, de los que puede y debe defenderse. Al menos, igual que todas las demás.

Pero quizá Jueces para la Democracia discrepe, ¿verdad, señor Alonso?

lunes, enero 10, 2005

MÁS RAZONES PARA UN NO

Hace unos días exponía algunas razones para votar no a la Constitución Europea. En el tiempo transcurrido, me he reafirmado en mi determinación. Ahí van otras pocas:

El pensamiento único insiste en definir la Unión Europea como un espacio “ultraliberal”. Mentira. La UE es esencialmente el bastión de la socialdemocracia y la democracia cristiana –los socialistas de todos los partidos, que decía Hayek-. De hecho, casi todo lo bueno que la UE ha producido viene de la denostada “Europa de los mercaderes”. Ésa es la Europa de la libertad de circulación de personas, bienes y capitales y la de la ausencia de fronteras. Pero esa es la excepción que confirma la regla. La UE, además de comportarse como una isla de proteccionismo en el mundo a través de esa aberración denominada PAC –que, a cambio de mantener orondos a los José Bové de turno, limita las legítimas capacidades de competencia de muchos países menos desarrollados- es abanderada de políticas caracterizadas por el menoscabo del derecho del ser humano al producto de su trabajo.

Las grandes naciones Europeas, básicamente Francia y Alemania son estados prepotentes que desprecian los pactos y no juzgan oportuno someterse a las mismas reglas que todos. Por eso reventó el Pacto de Estabilidad. La Constitución Europea supone un cambio de las reglas del juego que perjudica a países que, como Polonia, ni siquiera han podido empezar la partida y a los que nadie se molesta en defender. Aunque en países como España esto no se entienda bien, la seguridad jurídica es un valor. Los grandes estados, que salen beneficiados ahora, han demostrado cuánto les importan los derechos que, pomposamente, juridifican ahora .

La UE es el templo mundial del pensamiento débil. No está inspirada por principios sólidos ni esta Constitución va a contribuir a que los tenga, porque, en estos momentos, está dirigida por una generación de políticos nihilistas, incapaces de llegar a la altura de los estadistas de otro tiempo. ¿Merece esta gente el aval moral de un sí? Vaya por delante que tampoco es sensato esperar una reflexión profunda de un “no”; precisamente por su falta de altura moral, es más que probable que esto señores interpretaran un voto negativo como un pequeño contratiempo. Al menos, que se tomen la molestia de repetir la consulta hasta que salga positiva, que no será la primera vez.

Por último, por el momento, nuestro gobierno ha iniciado una campaña que es a un tiempo promotora del referéndum y promotora del sí –más de lo segundo que de lo primero, porque está claro que buscan un sí absolutamente acrítico-. Esto, además de rozar peligrosamente los límites de la legislación electoral, es una tremenda falta de respeto a los pocos que queremos votar “no”. El hecho de que los dos grandes partidos estén de acuerdo en el voto afirmativo no les legitima para poner toda la maquinaria del Estado al servicio de su causa, sobre todo cuando ponen tan poca disposición a ponerla al servicio de causas mejores.

Insisto; me importa muy poco coincidir en el campo del “no” con indeseables de toda clase. Por desgracia, los monosílabos son poco ricos en matices y no pueden explicarse las diferencias, pero si a un monosílabo hay que atenerse, ése será “no”. Por otra parte, no deja de ser chocante que llamen la atención sobre la coincidencia de los partidarios del “no” con indeseables un día de febrero los que, todos los días del año, hozan con ellos con evidente frenesí. A ver si va a resultar, a estas alturas, que le tizna a uno coincidir con Carod-Rovira. Para una vez que me iba a poder sentir progresista...

domingo, enero 09, 2005

SI LOS VASCOS QUIEREN...

(dedicado a Guillermo, por si llega a leerlo)

Últimamente, en debates sobre la tan traída y llevada cuestión nacional, tras analizar el posible curso de los acontecimientos, es habitual encontrarse preguntas como: “y si, a fin de cuentas, una mayoría de los vascos (o catalanes) quiere la independencia, ¿qué?”.

Mucha gente de buena fe, no puede reprimir la inquietud ante ese interrogante, que aboca necesariamente a la noción de “conflicto” (no en el sentido instrumental que le dan los nacionalistas vascos, sino conflicto de verdad, con dos partes), noción indeseable y desterrada del espectro de lo utilizable por el pensamiento políticamente correcto, como casi todos los conceptos “fuertes” (inciso: el pensamiento único, otrosí pensamiento débil, ha proscrito toda afirmación rotunda y convertido toda noción en contingente, por eso la perspectiva de un conflicto que sólo pueda tener una única solución horroriza como, antaño, horrorizaba el vacío).

Pero es que la realidad se impone. Pues si una mayoría de los vascos quieren ser independientes... nada. El deseo de los vascos, por sí mismo, no tiene por qué tener consecuencias políticas. Supongo que más de uno habrá sentido ya un sobresalto. Me explicaré. Para empezar, compárese el interrogante inicial con el siguiente: “y si la mayoría de los araneses quieren ser independientes, ¿qué?” (hubiera podido escribir “la mayoría de los habitantes de Móstoles”, pero supongo que se me diría que ellos no son una “nación”; argumento que no vale en el caso de los habitantes del valle de Arán, que podrán tener o no conciencia nacional, pero, a mi modo de ver, tienen todos los elementos del pedigréé nacional al uso). Sin duda esta pregunta tiene mucho menos hierro. Y el caso es que es, más o menos, igual que la anterior.

Pretender que en política uno juega solo y puede obtener lo que de su voluntad se derive es una muestra del infantilismo más absoluto. Infantilismo que no es extraño en el imaginario nacionalista, que es infantil en sí mismo –“infantil” en sentido hegeliano; no han pasado de la etapa mítica-, pero que sorprende más en el campo racional, en el de el pensamiento político contemporáneo.

Es totalmente cierto que la realidad política existente es, en buena medida, contingente, en el sentido de que no es necesaria. En otros términos, podría haber sido de otro modo. Creo que fue Jordi Pujol el que un buen día apuntó que, si el signo de ciertas batallas hubiera sido el contrario –lo que podría haber ocurrido, posiblemente, con un simple cambio en el tiempo atmosférico- hoy Cataluña sería el “país hermano” y Portugal los separatistas. Cierto, sí. Pero, precisamente, por el hecho de ser contingente, histórica y producto de mil circunstancias, es totalmente absurdo –“antihistórico” es un término más fino, pero quiere decir lo mismo- aplicar a la realidad política el bisturí de unos conceptos teórico-abstractos tales como los supuestos derechos de los pueblos a un estado. Quien piense lo contrario, que se dirija a las cancillerías europeas y proponga una renegociación del Tratado de Utrecht, por ejemplo -se puede invocar su nulidad de pleno derecho por falta de legitimidad de la monarquía absoluta (ojito con reírse, que no hace mucho oí a todo un embajador de España utilizar argumentos de tenor similar para descalificar toda la transición española). Lo normal es que lo tomen por loco o por imbécil, no que se sientan forzados a abordar el tema.

Insisto, puede que cause horror oírlo y algunos no se lo quieran ni plantear, pero todo el statu quo político es el resultado de multitud de conflictos en el que han quedado enterrados deseos, intereses y voluntades. Por increíble que parezca, el estado liberal democrático es una síntesis de todos esos conflictos: el mínimo que hace posible un desarrollo decente de la vida humana.

Que alguien diga ahora que pretende revisar toda la cuestión por el mero hecho de que no le gusta es, simplemente, ridículo. Por suerte o por desgracia, vivimos en el seno de un entramado muy complejo de relaciones, y los mecanismos de cambio son algo más sutiles y difíciles de lo que el nacionalismo quiere dar a entender.

De todos modos, bien está que los nacionalistas piensen así, y que se lo crean. Lo que no es lógico es que nos lo creamos los demás.

sábado, enero 08, 2005

EL PP Y LOS PACTOS DE ESTADO

Como consecuencia del Plan Ibarretxe, Mariano Rajoy ha ofrecido a ZP un pacto de estado que éste último se ha apresurado a rechazar.

Esto de los pactos de estado, como bien dice Manuel Martín Ferrand, huele un poco a ganas de tocar poder desde la oposición, como prueba el hecho de que, casi siempre, es el partido en la oposición el que los ofrece. Por otra parte, no deja de ser sintomático que la democracia en la que más se tiene por costumbre esto de los pactos -legado del consenso de la transición, supongo- sea la española, en la que los mecanismos democráticos propiamente dichos funcionan bastante mal.

En efecto, quizá los pactos de estado serían una simple extravagancia si:

En primer lugar, gobierno y oposición se atuvieran a sus roles respectivos, con lealtad mutua y a la ley. Una oposición sensata, como es la que aspira, supongo, a hacer el PP debe mostrar su lealtad por sus hechos, no llevando su crítica más allá de lo necesario -que puede ser muy lejos, a tenor de la situación- y votando con el gobierno allí donde sea menester.

En segundo lugar, los sucesivos gobiernos estuvieran comprometidos con maneras sensatas de hacer las cosas. Las políticas de estado lo son por su propia naturaleza, sin que sea necesario subrayar eso con un pacto explícito. Que yo sepa, los demócratas y los republicanos no tienen suscrito ningún pacto sobre política exterior, pero es un valor entendido que dicha política sigue una mínima coherencia presidencia tras presidencia, dependiendo de las circunstancias y sin perjuicio de la legítima capacidad de cada Administración para modificar las cosas de acuerdo con el mandato recibido en las urnas.

Así pues, no parece necesario suscribir pacto alguno, en este caso. Por otra parte, hay dos cuestiones que el Sr. Rajoy debería tener claras: en primer lugar, que los pactos con el PSOE tienen un valor muy relativo -como muestra el que se suscribió por la justicia- y, por otra parte, que es muy dudoso que estas operaciones mejoren para nada su imagen que, me temo, es lo que está buscando. Por otra parte, el amigo ZP no tiene la más mínima intención de dar oxígeno al PP en esta hora, antes al contrario, aunque no tiene ni la menor idea de por dónde tirar, lo que sí tiene claro es que no quiere que su solución se parezca a la que podría dar el PP.

A mi modesto entender, lo que tiene que hacer Rajoy, ahora más que nunca, es ser fiel a sus principios -todavía hay quien eso lo valora- y exigir firmemente al gobierno que cumpla con sus obligaciones constitucionales. Todo lo demás son monsergas.

LOS SALMANTINOS Y CALDERA, O EL DESPOTISMO

Leo en un periódico que el ministro Caldera advierte "que ya se cuidará el alcalde de Salamanca de cumplir la ley". Elíptico queda un "por la cuenta que le trae, supongo".

Contrasta la firmeza del Sr. Caldera a la hora de recordar al regidor salmantino sus deberes con la tibieza con la que su presidente (y el mío, mal que me pese) -que no ha considerado necesario ni tan siquiera convocar el Consejo de Ministros con urgencia- enfrenta el descaro del Sr. Ibarretxe.

No sé si el alcalde de Salamanca lleva o no razón -tengo mi opinión, pero no hace al caso-. Lo que sí sé es que representa el sentir de muchos salmantinos y muchos castellanos. Parece que toda la delicadeza por no ofender sentimientos de algunos (recordemos que el Sr. Caldera era el que consideraba la bandera nacional de la Plaza de Colón "hiriente" para cierta gente) se torna desprecio por los de otros. Pero claro, los salmantinos, que sólo son unas pocas decenas de miles, ni tienen partido que los represente ni, desde luego, cuentan con el apoyo impagable de una banda criminal. El sentir de los salmantinos y los castellanos importa una higa, por tanto. Aplíquese, pues, la ley sin contemplaciones, ¿no?

Ayer mismo, en el diario El Mundo, Javier Ybarra volvía a acusarnos, una vez más, de lo mismo. En el fondo, de no comprender la peculiar idiosincrasia vasca. Nos explicaba como, a fin de cuentas, el noble pueblo vasco no es independentista -al parecer, porque su economía no lo aguanta-, sino que somos los españoles (los vascos constitucionalistas, en este caso) los que, hiriendo su orgullo, les empujamos donde, al cabo, no quieren estar. El problema es, pues, que no les damos cariño. Ni el señor Ybarra ni ningún vasco que yo haya conocido parece haber comprendido que los cariños han de ser mutuos.

Todo lo que nos llega del País Vasco es desprecio, mala gana, reivindicación continua... jamás una expresión de solidaridad, de apoyo, de comprensión. Otro tanto puede decirse de Cataluña.

Un precepto civil dice que las leyes no amparan los abusos del derecho. Cataluña y el País Vasco se comportan como comundidades que sólo tuvieran derecho. Jamás obligaciones. Los demás somos los obligados para con ellos. Y ahí está el Sr. Caldera para recordárnoslo.

viernes, enero 07, 2005

¿CABE "ABSOLUTAMENTE TODO" DENTRO DE LA CONSTITUCIÓN?

Esta frase, proclamada, como no podía ser menos, por nuestro seráfico presidente del Gobierno para regocijo de la parroquia suena rebién. Es muy bonita, la verdad, porque deja a todos aquellos que intentan forzar debates más allá de lo razonable a la altura del betún, de puro trogloditas. De paso, también deja fuera de juego a los intolerantes de siempre, también como trogloditas. ¿Cabe defensa del orden constitucional a un tiempo más firme y más flexible? Prodigioso.

El problema es que, como ya han apuntado rectamente algunos, y como casi toda la mercancía que vende ZP, ésta está averiada. Tiene trampa. Hay truco. El Presidente sigue multiplicando panes y peces políticos, queriendo conciliar los imposibles, o haciendo como que los concilia, que al caso es lo mismo.

Uno de los más graves problemas que arrastramos en España desde la transición política -sin duda debido al complejo y la falta de experiencia- es un concepto de tolerancia que no tiene parangón en ninguna democracia contemporánea. Este es el único país europeo, por ejemplo, donde a más de uno le cupieron dudas sobre si estaba bien ilegalizar el brazo político de una banda terrorista, con 30 años de evidencias. Esas dudas en Francia, Alemania, el Reino Unido o Italia no se interpretarían como escrúpulos justificados, sino más bien como una tibieza intolerable.

No, no cabe o no debería de caber todo en la Constitución. Y, en cualquier caso, aunque algunas cosas quepan jurídicamente no deberían caber políticamente. La laxa interpretación que se hace del texto constitucional debería tornarse más restrictiva, en interés de la Constitución misma.

¿Se puede estar "dentro de la Constitución" y fuera a un tiempo? Sí, se puede. ERC es un vivo ejemplo. Un partido que, siendo plenamente legal, está fuera del consenso constitucional, porque discrepa de raíz con los pilares básicos de la Norma Fundamental. ERC es "formalmente constitucional", si se quiere. ¿Es, entonces, sostenible que el Gobierno de la Nación -órgano que sólo existe por y para la Constitución- esté apoyado por semejante partido?

La frase de ZP, y su pensamiento, sí hacen posible semejante barbaridad, que estamos viviendo todos los días. La diferencia entre Ibarretxe y Puigcercós (y Maragall) es meramente formal. ¿Tiene, por tanto, ZP un bagaje intelectual suficiente para hacer frente a lo que se nos viene encima? Antes de que se me escandalicen los biempensantes, les propongo un ejercicio: ¿encontraría ZP aceptable el apoyo de un grupo político que promoviera la inferioridad de los negros por vías impecablemente constitucionales -por ejemplo, haciendo campaña por la reforma del artículo 14- o, por eludir la frontera penal, la desconstitucionalización de los sindicatos o la prohibición de la huelga? La frase de ZP anteriormente citada avala y ampara la posición de principio, supongo.

Insisto en que, afectando a otros artículos (tengo para mí que al 14 también) la posición de ERC es la misma: constitucionalidad formal, en ningún caso sustancial. Cuando el señor ZP piensa que mucha gente exagera debería tener en cuenta que, día tras día, ofrece un espectáculo nunca visto, al menos en Europa, salvo el País Vasco. Jamás, en ningún sitio, un gobierno constitucional se apoyó en partidos declarada y plenamente antisistema salvo, quizá, en la Austria de Haider, con los efectos que todos conocemos.

Y, mientras esto sea así, ni toda la fuerza de convicción de un Iñaki Gabilondo inspirado podrá hacernos creer que el Sr. Presidente tiene un compromiso con la Constitución que sea algo más que eso, formal.


miércoles, enero 05, 2005

IBARRETXE, ZAPATERO Y EL ESTADO DE DERECHO

Si el estado de derecho hubiera de ser definido con una sola palabra, ésta sería, probablemente "previsibilidad". Un estado es de derecho cuando el ciudadano es capaz de prever las reacciones de los poderes públicos que, precisamente por estar sometidos a la ley, no pueden actuar arbitrariamente.

El ciudadano sabe así a qué atenerse. Sabe, por ejemplo, que sus ingresos no podrán ser gravados con impuestos no creados por ley tributaria, o que podrá votar siempre que figure correctamente inscrito en el censo. Pero también sabe que, si se salta un semáforo, será sancionado, y que si deja de pagar los tributos, la Hacienda Pública trabará embargos sobre sus bienes.

En el orden internacional, ocurre lo mismo. Los estados de derecho honran los pactos y las alianzas, cualquiera que sea su forma jurídica. Los demás países saben bien a qué atenerse, por tanto.

El mayor mal que nos aqueja en estos momentos como ciudadanos -el mayor mal que aqueja a nuestro estado- es, precisamente, el deterioro de esa previsibilidad que trae consigo el desempeño de nuestro Gobierno. La sensación de cualquier cosa es posible. El ejemplo más palmario, que no el único, es la reacción ante el Plan Ibarretxe. El que ZP se niegue a acudir a los Tribunales (inciso: probablemente, en tanto no se lo dicte su calendario electoral), aun cuando sea consecuencia de un cálculo razonado -por ejemplo, en evitación de un posible rechazo al eventual recurso- trae como consecuencia un deterioro de esa previsibilidad.

Un presidente autonómico abre un proceso inconstitucional de plano y con derivaciones rayanas en la alta traición y el Estado no reacciona conforme a lo que sería de prever. Estamos a verlas venir. En consecuencia, no sabemos qué sucederá. En condiciones normales, el curso de los acontecimientos debería estar más que previsto. Otra cosa es que se intentara evitar por todos los medios. Pero no debería caber duda alguna sobre qué ha de hacer el Estado. Nadie debería estar preguntándose "si" el Estado suspenderá la autonomía vasca, reprimirá un referendo ilegal o enviará a las Fuerzas Armadas a defender la integridad territorial. Más bien, los partícipes en este juego macabro deberían tener eso más que claro, aplicándose en consecuencia a que lo que fatalmente habría de acaecer no pase.

Sigo convencido de que el Plan Ibarretxe no es el producto de una locura. Es una apuesta, audaz pero medida. El lehendakari apuesta a que no va a suceder lo que tiene que suceder, es decir, apuesta a que España sólo es un estado de derecho cuando de exigir tributos (a algunos) se trata. ¿Cabe la más mínima sospecha de qué sucedería si el gobierno autónomo del Ulster hiciera ademán de ir a presentarse en Londres, con aire retador, a conminar al Primer Ministro a negociar un supuesto plan que plantea como hecho consumado? ¿Puede alguien plantearse que la orgullosa Baviera (por cierto, estado soberano hasa anteayer) planteara un trágala a la República Federal de Alemania y que el Canciller -incluso Schröder- no se dirija a la nación para decir algo tan simple como que la ley se cumplirá?

Sin apellidos, ni retóricas. Decir lo que, en países civilizados, es tan retórico como dar los buenos días. Que la ley se cumplirá. Que el que la transgreda lo hace a su riesgo. Que no puede ser de otro modo porque, en caso contrario, a la falta de unos por acción hay que añadir la de otros por omisión.

Lo previsible, lo que tendría que suceder es que la Mesa del Congreso rechace de plano el papelajo de Ibarretxe (no siendo preciso -más bien al revés- que Marín reciba a Atutxa, porque ya hay unos funcionarios muy eficientes en el Registro) y que, por supuesto, el Gobierno lo impugne ante el TC. Lo que suceda luego es responsabilidad exclusiva del lehendakari, que ya podría, en su caso, ir preparando sus dotes de convicción para explicar a sus conciudadanos lo que puede ocurrir, si él se empeña.

Y si esto no ocurre, el PP debería presentar la oportuna moción de censura. Rara vez, en una democracia, habrá más motivos.

martes, enero 04, 2005

JOVELLANOS

La exposición "el Retrato Español" que muestra estos días el Prado es, sencillamente, soberbia. Pese a que la gran mayoría de los lienzos en exhibición pertenecen a los fondos de nuestra sensacional pinacoteca y, por tanto, pueden verse todo el año, no cabe duda de que la cuidada selección y el hecho de mostrar todos los retratos juntos proporcionan una nueva perspectiva.

Se puede ver, frente a frente, Las Meninas y la Familia de Carlos IV, al Carlos V de Mühlberg y al Conde-Duque de Velázquez, también frente a frente en sendos famosísimos retratos ecuestres, el Felipe II joven de Tiziano junto al anciano de Pantoja de la Cruz, los religiosos del Greco cerca de los personajes picassianos de la vida parisina... En fin, un prodigio.

He de reconocer, no obstante, que, en las actuales circunstancias, un cuadro ha llamado mi atención sobre todos los demás. Aquel en el que Goya retrata, sedente, a un Gaspar Melchor de Jovellanos paradigma de la melancolía, la tristeza y el desencanto. Y es que el prócer asturiano es el arquetipo del español, a un tiempo, instruido y decente, preocupado por el destino del país. En otras palabras, un hombre muy mal situado para la felicidad y el disfrute de la vida.

A buen seguro, si le hubieran retratado hoy, poco habría cambiado la expresión de Jovellanos. De un lado, qué duda cabe de que encontraría motivos para el contento. Al fin y al cabo, el erial cultural rebosante de atraso y cazurrería en que le tocó vivir es hoy no ya un país adelantado, sino uno de la veintena corta en que se puede decir que el ser humano disfruta de un entorno adecuado para su pleno desarrollo. Cómo no pensar que Jovellanos, como otros como él que le precedieron o le sucedieron habrían de verse muy satisfechos de encontrar una España mínimamente a la altura de las circunstancias.

Pero cómo no pensar, también, que Jovellanos encontraría sobradas razones para guardar ese semblante melancólico. No ya sólo por la recurrente tendencia suicida que parece aflorar cada vez que la vida española se encarrila un poco, sino por la realidad que esconden algunos brillos: por la frivolidad con que se abordan los temas más graves, la imbecilidad supina y el aborregamiento que campan por todas partes, la desvergüenza de unas elites dirigentes a menudo indecentes y muchas veces de una enanez mental aterradora, la pasmosa docilidad de la mayoría ante la marea de frustrados, resentidos y simples idiotas que cuentan, como nunca, con la mayor de las audiencias... por un desarrollo, en fin, de las virtudes ciudadanas -un desarrollo moral-político, en definitiva- incomparablemente más bajo que el desarrollo económico.

Mirándole a los ojos concluí que, seguro, Jovellanos no dejaría hoy de denunciar y clamar por la salud de esta democracia a medio terminar (a medio cocinar, como dice Jesús Cacho). Bueno, es de esperar que sus denuncias no lo llevaran, esta vez, preso a Bellver, y eso es un avance. Y es que el que no se consuela...

lunes, enero 03, 2005

QUO VADIS, ZP?

Necesitamos, desesperadamente, al Gobierno. ¿Dónde está?, ¿qué planes tiene para hacer frente a lo que se nos viene encima?, ¿creen que basta con la media sonrisa imbécil?

Estoy más que dispuesto a envainarme, si no todos, sí buena parte de los numerosos jucios críticos vertidos en esta bitácora sobre el Presidente, si es capaz de infundirnos un mínimo de confianza -de confianza fundamentada, claro está-. Un gesto, por fin, hacia esa parte de los españoles que no encajamos en ninguna minoría. ¡Mi reino por un Presidente como Dios manda, sea del partido político que sea!

Pero sería absurdo negar que, como muchos otros, aunque dé gato decirlo, me temo lo peor. El ambiente apunta a que los socialistas, una vez más, han decidido jugar a la táctica, no a la estrategia.

No creo que quepa en cabeza humana pensar que el PSE puede ganar las elecciones vascas con opción de formar gobierno. Los análisis del voto vasco corroboran la impresión de que los espacios nacionalista y no nacionalista son mutuamente impermeables. ¿De dónde, pues?, ¿de dónde van a salir los votos?, ¿del PP?, no tiene suficientes. Más aún, tengo muchas dudas de que pueda llegar a ser el partido más votado. El proceso de nazificación vivido por la sociedad vasca no va a revertirse de manera tan sencilla.

¿Cuál es, pues, la táctica? Apuesto a que se trata de volver a los tiempos del pacto. A la arcadia que un buen día Nicolás Redondo Terreros consideró insostenible, más que nada por un pequeño detalle llamado "pacto de Estella".

Y es que algunos no se han dado cuenta. En el fondo, están más cerca del PNV que del PP. Ayer mismo, en la radio, el diputado socialista Eduardo Madina hizo unas declaraciones que me llenaron de una profunda tristeza. Vino a decir, sin estas palabras, claro -para eso ya está Mª Antonia Iglesias, pongamos por caso- que el Plan Ibarretxe era una consecuencia de la política de Aznar. Es decir, el PNV, pobrecito, se ha echado al monte forzado por la contumacia aznarí. El choque de nacionalismos.

Imagino que en Sabin Etxea se tienen que partir de risa. ¿Se puede ser más ingenuo o más imbécil? ¿De veras creen que es posible una operación de rescate del PNV? ¿De veras lo creen?

Es difícil imaginar una situación más esperpéntica, y más indignante, que la vivida en el Parlamento Vasco el otro día. A Otegui le faltó mearse en la tribuna. Deben sentir por todos nosotros un desprecio infinito. Y es lógico. Unos tíos que te consienten que des lectura a la misiva del jefe de una banda terrorista en sede parlamentaria, ¿qué merecen?

Hay quien hace ya cálculos sobre qué supondría la independencia de Euskadi en términos económicos y políticos. Y, parece, sería un desastre para las Vascongadas. Lo que no se dice es qué podría suponer eso para el resto de España (que, para empezar, habría de cambiar de nombre, ahora sí, más que nada para beneficio de los extranjeros, que tienen derecho a saber lo que un término denota). ¿Alguien ha pensado en el golpe que eso puede suponer para la autoestima de los españoles? Porque no todos somos sociatas a los que les da lo mismo ocho que ochenta.

Probablemente, a ellos se los coma el paro y la inflación y las siete plagas de Egipto. Pero a nosotros, ¿quién nos quita de encima el peso de la infamia?, ¿quién nos quita el baldón de no haber sabido defender al cincuenta por ciento de la población de una de nuestras más viejas regiones?